martes, 28 de agosto de 2018

«El sargento en la nieve», de Mario Rigoni Stern


El autor (Foto: Adriano Tomba)


Mario Rigoni Stern, El sargento en la nieve, Valencia, Pre-Textos, 2007. Traducción de César Palma. [Il sergente nella neve. Ricordi della ritirata di Russia, 1953].

Relato en primera persona de las penalidades sufridas en el frente ruso por un suboficial durante la Segunda Guerra Mundial, exactamente durante el invierno a caballo entre 1942 y 1943. Según parece, las condiciones del servicio en aquel frente eran muy duras por el frío, intensísimo —hubo cerca de 30.000 bajas por congelación solo en el ejército italiano—, y la falta de víveres. Para sobrevivir, los soldados se veían en la necesidad de comer cualquier cosa que pareciera comestible o de robar los animales de las granjas que se encontraban a su paso, en una retirada continua en la que los días se confundían con las noches y apenas se dormía unos minutos, a veces en el mero suelo, mientras notaban el aliento del ejército ruso, más habituado al clima y defensor de su tierra, que avanzaba en su persecución. Todas son miserias de la guerra, ese monstruo sin ojos ni sentimientos que devora lo que se encuentra a su paso. Creo que la lectura de esta novela, así como otras de la misma temática y grado de autenticidad —como Sin novedad en el frente, de Remarque—, son de lectura obligada en cualquier momento en que aumente la tensión entre los grupos humanos.
Rigoni (1921-2008), nacido y criado en Asiago —un pueblo encantador de los Alpes italianos—, entró voluntario en el ejército e hizo la guerra durante varios años y en varios países, hasta acabar en un campo de concentración alemán. Narra lo que ha vivido. Y lo hace con una humanidad y una sencillez de recursos realmente admirables. Rigoni ve a los soldados enemigos como las personas que son y a sus compañeros, sobre todo a los de su misma comarca, como el único asidero a la cordura que le queda en los momentos peores. De espíritu pacifista, Rigoni denuncia las violaciones y cualquier otra de las miserias e inhumanidades comprendidas en el catálogo de una guerra.
Descubrí a este autor en una biblioteca privada y en una traducción francesa durante un breve viaje. Se trataba de una reunión de relatos titulada Sentiers sous la neige (Sentieri sotto la neve, 1998). Tuve que devolver el libro habiendo leído apenas tres de las narraciones y me quedó un deseo intensísimo de poder leerlo entero. El primero de ellos relataba la última parte del viaje que Rigoni hizo a pie para volver a su casa desde el campo de concentración en el que había estado prisionero de los alemanes, ya en 1945. Era realmente emocionante. No entiendo cómo libros así pueden estar todavía sin traducir al castellano.

jueves, 23 de agosto de 2018

«Un verano en la montaña»




Víctor Espuny, Un verano en la montaña, Granada, Editorial Nazarí, 2018.

Un pueblo abandonado es algo estremecedor. En el transcurso de un viaje por el norte de la provincia de Huesca visité uno en el que tuve una extraña experiencia: descubrí la puerta que une los mundos visible e invisible. Tal como lo cuento. Caminaba entre sus casas solo. El silencio se había instalado en aquellas calles de fachadas de piedra oscura y tejados de vigas olvidadas. Solo se oía el sonido de mis pasos sobre la tierra. Como en una Pompeya descuidada, algunas de la calles estaban intransitables debido al derrumbe de una fachada, empujada, quizá, por la presión de los tejados de pizarra deshechos tras el vencimiento de una viga. El silencio sobrecogía. Ni siquiera había pájaros. Entonces los vi, juro que los vi. Eran personas. A principio fue una impresión tímida, imprecisa, el paso de tres muchachos vistos con el rabillo del ojo por una calle perpendicular. A partir de ahí el fenómeno fue a más y ellos se instalaron en todas las calles. Estaban ahí. Eran los habitantes del pueblo. Habían vuelto. Recorrían sus calles y salían y entraban de sus casas como si todas estuvieran en un estado perfecto. Y yo no estuviera allí. Me ignoraban por completo. Aquella impresión duró apenas un minuto, pero la viví con la intensidad suficiente para que se me quedara grabada y empezara a valorarla como una experiencia a la que sacar partido. Puse manos a la obra. Tuve que crear de la nada un argumento y unos personajes, esforzándome como no lo había hecho antes en dar forma a un mundo totalmente imaginado. Resultado de ello, y después de varios años de bocetos, borradores, viajes, croquis, versiones, arrepentimientos, hallazgos, bosquejos e intentos y trabajos varios, nació Un verano en la montaña. En la editorial escribieron para la contraportada unas palabras a modo de sinopsis que resumen bien el espíritu de la obra:

