miércoles, 24 de junio de 2015

El Rock en Osuna (I): The Ursus



Hace ahora veinte años se publicó la Historia del rock sevillano, de Luis Clemente, escritor sevillano nacido en 1960. A mí, de entrada, me parecía una persona demasiado joven para escribir sobre un fenómeno que empezó a darse antes de que él viniera al mundo. Veía al señor Clemente… ¿Cómo les diría yo...? Demasiado nuevo, quizá. Pues bien: aquí me tienen a mí, que soy aún más nuevo (del 61), intentando hacer algo parecido en cuanto al tema aunque mucho menos ambicioso, limitado sólo a Osuna. La conclusión está en el refranero popular español. Aprovecho, desde luego, para dar al señor Clemente mi más sincera enhorabuena por su trabajo, de conocimiento obligado para cualquier interesado en conocer la evolución de la "música moderna" en la capital de la provincia, para acercarse, o recordar, a músicos imprescidibles, como Silvio, Julio Matito, Manuel Molina, Gualberto o Manolito Imán, y volver a pasear por la Alfalfa, la Plaza de Doña Elvira o el Patio de San Laureano en la época de la movida sevillana, cuando todo parecía (y a veces era) posible.


The Ursus a principios de los 60


No tengo memoria musical de los primeros rasgueos de guitarra eléctrica ejecutados en Osuna por ursaonenses, momento que considero de gran importancia para muchas facetas de la vida de la comunidad, entre ellas la paz y el descanso de sus vecinos. Imagínense, o recuerden si lo vivieron, qué pasó cuando, en medio del nivel de ruido de la época —infinitamente menor al actual—, se oyó por primera vez en la localidad sevillana el sonido de un instrumento de cuerda que se tocaba con púa, algo ya conocido, pero no tenía caja de resonancia y el sonido se amplificaba gracias a un aparato eléctrico. Ya no se trataba de que el músico tocara más o menos fuerte sino del volumen que se le hubiera dado al amplificador y de la potencia que este tuviera. Debía producir un sonido que muchos, los más mayores, considerarían ensordecedor y la guitarra eléctrica poco menos que un invento del diablo.
Empecemos por la historia del bajo. Según un método de bajo eléctrico escrito por los hermanos Manus, Ron y Morty, este instrumento fue concebido por Clarence Leo Fender y Doc Kauffman, aunque a la historia sólo ha pasado el apellido Fender. El primer modelo comercializado lo fue en 1951, el Ferder Precission Bass, llamado “de precisión” por tener trastes, como la guitarra, facilitando así la correcta ejecución. Fue algo realmente revolucionario: de tener que tocar el contrabajo, un instrumento de sonido mucho más débil, de difícil transporte y de aún más difícil ejecución, el bajista pasó a disponer de uno mucho más transportable, de sonido mucho más potente y de ejecución más fácil. Eso sí: se perdía la variedad de matices tonales que da el contrabajo, instrumento que ha seguido asociado a algunos estilos, corrientes o culturas musicales más exigentes en este sentido. El Jazz, por ejemplo.
Les he hablado en primer lugar de los bajistas porque, en mi opinión, siempre han sido dignos de admiración por la labor tan importante y callada que realizan. Poca gente repara en ellos porque rara vez son la estrella, pero sin ellos, sin la base rítmica que crean junto con el percusionista o batería —si lo hay—, la estrella a menudo no existiría: el guitarra solista no podría tirarse al vacio en sus punteos pues no tendría la seguridad que proporciona saber que hay alguien a quien agarrarse, un bajista que en ningún momento deja de marcarle el compás ni abandona el esquema de la canción conocido por ambos. Además, durante los años que transcurrieron entre la aparición de uno y de otro instrumento, los bajistas pasaron grandes penalidades al verse obligados a tocar el contrabajo para acompañar a intérpretes de guitarra eléctrica. A los pobres no los oiría casi nadie.
En cuanto a la guitarra eléctrica, siempre según el método de los hermanos Manus, había nacido tres años antes, en 1948, también en los talleres de Fender. El primer modelo comercializado fue la Fender Esquire. Luego, entre otros muchos, vendrían la Telecaster (evolución de la Broadcaster), la Jazzmaster y, sobre todo, la Stratocaster, conocidos ya por la mayoría de los aficionados. Como ya supondrá el lector, este instrumento no nació de la nada. Fue producto de una evolución en la cual destaca la creación de la guitarra hawaiana, hecho casual que tuvo lugar en 1894 cuando a Joseph Kekuku le dio por tocar una guitarra española con un peine metálico en la mano izquierda. Para hacernos una idea del sonido resultante no tenemos más que coger un vaso o un botellín de cerveza, tender la guitarra en nuestro regazo —tenemos que estar sentados—, poner el objeto elegido en contacto con las cuerdas en la parte alta del mástil, tocar las cuerdas y mover el objeto hacia el diapasón. Esta forma de tocar la guitarra inventada por Kekuku es conocido como lap steel, algo así como “regazo de acero”. La técnica se extendió entre los músicos hawaianos y de ahí debió pasar en barco a la Costa Oeste de los Estados Unidos, desde donde se extendió al resto del ancho mundo, aunque tuvo mayor aceptación entre los intérpretes de country y de blues. En la actualidad, esa técnica recibe el nombre de Slide o Bottleneck (cuello de botella). Aquí podemos contemplar una imagen del grupo de Kekuku, el Kekuku’s Hawaiian Quintet, según parece de la segunda década del siglo XX. La Fender Esquire tardaría aún en nacer treinta años.



