Hace ahora veinte años se publicó la Historia del rock sevillano, de Luis Clemente, escritor sevillano nacido en
The Ursus a principios de los 60
No tengo memoria musical de los primeros rasgueos de guitarra eléctrica
ejecutados en Osuna por ursaonenses, momento que considero de gran importancia
para muchas facetas de la vida de la comunidad, entre ellas la paz y el
descanso de sus vecinos. Imagínense, o recuerden si lo vivieron, qué pasó
cuando, en medio del nivel de ruido de la época —infinitamente menor al actual—,
se oyó por primera vez en la localidad sevillana el sonido de un instrumento de
cuerda que se tocaba con púa, algo ya conocido, pero no tenía caja de
resonancia y el sonido se amplificaba gracias a un aparato eléctrico. Ya no se
trataba de que el músico tocara más o menos fuerte sino del volumen que se le
hubiera dado al amplificador y de la potencia que este tuviera. Debía producir
un sonido que muchos, los más mayores, considerarían ensordecedor y la guitarra
eléctrica poco menos que un invento del diablo.
Empecemos por la historia del bajo. Según un método de bajo eléctrico
escrito por los hermanos Manus, Ron y Morty, este instrumento fue concebido por
Clarence Leo Fender y Doc Kauffman, aunque a la historia sólo ha pasado el
apellido Fender. El primer modelo comercializado lo fue en 1951, el Ferder Precission Bass, llamado “de
precisión” por tener trastes, como la guitarra, facilitando así la correcta ejecución.
Fue algo realmente revolucionario: de tener que tocar el contrabajo, un
instrumento de sonido mucho más débil, de difícil transporte y de aún más
difícil ejecución, el bajista pasó a disponer de uno mucho más transportable,
de sonido mucho más potente y de ejecución más fácil. Eso sí: se perdía la
variedad de matices tonales que da el contrabajo, instrumento que ha seguido
asociado a algunos estilos, corrientes o culturas musicales más exigentes en
este sentido. El Jazz, por ejemplo.
Les he hablado en primer lugar de los bajistas porque, en mi opinión,
siempre han sido dignos de admiración por la labor tan importante y callada que
realizan. Poca gente repara en ellos porque rara vez son la estrella, pero sin
ellos, sin la base rítmica que crean junto con el percusionista o batería —si
lo hay—, la estrella a menudo no existiría: el guitarra solista no podría tirarse al vacio en sus punteos pues no
tendría la seguridad que proporciona saber que hay alguien a quien agarrarse, un bajista que en ningún momento deja de
marcarle el compás ni abandona el esquema de la canción conocido por ambos.
Además, durante los años que transcurrieron entre la aparición de uno y de otro
instrumento, los bajistas pasaron grandes penalidades al verse obligados a
tocar el contrabajo para acompañar a intérpretes de guitarra eléctrica. A los
pobres no los oiría casi nadie.
En cuanto a la guitarra eléctrica, siempre según el método de los
hermanos Manus, había nacido tres años antes, en 1948, también en los talleres
de Fender. El primer modelo comercializado fue la Fender Esquire. Luego, entre
otros muchos, vendrían la Telecaster (evolución de la Broadcaster ),
la Jazzmaster y, sobre todo, la Stratocaster ,
conocidos ya por la mayoría de los aficionados. Como ya supondrá el lector,
este instrumento no nació de la nada. Fue producto de una evolución en la cual
destaca la creación de la guitarra hawaiana,
hecho casual que tuvo lugar en 1894 cuando a Joseph Kekuku le dio por tocar una
guitarra española con un peine metálico en la mano izquierda. Para hacernos una
idea del sonido resultante no tenemos más que coger un vaso o un botellín de
cerveza, tender la guitarra en nuestro regazo —tenemos que estar sentados—,
poner el objeto elegido en contacto con las cuerdas en la parte alta del mástil,
tocar las cuerdas y mover el objeto hacia el diapasón. Esta forma de tocar la
guitarra inventada por Kekuku es conocido como lap steel, algo así como “regazo de acero”. La técnica se extendió
entre los músicos hawaianos y de ahí debió pasar en barco a la Costa Oeste de
los Estados Unidos, desde donde se extendió al resto del ancho mundo, aunque
tuvo mayor aceptación entre los intérpretes de country y de blues. En la
actualidad, esa técnica recibe el nombre de Slide
o Bottleneck (cuello de botella).
Aquí podemos contemplar una imagen del grupo de Kekuku, el Kekuku’s Hawaiian
Quintet, según parece de la segunda década del siglo XX. La Fender Esquire tardaría aún en nacer treinta años.
La presencia en Osuna de las primeras guitarras eléctrica tuvo que
producir una serie de tensiones entre los seguidores de los nuevos movimientos
musicales y los que preferían continuar siendo fieles a la música “de toda la
vida”. En realidad, ese estado de cosas era una manifestación más del
enfrentamiento o conflicto generacional que se ha dado desde siempre. En palabras de Clemente, “con el testigo de
la guitarra de palo ante la guitarra eléctrica se produce el enfrentamiento
generacional más acusado”. En cualquier caso, sería interesante e ilustrativo
poder viajar en el tiempo y volver a la Osuna de principios de los 60: apreciaríamos
mucho mejor la revolución que supuso la llegada de este instrumento, de la
música de Elvis y de la libertad en las costumbres de los jóvenes, todo ello
unido e inseparable. Recuerdo perfectamente a los grupos que ensayaban en la
“Casa de la Juventud ”
de la calle Sevilla a principios de los 70 y cómo el lugar estaba muy mal visto
por muchos padres, que prohibían a sus hijas que fuesen por allí por ser poco
menos que un centro de perversión. En la segunda mitad de los 60, el grupo “The
Ursus” también tuvo su club. Estaba en la calle la Cilla y abría todos los
fines de semana de la época invernal. Daban conciertos y, según recuerdan,
cobraban la entrada a 15 pesetas, un precio realmente alto. Realizaban
concursos, el de feos era muy célebre, y rifaban cualquier cosa. Así pudieron
pagar los nuevos instrumentos. Según me cuentan, muchos padres, preocupados por
sus hijas, iban allí a buscarlas.
