miércoles, 21 de diciembre de 2016

Osuna, García Márquez y un servidor de ustedes

           
       Este artículo viene a intentar subsanar la desaparición de unos textos que creo de interés. Se trata de los comentarios que un lector llamado “Gente de Osuna” hizo a un artículo mío sobre el fallecimiento de García Márquez publicado el 23 de abril de 2014 en El Pespunte, un medio digital ursaonense. Dichos comentarios habían desaparecido a causa de una profunda remodelación del diseño de dicho medio pero, afortunadamente, había tenido la precaución de copiarlos y dejarlos guardados. De ahí su recuperación. En ellos se defiende la existencia de una fuerte pervivencia de lo andaluz, y más concretamente de lo ursaonense, en Cien años de soledad. Ojalá su publicación sirva para que otras personas se interesen por este asunto, de vital importancia para la historia de la Literatura y de esa monumental localidad sevillana llamada Osuna, un lugar donde el tiempo parece haber detenido su paso hace siglos. El artículo se tituló “Osuna, García Márquez y un servidor de ustedes”. Lo copio todo tal como se publicó, aunque con ciertas e inevitables correcciones de estilo.


Una calle de Osuna a principios del siglo XX
(Archivo Histórico)



García Márquez, Osuna y un servidor de ustedes

 “Apártense, vacas, que la vida es corta” (Aureliano Segundo).


La noticia daba el salto al lugar de preferencia de todos los diarios digitales la noche del Jueves Santo: García Márquez había fallecido. A mí, como individuo que soy, o intento ser, me sorprendió de copas en algún bar donde unos músicos intentaban alegrar a la parroquia, ya de por sí alegre por el continuo cubateo. La leí en el móvil, con trabajo e incredulidad, invadido por la desesperanza por el paso del tiempo y sorprendido por la llegada de lo inesperado pero inevitable, que nos asalta en cualquier momento, en la cola de un baño, por ejemplo, o sentados en la terraza de un bar donde un violinista húngaro intenta añadir aún más poesía a la noche de primavera. Miré a los demás, totalmente ajenos al drama interior que estaba viviendo, sonrientes, habladores, ignorantes aún de la noticia. Seguían riendo, haciendo bromas, y yo empecé a verlos cada vez más distantes, distorsionados por la separación, ajenos a mí, el sonido de sus voces ensordecido, como producido bajo el agua, lejano y retardado. Y durante unos minutos me ausenté de allí.

Me encontré de nuevo en el Instituto Rodríguez Marín de Osuna, intentando aprobar COU. Corría el año 1979. Yo tenía un corazón incansable, nada en los bolsillos y unas ganas terribles de estar en cualquier sitio menos entre las cuatro paredes del instituto. Para colmo de males, ese año había llegado nuevo un profesor de Literatura que se creía y se veía muy moderno, seguramente lo era, pero resultaba literalmente incapaz de contactar con los varones de la clase, a los que sacaba a la pizarra más de lo que éstos hubieran deseado. Iba siempre vestido de negro, un pañuelo rojo al cuello; corrían aires de libertad, la Transición y todo eso. Nosotros, como comprenderá el lector, éramos sólo adolescentes que únicamente queríamos alcanzar el mínimo de felicidad necesario para vivir, y no que nos liasen en carnavales donde hubiera que vestirse de viuda desconsolada o en recitales de poesía dadaísta interpretados alrededor del antiguo patio de la Universidad de Osuna, poniendo a prueba nuestro ancestral e hipertrofiado sentido del ridículo. Digamos que aquel profesor resultaba demasiado avanzado para nosotros, un poco embrutecidos por nuestras vivencias rurales, receptores de una educación conservadora, quizá demasiado inmovilista, incapaces de comprender los aires de sofisticación que entraban en el aula cada vez que lo hacía el profesor. No estábamos acostumbrados, la verdad, a profesores así, tan modernos, tan a la última.
Y llegó un día en que nos hartamos, yo al menos lo hice, y dejamos de ir a clase. Sus lecciones resultaban incómodas y nada instructivas. ¡Al cuerno —pensábamos— con la asignatura! Luego llegó junio. Encastillada en sus posiciones, la panda de adolescentes contestatarios y rebeldes de la que formaba parte no se presentó al examen. Resultado: un cero patatero. Tuve que ir a hablar con él a la Sala de Profesores:
—Mal, muy mal. No has hecho los exámenes y no me has asistido a clase desde el mes de marzo…
—Lo siento —mentí—. ¿Qué puedo hacer ahora para aprobar la asignatura?
—Tendrías que leerte una serie de novelas durante el verano y realizar un trabajo sobre cada una de ellas, escribir un texto que yo vea que no es copiado y me demuestre que te las has leído.
—¡Perfecto!
—Toma nota.
Todos eran autores conocidos por mí salvo un tal Gabriel García Márquez, un señor del que nunca había oído hablar. La novela se titulaba Cien años de soledad. Comenzar a leerla fue como oler la alhucema o la dama de noche por primera vez. Una sensación de plenitud, de satisfacción, recorrió mi cuerpo y todos mis sentidos no relacionados con los actos de leer e imaginar quedaron anulados, como cuando uno huele un perfume maravilloso y para él, cerrados los ojos, sólo existe en ese momento el sentido del olfato.
La devoré, literalmente. No salía de mi cuarto, algo que seguramente preocupaba a mi madre, acostumbrada a que sólo apareciera por la casa a las horas de comer. Confuso con la continua sucesión de José Arcadios y Aurelianos, durante la segunda lectura, que comencé nada más haber acabado la primera —aquello fue como cuando ves una película que te gusta muchísimo y estás dispuesto a meterte en el cine inmediatamente otra vez para volver a verla—, me confeccioné un árbol genealógico de la familia Buendía. La edición de la novela que yo leía no tenía, por supuesto, aparato crítico ni material adicional de ningún tipo. La de la Real Academia Española (2007) lleva al final hasta un índice de nombre propios, páginas que facilitan la lectura y el análisis de la novela.
Aquel profesor, que había empezando odiando, que me resultaba repulsivo en un principio, había acabado descubriéndome la que puede ser una de las mejores novelas de la literatura de todos los tiempos y en todas las lenguas. Ahora lo quería y lo admiraba. ¡Lo que son las cosas…!
Tras la lectura de Cien años de soledad, y a lo largo de los años, fui leyendo todas las novelas de García Márquez anteriores a ella —La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande —, que sólo son una preparación para llegar a ella, fruto de la lucha del escritor por lograr contar lo que de verdad quiere contar, por lograr domar, ordenar, sistematizar y acabar expresando con una forma precisa todo su mundo interior, a menudo forjado en la infancia gracias a los relatos orales de los mayores. En ese sentido, García Márquez debe ser un ejemplo para todos los escritores que desean lograr escribir su novela, la novela de su mundo, de sus vivencias personales, pues no existe una vida que no merezca ser literaturizada, contada de forma artística. A fin de cuentas, Cien años de soledad es ante todo eso, el resultado exitoso de una persona que llevaba años, desde los veinte, intentando contar su vida y la de sus antepasados.
Después, con el paso de los años, descubrí un García Márquez político y politizado, el amigo de Fidel, el que acudió a recoger el Nobel con la guayabera, el usado como bandera por políticos militantes, que, sinceramente, me interesa mucho menos. Para mí, la cultura, y todo lo relacionado con ella, debe estar lo más alejado posible de la política, pues la verdadera expresión artística debe ser libre, independiente de cualquier poder o grupo de presión.
Hace ahora un tiempo, y en El Pespunte, leí unas líneas sobre la posible relación que pueda existir entre Osuna y Macondo, algo sobre una alusión que había hecho García Márquez en una conferencia (véase el editorial fechado el 26 de agosto de 2007). Desde luego, llama la atención el uso del apellido Buendía, muy común en la zona, y, sobre todo, el uso del nombre Arcadio, que, como si de cualquier familia ursaonense se tratase, va pasando de generación, pues hay Arcadios, al menos, en cinco de las siete generaciones de cuya existencia trata la novela. También llama la atención el uso de otros apellidos y nombres muy corrientes en Osuna, como Aguilar, Remedios o Carmelita, pero de ahí a poder afirmar, de manera fehaciente, algo que sería una noticia de un alcance tremendo para la localidad ursaonense, hay un largo trecho. Ojalá sea así y pueda demostrarse.

