jueves, 30 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (6)



Francisco de Goya, Los Desastres de la Guerra, nº 15
"Y no hai remedio".



Nuestro protagonista, como ya sabemos, es Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso Pimentel (1786-1851), segundo hijo varón del matrimonio formado por María Josefa Alonso Pimentel, condesa-duquesa de Benavente, y Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna. En la entrega anterior lo habíamos dejado en Arcos de la Frontera, enfrascado en la lectura de un diplomático discurso dirigido a Fernando VII, de visita en la localidad gaditana. Pocos días antes había sido ascendido a Teniente General. Era el 31 de octubre de 1814.
Ahora vamos a retroceder un poco en el tiempo. Acabo de conseguir en la Biblioteca Nacional un documento —localizado con la signatura R/60016(69)— que dice mucho de su personalidad: un “Bando” escrito por él y leído ante todas la unidades del llamado Tercer Ejército, multitudinario contingente armado que, según la obra del Marqués de Miraflores ya citada, estaba bajo su mando desde diciembre de 1813, cuando el duque del Parque, hombre de edad y con la salud muy quebrantada a causa de la guerra, puso el cargo de General en Jefe en sus manos. El Bando, que en esta ocasión puedo transcribir íntegro por no tener limitaciones de espacio —recuerde el lector que este artículo fue publicado originalmente en un periódico local de Osuna hace diez años—, está fechado en Irún el 8 de abril de 1814, días antes del armisticio que supuso el fin a la guerra. Este será firmado el día 18 de abril en Bayona, la misma ciudad donde en junio de 1808 tuvo lugar aquella asamblea convocada por “S. M. I. y R. el Emperador de los Franceses” y a la que acudió el hermano mayor de Anglona, el IX duque de Osuna, sumiso a las órdenes de Napoleón hasta conocer el desenlace de la Batalla de Bailén. Al leer el texto, tengan presente, por favor, el lamentable comportamiento de las tropas francesas tras la toma de muchas localidades españolas, pero, sobre todo, de las que estaban a las órdenes de Sebastiani en la toma de Málaga (5 de febrero de 1810) o las que, siguiendo órdenes directas de Dupont, saquearon Córdoba durante varios días a principios de junio de 1808, hecho este último que, según el historiador Francisco Luis Díaz Torrejón, autor de concienzudas obras sobre este periodo de nuestra historia, contribuyó a la derrota francesa en Bailén: el peso del botín impedía a los soldados franceses moverse con rapidez. En este texto, y como verá el lector, Anglona, demostrando una exquisita sensibilidad hacia los derechos del enemigo vencido, previene a sus subordinados de las consecuencias que les acarrearía el incumplimiento de unas reglas cívicas de conducta, demostrándoles lo importante que es saber ganar y ser educado y cortés en la guerra. Atribuir a la guerra cortesía y educación puede parecer paradójico pero, en realidad, es muy coherente con una de las maneras de pensar de la época, una manera propia de personas ilustradas, conscientes de la necesidad de defender los principales derechos humanos; la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, de 1789, estaba muy presente en las personas que la conocían y creían en sus principios. Al mismo tiempo, el documento deja bien claro cómo era la vida militar en periodo de guerra, cómo se castigaba a los incumplidores y desobedientes, una rigurosa disciplina que lograba tener sometida a la tropa por medio de castigos ejemplarizantes y que parece contradecir la propia Declaración de los derechos del hombre, aunque, desde luego, el ejército no parece el mejor lugar para defender dichos derechos. En la misma Guerra de la Independencia encontramos otros ejemplos disciplinarios, como el correctivo recibido por un soldado inglés, en diciembre de 1808, hallado culpable del robo de objetos sagrados en una iglesia de Astorga; los interesados en conocer algo del sufrimiento, por ejemplo, padecido por la población civil de Astorga y Lugo, en el invierno de 1808, a manos de tropas inglesas aliadas, o, en general, de lo que Goya denominó “Desastres de la guerra”, hallarán en la red información hasta decir basta e, incluso, llegar a perder el apetito.
Volviendo al texto de Anglona, como verán, está copiado a la letra, respetando la ortografía original. Les dejo ya con sus palabras.