Fuese quien fuese el intrépido primer “guitarrista eléctrico” de Osuna —el
profesor Cristóbal Martín o Marcial y Antonio Muñoz, “el Chigate”, los dos
guitarristas de “The Ursus”—, como los tres instrumentos eran iguales, sabemos
cómo era esa primera guitarra eléctrica y, por suerte, podemos contemplarla en su estado actual. Era una
guitarra fabricada en Valencia por Guillermo Lluquet, el mismo fabricante de la
primera “remesa” de guitarras eléctricas que llegó a Sevilla, según el libro de
Clemente; este señor Lluquet, además, escribió Nuevo método para el arte de acompañar en la guitarra, en el que se
explican con gran claridad la construcción de los acordes; la publicación,
dedicada a Tárrega, tuvo gran éxito y aún la usan los guitarristas. El diseño
de nuestra primera guitarra eléctrica recuerda el de una Fender Jazzmaster, aunque el acabado era más bien tosco. Cuando
Antonio Muñoz me la dejó para que la fotografiara y la tuve que sacar a un
lugar con mejor luz, caminaba con un cuidado inmenso, como quien lleva en las
manos una reliquia o una muestra artística de una cultura ya desaparecida: algo
muy valioso en definitiva. A los componentes de “The Ursus” se las consiguió el
Maestro Cuevas, director de la Banda
Municipal , hombre perteneciente a una importante dinastía de
músicos que merece un estudio reflejado en un libro.
La Lluequet de Antonio
La Jazzmaster
“The Ursus”, el primer grupo o conjunto ursaonense “electrificado” —según
mis informaciones—, nació en 1960 y en la Carrera, exactamente en el kiosco de
Marcial que estaba situado en el gran ensanche del acerado que existe en la
confluencia con la calle Nueva. Marcial y Antonio se reunían allí, tocaban
juntos guitarras flamencas y Antonio cantaba. Poco después se les unió el
Paloma, intérprete de caja en la banda del Maestro Cuevas. Ellos tres eran el
alma del grupo. Durante los diez años de vida de la formación se les fueron
añadiendo otros músicos (miembros de la familia Corino —con el padre a la
cabeza—, Manolín a la trompeta, Núñez como cantante, etc.). Empezaron a ensayar
en la Carrera de Caballos, en el inmueble que fue sede de Correos hasta hace
unos años. Paloma tocaba con una batería cuyos componentes, exceptuados el
charly y la caja, habían sido fabricados por él mismo. El 6 de enero de 1961,
con esta batería, y aún con guitarras flamencas, se presentaron en público en
el Asilo, en un concierto a beneficio de los ancianos.
Paloma, feliz con su batería
La primera guitarra eléctrica que
tuvieron en sus manos fue en El Rubio y les gustó tanto que no pararon hasta
conseguir un par de ellas por el medio ya mencionado. Tocaron por primera vez
con ellas en la velada de Consolación y después en el Casino y en la Piscina de
Cuevas. Para acudir a esta actuación les hizo el porte Pepe “el Gasolina”. En
opinión de ellos mismos, este último concierto no fue todo lo bueno que
hubieran querido porque no tenían equipo de potencia suficiente para tocar al
aire libre. Sin embargo, uno de los amplificadores de que disponían aún está en
uso. No lo he visto, pero será casi una pieza de museo. El sistema era de
lámparas: había que encenderlo y esperar hasta que estas se calentaran para que
funcionara la amplificación.
En cuanto a sus actuaciones fuera de Osuna, durante los diez años que
duró la formación, tuvieron lugar en El Rubio (dos veces), Aguadulce, Pedrera,
El Arahal y Los Corrales. La segunda vez de El Rubio fue para una boda cuyo
padrino “que era catalán —habla Marcial— vino a buscarnos a Osuna y quería un
cantante en inglés. Vino Núñez, que tenía estudios”. Tocaban la música que se
bailaba en la época, sin muchos experimentos musicales, pues su cometido era
conseguir que la gente de divirtiera.
En El Rubio
La última actuación que realizaron fue en Los Corrales en 1970. Al día
siguiente contraía matrimonio Antonio y ya colgaba los trastos, de ahí
seguramente su expresión melancólica. Atrás quedaban diez años de aventuras,
diversión y actuaciones por casi toda la comarca.
En Los Corrales, con parte de la familia Corino
A últimos del mes de febrero de 2006 los reuní a los tres —Marcial,
Paloma y Antonio— para que me contaran y poder tener material para este
artículo. Nunca había visto tres personas tan distintas y que se llevaran tan
bien. Pasé una hora y media inolvidable oyéndolos recordar episodios y andanzas
y comprobando lo bien que se lo habían pasado. Ellos también pasaron un rato
extraordinario: a punto de jubilarse como estaban, ese día volvieron a vivir su
juventud más despreocupada y a reírse como si aún tuvieran veinte años y
acabaran de salir andando hacia la Piscina de Cuevas seguidos por Pepe “el
Gasolina”.
Núñez, Antonio, Paloma y Marcial
No hay comentarios:
Publicar un comentario