sábado, 11 de mayo de 2019

Crónica del rey pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester


Felipe IV (Velázquez, h. 1623)

            Novela publicada en 1989 que alcanzó celebridad gracias a su adaptación cinematográfica (Imanol Uribe, 1991). De hecho, resulta imposible leerla sin recordar escenas y ciertos actores de la película, sobre todo al inefable Gabino Diego en el papel de Felipe IV.
            Crónica del rey pasmado cuenta en tercera persona el pasmo que sufrió el monarca, de apenas veinte años, al contemplar desnuda por primera vez a una mujer. La mujer es una prostituta de lujo apodada Marfisa, nombre escogido por Torrente Ballester de una décima de Luis de Gongora que cierra la novela. A partir de la contemplación de aquel desnudo de carne y hueso, el joven monarca intentará ver desnuda a su esposa, la reina, y lo hará saber públicamente, declaración real que escandalizará y divertirá a los miembros de la corte según su mentalidad y su grado de hipocresía.
            La lectura es muy amena. Retrata cómo era la vida en la corte española durante los llamados Austrias menores, cuando el valido —en este caso el conde-duque de Olivares—mandaba más que el rey y el estado dependía ya de los empréstitos para su mantenimiento: el oro y la plata americanos llegaban a España solo para seguir camino hacia los arcas de los prestamistas europeos. Refleja también las luchas de influencia que existían entre las distintas órdenes eclesiásticas, retratando, sobre todo, la influencia cerca del rey de franciscanos y capuchinos, estos últimos personificados en un ambicioso, ignorante y malicioso capellán mayor de palacio. Los jesuitas, representados por un padre portugués, quedan retratados como los más avanzados ideológicamente y más odiados por los conservadores, léase, por ejemplo, el capellán mayor de palacio. La Compañía aún estaba lejos del poder que alcanzaría en el siglo XVIII y precipitaría su expulsión.
            El relato histórico se encuentra aderezado de componentes mágicos y misteriosos muy queridos por Torrente Ballester, como la niebla y ciertas capacidades sobrehumanas. La trama cuenta lo ocurrido en la corte durante solo dos días de 1625, año más o menos.
  
Gonzalo Torrente Ballester, Crónica del rey pasmado, Madrid, Alianza Editorial, 2019.

domingo, 5 de mayo de 2019

Pura alegría, de Antonio Muñoz Molina


Palacio de Las Cadenas, Úbeda. (Foto V. Espuny).

Antonio Muñoz Molina es uno de mis ídolos literarios de juventud. En aquella época leía todo lo que escribía, sin selección, esperando con impaciencia la salida de la novela siguiente. Era el perfecto cliente de las librerías, uno más de los individuos que mueven el negocio editorial desde la parte de los que más disfrutan con la literatura, los lectores. No era el único de mis preferidos. Era seguidor de todo lo que publicasen también Juan Goytisolo y José Saramago, ambos ya fallecidos y con ciclos de creación cerrados (a no ser, claro está, que aparezcan inéditos). De Muñoz Molina, sin embargo, me desencanté. No sé por qué, pero hubo un momento en el que dejé de leerlo, me enfrié. Empecé a tener la sensación de estar ante alguien que rellenaba paginas de forma compulsiva, como Balzac, de quien Muñoz Molina mismo dice que alargaba las descripciones cuando no sabía cómo seguir la trama. Además me parecía que hacía demasiadas concesiones a ciertas modas argumentales, de un realismo sucio y truculento. ¿Quién es este completo desconocido, pensará de mí el lector, para poner en tela de juicio la obra de un autor como el ubetense? Pues simplemente alguien que disfrutó como se hace con muy pocos libros en la vida leyendo El jinete polaco, incluso Ardor guerrero —para hacerlo con este último texto hay que haber hecho el servicio militar—, y se sintió decepcionado con la deriva posterior de su autor. Últimamente ha venido a reconciliarme con él Tus pasos en la escalera, novela delicada e intimista, y gracias a ella, a su solapa creo —no recuerdo ahora—, he conocido y leído Pura alegría.
Pura alegría es una recopilación de ensayos reflexivos sobre las actividades de leer y escribir desde un punto de vista muy personal, muy interesante en este caso por provenir de un autor hoy día perfectamente consagrado. Consta de textos escritos entre 1991 y 1997. Algunos de ellos fueron redactados para ser leídos ante sesudos académicos y otros para serlo en periódicos españoles, pero todos se caracterizan por poseer el mismo rigor intelectual. En ellos Antonio Muñoz Molina habla de los autores que más le han apasionado desde que comenzó a leer —Faulkner, Cervantes, Max Aub, Onetti, Proust, Borges, Bioy Casares— y de muchas de las cuestiones que más preocupan a las personas que escriben ficción. Habla de argumentos, de personajes, de la voz, del estilo, de la realidad, de la ficción y la memoria. Habla mucho de los exiliados, de los exiliados sobre todo españoles, que no ha existido un país de la Europa Occidental cuyos intelectuales hayan sufrido tan dramática diáspora, cuyos escritores hayan sido tan perseguidos. Compara el exilio gozado por Nabokov con el sufrido por Max Aub, por ejemplo, y analiza la naturaleza de la emigración de los intelectuales de distintos países. Compara las culturas protestante y católica, tan diferentes por cuestiones señaladamente bíblicas y por tanto intelectuales. Habla de tradiciones literarias, la española tan cercenada por la censura y los drásticos cambios políticos. Muñoz Molina fulmina las modas y enuncia con sinceridad e hidalguía su aversión por el adjetivo joven unido al sustantivo literatura, rompiendo una lanza por los autores que beben de la tradición y los clásicos y se confiesan deudores de unos padres literarios. En general, todas las páginas de Pura alegría son perfectamente aprovechables para un intelecto ávido de conocer los mecanismos de la ficción literaria. Algunas citas:

