sábado, 30 de marzo de 2019

Mucho cuento, de Juan García Hortelano



Fotografía de Miguel Urech realizada en 1948

         Se trata de una colección de cuentos publicada originalmente en 1987. Consta de veinte relatos en los que la voz narrativa cambia a menudo de persona entre la primera y la tercera, aunque parecen más cálidos y poseedores de un mayor poder de comunicación aquellos escritos en primera. El marco cronológico de los argumentos abarca desde la infancia de García Hortelano (1928-1992), en plena Guerra Civil, hasta su madurez, ya en la Transición. El lugar de la acción es casi siempre Madrid, un Madrid a menudo de calles pavimentadas con adoquines y cruzadas por brillantes raíles de tranvía. Ellas fueron el escenario de gran parte de la vida de García Hortelano y a esa ciudad dedica muchas de sus mejores páginas.
         A Madrid y a su amigos. García Hortelano debió ser una persona muy apegada a ellos, al menos en su infancia y su primera juventud. En muchas de sus historias aparecen grupos de amigos, pandillas más o menos conformadas, cuyos miembros están unidos por fuertes lazos afectivos o simples atracciones eróticas. Desde su primera novela, Nuevas amistades (1959), parece ser una constante. En los relatos de Mucho cuento, algunos descacharrantes, encontramos textos muy relacionados con el relato Riánsares y el fascista, casi continuaciones de este, en los que vuelven a aparecer Tano, o la misma Riánsares, y en la que el niño protagonista-narrador relata cómo vivió algunas épocas de la guerra y la posguerra, mediatizadas por una familia en la que predominaba el elemento masculino y soltero que, digamos, lo malició de por vida en el trato con el alcohol y las mujeres. Esos relatos son principalmente Gigantes de la música y Carne de chocolate. Ellos van seguidos por otros dos que pueden considerarse también unidos, El cielo palurdo o mística y ascética y Detrás del monumento. Están centrados en los años de adolescencia pasados en un colegio de escolapios. Son francamente divertidos. La serie de la infancia culmina con La capital del mundo, el tributo a una persona que pasó de ser un completo desconocido a jugar un importante papel como salvador de su vida y cicerone de un Madrid que dejó de existir hace mucho tiempo. Creo que este último será del agrado de las personas que amen el Madrid actual y se dediquen a buscar en él huellas de la ciudad que fue, abarcable y comprensible, y dejó de ser hace tiempo.
         Después de una primera parte bastante uniforme, aparece una sección de cuentos de difícil clasificación y de lectura menos novelesca, como Cuestiones flabelíferas, muy divertido, y los tres que componen Los diablos rojos contra los ángeles blancos: Mutis, Nostalgia y Elasticidad. Estos tres, más intelectuales, merecen (y necesitan) una relectura por parte de lectores poco avisados.
         Luego, por fin, aparece la sección —cuando hablo de ‘secciones’ estoy aplicando divisiones mías— de juventud y madurez. En ella García Hortelano centra sus esfuerzos en hacernos llegar cómo viven la sexualidad miembros de pandillas de amigos más o menos mayores, necesitados de adaptación a las nuevas formas amatorias, más libres. Uno de ellos, Forma de mujer, guarda una curiosa coincidencia argumental con su monumental novela El gran momento de Mary Tribune (1972), pues en ambos desempeña un importante papel como elemento desestabilizador de una pandilla la aparición de una mujer de características extraordinarias. Me ha parecido de una gran sensibilidad, atenta a la resolución de traumas emocionales, el cuento Extravíos. Por último, destacar el titulado El crimen, que relata la forma en la que dos parejas de amantes viven los meses anteriores y posteriores a la muerte de Franco. Los personajes de Hortelano experimentan el cambio con esperanza.

