miércoles, 27 de diciembre de 2017

«Blanco nocturno», de Ricardo Piglia



Ricardo Piglia (1941-2017)
(Fotografía de Mariana Eliano)


PIGLIA, Ricardo, Blanco nocturno, Barcelona, Anagrama, 2010.

            Novela policiaca sobre un asesinato cometido en un núcleo rural de la provincia de Buenos Aires a principios de los años 70. Al contrario de otros relatos del mismo género, el lector no llega a conclusiones firmes sobre los móviles del asesinato y la identidad del asesino. Todo está envuelto, velado, por un desconocimiento más propio de la vida real. En nuestra vida de todos los días sabemos que se determinan culpables porque la sociedad pide que se les señale, y paguen por lo que se dice que han hecho, pero, en el fondo, y salvo en contadas ocasiones, muchos crímenes son atribuidos a la persona equivocada, a menudo para encubrir a individuos poderosos (y peligrosos). Casi nunca conocemos al verdadero culpable. 
            La novela es muy amena, acaparadora, absorbente, de las que sabes que tienes que acabar para poder dormir esa noche. Los diálogos están escritos por un argentino justo en el idioma que hablan los argentinos, con sus peculiaridades léxicas y morfológicas, de manera que uno lee y cree estar oyéndoles hablar. La acción transcurre en la Pampa, ese territorio infinito poblado por personas ferozmente individualistas. El gaucho aparece pero siempre como telón de fondo de lo que ocurre, como una persona que está de paso, un tanto huraña y distanciada. Blanco nocturno, entre otras muchas cosas, es un homenaje al gaucho, a su fortaleza, a su dominio del medio donde vive, tan inhóspito. Y de forma implícita es también un homenaje a la literatura gauchesca. También lo es a las personas emprendedoras. Luca Belladona resulta ser un hombre de gran empuje creativo —«Su obra estaba hecha con la materia de sus sueños» (pág. 293)— y empresarial, pero dotado de una conciencia moral realmente admirable. O no: todo es interpretable. Lo que para unos resulta plausible y hasta digno de encomio, para otros puede ser ridículo, incluso risible. El mismo título de la novela puede sugerir un final de Luca muy distinto del narrado.
            En esta novela son varios los puntos de vista narrativos, pero casi siempre es un hombre el que mira y cuenta. El caso de Sofía Belladona es excepcional. El mundo del gaucho, de la Pampa, la cultura argentina en general, siempre ha sido muy masculina.
En cuanto a técnicas narrativas, existe un desdoblamiento narrativo propio de Faulkner: por un lado el narrador, digamos, primigenio, que nos habla directamente, y por otro lado, señalados por la letra cursiva, los pasajes en los que dialogan Sofía Belladona y el gran Emilio Renzi, celebrados siempre en el mismo lugar y en un tiempo inidentificado pero continuo.
Por último, destacar una curiosa lista de autores muy prolíficos (pág. 201), algunos desconocidos por el gran público español; tomo nota de ellos: Giorgio Bassani, Edith Wharton, Jean Giono, Carson McCullers, Ivy Compton-Burnett y David Goodis. Se pueden abrir campos de lectura.



viernes, 22 de diciembre de 2017

«Con el viento solano», de Ignacio Aldecoa


El autor. (Imagen de menoscuarto.es)


ALDECOA, Ignacio, Con el viento solano, Barcelona, Bibliotex, 2001.

            Ignacio Aldecoa (Vitoria, 1925-Madrid, 1969) fue un escritor de carácter muy vitalista y atraído por los perdedores de la sociedad. No era una persona calculadora, interesada o arribista; todo en él era pasión y esa misma pasión se lo llevó joven.
            Con el viento solano (1956) cuenta la vida de Sebastián Vázquez, joven manchego de familia de tratantes de ganado, entre los días 22 y 28 de julio de un año cualquiera de la década de los cincuenta. La acción transcurre entre Talavera de la Reina, Madrid, Alcalá de Henares y Cogolludo. Es una novela de camino y de descripción de la vida de las personas menos favorecidas en una España muy dolida, que aún se lamía las heridas físicas de la guerra. El lector curioso conocerá el ambiente de aquellas ferias hoy desaparecidas, los tratos de los arrieros, la vida de las pensiones baratas y de las verbenas de pueblo. Con el viento solano es una historia de reconocimiento de los fallos propios y de asunción de responsabilidades. Escrita en un lenguaje muy cuidado, a veces en puro idioma gitano, contiene imágenes que podríamos considerar impresionistas, llamaradas visuales muy encomiables desde el punto de vista artístico, capaces de provocar en el lector verdadero placer estético.
            La vitalidad de unos jóvenes desocupados les lleva a trasnochar y a seguir bebiendo sin medida al amanecer del día siguiente, lo que les conducirá a cometer actos fuera de toda lógica social, de buena convivencia. Hasta aquí es una historia tan antigua como la humanidad, que se repite cada fin de semana de los meses de verano. Uno de ellos comete un error irreparable y decide huir para evitar las graves consecuencias legales de su acto. Durante su huida conoce personas de todo tipo, algunas despreciables, pero otras muchas, como José Cabeda y Roque el faquir, humanas y generosas. Gracias a la soledad y al contacto con estas personas, Sebastián recapacita, recuerda y madura. Y todo esto con el telón de fondo de la España de posguerra, una tierra pobre, desgarrada y, a menudo, bestial.