«La elipsis es el gran aprendizaje de un novelista». (Pág. 74).

«La literatura es una gran sociedad secreta de hombres y mujeres que saben estar solos en medio de la multitud y acompañados en la soledad». (Pág. 76).

«La mirada de cada uno es mucho más prisionera de sus circunstancias personales e históricas de lo que nos gusta reconocer». (Pág. 82).

«Lo peor suele tener la protección de la moda». (Pág. 87).

«La imposibilidad del recuerdo convierte la memoria en ficción». (Pág.126).

«Escribir es, en gran parte, un sueño voluntario, al mismo tiempo abandonado y metódico, la sensación de que asistimos a la historia que estamos imaginando mientas la contamos». (Pág. 155).

«Lo importante es encontrar un impulso y seguirlo, no detenerse a cada instante pensando en la conveniencia o no de los adjetivos, en esos pormenores que son importantes, desde luego, pero que no valen nada si no son precedidos por un empuje de invención, de tentativa, hasta de cierta insensatez». (Pág. 200).

En general, una obra muy recomendable, hija del intelecto de una persona de mucho mérito, amante del trabajo y el rigor, hecha a sí misma, nacida en un medio muy poco favorable al cultivo de la literatura, en una casa sin libros, de padres sin formación, que ha conseguido llegar hasta donde nunca soñó que llegaría, ni llegaremos ninguno de nosotros. De él aprendemos todos.

Antonio Muñoz Molina, Pura alegría, Madrid, Santillana, 2008.

miércoles, 1 de mayo de 2019

El libro de las ilusiones, de Paul Auster


Rodolfo Valentino y Lila Lee 
(Foto: Fondazione R. Valentino)

            Se trata de una novela escrita en primera persona, con un punto de vista escrupulosamente único. En sus páginas he localizado una referencia realmente ejemplar de lo que debe ser ese punto de vista único y estricto, tan propio de la narrativa contemporánea, en cuyas obras pueden existir puntos de vista diversos pero bien especificados e irreemplazables: «Me guste o no, sólo puedo escribir de lo que vi y oí, y de nada más. Esto no es el reconocimiento de un fracaso, sino una afirmación metodológica, una declaración de principios. Si no vi la luna, es que no había luna en el cielo», (pág. 251). Esta afirmación no impide la existencia en el libro de rasgos muy clásicos, como la presencia de un relato interpolado narrado por otra persona, Alma, aunque este nos llegue filtrado por el punto de vista principal. La acción transcurre en distintos periodos del lapso de tiempo transcurrido entre finales de los años 20 y el mes de octubre de 1999, si bien la mayor parte de ella pasa en tres años, desde 1986 a 1988. Toda la peripecia argumental transcurre en Estados Unidos.
            En El libro de la ilusiones, Paul Auster (1947) entrecruza los dramas vitales de tres personajes: el narrador-protagonista (David Zimmer), la persona en la que Zimmer centra sus investigaciones (Hector Mann) y la persona que consigue que las vidas de los dos anteriores se crucen (Alma Grund), esta última personaje arquetípico de mujer altruista y sanadora. La obra es un monumento de capacidad de fabulación y laboriosidad literarias.
            La novela es además el relato de las consecuencias que puede tener el peso del sentimiento de culpabilidad, muy complicado de llevar para muchos. Igualmente puede considerarse un homenaje a las personas que realizan una labor callada en pro de las artes y la cultura, a veces con fines para muchos inexplicables o, incluso, absurdos. También es un homenaje al cine mudo, a sus actores, aquellos seres de expresividad gestual privilegiada, capaces de transmitir emociones solo con los movimientos de su cuerpo, a veces de uno solo de los músculos de la cara. Hector Mann es un galán cómico, una curiosa síntesis de Rodolfo Valentino y Charles Chaplin. La obra es, así mismo, el relato de la bajada a los infiernos de un hombre ya maduro, David Zimmer, que ve cómo su vida se desmorona de manera accidental y en apariencia irremediable.
Contiene pasajes antológicos.

