miércoles, 21 de diciembre de 2016

Osuna, García Márquez y un servidor de ustedes

           
       Este artículo viene a intentar subsanar la desaparición de unos textos que creo de interés. Se trata de los comentarios que un lector llamado “Gente de Osuna” hizo a un artículo mío sobre el fallecimiento de García Márquez publicado el 23 de abril de 2014 en El Pespunte, un medio digital ursaonense. Dichos comentarios habían desaparecido a causa de una profunda remodelación del diseño de dicho medio pero, afortunadamente, había tenido la precaución de copiarlos y dejarlos guardados. De ahí su recuperación. En ellos se defiende la existencia de una fuerte pervivencia de lo andaluz, y más concretamente de lo ursaonense, en Cien años de soledad. Ojalá su publicación sirva para que otras personas se interesen por este asunto, de vital importancia para la historia de la Literatura y de esa monumental localidad sevillana llamada Osuna, un lugar donde el tiempo parece haber detenido su paso hace siglos. El artículo se tituló “Osuna, García Márquez y un servidor de ustedes”. Lo copio todo tal como se publicó, aunque con ciertas e inevitables correcciones de estilo.


Una calle de Osuna a principios del siglo XX
(Archivo Histórico)



García Márquez, Osuna y un servidor de ustedes

 “Apártense, vacas, que la vida es corta” (Aureliano Segundo).


La noticia daba el salto al lugar de preferencia de todos los diarios digitales la noche del Jueves Santo: García Márquez había fallecido. A mí, como individuo que soy, o intento ser, me sorprendió de copas en algún bar donde unos músicos intentaban alegrar a la parroquia, ya de por sí alegre por el continuo cubateo. La leí en el móvil, con trabajo e incredulidad, invadido por la desesperanza por el paso del tiempo y sorprendido por la llegada de lo inesperado pero inevitable, que nos asalta en cualquier momento, en la cola de un baño, por ejemplo, o sentados en la terraza de un bar donde un violinista húngaro intenta añadir aún más poesía a la noche de primavera. Miré a los demás, totalmente ajenos al drama interior que estaba viviendo, sonrientes, habladores, ignorantes aún de la noticia. Seguían riendo, haciendo bromas, y yo empecé a verlos cada vez más distantes, distorsionados por la separación, ajenos a mí, el sonido de sus voces ensordecido, como producido bajo el agua, lejano y retardado. Y durante unos minutos me ausenté de allí.