Con el viento solano es una lectura ideal para todo el que quiera desintoxicarse de tanta lectura comercial e interesada y conocer mejor la tierra que pisa y la sociedad en la que vive. Mirar atrás produce nostalgia, pero una nostalgia, a veces, sanadora y necesaria.

sábado, 16 de diciembre de 2017

«El bello Antonio», de Vitaliano Brancati



(Imagen de lasicilia.es)


BRANCATI, Vitaliano, El bello Antonio, Barcelona, Seix Barral, 1983; 231 págs. Traducción  de Rosa Marcela Pericás [Il bell’Antonio, 1949].

            Novela realista inspirada por preocupaciones sociales, pensamientos existencialistas y un deseo irrefrenable de realizar una sátira del tópico machismo italiano. La acción trascurre en Catania (Sicilia) en los años comprendidos entre 1930 y el verano de 1943, cuando las tropas aliadas ocuparon la isla. Su autor, Vitaliano Brancati (1907-1954), es uno más de los excelentes escritores sicilianos, alguno de los cuales, como un joven Luigi Pirandello en La Esclusa (1901), dejaron también reflejo de ese instinto de prepotencia machista, y sobre todo de un sentimiento trágico del honor mancillado por cuestiones sexuales, de la Sicilia profunda. De la novela de Pirandello existe una traducción en español de Gian Luca Luisi —La excluida—nada menos que de 2011, noventa años después de ser escrita.
            El protagonista de El bello Antonio es Antonio Magnano, un joven cataniense célebre entre sus paisanos por su atractivo físico. Las mujeres, todas sin excepción, suspiran por sus huesos, y los hombres, todos sin faltar uno, lo envidian y querrían ser como él. De su vida sexual se cuentan hazañas ya legendarias. Su padre, un hombre que en su cerrazón y en su conservadurismo recuerda profundamente a Rocco Pentágora, el marido de La Excluida, se siente orgulloso de la extraordinaria virilidad de su hijo y presume de ella ante cualquiera. Sólo cuando el joven Antonio se case se sabrá qué hay de verdad en su leyenda de amante insaciable.

            Como telón de fondo de las vicisitudes de la vida de Antonio, su familia y sus amigos, se encuentra el régimen fascista italiano. El autor, con afán de dejar constancia de todo lo que había vivido en primera persona, ridiculiza el imaginario fascista de las camicie nere, con sus botas lustrosas, su mano alzada y su prepotencia de hombres sin parangón. Un personaje muy importante resulta ser un hermano de la madre de Antonio, que ha pasado varios años en España y viene horrorizado por los asesinatos que están cometiendo los dos bandos de la Guerra Civil (pp. 122 y ss.). Este hombre, ya mayor y con mundo corrido, intenta poner un poco de lógica en la mente de Antonio y acerca el lector a la castigada oposición antifascista. Finalmente, la entrada de las tropas inglesas en Catania acaba con una pesadilla de veinte años de fascismo pero deja una ciudad ultrajada, aún más deshumanizada y muy destruida por los bombardeos, que causan numerosas víctimas civiles. El final de la novela es demoledor.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

«Golpe de luna y otros relatos», de Mercé Rodoreda


Mercé Rodoreda en 1938
(catalaalcata.blogspot.com.es)

RODOREDA, Mercé, Golpe de luna y otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995; 79 págs. [Cop de lluna. Carnaval. La sang. De Vint-i-dos contes, 1958]. Traducción de Angelina Gatell Comas.