(Leído en Juan García Hortelano, Mucho cuento, Barcelona, Ediciones B, 2000).

miércoles, 20 de marzo de 2019

Riánsares y el fascista, de Juan García Hortelano



Foto: Diario El País

         Se trata de un relato largo incluido inicialmente en Gente de Madrid, primer volumen de cuentos de Juan García Hortelano (1928-1992). Dicho volumen vio la luz inicialmente en 1967 y con recortes debidos a la censura. Riánsares y el fascista fue publicado con posterioridad íntegro por Alianza junto con otro relato, La capital del mundo, incluido este último en el volumen de narraciones breves titulado Mucho cuento (1987). He leído el primero en esa edición de Alianza, un libro de minibolsillo, de apenas cien páginas. El segundo está por leer en Mucho cuento.
         Riánsares y el fascista cuenta en primera persona dos o tres días de la vida de un chico en los primeros años de la adolescencia. El chico vive en Madrid durante la Guerra Civil. Su familia está dividida políticamente. Él, muy unido a su abuela, se declara rojo como ella pero vive bajo la autoridad de su abuelo, que apoya a los nacionales y celebra los domingos en el salón de su casa liturgias católicas. Toda la vecindad se encuentra alborotada porque se ha extendido el rumor, con ayuda de la radio, de que un fascista se ha escondido en las cercanías de su casa. El chico, protagonista-narrador, se unirá a sus amigos para intentar darle caza, pues se creen mejores conocedores que los milicianos del terreno en el cual se le supone escondido. Riánsares es el nombre de una sirvienta de su familia a la que el protagonista se siente muy unido.
         El relato resulta un buen ejemplo de cómo narrar para mantener la atención del lector. Este se bebe las páginas casi de forma inadvertida con el fin de averiguar si existe el fascista, y en su caso cómo es y qué hace allí escondido. A destacar también, como en casi todas las narraciones de García Hortelano que voy conociendo, la agilidad de los diálogos, que ocupan gran parte de la obra. Igualmente, la sencillez de la expresión. García Hortelano no parece amante de la palabra rebuscada pero sí de la comunicación fluida.
         Muy recomendable.

Juan García Hortelano, Riánsares y el fascista, Madrid, Alianza Editorial, 1994.

martes, 19 de marzo de 2019

Monsieur Pain, de Roberto Bolaño


César Vallejo en 1929. (Biblioteca Nacional del Perú)

Roberto Bolaño, Monsieur Pain, Barcelona, Debolsillo, 2017.

         Novela homenaje al movimiento surrealista francés y a la siempre necesaria figura de César Vallejo. Especialistas como Abraham Prudencio Sánchez realizaron en su día el análisis de la obra. A ellos remito al interesado en profundizar en el texto.
         Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003) fue un gran descubrimiento para mí. Lo conocí tarde, cuando sus novelas eran ya de lectura obligada para los que pretenden estar a la última en todo lo bueno que se publica. Existe una neofilia, no sé si es la palabra adecuada --impulso contrario al otro extremo, el misoneísmo--, que nos obliga a estar al día de todo lo que se está haciendo o está recién hecho y a pensar que por el simple hecho de ser nuevo ya es bueno. A poco que uno se para a pensarlo se da cuenta de lo absurdo de este planteamiento. Esta reflexión ha permitido que durante largos periodos de mi vida haya estado completamente desconectado de las novedades editoriales. Hubo épocas, lo reconozco, en que seguía con pasión a ciertos autores y leía todo lo que publicaban. García Márquez, Muñoz Molina, José Saramago y Juan Goytisolo fueron algunos de ellos. De eso hace unos treinta años. Pues desde entonces, ya ven si ha pasado tiempo, no había vuelto a sentir la misma atracción por ningún autor. Lo primero que leí de Bolaño fue Los detectives salvajes (1998). De todo lo suyo que he leído hasta ahora es la obra con la que más he disfrutado y la que logró que me enamorara de su estilo —muy sencillo pero perfectamente exacto en la elección de las palabras— de por vida. Disfruté con ella, entre otras razones, por recordarme mis años universitarios y las movidas alrededor de aquellas revistas literarias de tan pobre presentación y tanta autenticidad en los contenidos. Luego he leído otros de manera desordenada y compulsiva, como los he ido encontrando en las librerías, por casualidad: Llamadas telefónicas (1997) —son cuentos—,  La pista de hielo (1993), El Tercer Reich (2010), La novela Nazi en América (1996) y 2666 (2004). Como verán por las fechas, algunas de sus obras parecen póstumas y debieron salir sin las correcciones que Bolaño hubiera hecho en ellas de seguir con vida. Todas son admirables productos de unas extraordinarias capacidades de fabulación y de producción, de una fertilidad textual fuera de lo común. Vamos, que Bolaño vivió y escribió con una intensidad y una pasión al alcance de muy pocas personas.
Monsieur Pain (1999) fue publicada por primera vez en 1984 con el título de La senda de los elefantes y, según creo —así lo afirma Bolaño en su «Nota preliminar»—, la obra de 1999 es una simple reedición de aquella de 1984. Conociendo su amor por la escritura cuesta trabajo creer que Bolaño no hiciera cambios pero ya no podemos preguntarle. Su acción transcurre en París durante la segunda semana de abril de 1938 y describe los intentos que realiza Pierre Pain, acupuntor y seguidor del mesmerismo, de cumplir la voluntad de una mujer. Esta le ruega que intente salvar la vida de un paciente pobre y poeta llamado Vallejo. Vallejo sigue muriendo, como en el poema Masa —lo destaca Abraham Prodencio Sánchez—, durante toda la novela:

«Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!".
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo».

         Monsieur Pain resulta un homenaje literario al surrealismo por las mismas situaciones y visiones que vive y sufre el protagonista, a menudo víctima de pesadillas o circunstancias reales que parecen soñadas. También contiene alusiones a la Guerra Civil española, en aquellos tiempos ya definitivamente decantada hacia el bando vencedor, y a la larga noche de inhumanidad que se cernía sobre toda Europa, presente en muchas novelas de Bolaño.
Muy recomendable.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Intruso en el polvo, de William Faulkner


Foto de outsetnetwork.com

William Faulkner, Intruso en el polvo, Barcelona, Planeta, 2000. [Intruder in the dust, 1948]. Traducción de J. M. Álvarez Flores y Ángela J. Pérez.

         Una vez leída esta novela de Faulkner he procedido a realizar una consulta de otras páginas, de la obra de otros comentaristas, anotadores, reseñadores, autores de recensiones, críticos o cómo quiera llamárseles, lo hago a menudo, y he sido consciente de la bochornosa diferencia que existe entre lo que algunos han escrito sobre ella y lo que yo pueda escribir. Me refiero en particular al texto de Javier Avilés incluido en el «El lamento de Portnoy». Todos los lectores que queden insatisfechos con estas mis pobres palabras deben dirigirse a él.
         Intruso en el polvo es una de las novelas de Faulkner inspiradas por el amor que sentía hacia la humanidad en general, y en particular hacia los negros que convivían con los blancos en los estados sureños de los Estados Unidos. Como demuestra en la dedicatoria de Desciende, Moisés, Faulkner estuvo desde la infancia en estrecho contacto con ellos y los quiso —era consciente del amor y la protección que les debía, sobre todo a las mujeres—, de manera que estas novelas suyas en las que los defiende son, a mi entender, una forma de devolverles ese amor. Además son necesarias por simple humanidad.
         Lo que más admiro de la obra de Faulkner es la ligazón que une a la mayoría de sus novelas. En ellas narra los avatares de varias familias durante dos o tres generaciones, familias en las que las sangre blanca y negra —en realidad siempre es roja, todos los sabemos— se ha ido mezclando. Fruto de esa mezcla es Lucas Beauchamp, el personaje desencadenador de los hechos que se relatan, que no voy a contarles para no fastidiarles la lectura. Lucas es cabezota, generoso y señorial. Posee el atractivo de las personas que se sienten orgullosas de sus raíces. La novela está contada desde el punto de vista de un muchacho de dieciséis años. La acción trascurre durante una semana de finales de los años cuarenta en Jefferson, condado de Yoknapatawa, esa territorio ficticio creado por Faulkner.
         En cuanto al estilo, la lectura resulta a veces complicada, en algunos pasajes mucho, por la enrevesada sintaxis faulkneriana. Solo es apta para valientes.