Me encontré de nuevo en el Instituto Rodríguez Marín de Osuna, intentando aprobar COU. Corría el año 1979. Yo tenía un corazón incansable, nada en los bolsillos y unas ganas terribles de estar en cualquier sitio menos entre las cuatro paredes del instituto. Para colmo de males, ese año había llegado nuevo un profesor de Literatura que se creía y se veía muy moderno, seguramente lo era, pero resultaba literalmente incapaz de contactar con los varones de la clase, a los que sacaba a la pizarra más de lo que éstos hubieran deseado. Iba siempre vestido de negro, un pañuelo rojo al cuello; corrían aires de libertad, la Transición y todo eso. Nosotros, como comprenderá el lector, éramos sólo adolescentes que únicamente queríamos alcanzar el mínimo de felicidad necesario para vivir, y no que nos liasen en carnavales donde hubiera que vestirse de viuda desconsolada o en recitales de poesía dadaísta interpretados alrededor del antiguo patio de la Universidad de Osuna, poniendo a prueba nuestro ancestral e hipertrofiado sentido del ridículo. Digamos que aquel profesor resultaba demasiado avanzado para nosotros, un poco embrutecidos por nuestras vivencias rurales, receptores de una educación conservadora, quizá demasiado inmovilista, incapaces de comprender los aires de sofisticación que entraban en el aula cada vez que lo hacía el profesor. No estábamos acostumbrados, la verdad, a profesores así, tan modernos, tan a la última.
Y llegó un día en que nos hartamos, yo al menos lo hice, y dejamos de ir a clase. Sus lecciones resultaban incómodas y nada instructivas. ¡Al cuerno —pensábamos— con la asignatura! Luego llegó junio. Encastillada en sus posiciones, la panda de adolescentes contestatarios y rebeldes de la que formaba parte no se presentó al examen. Resultado: un cero patatero. Tuve que ir a hablar con él a la Sala de Profesores:
—Mal, muy mal. No has hecho los exámenes y no me has asistido a clase desde el mes de marzo…
—Lo siento —mentí—. ¿Qué puedo hacer ahora para aprobar la asignatura?
—Tendrías que leerte una serie de novelas durante el verano y realizar un trabajo sobre cada una de ellas, escribir un texto que yo vea que no es copiado y me demuestre que te las has leído.
—¡Perfecto!
—Toma nota.
Todos eran autores conocidos por mí salvo un tal Gabriel García Márquez, un señor del que nunca había oído hablar. La novela se titulaba Cien años de soledad. Comenzar a leerla fue como oler la alhucema o la dama de noche por primera vez. Una sensación de plenitud, de satisfacción, recorrió mi cuerpo y todos mis sentidos no relacionados con los actos de leer e imaginar quedaron anulados, como cuando uno huele un perfume maravilloso y para él, cerrados los ojos, sólo existe en ese momento el sentido del olfato.
La devoré, literalmente. No salía de mi cuarto, algo que seguramente preocupaba a mi madre, acostumbrada a que sólo apareciera por la casa a las horas de comer. Confuso con la continua sucesión de José Arcadios y Aurelianos, durante la segunda lectura, que comencé nada más haber acabado la primera —aquello fue como cuando ves una película que te gusta muchísimo y estás dispuesto a meterte en el cine inmediatamente otra vez para volver a verla—, me confeccioné un árbol genealógico de la familia Buendía. La edición de la novela que yo leía no tenía, por supuesto, aparato crítico ni material adicional de ningún tipo. La de la Real Academia Española (2007) lleva al final hasta un índice de nombre propios, páginas que facilitan la lectura y el análisis de la novela.
Aquel profesor, que había empezando odiando, que me resultaba repulsivo en un principio, había acabado descubriéndome la que puede ser una de las mejores novelas de la literatura de todos los tiempos y en todas las lenguas. Ahora lo quería y lo admiraba. ¡Lo que son las cosas…!
Tras la lectura de Cien años de soledad, y a lo largo de los años, fui leyendo todas las novelas de García Márquez anteriores a ella —La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande —, que sólo son una preparación para llegar a ella, fruto de la lucha del escritor por lograr contar lo que de verdad quiere contar, por lograr domar, ordenar, sistematizar y acabar expresando con una forma precisa todo su mundo interior, a menudo forjado en la infancia gracias a los relatos orales de los mayores. En ese sentido, García Márquez debe ser un ejemplo para todos los escritores que desean lograr escribir su novela, la novela de su mundo, de sus vivencias personales, pues no existe una vida que no merezca ser literaturizada, contada de forma artística. A fin de cuentas, Cien años de soledad es ante todo eso, el resultado exitoso de una persona que llevaba años, desde los veinte, intentando contar su vida y la de sus antepasados.
Después, con el paso de los años, descubrí un García Márquez político y politizado, el amigo de Fidel, el que acudió a recoger el Nobel con la guayabera, el usado como bandera por políticos militantes, que, sinceramente, me interesa mucho menos. Para mí, la cultura, y todo lo relacionado con ella, debe estar lo más alejado posible de la política, pues la verdadera expresión artística debe ser libre, independiente de cualquier poder o grupo de presión.
Hace ahora un tiempo, y en El Pespunte, leí unas líneas sobre la posible relación que pueda existir entre Osuna y Macondo, algo sobre una alusión que había hecho García Márquez en una conferencia (véase el editorial fechado el 26 de agosto de 2007). Desde luego, llama la atención el uso del apellido Buendía, muy común en la zona, y, sobre todo, el uso del nombre Arcadio, que, como si de cualquier familia ursaonense se tratase, va pasando de generación, pues hay Arcadios, al menos, en cinco de las siete generaciones de cuya existencia trata la novela. También llama la atención el uso de otros apellidos y nombres muy corrientes en Osuna, como Aguilar, Remedios o Carmelita, pero de ahí a poder afirmar, de manera fehaciente, algo que sería una noticia de un alcance tremendo para la localidad ursaonense, hay un largo trecho. Ojalá sea así y pueda demostrarse.

Y ahora vuelvo al bar del Jueves Santo, a dar la noticia a los amigos de copas, que capaces son de no haberse enterado todavía, los muy juerguistas.




Comentarios


José María» 23-04-2014 17:12
Precioso, tío. A mí me regalaste la novela un verano, paseando por Tortosa.


Víctor Espuny» 23-04-2014 19:41
Muchas gracias, José María. Sabía a quién se la regalaba, que no caería en saco roto. ; ))


Gente de Osuna» 25-04-2014 23:01
Pues no te equivocas, fue García Márquez el que admitió en una entrevista que la Familia Buendía había existido en la realidad, y que era oriunda de Andalucía, concretamente de la provincia de Sevilla, y si estudias el censo de Osuna del siglo XIX aparece el apellido Buendía que desaparece de los censos, y ello es porque emigraron a América. Colombia, puede ser, porque gente de Osuna fue no solo a ese país sino al Perú y Brasil. Hay pasajes en la obra que son costumbres de aquí. Un saludo, y a investigar como Rodríguez Marín hizo con el Quijote.