            Libro de fácil y provechosa lectura. Con él en las manos el lector pasará una tarde amena y reflexionará sobre la España y la Europa que vivieron las personas nacidas en las primeras décadas de siglo. Mercé Rodoreda (1908-1983) tuvo una existencia marcada por la Guerra Civil española y el exilio, experiencias que le proporcionaron una visión de la vida muy distinta de la que tienen personas nacidas e instaladas en países en paz y respetuosos con las libertades individuales. Volvió a España en 1972, después de treinta y tres años en el exilio.
Los tres relatos están muy relacionados con Cataluña, la tierra de Rodoreda.
La acción de Golpe de Luna transcurre en Francia pero su protagonista es un hombre joven llamado Pere Ferrer, de obvia ascendencia levantina. Narrado en tercera persona, cuenta la experiencia que vive el muchacho al ser conducido por un gendarme a una granja, lugar en el que podrá vivir a cambio de su trabajo. En ningún momento se habla de exilio o de refugiados políticos, pero sí de «Grupo de trabajadores» y de «Compañía disciplinaria», por lo que, posiblemente, refleje una realidad de la época. Quizá los refugiados españoles que en 1939 fueron confinados por las autoridades francesas en campos de concentración —no de exterminio, entiéndase—, tuvieron esa salida, más humana, para ir descongestionando los campos. El muchacho es acogido en la granja por su único habitante, «el padre Michel», un anciano miserable y medio loco con el que tendrá que sobrevivir.
El segundo de los relatos, Carnaval, cuenta las horas que pasan juntos una chica y una chico durante una noche de carnaval en la Barcelona de posguerra. Juntos, y disfrazados, atravesarán a pie media ciudad en busca de la casa de la chica. En este caso se trata de un relato de corte social. El narrador repite en tercera persona.
La sangre, el último de los relatos, transcurre también en Barcelona y en la misma época. Narrado en primera persona por una mujer, cuenta cómo fue su experiencia del noviazgo y el matrimonio. Cuestiones tan vitales en la vida como la influencia de la figura paterna y la retirada de la menstruación, la pérdida de parte de la juventud fisiológica, ocupan lugares especiales en la narración. La protagonista es fuerte, independiente y decidida, con indudables rasgos de la propia Rodoreda.



viernes, 24 de noviembre de 2017

«Constantin Meunier à Séville», obra colectiva





FRANCISCA VANDEPITTE, SURA LEVINE, PIERRE BAUDSON, CARLOS COLÓN y NORBERT HOSTYN, Constantin Meunier à Séville. L’ouverture andalouse, Bruselas, Editions Snoeck, 2008; 128 páginas.

            Se trata del catálogo de la exposición Meunier à Séville, llevada a cabo por los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica entre septiembre de 2008 y enero de 2009 en su sede bruselense. Constantin Meunier (1831-1904) fue un pintor y escultor belga conocido por obras en las que pone de manifiesto la explotación laboral en las cuencas mineras y centros industriales de la Bélgica de su época. Sin embargo, durante su larga trayectoria profesional recibió un encargo que le trajo a Sevilla, ciudad en la que vivió entre octubre de 1882 y abril de 1883.
            La publicación, bien provista de ilustraciones a color, está dividida en cinco partes, cada una de distinto autor:  

«Constantin Meunier en mission à Séville, dans le sillage de Pedro Campana», de Francisca Vandepitte, (pp. 5-23).

«À propos des nobles mendiants, de la corrida et du café El Burrerro», de S. Levine, (pp. 31-42).

«Du travail des femmes au loisir des hommes. De la Manufacture de tabac à Séville au Combat de coqs», de Pierre Baudson, (pp. 66-86).

«La Semana Santa de Séville telle que Constantin Meunier l'a connue», Carlos Colon, (pp. 94-108).

«Les artistes belges ayant séjourné en Espagne dans les années 1800-1900», de Norbert Hostyn, (pp. 113-127).

            El resto de páginas está ocupado por reproducciones de las obras que formaban parte de la exposición, un total de setenta y cinco.

            Constantin Meunier llega a Sevilla con el encargo de realizar una copia a tamaño natural de la obra de Pedro Campaña —en realidad Pieter de Kempeneer—, Descenso de la Cruz (1547), colgada en la Sacristía Mayor de la Catedral de Sevilla. Una vez en la ciudad, a la que viene en compañía de su primogénito, Karl, de dieciocho años, se encuentra con la oposición del cabildo catedralicio, que no piensa facilitar una labor autorizada por un obispo recientemente fallecido. Una vez conseguida dicha autorización, Meunier se encuentra con la negativa del cabildo a descolgar el cuadro para que sea trasladado a un lugar donde el pintor pueda trabajar con la luz conveniente y, en general, en las condiciones que requiere un encargo como este. Piénsese en las dimensiones del cuadro —317 X 191 cm—  y en la penumbra en la que debía mantenerse la sacristía de una iglesia en pleno siglo XIX. Salvar todos estos obstáculos le llevó a Meunier unos meses, un tiempo durante el cual fue incapaz de estar mano sobre mano, como lo hubiera sido cualquier creador. Su actividad puede seguirse en la abundante correspondencia que Meunier mantuvo con su esposa, Léocadie. En ella asistimos al proceso gracias al cual Meunier se hace a la vida en la ciudad, cómo se traslada de un hotel en la Plaza Nueva a otro en la calle Sierpes, donde iba a estar más cerca del pueblo. Porque Meunier, como buen amante de las personas, acaba venciendo las reticencias iniciales y enamorándose de la ciudad y, sobre todo, de los miembros de las clases populares. Dispone de todo el día para dibujar. En la catedral retrata monaguillos y pertigueros y, sobre todo, mendigos. Por la noche, y en compañía de otros extranjeros artistas huéspedes en los establecimientos donde se hospeda, acude a los cafés cantantes, en los que por fuerza tuvo que coincidir con los sevillanos folkloristas del momento (Rodríguez Marín, Machado y Álvarez, etc.). A través de la lectura de la correspondencia con su esposa asistimos a los descubrimientos que va haciendo. Los cuadros flamencos le parecen subyugadores y, por supuesto, los pinta, justo en la época en la que también lo hacía John Singer Sargent. En la Fábrica de Tabaco realiza el descubrimiento del mundo de las cigarreras, que retrata con maestría.