"SOLDADOS DEL TERCER EXERCITO
Al fin se cumplieron vuestros deseos, y debéis participar en las glorias de esta campaña. Estoy bien convencido de que nada dexareis de hacer de quanto exige el valor y disciplina; pero así como os habeis manifestado en toda ocasión verdaderos Españoles y Militares, del mismo modo ahora es preciso hagais ver que también os adornan las mas sublimes virtudes, deponiendo el fundado resentimiento, que han excitado en vosotros la cruel é infame conducta observada por los Exércitos enemigos, miéntras profanaron el suelo de la amada Patria.  Haced pues conocer á los Franceses, que si en vosotros no se puede apagar las sed de combatir contra sus agresores Exércitos, al mismo tiempo respetais los vecinos pacíficos y sus propiedades, y así los obligareis á que á su pesar confiesen quan merecedores sois de la alta opinion que gozais en todas las Naciones. No espero llegue el caso de que las leyes tengan que castigar en ninguno faltas que desdigan de los generosos sentimientos que abrigais: mas si hubiese quien, olvidado de ellos, inquietase al desarmado paysano en su persona o propiedad será juzgado con arreglo á las leyes que rigen y conforme á los artículos del siguiente


BANDO
Artículo 1.º Quando ocurra alguna accion de guerra, durante ésta no podrá (baxo pena de la vida) separarse soldado alguno de su fila y Compañía, sin permiso del Oficial que la mandare, y en igual pena incurrirá el que, quando se ataque algun lugar, éntre [sic] en casa de él sin ser mandado; debiendo en uno y en otro caso ser responsables los Oficiales de la misma Compañía, segun está prevenido  en el artículo 15, tratado 7º, título 17 de la ordenanza.

            2º. A persona alguna del Exército le será permitido el desnudar herido de los que queden en los campos de batalla; y los que hicieren prisioneros á Oficiales los tratarán con la decencia y generosidad que corresponde á su carácter, en cumplimiento de lo mandado en el artículo 16 del mismo tratado; y los contraventores serán castigados arbitrariamente, según su clase y circunstancias.

            3º. Todo el que de caso pensado matare, ó hiriere gravemente con alevosía á paysano Frances, de cualquier clase que sea, será pasado por las armas, y no siendo la herida grave será destinado á quatro años de presidio con arreglo á los artículos 64 y 65, tratado 8º, título 10.

            4º. Cualquiera que forzare muger honrada, casada, viuda, ó doncella, será pasado por las armas; pero si solo constase la intención deliberada, y esfuerzos para conseguirlo, será desterrado á diez años de presidio, con tal que no haya intervenido amenaza de armas, pues si intervino y la muger hubiese padecido cualquier daño notable en su persona, será condenado a muerte el agresor, según el artículo 52 del mismo tratado.

            5º. En el caso de que se determine que la tropa se aloge en las casas particulares de los vecinos, ningun Oficial ni soldado podrá pedir ni obligar a sus patrones á que les suministren otra cosa que lo que se prevenga para tales circunstancias, pena de suspensión de empleo y confiscación de paga al Oficial y de castigo corporal á los soldados, con restitucion á favor del paysano damnificado, conforme al artículo 68 de idem.

            6º. El soldado que maltratare de palabra, ú obra á sus patrones, ó familia, ó cualquiera otra persona de uno ú otro sexò, será castigado corporalmente, ó con pena mas grave, segun la entidad del daño que hubiera ocasionado, en virtud de los dispuesto en el artículo 69 de idem.

            7º. A ninguno le será permitido tomar cosa alguna contra la voluntad de su dueño, y sobre este particular se renueva la Real órden de 31 de Agosto del año de 1772, adicional á la ordenanza, acerca de las penas que se imponen á los que robaren, cuyos capítulos deberán leerse repetidas veces por Compañías para que no se alegue ignorancia; haciendo entender á todos sus individuos que estas penas les comprehenden, no solo cuando el robo se execute en bienes de Españoles, sino tambien y del mismo modo en los que sean propios de individuos de nación Francesa.

            8º. Aunque en la ocasión de ir á completar la grandiosa obra de nuestra libertad é independencia, no es de esperar que haya ninguno tan olvidado de sí mismo que abandone sus banderas, y no se preste gustoso á tener parte en la gloria de nuestras armas, se previene igualmente que la desercion será castigada con todo el rigor; segun y en los términos que dispone el Real Bando de 5 de Diciembre de 1809 en lo que no está derogado por órdenes posteriores, y á este fin se leerá también por Compañías, fixandose como se fixa por éste, los límites para graduar consumada la deserción, media legua de distancia del Regimiento, quartel ó parage donde el individuo deba estar.