Víctor Espuny» 26-04-2014 10:51
Le agradezco muchísimo el envío de su comentario, estimado o estimada Gente de Osuna. Tiene razón cuando afirma que hubo ursaonenses que emigraron a América, y no sólo durante el siglo XIX. Ahí tiene por ejemplo el caso del licenciado Juan José Yolis, abogado de los Reales Consejos, que el 16 de octubre de 1787 embarcó en Cádiz, en la fragata Nuestra Señora de la Luz, rumbo a Montevideo, formando parte, como Provisor, del séquito de don Manuel Azamor, natural de Villablanca (Huelva), antiguo rector de la Universidad de Osuna y recién nombrado obispo de Buenos Aires. Son datos que pueden verificarse en el Archivo General de Indias, como los pertenecientes a Benito Ruiz de Migolla, que emigra a Quito en 1605, de Isabel Rodríguez, que emigra en fecha tan temprana como 1592, y de tantos otros ursaonenses que figuran en las listas de embarque.
¿Adónde quiero llegar con todo esto? A decirle, sólo, que para poder demostrar lo que nos gustaría, que García Márquez tenía presente Osuna en su mente cuando estaba escribiendo su gran novela, necesitamos la referencia exacta de la entrevista, conferencia o el medio que fuese en el que manifestó lo que nos gustaría que hubiese pasado: que se hubiese inspirado en unos Buendía de origen ursaonense para recrear la historia de su familia en Cien años de soledad. Sin esa referencia exacta, por ejemplo "Entrevista publicada en el diario EL País el 7 de mayo de 1984, página 37", carecemos del mínimo de rigor científico que requiere una cuestión como esta, de tan largo alcance. Necesitamos la referencia exacta para ponernos a trabajar; ojalá alguien pueda aportarla.
Muchas gracias por su contribución. Saludos cordiales.

Gente de Osuna» 29-04-2014 23:02
Solo te puedo decir que en los censos de la Villa correspondientes al S. XIX aparece una familia de apellido Buendía, y donde había un nombre de Arcadio, que marchó a las Américas, y esta familia se sitúa por la zona de lo que hoy es Plaza Santa Rita. Ese censo está —estaba hace años cuando lo vi— en la Colegiata, en pequeños tomos, ordenado por calles y casas así como los nombres completos que habitaban cada casa. Creo que Paco Ledesma sabe algo de esto y él te puede dar más información. Saludos.


Víctor Espuny» 30-04-2014 09:25
Le confieso, Gente de Osuna, que cuando he visto que el artículo tenía un mensaje nuevo me ha dado un vuelco el corazón, pues no pierdo la esperanza de que alguien nos aporte la referencia exacta de la entrevista o la conferencia de Gabriel García Márquez. Todo lo demás, como bucear en los archivos locales, está muy bien, pero no nos ayuda a encontrar la referencia que buscamos. Sólo después de tener confirmada le mención de Osuna por el escritor colombiano iríamos a los archivos locales, no al revés.
En cuanto a esos "pequeños tomos" que menciona, los conozco, los he manejado en alguna ocasión, sobre todo para la elaboración del trabajo titulado "Indicios documentales de dos desastres naturales en la Osuna de 1680", publicado en Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna (n.14, 2012). A falta de censos civiles, podrían servir perfectamente.
En relación, por último, al fenómeno de la emigración de ursaonenses a América en el siglo XIX, un tema muy atractivo de investigación, desde luego, puede estar relacionado con la enfermedad de la vid llamada filoxera. Según Pascual Madoz en su conocida obra, en 1849 existían 880 fanegas de viñedos en el término de Osuna, extensión que en la primera mitad de la década de los 90 del mismo siglo se vio reducida a cero por la llegada de la enfermedad mencionada. Según José Manuel Ramírez Olid, autor cuyos trabajos son de conocimiento imprescindible para la época a la que nos referimos, "la plaga filoxérica en Osuna redundó fundamentalmente en una reducción de la población" (Osuna durante la Restauración (1875-1931), tomo 1, pág. 59).
En fin, Gente de Osuna. Gracias de nuevo por su comentario. Esperemos que alguien sea capaz de aportar la referencia que necesitamos y Osuna pueda entrar, con todos los merecimientos, en la Historia de la Literatura Universal. Sería fantástico. Saludos.


Gente de Osuna» 30-04-2014 16:55
La referencia exacta, entre las múltiples que en vida hizo el autor en su dilatada carrera, es difícil, y seguro que no ocuparía más de una o dos líneas. García Márquez siempre dijo que sus historias eran reales, pero la realidad suya es muy particular. Siempre defendió que la familia Buendía había existido y que procedían de Andalucía, de la provincia de Sevilla. Si damos eso por cierto y no hay por qué dudarlo, no es necesario verlo escrito en un periódico o revista, la cuestión es encontrar el origen de los Arcadios Buendías, y para eso que mejor que empezar por aquí. ¿Por dónde si no?
Comparto que el fenómeno de la emigración (a lo largo de la historia) es una asignatura pendiente en nuestro pueblo. Creo saber que Angelines Pisón intentó hacer algo (referido a las características de la población), pero situado en los siglos iniciales de los Conde de Ureña en la Villa, y que estuvo investigando el archivo de la Parroquia cuando estaba en manos de D. Desiderio, pero ignoro si lo concluyó o lo publicó, aunque en el peor de los casos conservará los apuntes.
En cuanto al fenómeno concreto de la emigración a las Américas, su origen pudo ser diverso. El S. XIX es muy rico en acontecimientos, no solo la filoxera (finales de la centuria) aquí, sino también la decadencia de la Casa Ducal, la desafortunada desamortización, el auge de los medios de transporte, la independencia de las colonias que liberalizó e impulsó su economía (efecto llamada), y sin descontar que una sequía, una hambruna, una peste... obligaban a la gente a coger los bártulos (pocos) y cruzar el charco.
Pienso que la labor de investigación hay que iniciarla aquí, en nuestra querida Osuna, y luego saltar a Colombia para enlazar los datos, sin olvidar pasar por los archivos de embarque, que ignoro si están en Cádiz la capital o en Sevilla. Un saludo.