«Manufacture de tabac à Séville». Óleo sobre 
lienzo. 1883. (165,5 X 227 cm). Museos Reales
de Bellas Artes de Bélgica. Bruselas. Inv. 3227

Y lo mismo puede decirse del ambiente de las peleas de gallos, o de la tauromaquia, que también recoge en su obra. De vuelta a su país, Meunier recibió el aplauso por muchas de sus obras españolas y, a decir de los críticos, su paleta se volvió más luminosa y colorista.

El libro finaliza con una nómina de pintores belgas que visitaron España durante el siglo XIX, todos «víctimas» de un proceso parecido. La luz y los colores del sur atrajeron con fuerza a los pintores de aquellas latitudes. España no poseía restos romanos colosales que estudiar, como Italia, tan visitada en los siglos anteriores, pero sí la fuerza, la pasión y los colores fruto de un mestizaje cultural de siglos. Resulta un tópico, pero es así: España enamora.  

domingo, 19 de noviembre de 2017

«Los enamoramientos», de Javier Marías




MARÍAS, Javier, Los enamoramientos, Barcelona, Debolsillo, 2017 (2ª reimpresión de la 5ª ed; la 1ª es de 2011); 369 páginas.

Novela escrita en primera persona desde el punto de vista de un personaje femenino muy implicado en la acción, protagonista de ella. El lector ve todo lo que pasa a través de sus ojos, que son los de una empleada de confianza de un editor madrileño, una mujer de poco más de treinta años. Ella, de nombre María, se siente atraída por una pareja de mediana edad, a la que ve feliz, muy enamorada, aunque nunca llega a hablar con sus integrantes, Luisa y Miguel. Cuando Miguel muere de manera violenta, se acerca a la Luisa y a su mundo, en el que conocerá a una persona por la que se sentirá irremediablemente atraída y alterará su vida para siempre. Obviamente no voy contar nada más.
            Personajes secundarios, casi todos del mundo de las letras, hay muchos, unos reales y otros ficticios. Uno de ellos es Francisco Rico, el cervantista y académico, que debe ser amigo de Marías. Su aparición es cómica, desconcertante, sobre todo para un lector como yo, que lo reverenció cuando era jovencito. Si Rico, persona real, es como se le retrata debe ser un poco complicado convivir con él.

            Los temas principales de la novela son los dilemas morales y la impunidad, cómo hoy día, y desde siempre, la mayoría de los crímenes que se cometen quedan impunes, o pagan por ellos personas inocentes. La prosa de la novela resulta de un fluidez admirable, no en vano el autor ha recibido una educación y unos estímulos envidiables a lo largo de toda su vida, pero, en general, un lector medio puede cansarse de las largas reflexiones que contiene. Elogiables resultan, en cualquier caso, muchos de los aspectos de la novela, por ejemplo la perfección con la que Marías asume un punto de vista femenino.  

martes, 7 de noviembre de 2017

«La hora de la estrella», de Clarice Lispector





LISPECTOR, Clarice, La hora de la estrella, Madrid, Siruela, 2014; 96 páginas. [A hora da estrela, 1977]. Traducción de Ana Poljak.

            Nada de lo que pueda escribir aquí contribuirá a que el lector se haga una idea exacta de la profundidad de este librito, de apenas noventa páginas. Se trata de la última obra de una mujer que amaba la literatura sobre todas las cosas y, mientras la escribía, veía su muerte al lado, mirándola, fría y descarada. La autora es Clarice Lispector (1920-1977), brasileña de origen ucraniano y vida muy infeliz. Su biografía se localiza en Internet como casi todo, con sólo pulsar un botón. Pero, afortunadamente, no todo es tan fácil de comprender y localizar en este mundo tan tecnificado en el que vivimos.
            La hora de la estrella consiste en el relato de la vida de una mujer casi invisible, insignificante por la misma inconsciencia de ella de estar viviendo. Todas a su alrededor son personas ambiciosas, mejor preparadas para la lucha por la existencia en la que a menudo se convierte la vida en sociedad, esa fauna en la que nos movemos todos los días. El narrador es un hombre que tiene interés en ella, de nombre Macabea, por su propia debilidad, porque le llama la atención una persona tan desvalida, tan poco preparada para la supervivencia. Ese narrador masculino se trata de un simple disfraz bajo el que se esconde Clarice, un juego, una quimera. El lector toma pronto cariño a esa muchacha desvalida, demasiado delgada, sin gracia para vestirse, sin encanto físico, que sueña con tener un novio o con parecerse a Marilyn Monroe y de la que todos se ríen por su insignificancia. Macabea, sin embargo, guarda en su interior una estrella de mil puntas y tarde o temprano la mostrará, hermosa y deslumbrante.
            Desde que uno comienza la lectura de La hora de la estrella tiene la impresión de hallarse ante un autor con voz propia y muy poderosa, algo parecido a lo que ocurre al comenzar un texto de Juan Rulfo o de Isidore Ducasse. Nos parece estar oyendo una voz real, con su timbre y sus inflexiones propias. Con el segundo, Lispector comparte además cierto malditismo, pues parece que también fuera víctima de su talento, poseedora de ciertas tendencias autodestructivas y aislacionistas, que la encaminaban a romper con todo lo que pareciera bien pensante. Pocos debieron entenderla en la sociedad brasileña de la época.  