            Se leerá al frente de banderas con las formalidades de ordenanza, y los Gefes de los Cuerpos del Exército dispondrán el cumplimiento de los artículos precedentes = Quartel General de Irun, ocho de abril [cursivas añadidas en espacio en blanco] de mil ochocientos y catorce.
Anglona



Para terminar, sólo llamar la atención sobre el hecho de que la fecha y el lugar del último párrafo aparezcan escritos a mano, circunstancia que nos hace pensar en la lectura del texto en distintas ocasiones y lugares.

 (Continuará)

sábado, 25 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (5)




La entrega anterior de este esbozo de biografía finalizaba avanzada la primavera de 1814, cuando Anglona, noble de ideología liberal, se retira voluntariamente a su casa de Madrid. Después de seis años de guerra su intención debía ser descansar, y hacerlo en compañía de su esposa y de su hijo de apenas dos años, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Fernández de Santillán, duque de Osuna en 1882 tras la muerte de Mariano “el manirroto”. En el momento de la redacción de este artículo, no puedo asegurar que en 1814 la residencia madrileña de Anglona fuera la que don Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), inspector de Obras Públicas del Ayuntamiento de Madrid, periodista y excelente escritor, describe escuetamente en su obra El Antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las casas y calles de esta Villa (1861). En ella habla de la “Casa de Jabalquinto [sic]”, que en la fecha de publicación de la obra ocupaba la manzana que existía entre las calles llamadas “Sin puertas y de Segovia”, en las proximidades del Palacio Real. El inmueble, construido en el siglo XVII en un estilo Renacimiento muy severo, se salvó del derribo en 1987 y hoy día alberga en sus bajos y sótanos un conocido restaurante. La calle paralela a Segovia hacia el Sur, seguramente la misma que en el siglo XIX se llamaba “Sin puertas”, se denomina en la actualidad “Príncipe de Anglona”. Esta propiedad pertenecía al titular del marquesado de Javalquinto, que, como ya sabemos, Anglona no heredaría de manera oficial hasta 1834.
            En la obra de Miraflores de la que hablé en el artículo anterior, concretamente en la página 35, puede leerse que Anglona estuvo en Madrid hasta abril de 1815. Sin embargo, y de acuerdo con un documento que he localizado en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla —existen dos ejemplares: uno en la Biblioteca General (sign. A Fol. 296/008) y otro, proveniente del legado de Joaquín Hazañas y la Rúa, en la Biblioteca de Humanidades (sign. H CA. 033/044)—, el 31 de octubre de 1814 se hallaba en Arcos de la Frontera, donde pronuncia un discurso ante Fernando VII. Según se lee en su Historial Militar, custodiado en Archivo General Militar de Segovia e incluido en la sección denominada “Célebres”, el día 13 del mismo mes había sido ascendido a Teniente General, ascenso que resultaba obvio por sus méritos de guerra y que obedeció a una justa decisión en la que no debió intervenir el Rey, aunque, lógicamente, tuvo que leer y firmar el Real Despacho que contenía el nombramiento.
            En relación al discurso pronunciado en Arcos de la Frontera, población gaditana que Anglona debía conocer bien por haber contribuido a la liberación de toda la zona, puede afirmarse que representa un modelo de diplomacia. El motivo de la redacción del texto es dar la bienvenida al nuevo rey y, ya de paso, comunicarle lo fiel que la población se mantuvo a la causa fernandina y el coste en vidas y propiedades materiales que produjo la ocupación de las tropas napoleónicas, pues los vecinos de Arcos presenciaron “el sacrificio de víctimas, talas, quemas, y exîgiendo mas de doce millones de reales, con otras vexaciones de un tamaño nada vulgar”. Y más adelante, casi al final del discurso,
“Viendo los enemigos que por estos medios no podían atraerse la voluntad general […] redoblaron sus castigos y contribuciones, sacándole con ellas y sus suministros el importe de doce millones de reales en los treinta meses que le tuvo ocupado con tropas permanentes, y tan numerosas, que no podía menos de presumirse eran con objeto de desolarlo”. 
      Para aproximarnos a las motivaciones que llevaron a Anglona a pronunciar un discurso tan reivindicativo en defensa de los habitantes de Arcos —población con la que, en principio, no parecía tener relación alguna—, debemos tener siempre presente que los duques Osuna tenían importantes propiedades en el término de esta bella población gaditana, pues, por matrimonio, su padre, fallecido en 1807, había pasado a ser “titular consorte” del ducado de Arcos, cuya titularidad recaía en 1814 en el hermano mayor de Anglona, Francisco de Borja Téllez-Girón y Alonso Pimentel, X duque de Osuna. Por esta razón, y aunque Fernando VII no había resultado el rey tan propicio que todos los liberales deseaban –y todavía no habían visto nada, lo peor estaba por llegar–, Anglona comienza el discurso con las fórmulas laudatorias que la ocasión requería (recuerden que la ortografía de la época era distinta):
La Diputacion que representa á la Ciudad de Arcos de la Frontera para felicitar á V.M. en el regreso al Trono de sus mayores, cuyas atribuciones tan dignamente exerce, postrada á V. [Vuestros] R. [Reales] P. [Pies] á nombre de dicha Ciudad, se ciñe á expresar sus sentimientos de amor y respeto […] entre los Españoles que sin cesar han suspirado por su Rey”. 
          Como ven, Anglona hubiera sido un excelente embajador en cualquier corte de la época.
(Continuará)