Y ahora vuelvo al bar del Jueves Santo, a dar la noticia a los amigos de copas, que capaces son de no haberse enterado todavía, los muy juerguistas.




Comentarios


José María» 23-04-2014 17:12
Precioso, tío. A mí me regalaste la novela un verano, paseando por Tortosa.


Víctor Espuny» 23-04-2014 19:41
Muchas gracias, José María. Sabía a quién se la regalaba, que no caería en saco roto. ; ))


Gente de Osuna» 25-04-2014 23:01
Pues no te equivocas, fue García Márquez el que admitió en una entrevista que la Familia Buendía había existido en la realidad, y que era oriunda de Andalucía, concretamente de la provincia de Sevilla, y si estudias el censo de Osuna del siglo XIX aparece el apellido Buendía que desaparece de los censos, y ello es porque emigraron a América. Colombia, puede ser, porque gente de Osuna fue no solo a ese país sino al Perú y Brasil. Hay pasajes en la obra que son costumbres de aquí. Un saludo, y a investigar como Rodríguez Marín hizo con el Quijote.


Víctor Espuny» 26-04-2014 10:51
Le agradezco muchísimo el envío de su comentario, estimado o estimada Gente de Osuna. Tiene razón cuando afirma que hubo ursaonenses que emigraron a América, y no sólo durante el siglo XIX. Ahí tiene por ejemplo el caso del licenciado Juan José Yolis, abogado de los Reales Consejos, que el 16 de octubre de 1787 embarcó en Cádiz, en la fragata Nuestra Señora de la Luz, rumbo a Montevideo, formando parte, como Provisor, del séquito de don Manuel Azamor, natural de Villablanca (Huelva), antiguo rector de la Universidad de Osuna y recién nombrado obispo de Buenos Aires. Son datos que pueden verificarse en el Archivo General de Indias, como los pertenecientes a Benito Ruiz de Migolla, que emigra a Quito en 1605, de Isabel Rodríguez, que emigra en fecha tan temprana como 1592, y de tantos otros ursaonenses que figuran en las listas de embarque.
¿Adónde quiero llegar con todo esto? A decirle, sólo, que para poder demostrar lo que nos gustaría, que García Márquez tenía presente Osuna en su mente cuando estaba escribiendo su gran novela, necesitamos la referencia exacta de la entrevista, conferencia o el medio que fuese en el que manifestó lo que nos gustaría que hubiese pasado: que se hubiese inspirado en unos Buendía de origen ursaonense para recrear la historia de su familia en Cien años de soledad. Sin esa referencia exacta, por ejemplo "Entrevista publicada en el diario EL País el 7 de mayo de 1984, página 37", carecemos del mínimo de rigor científico que requiere una cuestión como esta, de tan largo alcance. Necesitamos la referencia exacta para ponernos a trabajar; ojalá alguien pueda aportarla.
Muchas gracias por su contribución. Saludos cordiales.

Gente de Osuna» 29-04-2014 23:02
Solo te puedo decir que en los censos de la Villa correspondientes al S. XIX aparece una familia de apellido Buendía, y donde había un nombre de Arcadio, que marchó a las Américas, y esta familia se sitúa por la zona de lo que hoy es Plaza Santa Rita. Ese censo está —estaba hace años cuando lo vi— en la Colegiata, en pequeños tomos, ordenado por calles y casas así como los nombres completos que habitaban cada casa. Creo que Paco Ledesma sabe algo de esto y él te puede dar más información. Saludos.


Víctor Espuny» 30-04-2014 09:25
Le confieso, Gente de Osuna, que cuando he visto que el artículo tenía un mensaje nuevo me ha dado un vuelco el corazón, pues no pierdo la esperanza de que alguien nos aporte la referencia exacta de la entrevista o la conferencia de Gabriel García Márquez. Todo lo demás, como bucear en los archivos locales, está muy bien, pero no nos ayuda a encontrar la referencia que buscamos. Sólo después de tener confirmada le mención de Osuna por el escritor colombiano iríamos a los archivos locales, no al revés.
En cuanto a esos "pequeños tomos" que menciona, los conozco, los he manejado en alguna ocasión, sobre todo para la elaboración del trabajo titulado "Indicios documentales de dos desastres naturales en la Osuna de 1680", publicado en Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna (n.14, 2012). A falta de censos civiles, podrían servir perfectamente.
En relación, por último, al fenómeno de la emigración de ursaonenses a América en el siglo XIX, un tema muy atractivo de investigación, desde luego, puede estar relacionado con la enfermedad de la vid llamada filoxera. Según Pascual Madoz en su conocida obra, en 1849 existían 880 fanegas de viñedos en el término de Osuna, extensión que en la primera mitad de la década de los 90 del mismo siglo se vio reducida a cero por la llegada de la enfermedad mencionada. Según José Manuel Ramírez Olid, autor cuyos trabajos son de conocimiento imprescindible para la época a la que nos referimos, "la plaga filoxérica en Osuna redundó fundamentalmente en una reducción de la población" (Osuna durante la Restauración (1875-1931), tomo 1, pág. 59).
En fin, Gente de Osuna. Gracias de nuevo por su comentario. Esperemos que alguien sea capaz de aportar la referencia que necesitamos y Osuna pueda entrar, con todos los merecimientos, en la Historia de la Literatura Universal. Sería fantástico. Saludos.


Gente de Osuna» 30-04-2014 16:55
La referencia exacta, entre las múltiples que en vida hizo el autor en su dilatada carrera, es difícil, y seguro que no ocuparía más de una o dos líneas. García Márquez siempre dijo que sus historias eran reales, pero la realidad suya es muy particular. Siempre defendió que la familia Buendía había existido y que procedían de Andalucía, de la provincia de Sevilla. Si damos eso por cierto y no hay por qué dudarlo, no es necesario verlo escrito en un periódico o revista, la cuestión es encontrar el origen de los Arcadios Buendías, y para eso que mejor que empezar por aquí. ¿Por dónde si no?
Comparto que el fenómeno de la emigración (a lo largo de la historia) es una asignatura pendiente en nuestro pueblo. Creo saber que Angelines Pisón intentó hacer algo (referido a las características de la población), pero situado en los siglos iniciales de los Conde de Ureña en la Villa, y que estuvo investigando el archivo de la Parroquia cuando estaba en manos de D. Desiderio, pero ignoro si lo concluyó o lo publicó, aunque en el peor de los casos conservará los apuntes.
En cuanto al fenómeno concreto de la emigración a las Américas, su origen pudo ser diverso. El S. XIX es muy rico en acontecimientos, no solo la filoxera (finales de la centuria) aquí, sino también la decadencia de la Casa Ducal, la desafortunada desamortización, el auge de los medios de transporte, la independencia de las colonias que liberalizó e impulsó su economía (efecto llamada), y sin descontar que una sequía, una hambruna, una peste... obligaban a la gente a coger los bártulos (pocos) y cruzar el charco.
Pienso que la labor de investigación hay que iniciarla aquí, en nuestra querida Osuna, y luego saltar a Colombia para enlazar los datos, sin olvidar pasar por los archivos de embarque, que ignoro si están en Cádiz la capital o en Sevilla. Un saludo.