Clarice Lispector
(Imagen de tribunafeminista.org)


            Dejo aquí constancia de frases o pasajes de la obra realmente antológicos.


Sobre su estilo:

«Está claro que como todo escritor tengo la tentación de usar términos suculentos», (pág. 15).

«No soy un intelectual, escribo con el cuerpo», (pág. 17).

«Y la palabra no puede ser adornada y artísticamente vana, tiene que ser solo ella», (pág. 21). Los subrayados son míos.


Sobre su necesidad de escribir:

«tengo que hablar de la norestina [Macabea], porque si no me ahogo», (pág. 18).

«Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días», (pág. 22).

«la historia de Macabea tiene que salir porque de lo contrario estallo» (pág. 52).


Creo que estaría bien volver sobre Clarice Lispector, buscar otros textos suyos. No todos los días se encuentra un autor tan personal y poseedor de una lucidez como la suya. Hasta pronto.




sábado, 4 de noviembre de 2017

«Géronimo a mal au dos», de Guy Goffette




GOFFETTE, Guy, Géronimo a mal au dos, Éditions Gallimard, 2013; 181 páginas.

            Alguien me trajo de Bélgica este libro. La persona, muy amable, se había ofrecido a proporcionarme alguna lectura belga y yo le había pedido algo ligero, que me hiciera reír. Claro que no había tenido en cuenta que mi amigo no entiende francés. Así, nada más iniciada la lectura me hallé junto a un hombre que acudía al entierro de su padre, exactamente a la vela de su cadáver, dispuesto en un ataúd en el salón de la casa familiar. No había risas.
            Géronimo a mal au dos me ha subyugado. Es una novela que puede adscribirse al subgénero funerario-revanchístico, en el que los lectores situarán perfectamente la genial Cinco horas con Mario, de Delibes. Este subgénero consistiría en un monólogo en el que alguien muy unido al fallecido por lazos familiares aprovecha los últimos momentos visibles del cadáver para echarle en cara lo mal que este se ha portado con él (o con ella, en el caso de Delibes), detallando una lista de agravios. En esta ocasión se trata del primogénito de un empleado de una cantera en la Europa central de los años cincuenta, seguramente en la misma Bélgica. El muchacho ha crecido en un pueblecito y en una familia donde parece haber muy poco lugar para la ternura, sobre todo por parte del padre, un hombre frío y violento. Empeñado en que el hijo estudie, este se revela fuerte, creativo y lleno de inquietudes artísticas y logra forjar su propia existencia lejos del hogar paterno, en un mundo, el de la creación artística, muy distinto del sórdido ambiente donde transcurrieron su infancia y su adolescencia. Nada de risas; no había espacio para ellas. Por momentos, la figura del padre nos parece poco verosímil porque cuesta trabajo imaginar una persona con tan poca sensibilidad, pero es obvio que ha tenido que existir gente así. Y aún existirán.
            Espero que alguien con los conocimientos y el tiempo necesarios traduzca pronto esta obra, pues creo que no está publicada en castellano. A pesar de lo triste del argumento, la lectura merece mucho por la pena sobre todo por los pasajes en los que se desborda el lirismo de Guy Goffettemás poeta que novelista. Los dos capítulos dedicados al fallecimiento de su abuela son enternecedores (págs. 117-123), así como ciertas pinceladas descriptivas. La casa era «un petit enfer domestique» (p. 63). La pasión por la lectura le viene al protagonista por la necesidad de evasión, como a tanta gente: «Mon premier livre, mes premièrs ailes» (p. 63). El padre era un hombre autoritario, callado y frío: «Mon père comme un bloc de marbre sur sa chaise» (p. 86).

            La carga autobiográfica de la obra parece indudable. Nadie puede expresar con tanta exactitud algo que no ha sentido.

jueves, 2 de noviembre de 2017

«El gran momento de Mary Tribune», de Juan García Hortelano





GARCÍA HORTELANO, Juan, El gran momento de Mary Tribune, Barcelona, Debolsillo, 2016; 848 páginas.