Víctor Espuny» 01-05-2014 11:04
Le confieso, estimado Gente de Osuna, que estoy disfrutando muchísimo con el intercambio de opiniones que hemos establecido, pues está siendo constructivo y nos va a ayudar a llegar a conclusiones.
Dicho lo cual, me veo en el deber de comunicarle que no estoy en nada de acuerdo con usted en cuanto al carácter prescindible que tiene el hallazgo del lugar documental donde García Márquez habló de la ascendencia ursaonense de la familia Buendía. Creo, por desgracia, que, con esos mimbres tan endebles, cualquier localidad de Andalucía Occidental estaría casi en las mismas condiciones que Osuna a la hora de atribuirse el origen de los Buendía pues, según leemos en Andalucía y América, la conocida obra de Francisco Morales Padrón, exactamente en el capítulo IV, titulado "La emigración andaluza al Nuevo Mundo", sólo para el periodo de tiempo comprendido entre 1493 y 1519 "se calcula que embarcaron [rumbo a las tierras recién descubiertas] 5.481 pobladores de los cuales 2.174 eran andaluces (39,7 %). Este predominio, auténtica constante a lo largo del siglo XVI, va a condicionar la conformación cultural de América". Morales Padrón va aún más lejos cuando afirma que de esos 2.174 andaluces, más de la mitad (1.259) eran originarios del territorio correspondiente a la actual provincia de Sevilla. No quiero cansarle con más cifras y estadísticas, todas pueden consultarse en la obra de Morales Padrón, pero a lo largo de los más de trescientos años de existencia de las colonias la llegada de sevillanos a tierras americanas fue constante. Eso sin contar, por supuesto, con la existencia de los llamados "llovidos", emigrantes ilegales, hombre jóvenes, con muy poco que perder, que solían colarse en los barcos y no aparecen en las listas oficiales de embarque. En cuanto al lugar físico donde, en la actualidad, se encuentran los archivos que contienen la documentación, aquella relativa al tráfico de personas y mercancías entre los puertos de Sevilla y Cádiz y las colonias, deben estar reunidos todos en Sevilla, en el Archivo General de Indias, cuyos fondos digitalizados son consultables en el "Portal de Archivos Españoles", página web perteneciente al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Podemos hablar, también, de cuestiones de la vida y la obra de García Márquez que conocemos con total seguridad porque él hizo públicas durante su vida, esto es, datos que pueden documentarse, algo que, en mi opinión, debemos lograr hacer nosotros con esa supuesta ascendencia ursaonense de los Buendía. Su abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía era de origen andaluz. Este señor, del cual el coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad es sólo una recreación, es, con mucho, el personaje más importante de toda la obra, pues es el antepasado cuya existencia más impresionó al joven Gabriel García Márquez. Y este señor era de origen andaluz, del mismo origen que puede rastrearse en la inmensa mayoría de los actuales habitantes de la América Hispana. En cuanto a los antepasados novelados del coronel Buendía, en el segundo capítulo de la novela, página 29 y siguientes de la edición de la Real Academia (2007), puede leerse que ya en el siglo XVI, "vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés". Si ya en el siglo XVI imagina un criollo de apellido Buendía, puede pensarse que mal pudo inspirarse García Márquez en una familia ursaonense apellidada Buendía que emigró a América en el siglo XIX.
En fin, Gente de Osuna. Como veo que este tema le apasiona tanto como a mí, estoy casi seguro de que tendremos oportunidad de seguir hablando de él. La referencia a Osuna en boca de García Márquez, si es que existió, debe ser localizada, insisto; si no lo hacemos, a lo más que se podría llegar, que no estaría mal tampoco, es a realizar un estudio sobre los hipotéticos ecos ursaonenses en la obra cumbre de García Márquez. Saludos.