Paul Auster, El libro de las ilusiones, Barcelona, Seix Barral, 2012. Traducción de Benito Gómez Ibáñez.

jueves, 25 de abril de 2019

La huida


Bruselas, 2014. 

La atmósfera era pesada. Del norte de África llegaba un tórrido ábrego nocturno. Por la ventana, abierta a una calle políglota frecuentada por gozosos exiliados, entraba el alegre quejido de un acordeón vocinglero. Había querido huir de ti, diablo de ojos de gema, pero me seguiste persistiendo en nuestro nomadismo suicida. Y entonces sentí que solo podría vivir si era contigo, que solo viviría si era sin ti.

martes, 23 de abril de 2019

La imbecilidad es cosa seria, de Maurizio Ferraris


M. Ferraris (eldiario.es)

            Ensayo breve y ameno, sobre todo para aquellos lectores familiarizados con el vocabulario propio de la filosofía. El resto también lo aprovechará pero tendrá que esforzarse un poco más. Maurizio Ferraris (Turín, 1956), eminente pensador, pone a nuestra disposición algunos razonamientos que quizá hayamos intuido alguna vez pero nunca hemos sido capaces de verbalizar. El primero, y fundamental, es que todos somos imbéciles. Hasta la persona dotada de mayor capacidad intelectual, aquel llamado genio, es imbécil. El genio y la imbecilidad, pues, son compatibles. Da ejemplos de razonamientos y pensamientos propios de imbéciles en obras de Baudelaire, Flaubert o Dostoievski y un larguísimo etcétera en el que incluye muchos de los filósofos más conocidos. Una de las verdades mayores que contiene el libro es la multiplicación exponencial de unos años a esta parte de la documentación de la imbecilidad. Me explico. Ferraris alude a imbecilidades localizables en las obras de todos esos genios de la cultura, escritas cuando aún escribir y publicar era cosa de unos pocos. ¿Qué pasa, entonces, hoy día, cuando cualquiera, yo mismo, puedo tener un blog, o un perfil en una red social, y escribir en ella lo que se me ocurra? Pues que las posibilidades de documentar la imbecilidad se vuelven casi infinitas. A colación de este razonamiento, de apariencia elitista pero tan cierto como que usted me está leyendo ahora mismo, Ferraris aduce aquellas declaraciones realizadas por Umberto Eco (1932-2016) en junio de 2015 que tanto revuelo levantaron en la web, precisamente el lugar de la bestia, del gólem:

«Los medios de comunicación de masas dan la palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban únicamente en el bar tras un vaso de vino, sin perjuicio para la colectividad. Rápidamente se les hacía callar, mientras que hoy tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles». (Pág. 111; nota 1 de «Imbecilidad de las masas»).


El texto en la lengua original, que he localizado en datamediahub.it/2015/06/12/video-integrale-umberto-eco-internet-social-media-e-giornalismo/#ixzz5lwJ4IraG, sería:

«I social media danno diritto di parola a legioni di imbecilli che prima parlavano solo al bar dopo un bicchiere di vino, senza danneggiare la collettività. Venivano subito messi a tacere, mentre ora hanno lo stesso diritto di parola di un Premio Nobel. È l’invasione degli imbecilli».