Novela publicada en 1972 y redactada durante los ocho años anteriores. Está dividida en dos partes, la primera de más de seiscientas páginas, y sólo en esas dos partes, de manera que no existe subdivisión alguna: todo es un inagotable continuo de prosa muy elaborada en la que brillan los ágiles diálogos de García Hortelano, destacables en todas sus novelas. La primera parte transcurre en Madrid durante un verano y la segunda en la sierra de Madrid durante un fin de semana del invierno siguiente. El narrador, innominado, es el protagonista. Sólo existe su punto de vista, que se respeta de manera escrupulosa. Se trata de un funcionario de un negociado de la administración estatal con inquietudes culturales y gran afición a las mujeres, el trago y la noche, encarnando con ello el típico macho hispánico salido e insaciable pero visto, incluso desde su punto de vista, como alguien grotesco y moralmente deleznable. Tanto él como sus amigos, todos coprotagonistas y pertenecientes a la alta burguesía, forman un grupo desde la adolescencia y en el momento de la acción deben tener sobre treinta y cinco años. En la novela no ocurre nada reseñable, extraordinario —un asesinato, un robo, el hallazgo de un tesoro—, a la manera de la novela comercial. Consiste en la narración de las alteraciones que produce en las relaciones de los integrantes del grupo la irrupción en él de Mary Tribune, una persona que viene de fuera, tiene otros puntos de vista, y posee independencia económica y una gran generosidad vital.
Los días y las noches de los integrantes del grupo, vistos siempre desde los ojos del protagonista, se suceden iguales unos a otros, vacíos. Las sensaciones fuertes del protagonista son tantas y van tan seguidas que su sensibilidad acaba embotada. Él, totalmente alcoholizado, se convierte en una especie de buscador continuo del placer por el placer en sí mismo, ignorando, o despreciando, las víctimas sentimentales que va dejando por el camino. Una de sus hazañas erótico-festivas tendrá consecuencias dramáticas y le hará replantearse su vida. De todas formas, el final de la novelas es completamente abierto.
A destacar el sentido del humor de la novela, del que estoy seguro beben autores actuales como Eduardo Mendoza. He aquí un pasaje ejemplar del estilo y el espíritu de la primera parte de la novela. Se trata del inicio de una de las primeras jornadas del protagonista después de haber sido «retirado» del trabajo por Mary.

«Mientras emergía de las lúcidas evidencias del sueño a las soleadas incertidumbres, oía las recomendaciones que ambas se dirigían de no perturbar mi reposo. Les di una llamada y acudieron que sólo les faltaba el velo en la cara. Me trajeron en bandeja un desayuno-almuerzo-merienda-cena, cigarrillos, los diarios matinales, una flor sostenida en una tanagra, un número de Life, la afeitadora, un espejo de aumento, un frasco de colonia, analgésicos efervescentes y los prospectos del último correo. Olvidaron un astrolabio. No obstante, la cama crujía bajo el peso de la suntuosidad». (Pág. 412).

            El autor dedicó tanto tiempo a reescribir y corregir el manuscrito que, insatisfecho con el resultado, redacta frases como «Su hieratismo, recalcado hasta los límites del desprecio, me ofrecía ella», (página 555), en la que, en un intento de lograr mayor expresividad, transgrede reglas y leyes, actitud antiacadémica y, a veces, muy de agradecer, propia de un verdadero creador amante de la poesía.

            Por último, destacar los homenajes que García Hortelano realiza a sus autores favoritos, ya sea en el cuerpo principal de la narración (Neruda, pág. 188; Sánchez Ferlosio, pág. 195, en especial a El Jarama; Joyce, pág. 470), ya sea a través de las decenas de citas de obras que aparecen intercaladas en el texto (Céline, Lezama Lima, Proust, Martí, Terencio, Cicerón, Sade, Francisco Delicado, Sartre, Benet, Cortázar y un largo etcétera).

jueves, 19 de octubre de 2017

Iriarte y la duquesa de Osuna



Tomás de Iriarte
(Imagen tomada de biografiasyvidas.com)


Los miembros de la nobleza pudieron contar siempre entre sus actividades el mecenazgo cultural. Otra cosa es que lo ejercieran. Para ello eran necesarios medios económicos e inquietududes culturales o, al menos, deseos de emulación. A lo largo de la historia se ha asistido a incontables casos en los que los señores de la casa, a menudo la señora, protegían a artistas por no ser menos que los señores de la casa rival. Fuese o no este el caso de María Josefa Alonso Pimentel (1752-1834), condesa-duquesa de Benavente y duquesa de Osuna entre otros muchos títulos, contó como habituales de sus tertulias, o como miembros de su servicio, a personalidades de la talla de Tomás de Iriarte, Leandro Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz, Francisco de Goya o Luigi Boccherini. A muchos de ellos encargó obras y alguno, como Boccherini, estuvo a su servicio de manera regular. Esta actividad de mecenazgo, referida sobre todo al campo musical, ha sido detalladamente estudiada por el señor Juan Pablo Fernández González, que nos ha dejado su encomiable obra El mecenazgo musical de las Casas de Osuna y Benavente (1733-1844). Un estudio sobre el papel de la música en la alta nobleza española (Universidad de Granada, 2005), y tratada de forma más ligera, y más accesible al común de los lectores, por don Emilio Cotarelo y Mori en Iriarte y su época (Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1897). Dicha obra, y entre sus páginas 478 y 483, contiene un texto de Iriarte dedicado a María Josefa que puede considerarse uno de los mejores retratos que se le haya hecho nunca. Les dejo ya con él.