Gente de Osuna» 01-05-2014 13:57
Pretender llegar a Osuna desde Colombia, vía libro Cien años de soledad, puede resultar infructuoso. Mi planteamiento es el contrario. Desde aquí, porque si en el S. XIX los Arcadios Buendías desaparecen de Osuna, podemos tirar del hilo y sacar la madeja.
García Márquez, el autor, parte de una realidad que le han contado pero no es la que se refleja con exactitud en la obra, porque ésta ya es mágica, ha sufrido una mutación.
Vayamos por partes. Decir que se es descendiente de los primeros colonizadores es como el converso que busca un linaje de cristiano viejo, sin serlo. En las Américas da lustre construirse una estirpe, retrotraerse varios siglos atrás, aunque muchas veces solo hayan pasado dos o tres generaciones a lo sumo desde que partieron de la Península. Los Buendía de García Márquez aparecen como los padres fundadores de la patria, pero eso en la obra, fuera del libro quizá no sea así.
La nieve. En el Caribe no nieva, todo lo más aunque es extraño una granizada, que algunos intérpretes quieren confundir con la visita a la nieve. Cuando José Arcadio Buendía visita la nieve está recordando lo que le contaba su antepasado Arcadio Buendía que recordaba la nieve de Andalucía, posiblemente la que un año sí y otro no veía en la cima de la Gomera y sierras aledañas, o las grandes nevadas que de cuando en vez caen sobre Osuna y que son objeto de comentarios que duran tiempo en la memoria colectiva. Allí, la nieve, el haber visto la nieve, tiene un gran significado.
Y qué decir de los gitanos. Cierto que en Colombia hay gitanos, muy pocos, pero las visitas de gitanos a Osuna eran regulares en siglos pasados todos los años, con sus carretas, sus trajes típicos, su lengua diferente y sus inventos. Nuestro enclave de paso entre la Andalucía oriental y la occidental permitía estas visitas.
Así podemos continuar con muchos pasajes del libro que pueden hacernos recordar otras muchas cosas de aquí. Un saludo.


Víctor Espuny» 01-05-2014 16:49
Su hipótesis y su línea de demostración no dejan de ser atractivas. Sólo le encuentro un fallo posible, y para mí no es pequeño: usted parte de una idea que ya tiene preconcebida, una relación segura entre Macondo y Osuna, una segura inspiración del primero en la segunda, y busca momentos o hitos en la novela que puedan demostrárselo. De esta manera, cualquier cosa que lea en la novela le va a recordar a Osuna y le va a llevar a pensar que está inspirada en ella. Por otra parte, además de la gran nevada de los años cincuenta del siglo pasado, ¿qué otra nevada importante podemos documentar? Le recuerdo, también, que en el primer capítulo de Cien años de soledad se habla de hielo, no de nieve. En cuanto a Melquíades y a su tribu, los gitanos, no debemos entenderlos como los gitanos canasteros nuestros sino como los cíngaros misteriosos, poseedores, entre otros, de los secretos de la alquimia. Gitanos, por suerte, siempre ha habido entre nosotros, no eran personas de paso. Y, por supuesto, no sólo los ha habido en Osuna, que parece que el mundo se nos acaba aquí. Una pragmática sanción fechada el 19 de septiembre de 1783 y que se leía en las reuniones del Cabildo ursaonense y de todos los cabildos de España a finales del XVIII, tenía como fin "contener y castigar la vagancia de los que sean nombrados gitanos o castellanos nuevos", una de las muchas muestras de intolerancia, de falta de respeto a lo diferente, que contenían las legislaciones del Antiguo Régimen. Obviamente, es cierto, aquella sociedad pacata y temerosa veía como peligroso todo lo que venía de fuera y podía alterar el orden ya establecido, muy cómodo para los que estaban en el poder.
¿Qué otros paralelismos claros ve entre Macondo y Osuna? ¿La llegada de la luz eléctrica? ¿Del ferrocarril? ¿Del cine? ¿Del teléfono? A todas las poblaciones del primer mundo han llegado hace tiempo todos estos inventos. ¿La afición a las peleas de gallos, tan habituales aún en la Osuna de mi infancia (años 60)? Le recuerdo que aún son muy habituales en muchas zonas de Hispanoamérica, lo han sido durante siglos en todo el sur de España y aún son legales, con algunas limitaciones, en Canarias y Andalucía, donde se practican con más frecuencia en la zona de Jerez.
Todo esto, su intento sin base documental, sólo una leve, colectiva e inspirada, lo reconozco, intuición de asimilar las dos poblaciones, Macondo y Osuna, no Macondo y Aracataca o toda América Latina, como se ha venido haciendo hasta ahora, resulta realmente llamativo. No seré yo, desde luego, quien lo anime a dejar de hacerlo, pues la idea me resulta muy atractiva. Sigo echando de menos, eso sí, esa supuesta referencia hecha a Osuna por García Márquez y que, supuestamente, recordó alguien en un e-mail escrito en el verano de 2007, aquel que menciono en mi artículo, e-mail que, por desgracia, parece haberse llevado el viento. Saludos.