viernes, 17 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (4)



La ciudad de Bayona



La biografía de un personaje tan atractivo ha sido en el pasado tema de al menos un libro aunque, en honor a la verdad, su memoria, como la de otros muchos protagonistas de la movida Historia de España del siglo XIX, duerme aún en archivos y bibliotecas a la espera de alguien que dedique su tiempo a recuperarla. Sólo se conoce un libro dedicado de forma monográfica a su figura. Su autor fue Manuel Pando y Fernández-Pinedo, marqués de Miraflores, hombre de prosa excelente y autor, entre otras interesantes publicaciones, de la titulada Biografía del Excmo. Sr. D. Pedro Téllez Girón, Príncipe de Anglona, Marqués de Javalquinto, Teniente General de los Ejércitos Nacionales y Vicepresidente del Senado. Se trata de un libro en 4º de 47 páginas que vio la luz en Madrid en las prensas de José Rodríguez el mismo año de la muerte de Anglona, 1851; puede consultarse en la Biblioteca Nacional, donde existen tres ejemplares y un servicio de reprografía que, en su día, hizo posible que la obra llegara a mis manos. He mencionado este libro porque es casi la única información de que dispongo para intentar averiguar cómo vivió Anglona el periodo de tiempo comprendido entre 1814 y 1820, etapa del reinado de Fernando VII que los historiadores conocen como el “Sexenio Absolutista” y que, en lo relativo a la vida de nuestro protagonista —tío de Mariano “el despilfarrador” y padre del XIII duque de Osuna— se inicia con el artículo que usted está leyendo. Miraflores era amigo íntimo de Anglona y escribió el libro justo después de la muerte de éste, circunstancias que le otorgan un alto grado de seguridad en los datos pero también le restan objetividad e imparcialidad, pues no recuerdo haber encontrado en su lectura un solo adjetivo negativo referido a nuestro protagonista, por lo que la obra puede calificarse de casi hagiográfica. Anglona tenía muchas y buenas cualidades —valentía, vitalidad, generosidad, inteligencia y creatividad— pero dudo mucho que se pueda decir de él que fuera un santo.
            El artículo anterior de esta serie finalizaba con la llegada a España de Fernando VII y con la derogación de la Constitución de Cádiz, decisión del nuevo rey que produjo una gran decepción entre las personas de ideología liberal. Este hecho tuvo lugar a primeros del mes de mayo de 1814 y fue la primera de una serie de decisiones muy polémicas y con toda seguridad contrarias al progreso del país, como la reinstauración del tribunal de la Inquisición o la detención de personajes que se habían señalado como liberales o afrancesados, la mayoría de los cuales no eran sino españoles cultos y bien intencionados que creían en el cambio y no en la vuelta a formulas de gobierno ya caducas. Según la obra de Miraflores ya mencionada, de una extrema lucidez en algunos de sus juicios, esta decisión del nuevo rey crea una gran división entre los españoles, la misma que producirán las Guerras Carlistas —que no fueron sino guerras civiles— y acabará desencadenando la Guerra Civil del siglo XX. Como vemos, este autor poseía, además de una prosa excelente, una extraordinaria visión de futuro. No habla de una guerra civil a gran escala, pero sí escribe lo siguiente:

«Dividióse aquella España, modelo admirable de unidad en defensa de su Rey y de su independencia, y dividióse para no volver jamás á [sic] estar unida: hablen los acontecimientos posteriores» (pág. 35).