            Me temo que es una reflexión muy acertada. Todos nos lanzamos a comentar lo que publican los demás como si estuviésemos en posesión de la verdad, y mientras más imbéciles somos más razón creemos tener. Los ejemplos son abrumadores, basta con mirar por encima el contenido de cualquier red social. En palabras de Ferraris,

«el hombre nace esclavo, débil, insuficiente y dependiente. En resumen, nace imbécil. Puede no ser agradable, pero la imbecilidad masiva, la estupidez hiperdocumentada, es ya un fenómeno reconocido, y en el fondo la primera revelación de nuestra época». (Pág. 34)

Y un poco antes:

«La imbecilidad es lo propio de la modernidad porque con las potencialidades expresivas que ofrece el mundo actual se pone más fácilmente de manifiesto que en cualquier otra época más recogida y silenciosa». (Pág. 31)

 Parece que debemos reflexionar. Vamos hacia la imbecilidad absoluta.



Maurizio Ferraris, La imbecilidad es cosa seria, Madrid, Alianza Editorial, 2017. Traducción de Marco Aurelio Galmarini. (L’imbecillità è una cosa seria, 2016).

lunes, 22 de abril de 2019

La paleta



Coímbra, 2015. Foto: V. Espuny


La paleta está salpicada de explosiones de color primero independientes, luego ligadas. La familia de los rosas se deja cortejar por los salmón, los albero, los grises, los rojo teja. El blanco de los marcos de las ventanas esparce estabilidad por una composición inquieta. Líneas rectas, cubos, sugieren una agrupación de cuerpos geométricos próximos y bien avenidos. Desde una ventana, una joven de ojos brillantes mira el Mondego encantado. Y sueña. En la Quinta das Lágrimas, del otro lado del río, una sombra cruel asesina a Inés de Castro.  

domingo, 21 de abril de 2019

De paso


Évora, 2015. Foto: V. Espuny

            Y quedarán huellas de nuestro paso por el mundo. Quedarán hijos si los tuvimos y nos sobrevivieron, quedarán los libros que escribimos, los árboles que plantamos, aunque nuestro recuerdo se pierda en dos generaciones. En una. Nadie vendrá a visitar nuestra tumba, nuestras cenizas se perderán diluidas en los ríos. Abonarán plantas, alimentarán animales, acabarán en el organismo de los coetáneos de nuestros descendientes si los tuvimos y nos sobrevivieron, alimentados por nosotros mismos. Nuestros huesos, si se conservaron, servirán para construir capillas en húmedas ciudades portuguesas. Nadie sabrá quiénes fuimos.

sábado, 20 de abril de 2019

La paradoja de la historia, de Nicola Chiaromonte


Imagen de azquotes.com

            Nicola Chiaromonte (1905-1972), pensador italiano, fue dueño de una mente privilegiada: crítica, analítica y poseedora de una admirable capacidad de memoria y relación. No sé de dónde fue profesor, si lo fue, ni qué otras obras dejó escritas. Tampoco creo que eso sea ahora importante. Su ideología era profundamente socialista.
            La paradoja de la historia es un ensayo inspirado por una idea bondadosa: intentar alumbrar el camino del hombre, que se mueve en tinieblas. El hombre está falto de fe en una creencia sólida desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, desastre que supuso la pérdida de la fe en la Dios —está ya venía de antes— y la pérdida de la fe en el hombre mismo, en su progreso, que había venido a sustituir a la fe anterior. De esa forma se abre paso el nihilismo, la creencia en la no creencia, la desorientación más absoluta. Los medios de comunicación de masas ayudan a la difusión de las «mentiras útiles», necesarias en la retaguardia y en los frentes para mantener una sociedad proyectada hacia la consecución de la victoria. Tras la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, los fascismos y la Segunda Guerra Mundial —el proceso es largo pero el inicio del fin está marcado por el atentado de Sarajevo en el verano de 1914— ya no es posible ningún tipo de credo. El hombre ha sustituido todas las creencias anteriores por una fe ciega en la bondad de la posesión de bienes materiales, en el valor de lo novedoso y en la necesidad del progreso tecnológico, acelerando cada vez más un proceso de autodestrucción ya imparable. Que esto lo escriba alguien en 2019, cuando las señales son visibles hasta para el más necio, resulta esperable. Chiaromonte supo verlo mucho antes.
            El texto resulta muy atractivo y efectivo en su intención comunicativa porque apoya su razonamiento en el análisis y comparación de varias obras ya clásicas de la literatura de los últimos doscientos años. Principalmente se basa en obras de Stendhal, Tolstoi, Martin du Gard, Malraux y Boris Pasternak, autores a los que Chiaromonte admira. Tenía una gran confianza en la utilidad de la ficción como ilustradora de las experiencias individuales, idea que aparece reflejada en la página 9 y en la ilustración que acompaña esta reseña. La paradoja de la historia puede ser considerado una antología de los mejores momentos del pensamiento contemporáneo occidental. Uno nunca volverá a ver la historiografía clásica cómo la veía antes de su lectura. Puede empezar a considerarla, aviso, como algo en realidad vacuo, inexistente por la radical imposibilidad de conocer todos los procesos vitales. La historia de los grandes nombres y las grandes batallas es solo una pequeña muestra de lo acontecido. La historia real, integral, abarcadora, no existe ni existirá nunca: es imposible. Chiaromonte no se refiere a la historia de las personas humildes, anónimas y por tanto imposibles de mencionar, que también, sino a la falsedad inherente al uso de un solo punto de vista en el relato. La paradoja de la historia, tan lúcida, es también profundamente pesimista, al menos ese es el sabor de boca que me ha dejado. No todo ha a ser una comedia.