Gente de Osuna» 01-05-2014 19:10
Bueno, puede ser que mi intención sea más separar la paja del grano, la realidad de lo mágico, y no sé hasta qué punto muchos niños cuando sean mayores recordarán cuando el pasado año un 28 de febrero en Osuna sus padres los llevaron a ver la nieve a las Viñas o a la Gomera. En la Colombia caribeña quizá hielo y nieve tengan el mismo significado.
Nuestros gitanos, los de toda la vida, no son los mismos que visitaban Osuna de paso cuando había ferias y acontecimientos. Los conocidos como "canasteros" englobaban a todo gitano que era nómada. Pero García Márquez acude, cómo no, a los tópicos, igual que nosotros, pero la relación de José Arcadio Buendía con los gitanos es más propia de aquí que de allá.
Tampoco nos es ajeno el matriarcado andaluz que ejerce Úrsula, con gran casa abierta a todos, siendo la que manda, controlando la vida de cada uno, riñendo y gruñendo, y con todos los prejuicios encima de una mujer andaluza de toda la vida.
Hace ya años que leí el libro, y no me atrevo a leerlo de nuevo, porque me era muy familiar y sentí un poco de miedo. Creo que el reto es saber dónde está lo mágico de lo que no lo es, diferenciar lo que ha acontecido y lo que es fabulación o exageración, pero incluso esto tiene un significado. Un saludo


Víctor Espuny» 02-05-2014 09:32
De todos los comentarios suyos, Gente de Osuna, este último es con diferencia el que más me ha gustado, el más sincero, el que muestra sus claves de lectura de Cien años de soledad.
¿Sólo se ha leído la novela una vez? Atrévase con la segunda, seguro que le impresiona de otra manera, quizá menos tamizada por la realidad ursaonense. Le confieso que me la he leído al menos cinco veces, la última en 2012, y, claro está, tengo más fresco su contenido.
Estoy totalmente de acuerdo con usted en la gran herencia andaluza de la novela, en el carácter nuestro de personajes como Úrsula, una Bernarda Alba más amable, lúcida, creativa, generosa, longeva y poética, mujer de ordeno y mando pero de gran corazón, capaz siempre de suplir con su inteligencia la inepcia de los hombres de la casa, entregados en cuerpo y alma a sus actividades externas, tales como queridas, borracheras y competiciones del tipo que sean. Úrsula constituye el pilar afectivo de la familia, como lo fueron nuestras madres en unos tiempos muy distintos a los actuales, sobre todo en las zonas urbanas; en las rurales habría que hacérselo mirar porque seguimos más o menos como antes.
No quiero cansarle con reflexiones que usted ya se habrá hecho, pero es cierto que, en realidad, nunca releemos un libro, porque cuando volvemos a iniciar un libro ya leído, nosotros, los lectores, ya no somos los mismos que éramos y, por lo tanto, el libro nos parece otro, descubrimos en él facetas y valores que no advertimos la primera vez. A menudo, también, descubrimos defectos, porque con los años nos vamos volviendo más exigentes en nuestros placeres. Y la lectura, junto con la escritura, es uno de los más grandes. Un cordial saludo.


honorio44» 02-05-2014 09:51
Me están encantando los comentarios. Me han picado y volveré a leer el libro. Quisiera poder ayudar en la búsqueda del comentario, pero no encuentro nada y es una pena.


Víctor Espuny» 02-05-2014 10:54
Desde luego que lo es, honorio44. De todas formas, si realmente lo hizo aparecerá. Y muchas gracias por su trabajo.


Jesús Arce» 05-05-2014 20:28
Gracias por estas aportaciones tan interesantes.


Ning1» 07-05-2014 10:14
Magnifico cruce de opiniones que son un alarde de erudición, pero tiene razón Víctor en su planteamiento científico metodológico. Solo pido a los responsables de este medio digital que no cierren este hilo por si alguien aporta algún dato útil, especialmente desde Colombia...


sábado, 17 de diciembre de 2016

"Teoría de la clase ociosa", deThorstein Veblen





VEBLEN, Thorstein, Teoría de la clase ociosa, Madrid, Alianza Editorial, 2014 (2ª ed.; la 1ª ed. es de 2004); 429 págs. [The Theory oh the Leisure Class, 1899]. Prólogo y traducción de Carlos Mellizo.

