lunes, 22 de enero de 2018

«Arráncame la vida», de Ángeles Mastretta


Ángeles Mastretta
(congresosdelalengua.es)

MASTRETTA, Ángeles, Arráncame la vida, Barcelona, Seix Barral, 1992.

La escritora mexicana Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) ha creado un libro delicioso, seguramente muy leído y elogiado en su día. Partiendo de un personaje histórico tristemente célebre, el Gobernador de Puebla Maximiliano Ávila Camacho (1891-1945), Mastretta crea un personaje femenino que resultará inolvidable para todo el que lea la novela: Catalina Guzmán. Casada con sólo quince años con un hombre que le doblaba la edad, vive junto al marido y gobernador las mayores preocupaciones morales y éticas, no precisamente económicas, que puedan imaginarse, pues su marido era de todo menos una persona sensible, honesta y delicada. Digamos que era un monstruo, alguien que no dudaba en usar todos los resortes represores que el poder ponía a su disposición para mantenerse en el cargo. La novela está contada en primera persona por la misma Catalina. Y lo hace, a pesar de las situaciones que vive, con mucho sentido del humor, sobre todo cuando aún es una jovencita. La experiencia y el paso de los años irá creando en el relato un poso de amargura, de desengaño, que contribuye a sentirnos aún más unidos a ella. Catalina es una persona muy fuerte e inteligente que consigue vivir su vida y salir indemne físicamente de la convivencia con su marido. Desde el lugar que ocupa como mujer de personaje público y poderoso intentará enmendar los males que el otro ocasiona.

A destacar también el uso del lenguaje, repleto de bellos mexicanismos. 

sábado, 13 de enero de 2018

«Cuentos», de Ignacio Aldecoa




ALDECOA, Ignacio, Cuentos, Madrid, Cátedra, 1995.

            Ignacio Aldecoa Isasi (Vitoria, 1925-Madrid, 1969) es un autor inolvidable por la energía de sus creaciones, de sus personajes y sus historias. Hombre muy vital, y narrador por obligación --de los que necesitan dar forma y salida a su mundo interior--, parece que su situación económica le permitió vivir entregado a la literatura y poder prescindir de las instituciones literarias oficiales, donde suelen instalarse personas que necesitan vivir de la cultura. Esta circunstancia, unida a su muerte temprana, es la causa del relativo desconocimiento de su obra. Nada que ver con otros autores de la época más conocidos, muchos de ellos personas caracterizadas por sus inclinaciones arribistas. Sobre el particular, véase El cura y los mandarines, de Gregorio Morán (Madrid, Akal, 2014), obra que contiene un relato muy crítico del devenir de la cultura oficial española durante la segunda mitad del siglo XX.
Ignacio Aldecoa se entregó a la literatura para huir de una vida demasiado aburrida por provinciana o demasiado cruel por conocida. Sus cuentos, de los que este libro ofrece una muestra escogida por Josefina Rodríguez de Aldecoa (1926-2011), su viuda —escritora también de mérito—, son un prodigio de elaboración lingüística —Ignacio decía que el estilo es «un anhelo de precisión verbal»— y un luminoso producto del amor que el autor sentía por las personas, así, en general, pero sobre todo por las desvalidas y por las que están fuera del sistema. Su marco cronológico es amplio. Abarca desde 1951 hasta 1970 (un cuento publicado de forma póstuma). En ellos encontramos desde cuadrillas de segadores que iban por los calmos castellanos ajustándose para segar a mano —Seguir de pobres (1953)—, hasta jóvenes beatniks que vivían en la Ibiza de los años 60 —Ave del Paraíso (1965)—. Entre los relatos se encuentra el célebre Aldecoa se burla (1955), un recuerdo de infancia en el que el lector asiste a la forja de un carácter, o los tiernos Chico de Madrid (1950) o Los bienaventurados (1951). Este último contiene un curioso texto en defensa de la vida libre. Es una paráfrasis de las bienaventuranzas. He aquí un fragmento:

«Bienaventurados los vagos, porque sólo son egoístas de sombra o del sol según el tiempo.

Bienaventurados porque son despreciados y les importa un comino.

Bienaventurados porque son como niños y les gusta jugar a cazadores para alimentarse y no para divertirse.

Bienaventurados porque tienen el alma sensible y se duelen de las desgracias del prójimo: de que el prójimo trabaje demasiado, de que el prójimo luche por una posición en la vida, de que el prójimo sea tonto».



En fin, un autor, Ignacio Aldecoa, al que todos debíamos leer al menos una vez en la vida. La historia de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX hubiera sido muy distinta si él y Luis Martín-Santos, los dos narradores más brillantes, no hubieran fallecido con apenas cuarenta años de edad.

jueves, 4 de enero de 2018

«Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran», de Eric-Emmanuel Schmmit





SCHMITT, Eric-Emmanuel, Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran, Paris, Éditions Albin Michel, 2017.

            Se trata de una novela corta cuyo tema principal es la iniciación a la vida adulta. La acción transcurre en París, Normandía y Turquía durante los años 60. Está contada en primera persona por un narrador-protagonista, siempre veremos las cosas desde su punto de vista. Al comienzo de la novela, el protagonista, llamado Momo (o Moisés), es todavía casi un niño. El primer párrafo es de los impactantes:

«À treize ans, j’ai cassé mon cochon et je suis allé voir les putes». (Pág. 9).