Nicola Chiaromonte, La paradoja de la historia, Cinco lecturas sobre el progreso: de Stendhal a Pasternak, Barcelona, Acantilado, 2018. Traducción de Eduardo Gil Bera.

Un pueblo mágico


Osuna. Febrero de 2015.  Fotografía: Víctor Espuny

Sobre un espolón de una sierra sureña se alza un pueblo mágico. Sus edificios, construidos en sillar --piedra olvidadiza--, otean la campiña, que se abre luminosa hacia sevillanos alcores. Sus empedradas calles ocultan subterráneos desconocidos. Por ellas resuenan ahora los cascos de un caballo. A un portón ha llamado el jinete ya descabalgado. Es febrero. Sobre sus hombros lleva una gruesa capa, oscura y manchada de barro. Viene de lejos. Con una mano sostiene las riendas de su cansado caballo, con la otra intenta limpiarse la cara. Se atusa el bigote, ya cano. El caballero ha librado todas las batallas que le han surgido al paso. Unas veces venció, pero muchas fue derrotado. Oye pasos que se aproximan. Es la casa de su amada. El portón se abre despacio y aparece una muchacha, ojos negros, piel trigueña. La muchacha le sonríe, curiosa. Él pregunta «¿Leonor?», «Leonor es mi madre, caballero». Y él suspira. Ha estado fuera treinta años.  



domingo, 14 de abril de 2019

Castilla, de Azorín


Toledo en 1872 (detallle). Jean Laurent. 
Archivo Ruiz Vernacci

Se trata de una recopilación de artículos y narraciones de inspiración costumbrista o literaria centrados en las tierras y la historia de Castilla. Uno puede estar más o menos de acuerdo con el espíritu de la obra y sentirse más o menos a gusto con su línea ideológica, muy conservadora, pero la lectura del libro es un excelente medio para ir conociendo el lugar en el que queremos situar nuestra forma de escribir, ya sea por rechazo o por aceptación. Resulta admirable, a mi entender, el esfuerzo que realiza Azorín por encontrar la palabra justa. La prosa de este libro parece, es, como de otro tiempo, de un espacio que aún compartimos pero retratado en un momento pasado, una época caracterizada por unos oficios y una economía desparecidos hace años. Uno de los artículos, Una ciudad y un balcón, resulta un buen ejemplo de ello. Retrata la vida de Toledo en la época en la que existían numerosos «tundidores, perchadores, cardadores, arcadores, perailes, correcheros, guarnicioneros, boteros, chicarreros» (pág. 143), oficios todos relacionados con el aprovechamiento del ganado ovino y hoy perdidos. Desaparece el oficio y con él palabras únicas, sustantivos que designaban herramientas o verbos que designaban acciones que ya nadie usa ni practica. Algunos de los nombres de oficios perviven en el callejero pero completamente descontextualizados.
Resultan también enriquecedores los artículos dedicados a los ferrocarriles, a la historia de la construcción de los caminos de hierro en España y a la forma en la que se viajó en tren durante el siglo XIX y aún se viajaba a inicios del XX. Desde el punto de vista del creador literario, son muy dignas de atención también aquellas narraciones en las que Azorín recrea la vida de personajes de clásicos españoles muy conocidos, como la protagonista de La ilustre fregona o la pareja formada por Calixto y Melibea. En la mayoría de las narraciones, las más perfectas, acabadas, representa un papel fundamental la idea del eterno retorno, presente en cualquier persona que haya observado cómo se suceden las generaciones humanas. Muy recomendable.