            Ensayo sociológico inspirado por el nacimiento en los Estados Unidos de la clase ociosa, fruto de la acumulación de capital propiciada por la revolución industrial y la mano de obra esclava. Veblen (1857-1929), de padres extranjeros, noruegos —de hecho el inglés fue su segunda lengua—, dispuso, además de una gran preparación libresca y de una lucidez y una capacidad de análisis extraordinarias, del distanciamiento imprescindible para observar y estudiar cualquier cosa, en este caso esa clase ociosa naciente a la que él no pertenecía. El ensayo ha tenido un gran éxito entre los interesados en la sociología. Y no es de extrañar: posee la gran virtud de proporcionar muchas de las claves para entender el absurdo del ansia de tener al menos lo que tiene tu vecino, lo que él denomina “emulación pecuniaria”. Ese gusto por presumir de lo que uno tiene, que tanto puede llamar la atención, y que inunda las redes sociales de viajes, regalos y otros gastos exclusivos, tiene su origen precisamente en el nacimiento de una clase social, o un grupo humano, que puede permitirse el lujo de vivir sin trabajar, viviendo en lo que Veblen denomina “ocio ostentoso” y haciendo un “consumo ostensible”, presumiendo del nivel adquisitivo que se posee. Este grupo social, poco numeroso, sirve de ejemplo a las otras capas sociales, de manera que los demás intentan emular sus gustos, costumbres y actitudes. De esta manera, todo se pervierte, degenera. Un objeto, una propiedad, un inmueble, pasa a resultar más apetecible, más envidiable, por el precio que tiene, no por sus cualidades reales. Precisamente, de ese prejuicio, de esa perversión de las voluntades, viven lo que llamamos ‘marcas’. Una prenda de vestir, un bolso, unas gafas de sol, un reloj, unos zapatos pasan a considerarse mejores porque son más caros, porque los integrantes de esa clase ociosa adinerada y derrochadora se pueden permitir su adquisición, naciendo de manera automática, y gracias a ese intento de emulación, fenómenos como las falsificaciones, todos esos objetos que venden en los paseos marítimos y en las calles peatonales de las grandes ciudades del sur de Europa inmigrantes sin recursos, prestos a salir corriendo en cualquier momento para que no los detengan y los expulsen del país. Esta es una de las muchísimas derivadas que se desprenden de la lectura del ensayo: esas personas necesitadas pueden sobrevivir gracias al intento de “emulación pecuniaria” definido por Veblen.


Thorstein Veblen

            La clase ociosa, en la cual se mantienen los ideales más conservadores, aparece descrita como dirigida por hombres, los cuales poseen una serie de servidores, entre los cuales se encuentran las mujeres —“la forma más antigua de propiedad” (pág. 55)— y los empleados de más categoría, que viven lo que Veblen denomina “ocio vicario”, un no hacer nada, al menos ningún trabajo mecánico, que a menudo se manifiesta en el vestuario. El amo, el jefe, viste a estas personas de maneras llamativas, ostentosas y obstaculizadoras de cualquier trabajo físico; de ahí los corsés, los zapatos de tacón, las joyas y los abrigos de pieles en las mujeres y las libreas y los guantes de un blanco impoluto de los sirvientes. Esos miembros de la clase ociosa siempre van a vestir de manera que de su indumentaria no se pueda suponer en ningún momento el ejercicio de un trabajo manual, lo cual resultaría empobrecedor, degradante para su amo. Veblen lleva a la sociedad industrial actualizados conceptos ya existentes en la vieja Europa desde antiguo, como la división entre artes mecánicas y liberales.
            Para explicar el nacimiento de esta clase ociosa, el autor recurre a conceptos del estudio de la vida salvaje. Son las personas que tienen más acentuados los rasgos de los depredadores —astucia, reflejos, fortaleza física, egoísmo, instinto de supervivencia— los que consiguen los triunfos. En estados más primitivos de la evolución social, esos miembros, siempre masculinos, que descollaban, lo hacían gracias a la realización de proezas basadas en el destreza, la habilidad y la fuerza físicas, tales como la caza o la guerra. De ahí surgían los caudillos y los señoríos, donde la población trabajaba para ese hombre triunfador, pasando él a formar parte de esa clase ociosa. En la actualidad, ese instinto de depredación lleva a esas personas "aventajadas", dicho sea con ironía, a valerse de la mayoría de los mismos rasgos para lograr acumular capital, siendo las proezas actuales lo que en España llamamos “pelotazos”. Entienda el lector que me estoy tomando ciertas libertades en la interpretación de la obra de Veblen adecuando sus ideas a la época actual. En cuanto a pervivencias de las antiguas proezas basadas en las facultades físicas, Veblen menciona actividades como la caza mayor, la práctica deportiva y la institución del duelo, hoy en desuso, actividades propias de miembros de la clase ociosa.
            Veblen lleva la aplicación de sus conceptos a todos los campos. Así, los sacerdotes serían miembros de la clase ociosa, como demuestran su dedicación a trabajos no mecánicos y el uso de un vestuario llamativo e incómodo. Su “ocio vicario” existiría gracias al dios que representan. De las antiguas prácticas devotas, llenas de ritos litúrgicos, se extraen todos los ceremoniales de las instituciones académicas, tales como el uso de togas, birretes, imposiciones de manos, etc., viéndolas como prácticas arcaizantes y obstaculizadoras del progreso. Ni que decir tiene que la vida como profesor y ensayista de Veblen no fue fácil, pues contó con la oposición de las principales universidades, dirigidas y mantenidas por miembros de su denostada clase ociosa.

Las conclusiones que se infieren de la lectura de este libro ayudan, no cabe duda, a ser más libres, a poder prescindir de la "emulación pecuniaria", uno de los mecanismos con los que la sociedad de consumo nos tiene atrapados. Como dijo alguien muy sabio, "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".
        