            «Un libro maldito. Una amistad perdida. Un bosque hermoso cargado de interrogantes y desapariciones. El amor en su estado más puro y el sexo libre y sin tapujos. Una investigación donde el misterio y la desconfianza están servidos en bandeja de plata.
            Un verano en la montaña es una historia difícil de olvidar, con personajes bien perfilados, una trama imposible de abandonar y un final sorprendente.
Una novela que permitirá conocer a un escritor como Víctor Espuny, empeñado en narrar cada vez con más concisión y estilo, sin dejar nada al azar, para ofrecer a sus lectores lo mejor de su fértil imaginación».

De la génesis y el proceso de redacción del texto solo fueron testigos mi sombra y las cuatro paredes de mi cuarto.

lunes, 20 de agosto de 2018

«Balada de Caín», de Manuel Vicent


El autor 
(lalineadefuego.es)

Manuel Vicent, Balada de Caín, Barcelona, Destino, 1987.

            No sé qué les parecerá a ustedes, pero tengo la impresión de que antes se escribía mejor. Había otro nivel. Los escaparates de las librerías estaban tan atiborrados de libros como los de ahora —había más librerías, eso sí—, pero los libros que se reeditaban profusamente eran menos comerciales. Creo. Es el caso de Balada de Caín. Había recibido el Premio Nadal el años antes, y en diciembre de 1987 llevaba ya siete ediciones, un libro como este, rompedor, iconoclasta y nada amable con las concepciones religiosas tradicionales. Algunos pasajes me imagino que resultarían escandalosos para las mentes pacatas aunque acabo de recordar que los propietarios de esas mentes no leen libros, si acaso leen un solo libro. En 1987 existía aún en España una gran proporción de personas que habían recibido en su infancia una educación muy religiosa, como es mi caso, y estoy seguro de que muchos leerían la novela con regocijo y admiración a partes iguales. Leer esta novela en 2018 también resulta una experiencia iluminadora y, si es usted amante de la Literatura, muy grata.   
            Balada de Caín cuenta la vida de Caín, Abel, Adán, Eva y otros personajes bíblicos desde el punto de vista del primero. Este nos habla siempre en primera persona y va desgranando uno a uno los minutos de su vida desde que nació «una noche de luna llena bajo un sicomoro», lejos ya del Paraíso, hasta que desaparece dentro de la nave espacial que lo lleva a Ganimedes junto a sus amigos. Porque Caín tiene amigos. Caín es músico, toca el saxofón, y no es una persona malvada, ni rencorosa. Ama a su hermano Abel, a veces de manera física e incestuosa, e intenta protegerlo. Tiene celos de él por su belleza, Abel derrama atractivo sexual, pero en ningún momento piensa en agredirlo y por supuesto no lo hace. Abel muere en un bombardeo de la ciudad de Jaffa mientras su hermano Caín vive en Nueva York. Él no es en absoluto responsable de la muerte del hermano.
            Los atractivos de Balada de Caín, de lectura muy recomendable para buceadores de novelas, son, en mi humilde opinión, dos principalmente: el tratamiento del tiempo y el espacio y el lenguaje utilizado. Dentro de la obra parece que hubiera una puerta que comunicase el tiempo del Génesis con la edad contemporánea y el Creciente Fértil con la ciudad de Nueva York, exactamente con Manhattan. Esa puerta está siempre abierta para el narrador protagonista que la atraviesa cuando menos se lo espera el lector para hallarse en una situación parecida a la vivida instantes antes a miles de kilómetros y a varios milenios de tiempo. Recuerdo haber encontrado hallazgos parecidos en Saramago o en Bulgákov, pero esto no quita ningún interés a esta novela, todo lo contrario, la inserta dentro de una tradición privilegiada. De todas formas, El Evangelio según Jesucristo de Saramago, otro ejemplo de recreación de historias bíblicas, creo que es posterior a 1987, no recuerdo ahora. Sí, acabo de mirarlo: es de 1991.
            El otro gran atractivo de Balada de Caín es el estilo. Desde la primera página el lector se halla inserto en un espacio lingüístico, en una tierra, distinta que la sabe suya por haber pertenecido a sus ancestros pero que habitualmente no se encuentra al abrir un libro. Vicent transporta al lector a países lejanos y tiempos pasados sin necesidad de mover un dedo, sin artefacto mecánico alguno, solo con el uso de la palabra justa del castellano, donde habitan miles y miles de sustantivos que no solemos usar y sirven para nombrar con exactitud objetos que fueron o son pero cuyos nombres hemos olvidado. Una gozada. Me gusta también especialmente la construcción de la sicología de Caín, la descripción de su mundo mental y de su conciencia, siempre buena. Es como si Vicent le diera la vuelta a los personajes, los cambiara de sitio, intercambiara sus actitudes, y en muchos pasajes fuera Abel el insidioso y el aprovechado.
            La novela es también un homenaje a los músicos de Jazz que ama el autor, los cuales aparecen rodeando a Caín o personificados en los temas que interpreta con el saxo.