Azorín, Castilla, Madrid, Espasa, 2014. Edición de Inman Fox, acompañada de abundante material complementario y didáctico. Es la decimoctava edición; la primera en Austral corresponde a 1991. La obra original se publicó en 1912.

martes, 9 de abril de 2019

Encender una hoguera, de Jack London



Jack London (biografiasyvidas.com)

Los valientes caminan solos. Alguien acuñó esta frase hace tiempo y tuvo éxito. La repetimos de manera irreflexiva, como tantas otras. En verdad puede pensarse que los cobardes suelen ir en grupo, pero también se mueven en grupos los lobos, y otros muchos animales salvajes, y no por eso son menos valientes. Se trata solo de una estrategia de supervivencia.
            Precisamente esa necesidad, la de moverse en grupo, al menos en un binomio, es el tema de Encender una hoguera. La edición que he leído contiene las dos versiones que Jack London (1876-1916) nos dejó. Ambas están protagonizadas por un hombre joven que se propone llegar a un campamento de buscadores de oro situado en el área de Klondike, una comarca situada en el noroeste de Canadá, justo en la frontera con Alaska. Para ello tiene que recorrer a pie una distancia de treinta millas. Desoyendo los consejos de los más experimentados, a los que ve como viejos débiles, intenta hacer el camino solo un mes de enero. La temperatura es de más de sesenta grados bajo cero, dato que varía algo de una versión a otra pero no deja de ser crucial. La comida, un bocadillo, la lleva en contacto con su cuerpo para que no se le congele. La barba, los bigotes, están helados. Cuando escupe, la saliva se solidifica en el aire. En estas condiciones de frío tiene que seguir el curso de un río helado bordeado de manantiales. Y tendrá que hacer fuego. En una de las dos versiones, la segunda, de 1908, la más elaborada y profunda, lo acompaña «un formidable husky nativo», pero el hombre será incapaz de interpretar las señales que el animal, más preparado para sobrevivir a temperaturas extremas, le manda.
            Lectura de gran interés para todos aquellos que aman la naturaleza y desean conocer los peligros que encierra para no caer en ellos. La dosificación del conflicto en la narración —relatado por un narrador omnisciente crítico con el protagonista— resulta magistral. Aún tengo frío.

Jack London, Encender una hoguera, Cáceres, Editorial Periférica, 2013. (To Build a Fire, 1902 y 1908). Traducción y postfacio de Juan Cárdenas.

