jueves, 19 de octubre de 2017

Iriarte y la duquesa de Osuna



Tomás de Iriarte
(Imagen tomada de biografiasyvidas.com)


Los miembros de la nobleza pudieron contar siempre entre sus actividades el mecenazgo cultural. Otra cosa es que lo ejercieran. Para ello eran necesarios medios económicos e inquietududes culturales o, al menos, deseos de emulación. A lo largo de la historia se ha asistido a incontables casos en los que los señores de la casa, a menudo la señora, protegían a artistas por no ser menos que los señores de la casa rival. Fuese o no este el caso de María Josefa Alonso Pimentel (1752-1834), condesa-duquesa de Benavente y duquesa de Osuna entre otros muchos títulos, contó como habituales de sus tertulias, o como miembros de su servicio, a personalidades de la talla de Tomás de Iriarte, Leandro Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz, Francisco de Goya o Luigi Boccherini. A muchos de ellos encargó obras y alguno, como Boccherini, estuvo a su servicio de manera regular. Esta actividad de mecenazgo, referida sobre todo al campo musical, ha sido detalladamente estudiada por el señor Juan Pablo Fernández González, que nos ha dejado su encomiable obra El mecenazgo musical de las Casas de Osuna y Benavente (1733-1844). Un estudio sobre el papel de la música en la alta nobleza española (Universidad de Granada, 2005), y tratada de forma más ligera, y más accesible al común de los lectores, por don Emilio Cotarelo y Mori en Iriarte y su época (Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1897). Dicha obra, y entre sus páginas 478 y 483, contiene un texto de Iriarte dedicado a María Josefa que puede considerarse uno de los mejores retratos que se le haya hecho nunca. Les dejo ya con él.



Epístola jocoseria á la Excma. Sra. Condesa de Benavente

Hubo un tiempo, señora, en que solía
la nobleza española
amar tanto la noble poesía,
que Lope, Garcilaso y Argensola,
tal vez por agradar á un personaje
de grande autoridad y alto linaje,
se quemaban las cejas,
las uñas se chupaban,
se rascaban la frente y las orejas
y los sesos también se devanaban
buscando un consonante, una sentencia
con que se divirtiese su Excelencia.

Ya en nadie sino en ti, Condesa amable,
puede hallar un discípulo de Apolo
los restos de costumbre tan loable,
pues que atiendes no sólo
al ameno, al fluido, inimitable
metro de Pedro Gil, mas aun al mío
que en su comparación es flojo, frío,
insípido, arrastrado y deplorable.
Á tanto grado llega lo que estimas
á este vuestro menor versificante,
que en trasladar un tomo de sus rimas
apuras la paciencia de un copiante:
sea ya lo que mandas; pero siento
que no me alcance el numen,
como
alcanza el aliento,
para llenar otro mayor volumen
de sinceros loores
debidos á las prendas superiores
con que tu sexo ilustras y tu clase;
no haya miedo, no, que yo empezase
á estilo de vulgar dedicatoria;
porque es el escribir tu ejecutoria
asunto de poquísimos desvelos,
y el más simple erudito á la violeta,
cualquier pobre trompeta
que apenas deletree la Gaceta,
un bárbaro batueco ó masageta,
y hasta un niño de teta
(cuanto más un poeta),
no ignoran que viviendo don Fadrique,
Duque de Benavente,
hijo de don Enrique,
Conde de Trastamara,
ningún perrazo moro alzó la frente
ni se atrevió á chistar, y el que chistara
que el Duque la badana le zurrara.

Tampoco ensartaría
aquella interminable letanía
de ducados, condados, marquesados,
y una, dos, tres etcétera por cola,
pues no me dan envidia tus estados.
sino tu acierto en gobernarlos sola.
¿Quién me manda emprender la inoportuna
narración de los dones
que debes á la suerte y á la cuna,
cuando los que posees por ti propia
sin tener á una ni á otra obligaciones
tan singulares son y en tanta copia?

Tu generosidad, gracia y viveza,
desembarazo, espíritu, franqueza,
afable trato, igual y verdadero,
materia dan para un poema entero
Yo, pues, te pintaría
(cuando aspirar á tanto
pudiera la rastrera musa mía)
al bufete sentada
con secretario y contador al canto,
la pluma enarbolada,
para firmar las cuerdas providencias
en que al vasallo amparas,
ó para despachar correspondencias
de un pleito de tenuta
que algún letrado enreda y tú le aclaras;
ó escribir como sueles
á tus amigos fieles
cartas que nunca huelen á minuta,
según es el lenguaje terso y llano
y por cuatro costados castellano.

Bien pudiera si no representarte
presidiendo tal vez una Academia
de música sonora,
y siendo de aquel arte
el juez, la bienhechora
que á los que le profesan honra y premia;
¿y extrañarán ahora,
cuando así te deleita la armonía,
que tu afición descubras igualmente
á su hermana carnal la poesía?

Justo fuera también que descubriera
aquel gentil denuedo y continente
con que, haciendo de andante caballera,
te ciñes el botín, riges la brida,
y al bruto dócil oprimiendo el lomo
sin ser vista ni oída,
ya estás en la alameda,
llevando al gran Olmeda
por tu caballerizo, mayordomo,
bastonero, trinchante,
escudero y perpetuo acompañante.