Víctor Espuny» 01-05-2014 11:04
Le confieso, estimado Gente de Osuna, que estoy disfrutando muchísimo con el intercambio de opiniones que hemos establecido, pues está siendo constructivo y nos va a ayudar a llegar a conclusiones.
Dicho lo cual, me veo en el deber de comunicarle que no estoy en nada de acuerdo con usted en cuanto al carácter prescindible que tiene el hallazgo del lugar documental donde García Márquez habló de la ascendencia ursaonense de la familia Buendía. Creo, por desgracia, que, con esos mimbres tan endebles, cualquier localidad de Andalucía Occidental estaría casi en las mismas condiciones que Osuna a la hora de atribuirse el origen de los Buendía pues, según leemos en Andalucía y América, la conocida obra de Francisco Morales Padrón, exactamente en el capítulo IV, titulado "La emigración andaluza al Nuevo Mundo", sólo para el periodo de tiempo comprendido entre 1493 y 1519 "se calcula que embarcaron [rumbo a las tierras recién descubiertas] 5.481 pobladores de los cuales 2.174 eran andaluces (39,7 %). Este predominio, auténtica constante a lo largo del siglo XVI, va a condicionar la conformación cultural de América". Morales Padrón va aún más lejos cuando afirma que de esos 2.174 andaluces, más de la mitad (1.259) eran originarios del territorio correspondiente a la actual provincia de Sevilla. No quiero cansarle con más cifras y estadísticas, todas pueden consultarse en la obra de Morales Padrón, pero a lo largo de los más de trescientos años de existencia de las colonias la llegada de sevillanos a tierras americanas fue constante. Eso sin contar, por supuesto, con la existencia de los llamados "llovidos", emigrantes ilegales, hombre jóvenes, con muy poco que perder, que solían colarse en los barcos y no aparecen en las listas oficiales de embarque. En cuanto al lugar físico donde, en la actualidad, se encuentran los archivos que contienen la documentación, aquella relativa al tráfico de personas y mercancías entre los puertos de Sevilla y Cádiz y las colonias, deben estar reunidos todos en Sevilla, en el Archivo General de Indias, cuyos fondos digitalizados son consultables en el "Portal de Archivos Españoles", página web perteneciente al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Podemos hablar, también, de cuestiones de la vida y la obra de García Márquez que conocemos con total seguridad porque él hizo públicas durante su vida, esto es, datos que pueden documentarse, algo que, en mi opinión, debemos lograr hacer nosotros con esa supuesta ascendencia ursaonense de los Buendía. Su abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía era de origen andaluz. Este señor, del cual el coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad es sólo una recreación, es, con mucho, el personaje más importante de toda la obra, pues es el antepasado cuya existencia más impresionó al joven Gabriel García Márquez. Y este señor era de origen andaluz, del mismo origen que puede rastrearse en la inmensa mayoría de los actuales habitantes de la América Hispana. En cuanto a los antepasados novelados del coronel Buendía, en el segundo capítulo de la novela, página 29 y siguientes de la edición de la Real Academia (2007), puede leerse que ya en el siglo XVI, "vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés". Si ya en el siglo XVI imagina un criollo de apellido Buendía, puede pensarse que mal pudo inspirarse García Márquez en una familia ursaonense apellidada Buendía que emigró a América en el siglo XIX.
En fin, Gente de Osuna. Como veo que este tema le apasiona tanto como a mí, estoy casi seguro de que tendremos oportunidad de seguir hablando de él. La referencia a Osuna en boca de García Márquez, si es que existió, debe ser localizada, insisto; si no lo hacemos, a lo más que se podría llegar, que no estaría mal tampoco, es a realizar un estudio sobre los hipotéticos ecos ursaonenses en la obra cumbre de García Márquez. Saludos.


Gente de Osuna» 01-05-2014 13:57
Pretender llegar a Osuna desde Colombia, vía libro Cien años de soledad, puede resultar infructuoso. Mi planteamiento es el contrario. Desde aquí, porque si en el S. XIX los Arcadios Buendías desaparecen de Osuna, podemos tirar del hilo y sacar la madeja.
García Márquez, el autor, parte de una realidad que le han contado pero no es la que se refleja con exactitud en la obra, porque ésta ya es mágica, ha sufrido una mutación.
Vayamos por partes. Decir que se es descendiente de los primeros colonizadores es como el converso que busca un linaje de cristiano viejo, sin serlo. En las Américas da lustre construirse una estirpe, retrotraerse varios siglos atrás, aunque muchas veces solo hayan pasado dos o tres generaciones a lo sumo desde que partieron de la Península. Los Buendía de García Márquez aparecen como los padres fundadores de la patria, pero eso en la obra, fuera del libro quizá no sea así.
La nieve. En el Caribe no nieva, todo lo más aunque es extraño una granizada, que algunos intérpretes quieren confundir con la visita a la nieve. Cuando José Arcadio Buendía visita la nieve está recordando lo que le contaba su antepasado Arcadio Buendía que recordaba la nieve de Andalucía, posiblemente la que un año sí y otro no veía en la cima de la Gomera y sierras aledañas, o las grandes nevadas que de cuando en vez caen sobre Osuna y que son objeto de comentarios que duran tiempo en la memoria colectiva. Allí, la nieve, el haber visto la nieve, tiene un gran significado.
Y qué decir de los gitanos. Cierto que en Colombia hay gitanos, muy pocos, pero las visitas de gitanos a Osuna eran regulares en siglos pasados todos los años, con sus carretas, sus trajes típicos, su lengua diferente y sus inventos. Nuestro enclave de paso entre la Andalucía oriental y la occidental permitía estas visitas.
Así podemos continuar con muchos pasajes del libro que pueden hacernos recordar otras muchas cosas de aquí. Un saludo.


Víctor Espuny» 01-05-2014 16:49
Su hipótesis y su línea de demostración no dejan de ser atractivas. Sólo le encuentro un fallo posible, y para mí no es pequeño: usted parte de una idea que ya tiene preconcebida, una relación segura entre Macondo y Osuna, una segura inspiración del primero en la segunda, y busca momentos o hitos en la novela que puedan demostrárselo. De esta manera, cualquier cosa que lea en la novela le va a recordar a Osuna y le va a llevar a pensar que está inspirada en ella. Por otra parte, además de la gran nevada de los años cincuenta del siglo pasado, ¿qué otra nevada importante podemos documentar? Le recuerdo, también, que en el primer capítulo de Cien años de soledad se habla de hielo, no de nieve. En cuanto a Melquíades y a su tribu, los gitanos, no debemos entenderlos como los gitanos canasteros nuestros sino como los cíngaros misteriosos, poseedores, entre otros, de los secretos de la alquimia. Gitanos, por suerte, siempre ha habido entre nosotros, no eran personas de paso. Y, por supuesto, no sólo los ha habido en Osuna, que parece que el mundo se nos acaba aquí. Una pragmática sanción fechada el 19 de septiembre de 1783 y que se leía en las reuniones del Cabildo ursaonense y de todos los cabildos de España a finales del XVIII, tenía como fin "contener y castigar la vagancia de los que sean nombrados gitanos o castellanos nuevos", una de las muchas muestras de intolerancia, de falta de respeto a lo diferente, que contenían las legislaciones del Antiguo Régimen. Obviamente, es cierto, aquella sociedad pacata y temerosa veía como peligroso todo lo que venía de fuera y podía alterar el orden ya establecido, muy cómodo para los que estaban en el poder.
¿Qué otros paralelismos claros ve entre Macondo y Osuna? ¿La llegada de la luz eléctrica? ¿Del ferrocarril? ¿Del cine? ¿Del teléfono? A todas las poblaciones del primer mundo han llegado hace tiempo todos estos inventos. ¿La afición a las peleas de gallos, tan habituales aún en la Osuna de mi infancia (años 60)? Le recuerdo que aún son muy habituales en muchas zonas de Hispanoamérica, lo han sido durante siglos en todo el sur de España y aún son legales, con algunas limitaciones, en Canarias y Andalucía, donde se practican con más frecuencia en la zona de Jerez.
Todo esto, su intento sin base documental, sólo una leve, colectiva e inspirada, lo reconozco, intuición de asimilar las dos poblaciones, Macondo y Osuna, no Macondo y Aracataca o toda América Latina, como se ha venido haciendo hasta ahora, resulta realmente llamativo. No seré yo, desde luego, quien lo anime a dejar de hacerlo, pues la idea me resulta muy atractiva. Sigo echando de menos, eso sí, esa supuesta referencia hecha a Osuna por García Márquez y que, supuestamente, recordó alguien en un e-mail escrito en el verano de 2007, aquel que menciono en mi artículo, e-mail que, por desgracia, parece haberse llevado el viento. Saludos.