La presencia en Osuna de las primeras guitarras eléctrica tuvo que producir una serie de tensiones entre los seguidores de los nuevos movimientos musicales y los que preferían continuar siendo fieles a la música “de toda la vida”. En realidad, ese estado de cosas era una manifestación más del enfrentamiento o conflicto generacional que se ha dado desde siempre.  En palabras de Clemente, “con el testigo de la guitarra de palo ante la guitarra eléctrica se produce el enfrentamiento generacional más acusado”. En cualquier caso, sería interesante e ilustrativo poder viajar en el tiempo y volver a la Osuna de principios de los 60: apreciaríamos mucho mejor la revolución que supuso la llegada de este instrumento, de la música de Elvis y de la libertad en las costumbres de los jóvenes, todo ello unido e inseparable. Recuerdo perfectamente a los grupos que ensayaban en la “Casa de la Juventud” de la calle Sevilla a principios de los 70 y cómo el lugar estaba muy mal visto por muchos padres, que prohibían a sus hijas que fuesen por allí por ser poco menos que un centro de perversión. En la segunda mitad de los 60, el grupo “The Ursus” también tuvo su club. Estaba en la calle la Cilla y abría todos los fines de semana de la época invernal. Daban conciertos y, según recuerdan, cobraban la entrada a 15 pesetas, un precio realmente alto. Realizaban concursos, el de feos era muy célebre, y rifaban cualquier cosa. Así pudieron pagar los nuevos instrumentos. Según me cuentan, muchos padres, preocupados por sus hijas, iban allí a buscarlas.   
Fuese quien fuese el intrépido primer “guitarrista eléctrico” de Osuna —el profesor Cristóbal Martín o Marcial y Antonio Muñoz, “el Chigate”, los dos guitarristas de “The Ursus”—, como los tres instrumentos eran iguales, sabemos cómo era esa primera guitarra eléctrica y, por suerte, podemos contemplarla en su estado actual. Era una guitarra fabricada en Valencia por Guillermo Lluquet, el mismo fabricante de la primera “remesa” de guitarras eléctricas que llegó a Sevilla, según el libro de Clemente; este señor Lluquet, además, escribió Nuevo método para el arte de acompañar en la guitarra, en el que se explican con gran claridad la construcción de los acordes; la publicación, dedicada a Tárrega, tuvo gran éxito y aún la usan los guitarristas. El diseño de nuestra primera guitarra eléctrica recuerda el de una Fender Jazzmaster, aunque el acabado era más bien tosco. Cuando Antonio Muñoz me la dejó para que la fotografiara y la tuve que sacar a un lugar con mejor luz, caminaba con un cuidado inmenso, como quien lleva en las manos una reliquia o una muestra artística de una cultura ya desaparecida: algo muy valioso en definitiva. A los componentes de “The Ursus” se las consiguió el Maestro Cuevas, director de la Banda Municipal, hombre perteneciente a una importante dinastía de músicos que merece un estudio reflejado en un libro.