            El estado de ánimo de Anglona en aquellos días no debía ser muy bueno. En honor a la verdad, había luchado por la independencia de su país sin apenas descanso desde julio de 1808 hasta el 18 de abril de 1814, día en el que se firma el armisticio definitivo en Bayona, y había asistido impotente a la pérdida de todas las posesiones y rentas de la familia de sus padres, los duques de Osuna, y aun de los de la familia de su mujer, los marqueses de la Motilla, bienes que no serían oficialmente reintegrados a sus propietarios legales hasta el 15 de septiembre de 1814. En este estado de cosas tan poco halagüeño, ahora, por si fuera poco, su condición de liberal le privaba del favor del nuevo rey. Finalmente, triste y cansado, Anglona opta por recluirse en su casa de Madrid y poder disfrutar de la compañía de su esposa y de su hijo Pedro de Alcántara, que tenía ya dos años y apenas había abrazado a causa de la guerra.
(Continuará).

sábado, 11 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (3)




Para facilitar la comprensión de este artículo a los lectores que no leyeron los dos anteriores, voy a empezar con un pequeño resumen de lo escrito hasta ahora y, además, voy a hacer un poco de  historia de este título.
La primera persona que fue titular del principado de Anglona (Cerdeña) se llamaba María Josefa Alonso Pimentel (1753-1834), condesa-duquesa de Benavente y esposa de Pedro de Alcántara Téllez Girón y Pacheco (1756-1807), IX duque de Osuna. Como era normal en España hasta hace pocas décadas, y debido a la alta mortalidad infantil, el matrimonio tuvo un número de hijos bastante mayor del que alcanzó la edad adulta, que en su caso fueron cinco: Josefa Manuela (1783-1817), marquesa de Camarasa por matrimonio; Joaquina (1784-1851), marquesa de Santa Cruz también por matrimonio; Francisco de Borja (1885-1820), X duque de  Osuna desde 1807; Pedro de Alcántara (1786-1851), nuestro protagonista, y Manuela Isidra (1794-1838), futura duquesa de Abrantes. Una vez casadas, las hermanas del príncipe de Anglona pasarán a ser conocidas con el principal título nobiliario del marido respectivo, de ahí que aparezcan nombradas en las publicaciones y en los documentos oficiales de la época como, por ejemplo, “la marquesa de Santa Cruz”, título ajeno, en apariencia, a los Téllez-Girón, circunstancia que no nos debe hacer olvidar su verdadero origen. De ahí que cuando hablamos, por ejemplo, de la pintura de Goya titulada La marquesa de Santa Cruz, célebre cuadro que ilustra este artículo y cuya adquisición por el gobierno español resultó muy polémica —sobre el particular véase el artículo publicado en El País el 28 de enero de 1986—, hablamos de un retrato de Joaquina Téllez-Girón, hermana del príncipe de Anglona e hija del IX duque de Osuna, la misma mujer que, en 1835 —veinte años después de pintarse el cuadro—, será nombrada Camarera Mayor de Palacio y aya tanto de Isabel II como de su hermana María Luisa Fernanda, la futura, y sevillanísima, duquesa de Montpensier.  
En cuanto a los hijos varones, Francisco de Borja, el mayor, heredero del ducado de Osuna, del condado de Ureña y de los otros títulos anejos, poseía el título de marqués de Peñafiel de manera automática desde el momento de su nacimiento, de la misma forma que el heredero de la Corona de España es príncipe de Asturias sólo por el hecho de ser el futuro rey de España. De acuerdo con el sistema hereditario de las casas nobles de la época, el segundogénito, nuestro protagonista, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso Pimentel, tenía muchos menos derechos y títulos que el primogénito, por lo que su madre, princesa de Anglona, le cedió este título cuando Pedro era aún un chiquillo. Así lo vemos en el título del documento escrito por Diego Clemencín cuando Pedro tenía dos años y al que hice referencia en el primero de esta serie de artículos: “Proyecto para la Educación del Excmo. Sr. Marqués de Peñafiel y del Sr. Príncipe de Anglona”.