Gente de Osuna» 01-05-2014 19:10
Bueno, puede ser que mi intención sea más separar la paja del grano, la realidad de lo mágico, y no sé hasta qué punto muchos niños cuando sean mayores recordarán cuando el pasado año un 28 de febrero en Osuna sus padres los llevaron a ver la nieve a las Viñas o a la Gomera. En la Colombia caribeña quizá hielo y nieve tengan el mismo significado.
Nuestros gitanos, los de toda la vida, no son los mismos que visitaban Osuna de paso cuando había ferias y acontecimientos. Los conocidos como "canasteros" englobaban a todo gitano que era nómada. Pero García Márquez acude, cómo no, a los tópicos, igual que nosotros, pero la relación de José Arcadio Buendía con los gitanos es más propia de aquí que de allá.
Tampoco nos es ajeno el matriarcado andaluz que ejerce Úrsula, con gran casa abierta a todos, siendo la que manda, controlando la vida de cada uno, riñendo y gruñendo, y con todos los prejuicios encima de una mujer andaluza de toda la vida.
Hace ya años que leí el libro, y no me atrevo a leerlo de nuevo, porque me era muy familiar y sentí un poco de miedo. Creo que el reto es saber dónde está lo mágico de lo que no lo es, diferenciar lo que ha acontecido y lo que es fabulación o exageración, pero incluso esto tiene un significado. Un saludo


Víctor Espuny» 02-05-2014 09:32
De todos los comentarios suyos, Gente de Osuna, este último es con diferencia el que más me ha gustado, el más sincero, el que muestra sus claves de lectura de Cien años de soledad.
¿Sólo se ha leído la novela una vez? Atrévase con la segunda, seguro que le impresiona de otra manera, quizá menos tamizada por la realidad ursaonense. Le confieso que me la he leído al menos cinco veces, la última en 2012, y, claro está, tengo más fresco su contenido.
Estoy totalmente de acuerdo con usted en la gran herencia andaluza de la novela, en el carácter nuestro de personajes como Úrsula, una Bernarda Alba más amable, lúcida, creativa, generosa, longeva y poética, mujer de ordeno y mando pero de gran corazón, capaz siempre de suplir con su inteligencia la inepcia de los hombres de la casa, entregados en cuerpo y alma a sus actividades externas, tales como queridas, borracheras y competiciones del tipo que sean. Úrsula constituye el pilar afectivo de la familia, como lo fueron nuestras madres en unos tiempos muy distintos a los actuales, sobre todo en las zonas urbanas; en las rurales habría que hacérselo mirar porque seguimos más o menos como antes.
No quiero cansarle con reflexiones que usted ya se habrá hecho, pero es cierto que, en realidad, nunca releemos un libro, porque cuando volvemos a iniciar un libro ya leído, nosotros, los lectores, ya no somos los mismos que éramos y, por lo tanto, el libro nos parece otro, descubrimos en él facetas y valores que no advertimos la primera vez. A menudo, también, descubrimos defectos, porque con los años nos vamos volviendo más exigentes en nuestros placeres. Y la lectura, junto con la escritura, es uno de los más grandes. Un cordial saludo.


honorio44» 02-05-2014 09:51
Me están encantando los comentarios. Me han picado y volveré a leer el libro. Quisiera poder ayudar en la búsqueda del comentario, pero no encuentro nada y es una pena.


Víctor Espuny» 02-05-2014 10:54
Desde luego que lo es, honorio44. De todas formas, si realmente lo hizo aparecerá. Y muchas gracias por su trabajo.


Jesús Arce» 05-05-2014 20:28
Gracias por estas aportaciones tan interesantes.


Ning1» 07-05-2014 10:14
Magnifico cruce de opiniones que son un alarde de erudición, pero tiene razón Víctor en su planteamiento científico metodológico. Solo pido a los responsables de este medio digital que no cierren este hilo por si alguien aporta algún dato útil, especialmente desde Colombia...


sábado, 17 de diciembre de 2016

"Teoría de la clase ociosa", deThorstein Veblen





VEBLEN, Thorstein, Teoría de la clase ociosa, Madrid, Alianza Editorial, 2014 (2ª ed.; la 1ª ed. es de 2004); 429 págs. [The Theory oh the Leisure Class, 1899]. Prólogo y traducción de Carlos Mellizo.

            Ensayo sociológico inspirado por el nacimiento en los Estados Unidos de la clase ociosa, fruto de la acumulación de capital propiciada por la revolución industrial y la mano de obra esclava. Veblen (1857-1929), de padres extranjeros, noruegos —de hecho el inglés fue su segunda lengua—, dispuso, además de una gran preparación libresca y de una lucidez y una capacidad de análisis extraordinarias, del distanciamiento imprescindible para observar y estudiar cualquier cosa, en este caso esa clase ociosa naciente a la que él no pertenecía. El ensayo ha tenido un gran éxito entre los interesados en la sociología. Y no es de extrañar: posee la gran virtud de proporcionar muchas de las claves para entender el absurdo del ansia de tener al menos lo que tiene tu vecino, lo que él denomina “emulación pecuniaria”. Ese gusto por presumir de lo que uno tiene, que tanto puede llamar la atención, y que inunda las redes sociales de viajes, regalos y otros gastos exclusivos, tiene su origen precisamente en el nacimiento de una clase social, o un grupo humano, que puede permitirse el lujo de vivir sin trabajar, viviendo en lo que Veblen denomina “ocio ostentoso” y haciendo un “consumo ostensible”, presumiendo del nivel adquisitivo que se posee. Este grupo social, poco numeroso, sirve de ejemplo a las otras capas sociales, de manera que los demás intentan emular sus gustos, costumbres y actitudes. De esta manera, todo se pervierte, degenera. Un objeto, una propiedad, un inmueble, pasa a resultar más apetecible, más envidiable, por el precio que tiene, no por sus cualidades reales. Precisamente, de ese prejuicio, de esa perversión de las voluntades, viven lo que llamamos ‘marcas’. Una prenda de vestir, un bolso, unas gafas de sol, un reloj, unos zapatos pasan a considerarse mejores porque son más caros, porque los integrantes de esa clase ociosa adinerada y derrochadora se pueden permitir su adquisición, naciendo de manera automática, y gracias a ese intento de emulación, fenómenos como las falsificaciones, todos esos objetos que venden en los paseos marítimos y en las calles peatonales de las grandes ciudades del sur de Europa inmigrantes sin recursos, prestos a salir corriendo en cualquier momento para que no los detengan y los expulsen del país. Esta es una de las muchísimas derivadas que se desprenden de la lectura del ensayo: esas personas necesitadas pueden sobrevivir gracias al intento de “emulación pecuniaria” definido por Veblen.