La Lluequet de Antonio


La Jazzmaster


“The Ursus”, el primer grupo o conjunto ursaonense “electrificado” —según mis informaciones—, nació en 1960 y en la Carrera, exactamente en el kiosco de Marcial que estaba situado en el gran ensanche del acerado que existe en la confluencia con la calle Nueva. Marcial y Antonio se reunían allí, tocaban juntos guitarras flamencas y Antonio cantaba. Poco después se les unió el Paloma, intérprete de caja en la banda del Maestro Cuevas. Ellos tres eran el alma del grupo. Durante los diez años de vida de la formación se les fueron añadiendo otros músicos (miembros de la familia Corino —con el padre a la cabeza—, Manolín a la trompeta, Núñez como cantante, etc.). Empezaron a ensayar en la Carrera de Caballos, en el inmueble que fue sede de Correos hasta hace unos años. Paloma tocaba con una batería cuyos componentes, exceptuados el charly y la caja, habían sido fabricados por él mismo. El 6 de enero de 1961, con esta batería, y aún con guitarras flamencas, se presentaron en público en el Asilo, en un concierto a beneficio de los ancianos.

Paloma, feliz con su batería

 La primera guitarra eléctrica que tuvieron en sus manos fue en El Rubio y les gustó tanto que no pararon hasta conseguir un par de ellas por el medio ya mencionado. Tocaron por primera vez con ellas en la velada de Consolación y después en el Casino y en la Piscina de Cuevas. Para acudir a esta actuación les hizo el porte Pepe “el Gasolina”. En opinión de ellos mismos, este último concierto no fue todo lo bueno que hubieran querido porque no tenían equipo de potencia suficiente para tocar al aire libre. Sin embargo, uno de los amplificadores de que disponían aún está en uso. No lo he visto, pero será casi una pieza de museo. El sistema era de lámparas: había que encenderlo y esperar hasta que estas se calentaran para que funcionara la amplificación.
En cuanto a sus actuaciones fuera de Osuna, durante los diez años que duró la formación, tuvieron lugar en El Rubio (dos veces), Aguadulce, Pedrera, El Arahal y Los Corrales. La segunda vez de El Rubio fue para una boda cuyo padrino “que era catalán —habla Marcial— vino a buscarnos a Osuna y quería un cantante en inglés. Vino Núñez, que tenía estudios”. Tocaban la música que se bailaba en la época, sin muchos experimentos musicales, pues su cometido era conseguir que la gente de divirtiera.

En El Rubio


La última actuación que realizaron fue en Los Corrales en 1970. Al día siguiente contraía matrimonio Antonio y ya colgaba los trastos, de ahí seguramente su expresión melancólica. Atrás quedaban diez años de aventuras, diversión y actuaciones por casi toda la comarca.

En Los Corrales, con parte de la familia Corino


A últimos del mes de febrero de 2006 los reuní a los tres —Marcial, Paloma y Antonio— para que me contaran y poder tener material para este artículo. Nunca había visto tres personas tan distintas y que se llevaran tan bien. Pasé una hora y media inolvidable oyéndolos recordar episodios y andanzas y comprobando lo bien que se lo habían pasado. Ellos también pasaron un rato extraordinario: a punto de jubilarse como estaban, ese día volvieron a vivir su juventud más despreocupada y a reírse como si aún tuvieran veinte años y acabaran de salir andando hacia la Piscina de Cuevas seguidos por Pepe “el Gasolina”.


Núñez, Antonio, Paloma y Marcial

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