En cuanto al origen del título, fue concedido en 1767 a María Josefa en el Reino de Cerdeña por el Carlos Manuel III de Saboya y llevaba comprendidos el ducado de Monteagudo, el marquesado de Marguini y los condados de Osilo y Coguinas. Su origen se remonta a los condes de Oliva, que fueron heredados por los duques de Gandía, poderosa familia valenciana que pasó a Italia con el apellido italianizado en Borgia, palabra que les hizo célebres y que debido a una historiografía muy sesgada es sinónimo solamente de maldad y de falta de escrúpulos morales. En 1740, a la muerte sin descendencia de Luis Ignacio de Borja, duque de Gandía, las rentas de estas tierras habían pasado a ser patrimonio del Reino de Cerdeña pero, gracias a Carlos Manuel III, treinta y siete años después habían sido recuperadas por María Josefa, I princesa de Anglona. De esa manera, y sin llegar a ser exhaustivos, podemos explicar el camino gracias al cual Pedro de Alcántara Téllez-Girón Alonso Pimentel, hermano del X duque de Osuna, vencedor en la Batalla de Bailén y liberador de la ciudad de Osuna de la ocupación francesa en julio de 1812, llegó a ser el II príncipe de Anglona, territorio del noroeste de la isla de Cerdeña que pudo visitar durante los siete años que pasó en Italia entre 1800 y 1807, aunque de este último hecho, la visita a la isla, aún no he encontrado ninguna evidencia.
Al final del artículo anterior escribí que la vuelta de Fernando VII daba inicio a un periodo de infelicidad o de inseguridad para Anglona, que acababa de casarse con una hija del marqués de la Motilla y de tener su primer hijo: Pedro de Alcántara Téllez Girón y Fernández de Santillán (1812-1900), que será el XIII duque de Osuna a la muerte de Mariano Téllez-Girón, primo hermano suyo. El Tratado de Valençay, firmado el 11 de noviembre de 1813, supuso la restauración de los Borbones en el trono de España y la llegada de Fernando, el heredero de Carlos IV, que reinará con el nombre de Fernando VII y que, durante toda su vida, y según la historiografía clásica, se distinguirá por su cerrazón mental y sus ideas inmovilistas, muy contrarias a las de Anglona, liberal desde sus primeros años por sus viajes, sus lecturas y la poderosa influencia que tuvieron en él las enseñanzas de Diego Clemencín. Las primeras muestras del inmovilismo de Fernando, de su deseo de dejar todas las cosas como si en España no hubiera pasado nada durante la ocupación francesa, las da el 4 de mayo de 1814, poco después de volver a pisar suelo español, cuando firma en Valencia el Manifiesto real por el que se anula la Constitución de Cádiz. En ese momento, y con esa firma, el país sufrió una profunda y gravísima fractura política que tendría graves consecuencias, pues dividió a los españoles en progresistas e inmovilistas de una forma clara. Las ideas de la Revolución Francesa, cuya difusión en nuestro país tanto había preocupado a las clases dirigentes durante el reinado de Carlos IV, habían acabado calando en ciertos sectores sociales gracias al contacto con las tropas y los funcionarios franceses. A partir de ahora, ya nada será igual.
(Continuará).