Paréceme, señora, que te veo
en aquel domicilio del recreo
de amigos rodeada
que á ponderar su gratitud no aciertan;
cuando por tu bondad logras colmada
la diversión con que ellos se diviertan;
¿y cómo era posible,
á menos que no fuese un insensible,
un desagradecido y un grosero,
dejarme en el tintero
las solemnes y opíparas meriendas
que en las Carnestolendas
solías dar á todo el mundo entero?
¡Oh plausibles memorias!
¡Oh de la vida fugitivas glorias!

Pasó aquel tiempo afortunado
en que nuestra Condesa,
pródiga más que nunca de su agrado,
convocaba á su mesa
de Baco y de las Musas sus secuaces,
donde las permitía
que explayasen su alegre fantasía,
pero con la notable circunstancia
de que el pesado, el necio cumplimiento
no tuvo atrevimiento
de pisar el umbral de aquella estancia,
apenas conoció la gentecilla
de que estaba compuesta la cuadrilla:
aun me acuerdo que tú, viendo su triste
y fea catadura, le dijiste:
«Bien puedes ya mudarte
á hacer tus ceremonias á otra parte.»
Y yo le eché un conjuro con cerveza
porque no me rompiera la cabeza.
Es el tal cumplimiento un avechucho
que ganáramos mucho
en que de un tabardillo se muriera,
ó que nunca su madre le pariera.
La cual fué, según dicen, una dama
llamada Urbanidad, que por descuido
con cierto galancete presumido
que artificio se llamaba,
produjo aquel bastardo señorito.
Además de lo mucho que incomoda
al linaje mortal, miente infinito;
y en todo baile, convite, duelo ó boda,
en cualquiera junta, pública o privada,
el siempre ha de meter su cucharada:
mas en queriendo que á cien leguas huya
basta una risa, una palabra tuya.

Para llenar el tomo susodicho
sobran tantas ideas, que contemplo
no quedara poético capricho
que yo no recorriese; por ejemplo:
¿Cuantas odas podría
cantar sobre la intrépida osadía
con que tú, muchas veces olvidada
de aquel regalo blando,
propio de una crianza delicada,
te vas por esos mundos, penetrando
estrechos valles, empinadas sierras
sin temor de intemperie ni ladrones,
ni del trato maldito
y estrépito infernal de los mesones?
¿Ó bien de nuestras tierras
te alejas entregada á las infieles
ondas del baleárico distrito
en busca de laureles
que gustoso reparte
con su Venus amada el nuevo Marte?
Cuando cansado ya de tonos líricos
me aviniese mejor con los bucólicos,
dejando circunloquios hiperbólicos
en églogas te hiciera panegíricos. 
Un pastor y un zagal introdujera
que entonasen en rústicos cantares
alternativamente en la ribera
del patrio Manzanares,
recostados al sol si era Febrero
(pues no hay razón ni fuero
para que los bucólicos autores
tiendan siempre á la sombra sus pastores).
El canto de los dos ensalzaría
a la próvida Ninfa cuya mano
puebla aquel sitio de una selva umbría
que el ardor les mitigue del verano
y haga que la frescura
de la verde espesura
las orillas fecunde
en que á la mansa grey el pasto abunde.

Quizá que por variar composiciones
también me propasara
á componer satíricas lecciones;
pero parecería cosa rara
que en versos destinados á elogiarte
tengan cabida sátiras algunas,
bien que las hay dispuestas con tal arte
que incluyen alabanzas oportunas.
Hiciera verbigracia una invectiva
acomodable á ciertos poderosos,
que ya porque el buen gusto
sus ánimos no aviva
(nobles por otra parte y generosos),
ó ya por no formar concepto justo
de lo que es la grandeza verdadera
no te imitan, señora, en el empeño
de ocupar los artífices peritos,
y adornar tu vivienda de manera
que el menor de sus muebles exquisitos
indica la excelencia de su dueño.
Y á la verdad en vano
supo el ingenio humano
descubrir á millares
en las útiles artes los primores,
si sus apreciadores
han de ser sólo espíritus vulgares,
ó los que no nacieron en estado
de proteger al hábil y aplicado;
para un sermón satírico, pregunto:
¿no es este un provechoso y digno asunto?
Y si la melancólica elegía
prestarme quiere el lastimero acento,
¿que más tierno argumento
puede ofrecerse á la tristeza mía
que tu fatal ausencia
y la suma impaciencia
con que de su remate aguardo el día?
Día que siempre viene y nunca llega;
y á fe que es buen testigo
la encaramada Puerta de la Vega[1]
de que tu ausente amigo
ni á mirarla se atreve, y si la mira
es una compasión lo que suspira;
pues como se figura
que ve en aquella altura
alguno de los cerros del Parnaso
y ya le considera tan desierto,
ciego se queda, ó por lo menos tuerto,
de llorar el funesto y grave caso.
Pero amanecerá la grata aurora
que á Madrid restituya el bien perdido,
y el Parnaso de nuevo establecido
escuchará armonía más canora;
cuando en la cuna el sucesor futuro,
aun más que de tu casa de tus prendas,
reciba las poéticas ofrendas
que desde hoy para entonces te aseguro.