Epístola jocoseria á la Excma. Sra. Condesa de Benavente

Hubo un tiempo, señora, en que solía
la nobleza española
amar tanto la noble poesía,
que Lope, Garcilaso y Argensola,
tal vez por agradar á un personaje
de grande autoridad y alto linaje,
se quemaban las cejas,
las uñas se chupaban,
se rascaban la frente y las orejas
y los sesos también se devanaban
buscando un consonante, una sentencia
con que se divirtiese su Excelencia.

Ya en nadie sino en ti, Condesa amable,
puede hallar un discípulo de Apolo
los restos de costumbre tan loable,
pues que atiendes no sólo
al ameno, al fluido, inimitable
metro de Pedro Gil, mas aun al mío
que en su comparación es flojo, frío,
insípido, arrastrado y deplorable.
Á tanto grado llega lo que estimas
á este vuestro menor versificante,
que en trasladar un tomo de sus rimas
apuras la paciencia de un copiante:
sea ya lo que mandas; pero siento
que no me alcance el numen,
como
alcanza el aliento,
para llenar otro mayor volumen
de sinceros loores
debidos á las prendas superiores
con que tu sexo ilustras y tu clase;
no haya miedo, no, que yo empezase
á estilo de vulgar dedicatoria;
porque es el escribir tu ejecutoria
asunto de poquísimos desvelos,
y el más simple erudito á la violeta,
cualquier pobre trompeta
que apenas deletree la Gaceta,
un bárbaro batueco ó masageta,
y hasta un niño de teta
(cuanto más un poeta),
no ignoran que viviendo don Fadrique,
Duque de Benavente,
hijo de don Enrique,
Conde de Trastamara,
ningún perrazo moro alzó la frente
ni se atrevió á chistar, y el que chistara
que el Duque la badana le zurrara.

Tampoco ensartaría
aquella interminable letanía
de ducados, condados, marquesados,
y una, dos, tres etcétera por cola,
pues no me dan envidia tus estados.
sino tu acierto en gobernarlos sola.
¿Quién me manda emprender la inoportuna
narración de los dones
que debes á la suerte y á la cuna,
cuando los que posees por ti propia
sin tener á una ni á otra obligaciones
tan singulares son y en tanta copia?

Tu generosidad, gracia y viveza,
desembarazo, espíritu, franqueza,
afable trato, igual y verdadero,
materia dan para un poema entero
Yo, pues, te pintaría
(cuando aspirar á tanto
pudiera la rastrera musa mía)
al bufete sentada
con secretario y contador al canto,
la pluma enarbolada,
para firmar las cuerdas providencias
en que al vasallo amparas,
ó para despachar correspondencias
de un pleito de tenuta
que algún letrado enreda y tú le aclaras;
ó escribir como sueles
á tus amigos fieles
cartas que nunca huelen á minuta,
según es el lenguaje terso y llano
y por cuatro costados castellano.

Bien pudiera si no representarte
presidiendo tal vez una Academia
de música sonora,
y siendo de aquel arte
el juez, la bienhechora
que á los que le profesan honra y premia;
¿y extrañarán ahora,
cuando así te deleita la armonía,
que tu afición descubras igualmente
á su hermana carnal la poesía?

Justo fuera también que descubriera
aquel gentil denuedo y continente
con que, haciendo de andante caballera,
te ciñes el botín, riges la brida,
y al bruto dócil oprimiendo el lomo
sin ser vista ni oída,
ya estás en la alameda,
llevando al gran Olmeda
por tu caballerizo, mayordomo,
bastonero, trinchante,
escudero y perpetuo acompañante.

Paréceme, señora, que te veo
en aquel domicilio del recreo
de amigos rodeada
que á ponderar su gratitud no aciertan;
cuando por tu bondad logras colmada
la diversión con que ellos se diviertan;
¿y cómo era posible,
á menos que no fuese un insensible,
un desagradecido y un grosero,
dejarme en el tintero
las solemnes y opíparas meriendas
que en las Carnestolendas
solías dar á todo el mundo entero?
¡Oh plausibles memorias!
¡Oh de la vida fugitivas glorias!