lunes, 8 de abril de 2019

Tus pasos en la escalera, de Antonio Muñoz Molina


Imagen de antoniomuñozmolina.es

            Se trata de una nueva novela del escritor ubetense. Confieso desde ahora mi admiración por la obra de Antonio Muñoz Molina. Lo he leído desde muy joven y ha sido una de las pocas personas que ha podido sentirse contrariado ante mi interés por hablar con él. La otra fue Hilario Camacho. Les cuento.
            Fue más o menos a finales de los ochenta. No recuerdo si iba hacia Madrid o venía de allí, pero sí recuerdo que viajaba en tren. El Ave todavía no existía. Creo que era un Talgo. Yo había leído ya Beatus Ille, El invierno en Lisboa y El jinete polaco. Las tres novelas me habían gustado, sobre todo la última. En aquella época Muñoz Molina se prodigaba bastante en los periódicos, sobre todo en El País, creo, y su imagen ya era conocida. Llevaba el pelo más o menos como ahora pero no tenía gafas y lucía un frondoso bigote. Había visto su foto infinidad de veces. Y viajábamos en el mismo vagón. Era emocionante.
No soy un cazador de autógrafos ni nada por el estilo pero los buenos artistas me pierden. Yo iba leyendo —bueno, miento, no leía, solo estaba pendiente de él, tenía el libro abierto y poco más— y él también. No recuerdo qué leía pero sí el aspecto de su libro, una publicación en papel biblia, muy fino, con los filos de las hojas dorados y un marca páginas de tela. El recuerdo ya es lejano, han pasado unos treinta años, pero creo que intenté hablar con él en la zona situada entre dos vagones. Era un hombre alto, más de lo que imaginaba. Había salido a fumar, creo, y yo también. Entonces, sacando fuerzas no sé de dónde porque soy muy tímido, le pregunté, así, sin mediar presentación ni introducción alguna, si era Antonio Muñoz Molina. Sé que era él, estoy convencido, pero él vería en mis ojos y en mi forma de comportarme algo que le encendió la señal de alarma y me dijo que no. Me dijo que no y se quedó tan pancho.
A pesar de aquella negación suya, muy comprensible —no quería que un admirador inoportuno y pesado le diera el viaje—, seguí leyendo sus novelas. Recuerdo Ardor guerrero, Beltenebros y Sefarad. Ninguna como El jinete polaco.
Tus pasos por la escalera está escrita en primera persona. Es el punto de vista del narrador-protagonista, el mismo que ocupa el lector: este lo sabe todo a través de la mirada de aquel. La acción transcurre en Nueva York y Lisboa. El protagonista lleva unos años en Nueva York y decide mudarse a la capital portuguesa más o menos tras la victoria de Trump. El lector vive con él el desembarco en una ciudad tan distinta, sus problemas con el idioma, con los funcionarios municipales, con carpinteros, electricistas y reparadores en general. Vive la admiración por la luz de Lisboa, por las vistas de una ciudad de colinas sembradas de casas blancas asomadas a una ancha lámina de agua azul. La acción dura hasta el mismo año 2019. Lo prueba una referencia a la investigación sobre la forma en la que murió el periodista Khashoggi (pág. 286). La novela es principal, y casi únicamente, una historia de amor, un amor que lo llena todo de forma casi obsesiva. Pero también es otra muchas cosas, como un intento de concienciar sobre la necesidad de respetar la libertad individual y de hacer reflexionar sobre los avisos del cambio climático. El protagonista, de nombre Bruno, acaba de llegar a Lisboa, donde va a preparar una nueva residencia para él y su pareja. Los dos están ya cansados de la vida en Nueva York. Bruno procede a la mudanza y la preparación de la casa mientras espera la llegada de Cecilia. Solo tiene la compañía de Luria, un perro muy inteligente, pero esta le basta. Durante el tiempo de espera, muy indefinido —quizá semanas, quizá meses, quizá un año—, Bruno rememora los años vividos en Manhattan junto a Cecilia, la incomodidad de aquella ciudad, tan estimulante por otra parte, pero solo habitable durante unas pocas semanas de otoño debido a lo riguroso de su clima. Resultan impresionantes, para los que tuvimos la suerte de no estar allí aquel 11 de septiembre, los pasajes dedicados a la forma en la que se vivió en la zona baja de Manhattan durante las semanas posteriores al ataque a las Torres Gemelas, y curiosos los continuos paralelismos que Bruno establece entre Nueva York y Lisboa, las dos ciudades con monumentales puentes elevados cientos de metros sobre caudalosos ríos en su desembocadura en el mar, el mismo océano, por cierto. Da la impresión, solo la impresión porque ya sabemos que un literato puede ser ante todo un gran mentiroso —O poeta é um fingidor—, que Muñoz Molina habla por boca de Bruno en muchos pasajes y realmente está cansado de la vida en aquella ciudad norteamericana, algo perfectamente comprensible para cualquiera que haya estado allí y haya comprobado cómo lo tratan a uno en el JFK o cómo es el invierno, o el pleno verano, en aquella ciudad de mercaderes, hormigón y acero.
Cecilia trabaja investigando en el laboratorio las conexiones neuronales de animales y personas. Es una persona apasionada por entender todos los mecanismos cerebrales. Esa pasión se la ha contagiado a Bruno, que nos transmite sus conocimientos sobre las percepciones de los sentidos. Destaca, como ejemplar en cuanto a redacción, el capítulo 25 (págs. 138-141), en el que se nos ilustra sobre la consideración del paso y la medición del tiempo en distintas culturas y civilizaciones.
Y mientras les cuento esto, Bruno, sentado junto a Luria, mira por la ventana y espera, los dos con la fidelidad obsesiva de los canes. No se lo pierdan.