Thorstein Veblen

            La clase ociosa, en la cual se mantienen los ideales más conservadores, aparece descrita como dirigida por hombres, los cuales poseen una serie de servidores, entre los cuales se encuentran las mujeres —“la forma más antigua de propiedad” (pág. 55)— y los empleados de más categoría, que viven lo que Veblen denomina “ocio vicario”, un no hacer nada, al menos ningún trabajo mecánico, que a menudo se manifiesta en el vestuario. El amo, el jefe, viste a estas personas de maneras llamativas, ostentosas y obstaculizadoras de cualquier trabajo físico; de ahí los corsés, los zapatos de tacón, las joyas y los abrigos de pieles en las mujeres y las libreas y los guantes de un blanco impoluto de los sirvientes. Esos miembros de la clase ociosa siempre van a vestir de manera que de su indumentaria no se pueda suponer en ningún momento el ejercicio de un trabajo manual, lo cual resultaría empobrecedor, degradante para su amo. Veblen lleva a la sociedad industrial actualizados conceptos ya existentes en la vieja Europa desde antiguo, como la división entre artes mecánicas y liberales.
            Para explicar el nacimiento de esta clase ociosa, el autor recurre a conceptos del estudio de la vida salvaje. Son las personas que tienen más acentuados los rasgos de los depredadores —astucia, reflejos, fortaleza física, egoísmo, instinto de supervivencia— los que consiguen los triunfos. En estados más primitivos de la evolución social, esos miembros, siempre masculinos, que descollaban, lo hacían gracias a la realización de proezas basadas en el destreza, la habilidad y la fuerza físicas, tales como la caza o la guerra. De ahí surgían los caudillos y los señoríos, donde la población trabajaba para ese hombre triunfador, pasando él a formar parte de esa clase ociosa. En la actualidad, ese instinto de depredación lleva a esas personas "aventajadas", dicho sea con ironía, a valerse de la mayoría de los mismos rasgos para lograr acumular capital, siendo las proezas actuales lo que en España llamamos “pelotazos”. Entienda el lector que me estoy tomando ciertas libertades en la interpretación de la obra de Veblen adecuando sus ideas a la época actual. En cuanto a pervivencias de las antiguas proezas basadas en las facultades físicas, Veblen menciona actividades como la caza mayor, la práctica deportiva y la institución del duelo, hoy en desuso, actividades propias de miembros de la clase ociosa.
            Veblen lleva la aplicación de sus conceptos a todos los campos. Así, los sacerdotes serían miembros de la clase ociosa, como demuestran su dedicación a trabajos no mecánicos y el uso de un vestuario llamativo e incómodo. Su “ocio vicario” existiría gracias al dios que representan. De las antiguas prácticas devotas, llenas de ritos litúrgicos, se extraen todos los ceremoniales de las instituciones académicas, tales como el uso de togas, birretes, imposiciones de manos, etc., viéndolas como prácticas arcaizantes y obstaculizadoras del progreso. Ni que decir tiene que la vida como profesor y ensayista de Veblen no fue fácil, pues contó con la oposición de las principales universidades, dirigidas y mantenidas por miembros de su denostada clase ociosa.

Las conclusiones que se infieren de la lectura de este libro ayudan, no cabe duda, a ser más libres, a poder prescindir de la "emulación pecuniaria", uno de los mecanismos con los que la sociedad de consumo nos tiene atrapados. Como dijo alguien muy sabio, "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".
        
  
            

sábado, 10 de diciembre de 2016

"Cuentos, 1", de Edgar Allan Poe






POE, Edgar Allan, Cuentos, 1, Madrid, Alianza Editorial, 2015 (6ª reim. de la 3ª ed.; la 1ª ed. es de 1970); 637 págs. Prólogo, traducción y notas de Julio Cortázar.


                Llegué a este libro por mediación de su traductor, don Julio Cortázar, concretamente gracias a la entrevista que Joaquín Soler Serrano le realizó en A fondo, aquel excepcional programa de televisión. En el transcurso de la conversación, Cortázar alude a este trabajo y esa alusión hizo que me propusiera leerlo. No ha sido difícil de encontrar.
                Se trata de una edición de todos los relatos de Poe (1809-1949), célebre e imprescindible autor norteamericano, en el orden que Cortázar cree que hubiera establecido Poe de haber realizado él mismo una edición de todos sus cuentos. Los relatos, sesenta y siete en total —editados en dos volúmenes—, aparecen ordenados por afinidades temáticas y espirituales que el mismo Cortázar se encarga de discernir y establecer, explicando en notas y prólogos la razón de dicho orden. Las notas no son al pie, sino unos comentarios de cada cuento situados al final de cada volumen.

“De manera general, los relatos aquí presentados pueden dividirse en ocho grupos sucesivos: cuentos de terror, de lo sobrenatural, de lo metafísico, analíticos, de anticipación y retrospección, de paisaje, de lo grotesco y satíricos”. (Pág. 610).

El primer volumen, el único que he leído por el momento, contiene los relatos comprendidos en los cuatro primeros grupos. Son treinta y tres. Todos fueron publicados entre 1832 y 1849, al igual que los comprendidos en el segundo volumen. De ahí que uno de los primeros obstáculos que tiene que salvar el lector de largo aliento sea precisamente ese propósito: el deseo de leer el libro de manera continuada. Para empezar, creo que debía olvidase de él. Los relatos, publicados originariamente sueltos en revistas de diversas ciudades norteamericanas, fueron concebidos en su gran mayoría como unidades completamente independientes, como obras en sí mismas, y llevaban la intención de actuar sobre el ánimo y el intelecto de los lectores como objetos literarios únicos, como obras originales e independientes. De ahí que una lectura continuada de ellos como la que yo he hecho no sea recomendable. El suscriptor de las revistas de la época, del Godey’s Lady’s Book, por ejemplo —donde se publicaron relatos de Poe al menos durante una década (“La cita”, enero de 1834; “La caja oblonga”, septiembre de 1844)— iba leyéndolos de uno en uno, conforme le llegaban, y luego tenía tiempo para asimilarlos adecuadamente. De ahí que no creo aconsejable la lectura que yo he hecho. Ahora, después de treinta y tres relatos, y aunque he ido tomando notas durante la lectura, son tantas las sensaciones y los razonamientos que se acumulan en mi cabeza que me resulta imposible hablarles de ellos con propiedad. De ahí que aconseje una lectura sosegada del libro, relato a relato, como la que realizaríamos de un libro de poemas.

     

 Poe en sus últimos años. Obsérvese la 
increíble expresividad de su mirada.
(alohacriticon.com)


No era esta la primera vez que me acercaba a una obra narrativa de Poe. Los principales relatos suyos, la mayoría muy célebres —“El tonel de amontillado”, “Los crímenes de la calle Morgue”, “El escarabajo de oro”, etc.— forman parte ya de nuestro inconsciente cultural colectivo, esa masa más o menos amorfa y siempre en crecimiento de sensaciones y conocimientos que (casi) todos poseemos. Pero basta releerlos, y leer todos los demás, para advertir cómo otros menos conocidos para el público medio, como “El pozo y el péndulo” y “El entierro prematuro”, están también presentes en nuestro imaginario común, sobre todo a través del cine, que ha venido a ocupar parte del lugar que la lectura de evasión poseía de manera indiscutible durante el siglo XIX.  