  
            

sábado, 10 de diciembre de 2016

"Cuentos, 1", de Edgar Allan Poe






POE, Edgar Allan, Cuentos, 1, Madrid, Alianza Editorial, 2015 (6ª reim. de la 3ª ed.; la 1ª ed. es de 1970); 637 págs. Prólogo, traducción y notas de Julio Cortázar.


                Llegué a este libro por mediación de su traductor, don Julio Cortázar, concretamente gracias a la entrevista que Joaquín Soler Serrano le realizó en A fondo, aquel excepcional programa de televisión. En el transcurso de la conversación, Cortázar alude a este trabajo y esa alusión hizo que me propusiera leerlo. No ha sido difícil de encontrar.
                Se trata de una edición de todos los relatos de Poe (1809-1949), célebre e imprescindible autor norteamericano, en el orden que Cortázar cree que hubiera establecido Poe de haber realizado él mismo una edición de todos sus cuentos. Los relatos, sesenta y siete en total —editados en dos volúmenes—, aparecen ordenados por afinidades temáticas y espirituales que el mismo Cortázar se encarga de discernir y establecer, explicando en notas y prólogos la razón de dicho orden. Las notas no son al pie, sino unos comentarios de cada cuento situados al final de cada volumen.

“De manera general, los relatos aquí presentados pueden dividirse en ocho grupos sucesivos: cuentos de terror, de lo sobrenatural, de lo metafísico, analíticos, de anticipación y retrospección, de paisaje, de lo grotesco y satíricos”. (Pág. 610).

El primer volumen, el único que he leído por el momento, contiene los relatos comprendidos en los cuatro primeros grupos. Son treinta y tres. Todos fueron publicados entre 1832 y 1849, al igual que los comprendidos en el segundo volumen. De ahí que uno de los primeros obstáculos que tiene que salvar el lector de largo aliento sea precisamente ese propósito: el deseo de leer el libro de manera continuada. Para empezar, creo que debía olvidase de él. Los relatos, publicados originariamente sueltos en revistas de diversas ciudades norteamericanas, fueron concebidos en su gran mayoría como unidades completamente independientes, como obras en sí mismas, y llevaban la intención de actuar sobre el ánimo y el intelecto de los lectores como objetos literarios únicos, como obras originales e independientes. De ahí que una lectura continuada de ellos como la que yo he hecho no sea recomendable. El suscriptor de las revistas de la época, del Godey’s Lady’s Book, por ejemplo —donde se publicaron relatos de Poe al menos durante una década (“La cita”, enero de 1834; “La caja oblonga”, septiembre de 1844)— iba leyéndolos de uno en uno, conforme le llegaban, y luego tenía tiempo para asimilarlos adecuadamente. De ahí que no creo aconsejable la lectura que yo he hecho. Ahora, después de treinta y tres relatos, y aunque he ido tomando notas durante la lectura, son tantas las sensaciones y los razonamientos que se acumulan en mi cabeza que me resulta imposible hablarles de ellos con propiedad. De ahí que aconseje una lectura sosegada del libro, relato a relato, como la que realizaríamos de un libro de poemas.

     

 Poe en sus últimos años. Obsérvese la 
increíble expresividad de su mirada.
(alohacriticon.com)


No era esta la primera vez que me acercaba a una obra narrativa de Poe. Los principales relatos suyos, la mayoría muy célebres —“El tonel de amontillado”, “Los crímenes de la calle Morgue”, “El escarabajo de oro”, etc.— forman parte ya de nuestro inconsciente cultural colectivo, esa masa más o menos amorfa y siempre en crecimiento de sensaciones y conocimientos que (casi) todos poseemos. Pero basta releerlos, y leer todos los demás, para advertir cómo otros menos conocidos para el público medio, como “El pozo y el péndulo” y “El entierro prematuro”, están también presentes en nuestro imaginario común, sobre todo a través del cine, que ha venido a ocupar parte del lugar que la lectura de evasión poseía de manera indiscutible durante el siglo XIX.  




                En cuanto a cuestiones narratológicas técnicas, muchos de los relatos han constituido modelos para los más célebres narradores posteriores (Conrad, Faulkner, el mismo Cortázar...): uso de la narración en primera persona para dar más credibilidad a los hechos; comienzo in media res —la acción ya iniciada— para atraer la atención de manera poderosa desde el primer momento; finales sorpresivos, a menudo muy inquietantes, y un largo etcétera que hacen su lectura muy recomendable. Lectura reposada y reflexiva, eso sí, no como la mía.





                En fin, la más fértil de las imaginaciones y el mayor dominio de las técnicas narrativas dieron lugar a la creación de un universo y de unos géneros (literatura de terror y policiaca) que hoy día siguen dando obras de gran éxito. Todas ellas provienen de la mente de un autor totalmente excepcional, cuya vida, desgraciada, marcada por la falta de cariño, constituye en sí la más triste de las narraciones. La biografía del autor escrita por Cortázar, que ocupa las primeras cincuenta y seis páginas, ya es una pequeña obra de arte en sí misma. Habrá que releer con más sosiego.