viernes, 8 de marzo de 2019

Interpretación de una inscripción de Osuna maltratada por el tiempo


Fotografía de Isabel Dugo Cobacho

El paseante curioso intenta descifrar las inscripciones antiguas que encuentra en los muros de los edificios. Algunas fueron escritas en muy buena piedra y no han recibido a lo largo de la historia agresiones en épocas tumultuarias. Son las afortunadas: su contenido puede ser entendido. Existen otras, sin embargo, que han corrido peor suerte y han llegado a nuestros días gravemente deterioradas. Este último es el caso de la inscripción más antigua de las dos situadas en la fachada principal del edificio de la Audiencia de Osuna. Me refiero a esa bella construcción que mira desde hace más de doscientos años a la calle de la Cilla desde la Carrera. Fue levantada según traza de Pedro Manuel Godoy. Las obras, dirigidas por el maestro alarife Antonio Martín, concluyeron en 1779.
Como puede apreciarse en la fotografía de Isabel Dugo Cobacho que acompaña este texto, la inscripción se encuentra en un estado que hace muy difícil su lectura. Aun así, y gracias a la conservación de la fecha, resulta posible rellenar sin excesivos problemas algunos de los huecos, los situados en las líneas superiores; el contenido de las líneas inferiores parece irrecuperable, sobre todo el del ángulo inferior izquierdo. Le estaré muy agradecido a cualquier lector que me haga llegar su hipótesis de lectura, a ver si entre todos conseguimos reconstruirla en su totalidad. La finalidad de esta inscripción es recordatoria, como suele ser la de un gran porcentaje de ellas. Sirven para dejar constancia de las personas que ocupaban los principales cargos públicos en el momento de la construcción del edificio. A pesar de ser una muestra más de la vanidad humana, resultan de gran utilidad para la datación de edificios antiguos.
Este es el texto visible:  

OSSVNA
GOVERNANDOLANAVEÐLAYGLESIA
N.M.---PIO VI----------------PAÑAN.C.MONARCHA
ELS.D.---ARLOS----------SENDODUQUEÐESTEES
TADOELEXMSR.D.-------------TELLESGRONSECON
C---------------------------------------EXMSR.D.MANVEL
DE--------------------------------DEGRACIAYIVSTICIA
------------------------GENERALDELOSÐLREYNO.
AÑO 1779


            Y este el comentario:

Línea 1ª: Como sabrán los lectores, la reduplicación de la letra S en posición intervocálica fue muy común en la lengua castellana durante varios siglos. La forma OSSUNA era la más habitual para designar a esta localidad sevillana. En cuanto a la aparición de la grafía V en lugar de la U, era algo muy común en los textos epigráficos de tradición latina.

Línea 2ª: En esta línea encontramos muestras de la confusión de las grafías B y V y de Y e I, fenómenos muy comunes en textos de la época. En cuanto al significado de la expresión gobernar la nave de la iglesia, alude a la primera ocupación de San Pedro, pescador a bordo de una barca. De esta forma, gobernar vale por dirigir, guiar —‘gobernalle’ es sinónimo de timón— y nave por el conjunto de los seguidores del catolicismo.

Línea 3ª: El nombre pontificio de Pío VI corresponde a Giovanni Angelico Braschi, miembro de la nobleza de Emilia-Romaña nacido en 1717 en Cesena, población de la provincia de Forlí situada a unos veinte kilómetros de la capital en el camino que lleva a Rímini. Elegido Papa en 1775, vivió la época del primer exilio de los miembros de la Compañía de Jesús —precisamente en Cesena vivieron durante ese exilio los jesuitas ursaonenses—, la Revolución Francesa y la invasión de Italia por las tropas napoleónicas, las cuales se anexionaron los Estados Pontificios en 1797 y Roma en 1798. Murió al año siguiente en Valence, población situada al sur de Lyon, adonde había sido conducido por las tropas francesas. A su muerte le sucedió Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti, Pío VII, nacido también en Cesena y miembro de la misma familia.
El segundo de los huecos de esta línea parece estar ocupado por las palabras REYNANDO EN y la primera sílaba de la palabra España. Las iniciales N.C. deben corresponder a las palabras Nuestro Católico. En relación a la introducción de una H entre la letra C y la vocal siguiente, era corriente hasta cierto punto en la época, sobre todo cuando la C iba seguida de O o A y representaba un sonido velar.