                En cuanto a cuestiones narratológicas técnicas, muchos de los relatos han constituido modelos para los más célebres narradores posteriores (Conrad, Faulkner, el mismo Cortázar...): uso de la narración en primera persona para dar más credibilidad a los hechos; comienzo in media res —la acción ya iniciada— para atraer la atención de manera poderosa desde el primer momento; finales sorpresivos, a menudo muy inquietantes, y un largo etcétera que hacen su lectura muy recomendable. Lectura reposada y reflexiva, eso sí, no como la mía.





                En fin, la más fértil de las imaginaciones y el mayor dominio de las técnicas narrativas dieron lugar a la creación de un universo y de unos géneros (literatura de terror y policiaca) que hoy día siguen dando obras de gran éxito. Todas ellas provienen de la mente de un autor totalmente excepcional, cuya vida, desgraciada, marcada por la falta de cariño, constituye en sí la más triste de las narraciones. La biografía del autor escrita por Cortázar, que ocupa las primeras cincuenta y seis páginas, ya es una pequeña obra de arte en sí misma. Habrá que releer con más sosiego.

sábado, 26 de noviembre de 2016

"La campesina", de Alberto Moravia




MORAVIA, Alberto, La campesina, Barcelona, Seix Barral, 1983; 284 págs. Traducción  de Domingo Pruna [La ciociara, 1957].

            Poco a poco, con el paso de los años, uno se da cuenta de que un lector de novelas como este que les habla, que cuando lee una obra perteneciente a otro género literario lo hace casi por obligación, es esencialmente un amante de los relatos, de los cuentos, de las historias más o menos inventadas, y se enamora de las mejores. Y a ellas se entrega con pasión. Por eso, cuando acaba una novela como La campesina, con la que se ha emocionado, con la que ha sufrido y ha disfrutado durante varios días, se queda vacío y anhelante porque sabe que la va a echar de menos. Hacía tiempo que no sentía una sensación como esta después de terminar una novela, como de abandono y fatiga emocional a un tiempo. La intensidad de los días durante los cuales me he dejado conducir de la mano de Cesira por el paisaje asolado, física y moralmente, de la Italia de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, un país y una población civil depauperados y perseguidos por civiles codiciosos y militares inhumanos, ha sido tal que, ahora, finalizada la novela, me encuentro entristecido, como abandonado por una amante inconstante, como si todo el placer que he estado sintiendo a su lado durante el tiempo de lectura me haya sido robado de pronto, como si alguien, una fuerza poderosísima y sobrehumana, me hubiera privado de él. ¿Saben qué? Cuando empecé a leer la novela, y durante toda la lectura, no tenía ninguna información sobre su argumento salvo los conocimientos generales que uno pueda tener sobre la fase final de la ocupación fascista de la mitad sur de Italia. Y ese desconocimiento me ha venido muy bien para el disfrute de la lectura. Durante ella, como decía, no tenía ni idea de su argumento, de ahí que si usted, lector, aún no ha leído La campesina, creo que debe dejar de leer estas líneas. Busque la novela, consígala donde sea —no es fácil hallar una edición en papel— y léala. Luego ya hablaremos.
            De Alberto Moravia, teniendo idea ya de su apertura mental y de sus tendencias humanísticas y humanizadoras —según Ana María Moix en su prólogo a Los indiferentes, para Arnaldo Mussolini, hermano del Duce, el novelista era la “reencarnación de Satanás”—, desde luego podía esperarse una novela así, antibelicista, salpicada de profundas reflexiones sobre la inhumanidad de la guerra. Todo ello, por supuesto, canalizado en el punto de vista de la protagonista, que a su vez es la narradora única y principal de la novela, contada en una primera persona realmente limitada, real. Esto es: cuando Cesira no ha presenciado algo, porque ese algo ha ocurrido fuera de su alcance, no nos lo cuenta. La novela es bastante tradicional en cuanto a su técnica narrativa, un narrador en primera persona, muy efectivo por su condición de testigo y sufridor, y un tratamiento del tiempo perfectamente lineal. Copio a continuación algunas de esas reflexiones sobre la inhumanidad de la guerra, sobre el poder que tiene sobre el comportamiento de las personas, pues a todas las transforma. Están elaboradas según el punto de vista de Cesira, la narradora, una campesina apasionada y de corazón muy bondadoso, enamorada de la forma de ser y pensar de un joven intelectual de nombre Michele, personaje creado por Moravia para poner en su boca pensamientos más elaborados, poco verosímiles en una persona sin instrucción, como Cesira:

“Aquellos aviadores que arrojaban bombas no sabían nada de nosotros ni de nuestros monumentos; la ignorancia les hacía actuar tranquilos y sin piedad; y la ignorancia, añadió Michele, era quizá la causa de todas nuestras desdichas y de las ajenas, porque la maldad no es más que una forma de ignorancia y aquel que sabe no puede hacer daño”. (Pág. 154).

            Esta reflexión esta generada por el poder que las personas de ideología avanzada siempre han otorgado a la educación, a la cultura, aunque en este caso Michele, representante de ese planteamiento utópico que siempre ha hecho avanzar a la sociedad, parezca pecar de ingenuo y desprevenido.

“El abogado hablaba de la pobre Lena [una joven madre trastornada por la guerra] como de una cosa cualquiera. Y, en cambio, yo había sacado de ella una impresión profunda que jamás se borrará de mi memoria. Como si aquel pecho desnudo que ofrecía a cualquiera que fuese en la carretera general, hubiese sido el indicio más claro de las condiciones en que nos hallábamos los italianos aquel invierno de 1944: carentes de todo, como los animales, que sólo tienen la leche que dan a sus crías”. (Pág. 163).
  
“En realidad, nuestras desdichas nos volvían indiferentes a las desdichas ajenas. Y, más tarde, he pensado que éste es, seguramente, uno de los peores efectos de la guerra: nos hace insensibles, endurece el corazón, mata la piedad”. (Pág. 226).

“Y yo, muchas veces, he pensado que tratar a un hombre como un hombre y no como un animal quiere decir tenerle limpio, en una casa limpia, demostrar simpatía y consideración por él y, sobre todo, darle esperanzas para el futuro. Si esto no se hace, el hombre, que es capaz de todo, poco tarda en volverse un animal y, entonces, se comporta como un animal y es inútil pedirle que se comporte como un hombre, desde el momento en que se ha querido que fuese animal y no hombre”. (Pág. 231).

“Pensaba que aquello era la guerra, como decía Concetta, y en la guerra caen los mejores porque son los más valientes, los más altruistas, los más honrados y unos son asesinados como X y otras quedan estropeadas para toda la vida como Y. En cambio, los peores, los que no tienen valor, los que no tienen fe, lo que no tienen religión, los que no tienen orgullo, los que roban y matan y piensan en sí mismos y van a lo suyo, ésos se salvan y prosperan y se vuelven más sinvergüenzas y delincuentes de lo que eran antes”. (Pág. 270)

            En esta última cita he sustituido por letras mayúsculas ciertos nombres con idea de no desvelar demasiadas cosas a los lectores imprudentes que han seguido leyendo a pesar de mi advertencia anterior.


Vallecorsa
(altricolori.it)


            La novela demuestra un conocimiento de la geografía y las vivencias de los personajes, muchas de ellas de gran crudeza, muy llamativo. Fondi y sus naranjales, Vallecorsa y sus montañas, el paisaje abierto y deslumbrador que se domina desde las macere, construidas en unas laderas con forma de medio cono invertido, son perfectamente reales, al igual que las vivencias que se relatan, dicho sea con amargura. Este conocimiento tan directo se debe al carácter autobiográfico de la novela, pues Moravia y Elsa Morante estuvieron refugiados durante la guerra en Saint’Agata, una aldea de las montañas situadas al este de Fondi, aldea de la que Saint’Eufemia, donde se refugian Cesira y su hija, es un mero trasunto literario.
            Una vez más, y siempre de manera ineludible, la literatura es hija de la vida.