sábado, 18 de agosto de 2018

Avenida de la Libertad



Como ha ocurrido con otros cambios de régimen político, la llegada de la Segunda República supuso una nueva rotulación de la mayoría de las calles y plazas españolas. Osuna no fue una excepción. Así, por ejemplo, la calle San Agustín pasó a llamarse Indalecio Prieto; la Plaza de la Constitución, Plaza de la República; la calle de la Cruz, Joaquín Costa; la calle Carretería, Pablo Iglesias, etc. En el pie de la foto que contemplamos se lee «Avenida de la Libertad», nombre que, según las Actas Capitulares del Ayuntamiento, recibió oficialmente la Carrera de Tetuán a partir del 17 de junio de 1931. Por lo tanto, se puede asegurar que esta foto es posterior a esa fecha y anterior a julio de 1936. Atendiendo a otros detalles —la orientación de las sombras, el follaje de los árboles y el cierre del comercio textil de la derecha—, puede aventurarse que la imagen fue tomada durante la tarde de un domingo de primavera. O también, por supuesto, un día de diario a primera hora de la tarde. Son solo hipótesis.
Fijemos nuestra atención en el grupo de hombres que aparece sentado en la acera del Café de Galerón, establecimiento que tenía su entrada al comienzo de la calle Luis de Molina, más o menos donde hoy la tiene una sucursal bancaria. El aspecto de la clientela del establecimiento —hombres tocados con gorras, prenda popular, y vestidos con ropa de tejido basto— presentaría un acusado contraste con el de los habituales del Casino, que ocupaban su lugar a sólo unos metros. De hecho, en el ángulo inferior derecho de la fotografía se observa un hombre tocado con un sombrero que formaría parte del otro grupo. Esta gran diferencia es una pequeña muestra de la que había en la sociedad de la época, muy acusada en localidades de larga tradición señorial como Osuna.
            También llama la atención el aspecto que presentaban los edificios de la acera de la derecha. Destaca la casa de Manuel Calle. Puede observarse la puerta de la farmacia en la planta baja, una entrada de madera de color oscuro situada después del tercer gran cierro blanco. Aunque no tengo el dato exacto de cuándo se construyó esta bella fachada perdida en los años setenta del siglo XX, pudo ser en la década de los veinte o a principios de los treinta, época en la que Osuna, que se ha transformado siempre a impulsos urbanísticos intensos en cortos periodos de tiempo, tuvo una gran actividad constructora. De estos años datan también, entre otras obras, la ampliación del Casino, la casa «del rincón» de la Plaza de la Constitución, valioso ejemplo de arquitectura regionalista, y la construcción de la caseta del parque, esta última fácilmente fechable (1927) gracias a una lápida conservada en su interior. La casa llamada «del rincón», según tengo entendido, fue obra de algún arquitecto cercano a Aníbal González. Parece que el responsable de su construcción fue un procurador muy impopular debido a la rigurosidad con la que ejecutaba los embargos judiciales. De hecho, y según recoge El Paleto nº 1304 (10 de octubre de 1931) en su página 3, en aquellos días recibió un disparo de una persona sujeta a uno de ellos.