Línea 4ª: Según la fecha de la inscripción, este rey no puede ser otro que Carlos III (1716-1788), rey de España desde 1759. Con anterioridad, desde 1734 hasta 1759, había reinado en Nápoles y Sicilia como Carlos VII. Heredó el trono español tras la muerte de Fernando VI, su hermanastro, circunstancia que posibilitó la vuelta a la corte de la segunda esposa de Felipe V y madre de Carlos, Isabel de Farnesio. Esta señora, muy amante del arte y las antigüedades —aficiones que inculcó a su hijo—, pertenecía a una poderosa familia italiana que había dado a la iglesia un papa, Pablo III, mecenas de artistas de la talla de Sangallo, Vignola y Miguel Ángel, y padre del primer Duque de Parma, título que también ostentaría Carlos III.   
En el hueco que hay tras el nombre del Rey debían figurar más palabras además del numeral pero su lectura es casi imposible. En cuanto a las particularidades gráficas, las letras A y R de la palabra CARLOS están aglutinadas en un solo signo, la I de la palabra S[I]ENDO aparece representada por un · colocado encima del trazo vertical de la E, y las letras T y E de ESTE también están aglutinadas en un solo signo.

Línea 5ª: Siempre de acuerdo con la fecha de la última línea de la inscripción, el miembro de la familia Téllez-Girón al que se alude debe ser Pedro Zoilo Téllez-Girón Pérez de Guzmán el Bueno, XII conde de Ureña, VIII duque de Osuna y VIII marqués de Peñafiel. Entre otros muchos importantes cargos palaciegos, fue embajador extraordinario cerca del emperador de Alemania y en las cortes de Nápoles, Parma y Turín. Nacido en 1728, heredó la titularidad del ducado de Osuna con tan solo cinco años, en 1733, fecha del fallecimiento del anterior duque, José Téllez-Girón y Benavides, aunque durante la minoría de edad vivió bajo la protección de su madre, doña Francisca Bibiana Pérez de Guzmán el Bueno. En 1753 contrajo matrimonio con doña María Vicenta Pacheco Téllez-Girón, hija del duque de Uceda. Falleció en 1787. Este duque de Osuna fue, por tanto, abuelo paterno del príncipe de Anglona, un Téllez-Girón cuya biografía, pendiente de edición, espera ver la luz algún día.
            En lo que atañe a Osuna y a su patrimonio artístico, durante el gobierno del VIII duque de Osuna fueron realizadas diversas reformas en la Colegiata. Entre otras, cabe mencionar la instalación del retablo que preside la Capilla de la Inmaculada (1771), la terminación del Retablo Mayor (1770), la instalación de los dos púlpitos de mármol rojo (1775) y la construcción el órgano (1782), ampliado y cambiado de lugar con posterioridad. Entre 1768 y 1775 se reconstruyó la iglesia de la Merced y se construyeron su torre y la casa del Cabildo Colegial de la calle de San Pedro. También datan de esta época algunas de las más bellas construcciones civiles, como la fachada del Palacio del Marqués de la Gomera. De todas formas, y abriendo una puerta a una concepción más igualitaria de la historiografía local, la gran mayoría de los ursaonenses debía contemplar todas estas lujosas construcciones con escepticismo en relación a su seguridad material, pues Osuna, como pueblo de señorío, se ha caracterizado históricamente por unas agudas diferencias sociales.
            Volviendo al contenido de la inscripción, el nombre del Duque podía aparecer con la forma PEDRO ZOYLO, así lo hace en sus capitulaciones matrimoniales, conservadas en el Archivo Histórico Nacional, o, más bien, como PEDRO SOILO, de manera semejante a como aparece en la inscripción fechada en 1753 situada en el interior del Arquillo de la Cárcel de la Puebla de Cazalla, junto al Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván. La I de la palabra G[I]RON aparece representada por un · situado encima del trazo vertical de la R. En cuanto a las dos sílabas finales de la línea, SECON, no veo qué puedan significar.

Líneas 6ª, 7ª y 8ª: Dada la dificultad de lectura de estas tres líneas, muy poco es lo que puedo decir de ellas. Si acaso mencionar la ortografía de IVSTICIA y la aglutinación de las tres letras de DEL en un solo signo.