            No es un mal comienzo, diría que es excelente para captar la atención del lector. Que un jovencito de trece años rompa su alcancía para irse de putas no es algo que uno pueda imaginar fácilmente. Ese, digamos, acto de valentía sirve para caracterizar al personaje desde el primer momento, es un muchacho valiente, y para hablarnos de la soledad en la que se encuentra. Momo vive solo con su padre porque su madre lo abandonó nada más dar a luz. Viven en un barrio acomodado de mayoría judía. Su padre es un hombre educado en una tradición hebrea rigorista, hombres severos, acaparados por su trabajo e incapaces de expresar sus sentimientos. Momo conoce de manera casual a un señor de nombre Ibrahim y religión musulmana (sufí). Es el dueño de una tiendecita cercana a su casa. En él encontrará la persona mayor empática y sensible que le ayudará a formarse para encarar con éxito la edad adulta.

            La lectura de Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran podrá servir de remedio para todas aquellas personas que ven la sociedad formada por compartimentos estancos de los que no hay que salirse. Puede resultar una cura contra el racismo.

miércoles, 3 de enero de 2018

«L'étranger», de Albert Camus


Albert Camus (1913-1960)


CAMUS, Albert, L’étranger, París, Gallimard, 1987.

Novela contada en primera persona por un narrador-protagonista. Puede considerarse una obra introspectiva, de autoanálisis, aunque no ahonde en las causas del conflicto. Meursault, ese es su apellido —su nombre creo que no aparece en ningún momento—, es un hombre joven que vive en Argel en un momento no especificado aunque puede situarse por algunas referencias en el inicio de la década de los cuarenta. La palabra étranger del título siempre ha sido traducida como ‘extranjero’ pero podría haber sido traducida muy bien como ‘extraño’. Según creo, sólo aparece una vez en el texto, y lo hace precisamente con ese significado:

«Oui, MM. les jurés apprécieront. Et ils concluront qu’un étranger pouvait proposer du café, mais qu’un fils devait le refuser devant le corps de celle qui lui avait donné le jour». (Pág. 140).

            Aunque en esa ocasión el término alude al empleado del asilo su uso podemos extenderlo al caso del protagonista. Meursault no sería tanto un extranjero como un extraño, alguien que no ha querido adaptarse a los usos y costumbres de una sociedad que no entiende y a una vida de depredación y engaño por la que no quiere luchar. Su personaje estaría en las antípodas de lo que entendemos por alguien competitivo, agresivo, tipo de individuo elogiado hoy día en los círculos empresariales y en la sociedad en general. Meursault es consciente absolutamente de lo que pasa pero no es asertivo ni intenta imponer su voluntad de ninguna de las maneras posibles. Todo le da igual. Además, no parece poseer vínculos afectivos con nada ni con nadie. Golpeado por los terribles acontecimientos que estaban sucediendo en el panorama internacional —la represión estalinista, la guerra de España, la Segunda Guerra Mundial, la misma colonización francesa de Argelia—, Camus crea un personaje inolvidable, en la misma línea de otros indefensos o desprovistos de iniciativa —como Bartleby o Gregorio Samsa—, seres colocados en un mundo que no entienden, para el que no están preparados y al que no quieren pertenecer.
L’étranger posee uno de los primeros párrafos más efectivos, por impresionantes e informativos, de todos los que recuerdo:

«Aujourd’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas. J’ai reçu un télégramme de l’asile: “Mère décédée. Enterrement demain. Sentiments distingués”. Cela ne veut rien dire. C’était peut-être hier». (Pág. 9).

Desde el primer momento el protagonista se nos muestra como alguien al que todo parece resultar indiferente. Nada le altera, a nada se opone. Cuando un hombre que chulea y maltrata a las mujeres le pide su amistad y su colaboración, él se la ofrece sin pensarlo. Desde el primer momento todos sus actos se ven encaminados hacia su propia destrucción, su acabamiento, del que no parece tener voluntad de huir. Meursault parece una persona absurda, a veces profundamente autodestructiva, fruto de un espíritu, el de Camus, muy sensible, terriblemente golpeado por todo lo que veía a su alrededor. En las páginas finales la novela posee un consistente alegato contra el proselitismo religioso, contra esa costumbre que tenían los capellanes de las instituciones penitenciarias, y en general todos los sacerdotes, denominada «salvar almas». La novela fue publicada en 1942.
Como curiosidad, el gran novelista argentino Ricardo Piglia contaba que se aficionó a la lectura precisamente con este libro. Su caso no es muy común porque empezó a leer con pasión, se hizo libroadicto, ya mayorcito. Su historia es más o menos como sigue.
Para enamorar una muchacha presumió de ser lector. La chica le preguntó qué libro estaba leyendo y él le dijo El extranjero, de Albert Camus, un libro que había visto en un escaparate y no había leído nunca. Ella le dijo que le gustaría leerlo y él fue a la librería, lo compró, lo leyó esa noche y se lo prestó a la chica al día siguiente. A partir de ahí empezó a leer con pasión. No es un libro fácil de asimilar, pero indiferente no deja a nadie. Eso es seguro.