            En cuanto a una posible relación clara de esta novela con otras obras suyas que ya haya leído, resulta indiscutible la existente con “Acercarse al pueblo”, un cuento comprendido en Relatos 2 que habla de justicia social, escrito en 1944, contemporáneo, por tanto, de los hechos que se narran en La campesina. Por último, y como prueba del éxito que la novela tuvo en Italia y de la vigencia que sigue teniendo —y tendrá en todas partes porque es un clásico del antibelicismo, como Sin novedad en el frente, de Remarque, o Trampa-22, de Heller—, decir que existen de ella una célebre versión cinematográfica, protagonizada por Sofía Loren, y una ópera, Two Women, interpretada por primera vez de forma íntegra en 2015. Ninguna como la novela.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Pedro Téllez-Girón, principe de Anglona (40)


En este artículo vamos a dejar al príncipe de Anglona en París, a punto ya de volver a España —donde pasará los últimos años de su vida coincidiendo con la “Década Moderada”—, y vamos a acercarnos al inicio de la relación de Osuna con uno de los mayores avances técnicos del siglo XIX: el ferrocarril.


La estación de Osuna a finales del siglo XIX 
el día de llegada de un personaje importante. 
(Colecc. de D. Francisco Muñoz).


            A día de hoy[1], la bibliografía disponible sobre el tema es muy escasa. Joaquín García Raya, en su artículo “Cronología básica del ferrocarril español de vía ancha”[2], menciona Osuna en tres ocasiones: octubre de 1868, (apertura del tramo Morón-Marchena de la línea de Utrera a Osuna); abril de 1875, (entrada en servicio del tramo Marchena-Osuna, fruto de una sociedad formada por Joaquín de la Gándara y el incansable Jorge Loring Oyarzábal[3]); y febrero de 1878, (apertura a la circulación de la línea Osuna-La Roda). Por su parte, José Manuel Ramírez Olid, en su obra magna sobre Osuna[4], recoge en 1875 quejas de algunos vecinos que no podían sacar el ganado al campo a causa del trazado del ferrocarril. Para ellos más que un avance del progreso suponía un obstáculo en el desarrollo de sus labores cotidianas.
Sin embargo, las primeras muestras de interés por comunicar Osuna mediante un “camino de hierro”, expresión usada hasta que fue reemplazada por “ferro-carril”, son muy anteriores. Así lo demuestra un suelto publicado en la Gaceta de Madrid en 1846[5]. El texto de la nota es el siguiente:

Sevilla 30 de abril. Dicen de Osuna que ya está aprobada la contrata para la construcción de un camino de hierro desde allí a esta capital, y por lo tanto se han pedido a Londres las maquinas y demás necesario para ello. Será para nosotros una gran satisfacción que en este rincón de Andalucía sea el punto donde se establezca primero este importante medio de comunicación. (D. de S.)”.

El periodista, muy optimista sin duda, pensaba en la posibilidad de que esta llegara a ser la primera línea inaugurada en nuestro país, pues en aquel momento aún no había entrado en servicio ninguna: como ya saben, las primeras fueron Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851), sin olvidar que desde 1838 circulaba un tren que unía La Habana y Güines (Cuba), línea considerada la más antigua de Hispanoamérica y obra, entre otros, de Miguel Biada, el mismo promotor de la línea Barcelona-Mataró. De haberse llevado a cabo en esas fechas, la línea Sevilla-Osuna hubiera sido de las primeras de España. La noticia podía haber sido un simple rumor, más o menos consistente, pero sólo eso. Sin embargo, hemos localizado documentación oficial sobre ella.
            Una vez consultada la Colección legislativa de España [6], hemos comprobado que la concesión había sido otorgada el 22 de marzo de 1846 a “D. Emilio de l’Isle de Sales, vecino de París”, representante de una compañía que no se menciona. Obviamente, el proyecto no llegó a realizarse, aunque sí lo hicieron las líneas Sevilla-Jerez-Cádiz y Utrera-Morón-Osuna, siendo Utrera el lugar de enlace entre las dos. A continuación, y para satisfacer la curiosidad del lector, copio el texto completo de la concesión. Contiene pasajes realmente sabrosos, muy ilustrativos para entender cómo debían ser los viajes de la época en tren, entre ellos aquellos relativos a la comodidad y a la velocidad de los trenes. La concesión está redactada en términos muy similares a todas las de la época. Eran los prolegómenos de los grandes cambios que iban a sufrir las vidas de los españoles y el paisaje de campos y ciudades durante los siglos XIX y XX. Llegaba “el progreso”.

                                                292
                                                 GOBERNACIÓN.

Real orden, concediendo autorización para construir un camino de hierro desde Sevilla a Osuna.

Ilmo. Sr.: En vista de una proposición presentada por D. Emilio de l'lsle de Sales, vecino de Paris, por sí y en nombre de la compañía que representa, para ejecutar por cuenta de la misma un camino de hierro desde Sevilla a Osuna, S. M. la Reina (Q. D. G.) se ha servido concederle la autorización necesaria bajo las condiciones particulares adjuntas además de las generales aprobadas por Real orden de 31 de Diciembre de 1844.
De Real orden lo comunico a V. I. para su inteligencia y efectos consiguientes. Dios guarde a V. I. muchos años. Madrid 22 de Marzo de 1846. = Burgos.= Sr. Director general de Caminos.

 PLIEGO de condiciones particulares, bajo las cuales se ha autorizado a la compañía que representa D. Emilio l’Isle de Sales, vecino de Paris, para ejecutar un camino de hierro desde Sevilla a Osuna.

Artículo 1º. La compañía que representa D. Emilio l'Isle de Sales se obliga en virtud de la concesión que se le hace por Real orden de esta fecha, a depositar dentro de diez y ocho meses, contados desde la misma, en el Banco Español de San Fernando o en el de Isabel II, el 10 por ciento en efectivo de las acciones que exigen la Real orden y condiciones generales de 31 de Diciembre de 1844, y a llenar las demás formalidades prescritas en las mismas, para que esta clase de concesiones sean efectivas en todas sus partes.

Art. 2º. En garantía de que la compañía ha de llenar por su parte las condiciones expresadas en el anterior artículo, se obliga también a depositar en el término de sesenta días siguientes al de esta fecha, en uno de los Bancos ya citados, seiscientos mil reales que quedarán a beneficio del Estado con aplicación a las carreteras generales de España, si espirado el término que señala dicho primer artículo, no se hubiesen cumplimentado las obligaciones que en el mismo se han estipulado. El Gobierno podrá, sin embargo, devolver en parte o en totalidad dicha suma, si estima que son justas las causas con que se solicitase su devolución.
Se considerará caducada la presente concesión en todas sus partes si espirasen los sesenta días referidos sin hacer efectivo este primer depósito. 

Art. 3º. Cubiertas las formalidades expresadas en los precedentes artículos, se expedirá a favor de la compañía que representa D. Emilio l'Isle de Sales la Real cédula de privilegio para que construya y ejecute por su cuenta el ferrocarril mencionado, con la obligación de dar principio a los trabajos a los tres meses siguientes, y de concluirlo en el término que se estipula con vista de los proyectos.

Art. 4º. La presente concesión tiene por objeto un ferrocarril que desde Sevilla se dirija a Osuna; pero sin que el trazado de la misma línea obste ni perjudique a las que con anterioridad se han otorgado u ofrecido por el Gobierno.