La fecha está claramente indicada en la última línea.



Bibliografía.

Ignacio Atienza Hernández, Aristocracía, poder y riqueza en la España moderna. La Casa de Osuna, siglos XVI-XIX, Madrid, 1987.

Manuel Rodríguez-Buzón Calle, Guía artística de Osuna, Osuna, 1986.

Página web del Excelentísimo Ayuntamiento de Osuna.

Página web del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Ejercicios de castellano, de Azorín




Paisaje leonés
(Conserjería de Agricultura y Ganadería de Castilla y León)


Azorín, Ejercicios de castellano, Madrid, Biblioteca Nueva, 1960.

         Delicioso librito escrito por José Martínez Ruiz cuando había cumplido ya los ochenta y seis años. Consta de cincuenta artículos cortos sobre temas literarios, muy queridos desde su juventud por el escritor monovero. Según el propio autor fue redactado en apenas sesenta días, entre diciembre de 1959 y enero de 1960. Se lee con mucho gusto por la vitalidad intelectual que posee Azorín a pesar de la edad (o gracias a ella). En su Examen de ingenios (Seix Barral, 2017), José Manuel Caballero Bonald lo describe por aquel entonces como un anciano que caminaba «casi despojado de volumen, con esa furtiva actitud del que teme ser interceptado en el camino que conduce a la inmortalidad. Daba la impresión de que iba perdiendo peso a medida que se acercaba, deslizándose sin moverse, todo afilado y enjuto, con el perfil de un maniquí al que han pulido hasta la trasparencia» (pág. 11). Leyendo las páginas de Lecciones de castellano uno no podría imaginar que fueron escritas por alguien tan mayor, la verdad. No hay una queja por los achaques de la edad, un ay siquiera. Se advierte, además, que Azorín por aquella época dormía ya muy poco o lo hacía de día, pues en varios lugares alude de pasada al hecho de estar escribiendo de madrugada.
         Todos los artículos del libro fueron concebidos por el deseo de expresar opiniones sobre la obra, o la actitud vital, de otros autores, la mayoría españoles pero también muchos franceses. En sus páginas aparecen retratados con más o menos detenimiento Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Clarín, Mariano de Cavia, Jacinto Verdaguer, Joaquín Dicenta, Montaigne, La Fontaine, La Rochefoucauld, Marcel Proust, el padre de este último —coautor del tratado médico L’Hygiène du Goutteux (París, Masson, 1896)— y Albert Camus entre muchos otros. Este último había fallecido en enero de 1960, durante la redacción del libro. Azorín escribe también sobre sus andanzas por las librerías parisinas, que afirma conocer bien, y acerca de los libros que recuerda hacer comprado en ellas o no haber podido comprar porque se le adelantó nada menos que Marcel Bataillon. En su epílogo, maravilloso, hace un sentido encomio, por autobiográfico, de las sociedades bilingües, y defiende el poliglotismo como un enriquecimiento personal para cada una de las lenguas y las culturas conocidas: «No hay que temer las contaminaciones de los idiomas. Yo creo que un idioma se beneficia con el roce de otro idioma. El castellano se ha corroborado y acendrado en mí, primero con el valenciano, luego con el francés» (pág. 210). El libro acaba con una «Fe de erratas» que no es tal sino un diálogo entre un linotipista y un escritor imaginarios en el que se homenajea el trabajo de los cajistas, casi desaparecidos ya entonces, entregados a un arduo trabajo —componer las páginas tipo a tipo— al que se unía el no menos difícil de entender la letra del autor, pues las máquinas de escribir no existían —no se popularizaron hasta bien entrado el siglo XX— y muchos de ellos, como Clarín, tenían una letra indescifrable. El último párrafo, de este autor imaginario, contiene un acertado lamento provocado por la uniformidad de los estilos literarios, consecuencia a su vez de la pérdida de los particularismos regionales y nacionales.
El libro, en realidad, es un ejercicio en defensa del castellano y de todas las lenguas posibles, de los particularismos que enriquecen la realidad. A pesar del título.