Yo, señora, al presente
ofuscado con ímprobas tareas
y estudio muy diverso
del que piden las métricas ideas,
hallo difícilmente
once silabas juntas para un verso;
andan los consonantes muy tirados
y me he jugado el numen á los dados
Pero al cabo tan fuerte
ha sido en mí el anhelo
de acreditarte mi ardiente celo,
y de alguna manera complacerte,
que él me fué sugiriendo estos renglones
pares á veces y otras veces nones.

Si de algo bueno tienen
será sólo una cosa,
que aunque versos, contienen
tanta verdad como si fueran prosa.


(Biblioteca Nacional, S-418.)





[1] «Alude á que S. E. vive en una calle alta que va á parar á la Puerta de la Vega, que va fuera de Madrid.» — (Nota de Iriarte.)

miércoles, 4 de octubre de 2017

«Las almas muertas», de NIkolái V. Gógol





GÓGOL, Nikolái V., Las almas muertas, Barcelona, Seix Barral, 1971; 449 págs. (Мёртвые души, 1842). Traducción de María Ángeles Hernández.

            Se trata de la célebre novela de Gógol (1809-1852). La he leído en una edición un poco antigua y en un ejemplar tan deteriorado que, si pudiera hablar, a saber qué historias nos contaba, los viajes que ha hecho, las manos por las que ha pasado hasta llegar a las mías. 
            El doctor Alfredo Hermosillo López ha dedicada años de estudio, incontables lecturas, a la recepción y las traducciones de Almas muertas al español —Hermosillo menciona el título sin artículo, seguramente con más propiedad—, así que remito a sus obras a los interesados en las dificultades de traducción de esta novela.
            Se trata de las andanzas de un vividor llamado Pavel Ivanovich Chichikov por la Rusia rural de la primera mitad del XIX. Apoyado en modales aristocráticos y un vestuario a la moda de San Petersburgo, intenta seducir a los propietarios de fincas, y, por lo tanto, también de aldeas y de sus ocupantes —almas—, para que le cedan la propiedad de los fallecidos, siervos que ya no producen y son una carga para el propietario, obligado a seguir pagando impuestos por los muertos debido a la falta de actualización de los censos. La visión del sistema social ruso no puede ser menos complaciente.
            Apoyándose en una premisa fantástica —el interés por la posesión de siervos muertos—, el autor crea una especie de novela de camino en la que asistimos a las aventuras que Chichikov corre moviéndose por los interminables campos rusos, de horizontes infinitos, de una propiedad a otra, intentando convencer a sus dueños de lo conveniente que sería para ellos deshacerse de sus almas muertas. Y esto siempre en compañía de un cochero borracho y despistado.
La visión de Gógol de la sociedad rusa es muy crítica. Los mujiks aparecen como víctimas de un sistema social terriblemente injusto, repleto de resabios feudales. La clase media, sobre todo funcionarios, está integrada por personas venales, muy corruptas. Y los propietarios son a menudo personas viciosas, dadas a los placeres y al despilfarro, muchos de ellos de extrañas costumbres generadas por la soledad en la que se encuentran en sus explotaciones agrícolas. Quiero destacar a uno de ellos, Pliuchkin (pág. 125 y ss.), por el parecido que guarda con la señorita Havisham de Grandes esperanzas. Ambos personajes parecen olvidados de sí mismos y viven rodeados de los ruinosos y polvorientos recuerdos de sus vidas. La obra de Dickens es veinte años posterior pero ignoro la fecha de la primera traducción inglesa de Las almas muertas. Es solo una conjetura.
            La segunda parte de la novela, de tono menos humorístico y más moralista, está incompleta debido, según he leído, al intento que hizo Gógol de destuir su manuscrito.
             La lectura de la primera parte me ha recordado al Chévoj y al Bulgákov más creativos y humorísticos. La primera parte, mucho más vitalista, tiene como uno de sus principales personajes al narrador. Este toma distancia de la obra, la analiza y «dialoga» con el lector sobre sus faltas o sus virtudes. Creo que son rasgos de gran modernidad para la época en la que escribía. El pasaje siguiente resulta ejemplar:

            «Pero es muy otra la suerte del escritor que se atreve a sacar a la superficie todas las bajezas de nuestra vida, que penetra en el abismo de los seres fríos, mezquinos, vulgares —que encontramos a cada paso en nuestro camino, a veces triste y amargo— y que con un inexorable cincel pone de relieve todo lo que nuestros ojos se niegan a ver… […] no podrá liberarse del juicio de sus contemporáneos hipócritas e insensibles, que considerarán sus amadas creaciones como obras deleznables y extravagantes, le atribuirán los defectos de sus héroes y le negarán toda cualidad del corazón y del alma, así como la llama divina del talento». (Pág. 145).


            Novela, en fin, de gran interés para los interesados en acercarse un poco más al apasionado y fogoso universo ruso, un mundo a nuestro alcance gracias a los libros.