jueves, 2 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (2)



En la entrega anterior dejamos a Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso Pimentel (1786-1851), príncipe de Anglona, en medio de la Batalla de Bailén, hecho de armas en el cual tuvo una actuación decisiva el Regimiento de Pavía, que estaba bajo su mando. Además, acabada la batalla, Anglona recibió la orden del general Castaños de escoltar al general Dupont, jefe del ejército derrotado, una responsabilidad que no se le da a cualquiera, hecho que debe ayudar a formarnos una idea de la reputación de nuestro protagonista. En cuanto a la célebre batalla, y aunque este no sea el lugar ni hacerlo sea mi cometido, quiero llamar la atención sobre la gran desventaja que supuso para el ejército francés la avaricia de sus soldados, incapaces de moverse en el campo de batalla con la agilidad y la rapidez necesarias, estorbados a causa del peso extra que llevaban tras el saqueo de la ciudad de Córdoba. Los pesados y valiosos objetos robados en las principales casas cordobesas, y de los cuales no querían separarse, embarazaban sus movimientos. Miserias de la guerra.
Esta victoria española cambia temporalmente el curso de la Guerra de la Independencia: el rey José —al cual había jurado fidelidad el duque de Osuna apenas un mes antes y del que ahora reniega— tiene que retroceder hasta la línea del Ebro, lo que supone una gran humillación para el orgulloso Imperio Napoleónico. Sin embargo, cuatro meses después de la Batalla de Bailén, en noviembre de 1808, las tropas francesas, que han vuelto a la carga con fuerzas renovadas, se encuentran en el puerto de Somosierra, muy cerca de Madrid. Exceptuado nuestro protagonista, que debe cumplir con sus obligaciones militares, toda la familia del duque de Osuna, Duque incluido —que había escapado de su confinamiento en el sur de Francia vestido de clérigo—, abandona la Alameda, cerca de la madrileña localidad de Barajas, y viaja hasta Sevilla. La estancia de la familia en la ciudad hispalense acabará tras la victoria francesa en Ocaña, a finales de 1809, hecho de armas que abre las puertas de Andalucía a las tropas napoleónicas. No obstante, ese año escaso de residencia en Sevilla permite a los Téllez-Girón y Alonso Pimentel visitar algunos de sus dominios. La madre, condesa-duquesa de Benavente pero también duquesa de Arcos, viaja a Marchena en el mes de junio, mientras el hermano mayor de Anglona, Francisco de Borja, duque de Osuna desde enero de 1807, hace lo propio a Osuna en tres ocasiones (en abril, junio y octubre), todas en 1809, se entiende. Según el historiador ursaonense Francisco Luís Díaz Torrejón, en una de las visitas el canónigo secretario de la Colegiata le impidió acceder a cierta dependencia del templo, donde el Duque pretendía celebrar algo. Menciono este hecho, que no deja en muy buen lugar al X duque de Osuna, para volver a insistir sobre su ineptitud y su falta de carácter pues, como ya habrá advertido el lector, Francisco de Borja era lo que hoy llamaríamos un “sin sustancia”, una persona débil e incapaz de mantener una decisión, inapropiada, por tanto, para ocupar un puesto de tanta responsabilidad como era en aquella época el gobierno de la Casa de Osuna; realmente, fue la madre, ayudada por su apoderado general, Manuel Azcargorta, la persona que se ocupó de la dirección del vasto patrimonio que poseía la familia. En cambio, el segundogénito, nuestro protagonista, demostró toda su vida la fuerza de carácter y la valentía que le faltaron a su hermano. En el caso de Pedro de Alcántara y Mariano, los hijos de Francisco de Borja, el reparto de cualidades fue al contrario: el primogénito, XI duque de Osuna, no era precisamente arrojado, aunque, eso sí, poseía la mesura y el talento que le faltaron al XII duque de Osuna, su incalificable hermano Mariano, el cual, sin duda, heredó lo peor de la personalidad de su padre y aun de su abuela paterna, la condesa-duquesa de Benavente, que, según Antonio de Marichalar, no era perfecta o, mejor dicho —y visto con ojos del Antiguo Régimen—, se adecuaba a lo esperable en la representante de una de las mayores casas nobiliarias españolas, mayores en títulos y patrimonio, cuando, por ejemplo, y para dejar bien alto el nombre de su casa, hacía una antorcha efímera y valiosísima de un fajo de billetes para que un compañero de ecarté pudiera encontrar una moneda de ocho reales que se le había caído al suelo.
Pero volvamos al segundo hijo del IX duque de Osuna, príncipe de Anglona desde niño, por cesión de su madre, y marqués de Javalquinto tras el fallecimiento de la misma (1834). Decidido a formar una familia, en 1810 contrae matrimonio con María del Rosario Fernández de Santillán y Valdivia, de quince años de edad e hija del marqués de la Motilla. Lo hace en Cádiz, donde estaba refugiada gran parte de la nobleza española, incluida su familia. Poco antes, en enero de ese mismo año, habían entrado en Osuna los soldados franceses, que permanecerán en la localidad sevillana hasta que tropas al mando del príncipe de Anglona la recuperen en julio de 1812, lo que hace suponer el paso de Anglona por la bella población sevillana, cabeza del Ducado y cuna de sus antepasados. Un mes después, y de nuevo en Cádiz, nacerá Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Fernández de Santillán, su primer hijo, que llegará a ser XIII duque de Osuna a la muerte sin descendencia de su primo Mariano. Sin embargo, la felicidad de la pareja durará poco: la vuelta del absolutista Fernando VII, de ideario radicalmente opuesto al de Anglona, está ya próxima.                    
(Continuará).