Art. 5º. Se fija en noventa y nueve años el tiempo que en el artículo 27 de las condiciones generales se conceden a las compañías para indemnizarse de sus gastos; 15 por ciento para las utilidades líquidas a que se refiere el artículo 33 y el párrafo 3º del 34 de las propias condiciones; cuarenta años para la época en que según el artículo 33 ya citado se ha de verificar la primera revisión de la tarifa; y cuarenta años para la [época] en que, según el párrafo 1º del mencionado artículo 34, podrá el Gobierno adquirir la propiedad del camino de hierro.

 Art. 6º. Los artículos del pliego de condiciones generales que no quedan determinados por los de este, se arreglarán haciéndose respecto de ellos las aclaraciones necesarias antes que la compañía proceda a la ejecución de las obras.

Art. 7º. La velocidad efectiva de los convoyes de viajeros en el ferrocarril mencionado, será por lo menos de cuatro leguas por hora[7] y de tres para los de mercaderías. La velocidad de los convoyes especiales del correo la determinará el Gobierno por un reglamento particular.
La compañía tendrá la facultad de poner carruajes especiales, cuya tarifa será determinada por el Gobierno a propuesta de la compañía; pero en ningún caso podrá pasar el número de asientos de estos carruajes de la quinta parte del número total de asientos del convoy.
Todo convoy de viajeros tendrá el número suficiente de carruajes de todas clases para las personas que se presenten en las oficinas de la compañía.
Las máquinas locomotoras consumirán el humo [sic] estarán arregladas a los mejores modelos.
Las diligencias de viajeros serán de tres clases, y todas estarán suspendidas sobre resortes y tendrán asientos. Las de primera clase estarán guarnecidas y cerradas con cristales; las de segunda tendrán los asientos rellenos y estarán cerradas con cristales, y las de tercera estarán cerradas con cortinas.

Miembros de una familia acomodada pasean por el 
andén de la estación de Osuna. Finales del siglo 
XIX. Con la llegada del ferrocarril a las 
poblaciones españolas, el paseo a la estación 
se convirtió en una más de las  diversiones posibles. 
(Fototeca Municipal) 

Art. 8º. La compañía subrogará al Gobierno en los derechos y preeminencias que por las leyes y disposiciones vigentes le corresponden para poder abrir canteras, disfrutar del aprovechamiento de pastos y leñas y gozar de la franquicia de derechos por los consumos que se hagan en las obras del camino de hierro con todas sus dependencias.

Art. 9º. El Gobierno entregará gratuitamente a la compañía todos los terrenos necesarios para el establecimiento del camino de hierro de doble vía con sus dependencias, estaciones o apartaderos, paradas, sitio para carga y descarga, talleres, almacenes y demás necesario, como también los terrenos para restablecer las comunicaciones y caminos que sufrieren mudanza o alteración por el ferrocarril y los precisos para las aguas que hubiesen de variar su curso actual, siempre que los terrenos sean correspondientes a bienes de la nación o de los llamados baldíos, realengos, mostrencos, comunales, despoblados, de dueños desconocidos o cualesquier otros de que pudiese disponer el Gobierno sin el concurso o con el concurso de las Cortes.

Art. 10. En el caso de que en el tiempo que la compañía explote o administre el camino de hierro aparecieren los dueños de los terrenos que se hubieren tomado como de dueños desconocidos, la compañía abonará a aquellos el valor de sus propiedades con arreglo a lo que previene la ley de 17 de Julio de 1836.

Art. 11. Será permitido a la compañía el aprovechamiento de la madera de los montes del Estado que fuese necesaria para las obras del camino de hierro y sus dependencias con sujeción a las Ordenanzas del ramo y a la intervención de los inspectores o agentes del Gobierno.

Art. 12. Las primeras materias, objetos fabricados, utensilios, materiales, máquinas y demás que sea necesario para la construcción y explotación del camino de hierro, y que no se produzca o no se fabrique en España, podrá la compañía traerlo del extranjero libre de todo derecho, sea cual fuere su denominación.
Tendrá la misma libertad de derechos para la introducción de las máquinas y demás útiles necesarios al camino de hierro que se fabriquen o se construyan en España, siempre que estas máquinas y demás útiles cuesten en la nación 8 por ciento más que en el extranjero, y también en el caso de que las construcciones en el reino sean de calidad inferior bajo cualquier concepto a las que se fabriquen en el extranjero.
Esta facultad de introducción de materiales solo durará diez años, contados desde que se de principio a las obras del camino; pasado que sea dicho término quedará sujeta la introducción a los derechos de arancel.
Durante los diez años de que habla el párrafo anterior, y a medida que la compañía vaya necesitando los efectos que quiera introducir del extranjero, elevará al Gobierno, por conducto y con el informe de los ingenieros nombrados al efecto, las cuentas detalladas y exactas de dichos efectos, los cuales nunca podrán introducirse sin la aprobación del Gobierno.

Art. 13. Los terrenos que ocupe el camino de hierro, sus almacenes, fábricas, edificios, paradas, estaciones y demás dependencias estarán exentos de toda contribución, subsidio, gabela o tributo ordinario y extraordinario, y gozarán de la misma exención el camino con los edificios y fábricas que les pertenezcan y sean sus dependencias. Disfrutarán de igual exención los capitales que emplee la compañía en la construcción y explotación del camino de hierro, y los beneficios que este le produzca.

Art. 14. El Gobierno hará a favor del camino de hierro de Sevilla a Osuna la declaración de utilidad pública que exige la ley de 17 de Julio de 1836 para la expropiación de los terrenos necesarios, y propondrá a las Cortes la aprobación de las demás gracias y concesiones que no puedan otorgarse sin una ley especial.
Madrid 22 de Marzo de 1846.= Está rubricado.”


Empleados del ferrocarril junto a una antigua máquina de 
vapor. Estación de Osuna. Finales del siglo XIX. 
(Fototeca Municipal).



Como todos sabemos, aquello fue sólo un proyecto, quizá, además, un proyecto loco, ilusorio, como muchas de las actitudes de la época, pues la importancia económica o demográfica de Osuna en aquellas fechas no justificaba la construcción de la línea. La economía ursaonense de mediados del XIX se basaba casi exclusivamente en la agricultura, una agricultura latifundista que sólo producía trabajo unos cuantos días al año, en época de cosecha sobre todo, y generaba salarios de miseria para una masa obrera empobrecida. Los clientes potenciales de la línea, pues, eran muy pocos. Cabe la posibilidad de que la línea se contemplase como parte de la red que en el futuro uniría las principales capitales, como de hecho así ha acabado siendo, pues el lugar que ocupa la población ursaonense es clave, por su centralidad, para conectar las diversas provincias de Andalucía.   




[1] Febrero de 2008.
[2] Actas del IV Congreso de Historia Ferroviaria, Málaga, 2006.
[3] Entre los logros de este empresario malagueño destaca la construcción de la línea Málaga-Córdoba que, salvando gargantas y perforando montañas —toda la zona de El Chorro—, logró reducir el tiempo del trayecto entre las dos ciudades de dos días —en diligencia— a siete horas. La obra duró cinco años (1859-1964). Fue necesaria la construcción de trece túneles y de once viaductos. En ella llegaron a trabajar 4.300 personas, de las cuales fallecieron 20, ese impuesto en vidas, en apariencia ineludible, que se han cobrado siempre las grandes obras.
[4] Osuna durante la Restauración. 1875-1931, Osuna, 1999.
[5] Gaceta de Madrid núm. 4251, de 05/05/1846, página 2.
[6] Colección legislativa de España. (Continuación de la colección de decretos). Primer trimestre de 1846, Madrid, Imprenta Nacional, 1848; págs. 512 a 515.
[7] 22 km/h aproximadamente.