Por último, observen, por favor, una muestra de cómo era el alumbrado público: una bombilla con pantalla circular suspendida sobre la calle. En la imagen se ven varias. La compañía proveedora de electricidad de aquellos años se denominaba “Sociedad Hidroeléctrica del Genil”. En sesión celebrada el 15 de julio de 1931, el Ayuntamiento de Osuna acuerda dirigirse a ella para pedirle, por motivos de seguridad, el soterramiento de los cables que pasaban junto a la Colegiata. La compañía eléctrica respondió un mes después diciendo que la línea existía tal cual estaba desde 1904 y aún no había ocurrido nada, algo que no era cierto: según se recoge en las Actas Capitulares, en 1928 había fallecido electrocutado un chiquillo. Han pasado ya ciento catorce años y los postes de esta línea, siempre antiestéticos y más en un lugar como la zona monumental de Osuna, siguen estando ahí para recordarnos el gran poder que tiene la compañía eléctrica de turno, que hoy día podría realizar la obra como un acto propagandístico de mecenazgo cultural. Quizá alguien podría hacerle llegar la idea a sus gestores. Desaparecerían los mazos de cables y los postes de hormigón que tanto afean la Cuesta de Marruecos, o los metálicos que bordean el edificio de la Universidad por su lado noreste, así como uno muy deteriorado emplazado junto al muro noreste del hotel situado en la zona y perfectamente visible desde el Camino de Buena Vista. La mejora estética sería evidente. Piénsenlo. 

miércoles, 15 de agosto de 2018

«Primer amor», de Iván Turguénev



Iván Turguénev
(Imagen de laantiguabiblos)

Iván Turguénev, Primer amor, Madrid, Alianza, 2018 (2ª ed.). Traducción de Natalia Dvórkina,

            Relato en primera persona de las penas de Vladímir, un adolescente enamorado de una mujer muy atractiva, cinco años mayor que él y de corazón frío. Esas son las apariencias iniciales. El paso de los días y las páginas, pocas, apenas cien, nos irán descubriendo una Zinaída, así se llama ella, víctima de los caprichos del amor, como todos los mortales de corazón apasionado. 
            La acción transcurre en la Rusia de la década iniciada en 1830 y los personajes pertenecen a las clases media y alta. Solo en las páginas finales se introduce un personaje muy secundario, pero de gran fuerza dramática, perteneciente a la gran masa rusa de siervos pobres.
En cuanto a estructura, el relato aparece dividido en una introducción más veintidós capítulos muy cortos. Al modo del Deccameron, la introducción supone la existencia de una reunión de personas en la que cada una de ellas debe narrar una historia interesante. Este esquema se inscribe en una tradición de antiguas narraciones en las que parecía necesario justificar la existencia o la presencia de un narrador, necesidad relacionada con la más pura tradición de transmisión oral. Es un viaje al principio de los tiempos, cuando los más imaginativos entretenían al resto del grupo con sus relatos al calor del fuego. El placer de contar y escuchar.