Pasó aquel tiempo afortunado
en que nuestra Condesa,
pródiga más que nunca de su agrado,
convocaba á su mesa
de Baco y de las Musas sus secuaces,
donde las permitía
que explayasen su alegre fantasía,
pero con la notable circunstancia
de que el pesado, el necio cumplimiento
no tuvo atrevimiento
de pisar el umbral de aquella estancia,
apenas conoció la gentecilla
de que estaba compuesta la cuadrilla:
aun me acuerdo que tú, viendo su triste
y fea catadura, le dijiste:
«Bien puedes ya mudarte
á hacer tus ceremonias á otra parte.»
Y yo le eché un conjuro con cerveza
porque no me rompiera la cabeza.
Es el tal cumplimiento un avechucho
que ganáramos mucho
en que de un tabardillo se muriera,
ó que nunca su madre le pariera.
La cual fué, según dicen, una dama
llamada Urbanidad, que por descuido
con cierto galancete presumido
que artificio se llamaba,
produjo aquel bastardo señorito.
Además de lo mucho que incomoda
al linaje mortal, miente infinito;
y en todo baile, convite, duelo ó boda,
en cualquiera junta, pública o privada,
el siempre ha de meter su cucharada:
mas en queriendo que á cien leguas huya
basta una risa, una palabra tuya.

Para llenar el tomo susodicho
sobran tantas ideas, que contemplo
no quedara poético capricho
que yo no recorriese; por ejemplo:
¿Cuantas odas podría
cantar sobre la intrépida osadía
con que tú, muchas veces olvidada
de aquel regalo blando,
propio de una crianza delicada,
te vas por esos mundos, penetrando
estrechos valles, empinadas sierras
sin temor de intemperie ni ladrones,
ni del trato maldito
y estrépito infernal de los mesones?
¿Ó bien de nuestras tierras
te alejas entregada á las infieles
ondas del baleárico distrito
en busca de laureles
que gustoso reparte
con su Venus amada el nuevo Marte?
Cuando cansado ya de tonos líricos
me aviniese mejor con los bucólicos,
dejando circunloquios hiperbólicos
en églogas te hiciera panegíricos. 
Un pastor y un zagal introdujera
que entonasen en rústicos cantares
alternativamente en la ribera
del patrio Manzanares,
recostados al sol si era Febrero
(pues no hay razón ni fuero
para que los bucólicos autores
tiendan siempre á la sombra sus pastores).
El canto de los dos ensalzaría
a la próvida Ninfa cuya mano
puebla aquel sitio de una selva umbría
que el ardor les mitigue del verano
y haga que la frescura
de la verde espesura
las orillas fecunde
en que á la mansa grey el pasto abunde.

Quizá que por variar composiciones
también me propasara
á componer satíricas lecciones;
pero parecería cosa rara
que en versos destinados á elogiarte
tengan cabida sátiras algunas,
bien que las hay dispuestas con tal arte
que incluyen alabanzas oportunas.
Hiciera verbigracia una invectiva
acomodable á ciertos poderosos,
que ya porque el buen gusto
sus ánimos no aviva
(nobles por otra parte y generosos),
ó ya por no formar concepto justo
de lo que es la grandeza verdadera
no te imitan, señora, en el empeño
de ocupar los artífices peritos,
y adornar tu vivienda de manera
que el menor de sus muebles exquisitos
indica la excelencia de su dueño.
Y á la verdad en vano
supo el ingenio humano
descubrir á millares
en las útiles artes los primores,
si sus apreciadores
han de ser sólo espíritus vulgares,
ó los que no nacieron en estado
de proteger al hábil y aplicado;
para un sermón satírico, pregunto:
¿no es este un provechoso y digno asunto?
Y si la melancólica elegía
prestarme quiere el lastimero acento,
¿que más tierno argumento
puede ofrecerse á la tristeza mía
que tu fatal ausencia
y la suma impaciencia
con que de su remate aguardo el día?
Día que siempre viene y nunca llega;
y á fe que es buen testigo
la encaramada Puerta de la Vega[1]
de que tu ausente amigo
ni á mirarla se atreve, y si la mira
es una compasión lo que suspira;
pues como se figura
que ve en aquella altura
alguno de los cerros del Parnaso
y ya le considera tan desierto,
ciego se queda, ó por lo menos tuerto,
de llorar el funesto y grave caso.
Pero amanecerá la grata aurora
que á Madrid restituya el bien perdido,
y el Parnaso de nuevo establecido
escuchará armonía más canora;
cuando en la cuna el sucesor futuro,
aun más que de tu casa de tus prendas,
reciba las poéticas ofrendas
que desde hoy para entonces te aseguro.

Yo, señora, al presente
ofuscado con ímprobas tareas
y estudio muy diverso
del que piden las métricas ideas,
hallo difícilmente
once silabas juntas para un verso;
andan los consonantes muy tirados
y me he jugado el numen á los dados
Pero al cabo tan fuerte
ha sido en mí el anhelo
de acreditarte mi ardiente celo,
y de alguna manera complacerte,
que él me fué sugiriendo estos renglones
pares á veces y otras veces nones.

Si de algo bueno tienen
será sólo una cosa,
que aunque versos, contienen
tanta verdad como si fueran prosa.


(Biblioteca Nacional, S-418.)





[1] «Alude á que S. E. vive en una calle alta que va á parar á la Puerta de la Vega, que va fuera de Madrid.» — (Nota de Iriarte.)