Antonio Muñoz Molina, Tus pasos en la escalera, Barcelona, Seix Barral, 2019.

sábado, 30 de marzo de 2019

Mucho cuento, de Juan García Hortelano



Fotografía de Miguel Urech realizada en 1948

         Se trata de una colección de cuentos publicada originalmente en 1987. Consta de veinte relatos en los que la voz narrativa cambia a menudo de persona entre la primera y la tercera, aunque parecen más cálidos y poseedores de un mayor poder de comunicación aquellos escritos en primera. El marco cronológico de los argumentos abarca desde la infancia de García Hortelano (1928-1992), en plena Guerra Civil, hasta su madurez, ya en la Transición. El lugar de la acción es casi siempre Madrid, un Madrid a menudo de calles pavimentadas con adoquines y cruzadas por brillantes raíles de tranvía. Ellas fueron el escenario de gran parte de la vida de García Hortelano y a esa ciudad dedica muchas de sus mejores páginas.
         A Madrid y a su amigos. García Hortelano debió ser una persona muy apegada a ellos, al menos en su infancia y su primera juventud. En muchas de sus historias aparecen grupos de amigos, pandillas más o menos conformadas, cuyos miembros están unidos por fuertes lazos afectivos o simples atracciones eróticas. Desde su primera novela, Nuevas amistades (1959), parece ser una constante. En los relatos de Mucho cuento, algunos descacharrantes, encontramos textos muy relacionados con el relato Riánsares y el fascista, casi continuaciones de este, en los que vuelven a aparecer Tano, o la misma Riánsares, y en la que el niño protagonista-narrador relata cómo vivió algunas épocas de la guerra y la posguerra, mediatizadas por una familia en la que predominaba el elemento masculino y soltero que, digamos, lo malició de por vida en el trato con el alcohol y las mujeres. Esos relatos son principalmente Gigantes de la música y Carne de chocolate. Ellos van seguidos por otros dos que pueden considerarse también unidos, El cielo palurdo o mística y ascética y Detrás del monumento. Están centrados en los años de adolescencia pasados en un colegio de escolapios. Son francamente divertidos. La serie de la infancia culmina con La capital del mundo, el tributo a una persona que pasó de ser un completo desconocido a jugar un importante papel como salvador de su vida y cicerone de un Madrid que dejó de existir hace mucho tiempo. Creo que este último será del agrado de las personas que amen el Madrid actual y se dediquen a buscar en él huellas de la ciudad que fue, abarcable y comprensible, y dejó de ser hace tiempo.
         Después de una primera parte bastante uniforme, aparece una sección de cuentos de difícil clasificación y de lectura menos novelesca, como Cuestiones flabelíferas, muy divertido, y los tres que componen Los diablos rojos contra los ángeles blancos: Mutis, Nostalgia y Elasticidad. Estos tres, más intelectuales, merecen (y necesitan) una relectura por parte de lectores poco avisados.
         Luego, por fin, aparece la sección —cuando hablo de ‘secciones’ estoy aplicando divisiones mías— de juventud y madurez. En ella García Hortelano centra sus esfuerzos en hacernos llegar cómo viven la sexualidad miembros de pandillas de amigos más o menos mayores, necesitados de adaptación a las nuevas formas amatorias, más libres. Uno de ellos, Forma de mujer, guarda una curiosa coincidencia argumental con su monumental novela El gran momento de Mary Tribune (1972), pues en ambos desempeña un importante papel como elemento desestabilizador de una pandilla la aparición de una mujer de características extraordinarias. Me ha parecido de una gran sensibilidad, atenta a la resolución de traumas emocionales, el cuento Extravíos. Por último, destacar el titulado El crimen, que relata la forma en la que dos parejas de amantes viven los meses anteriores y posteriores a la muerte de Franco. Los personajes de Hortelano experimentan el cambio con esperanza.

(Leído en Juan García Hortelano, Mucho cuento, Barcelona, Ediciones B, 2000).

miércoles, 20 de marzo de 2019

Riánsares y el fascista, de Juan García Hortelano



Foto: Diario El País

         Se trata de un relato largo incluido inicialmente en Gente de Madrid, primer volumen de cuentos de Juan García Hortelano (1928-1992). Dicho volumen vio la luz inicialmente en 1967 y con recortes debidos a la censura. Riánsares y el fascista fue publicado con posterioridad íntegro por Alianza junto con otro relato, La capital del mundo, incluido este último en el volumen de narraciones breves titulado Mucho cuento (1987). He leído el primero en esa edición de Alianza, un libro de minibolsillo, de apenas cien páginas. El segundo está por leer en Mucho cuento.
         Riánsares y el fascista cuenta en primera persona dos o tres días de la vida de un chico en los primeros años de la adolescencia. El chico vive en Madrid durante la Guerra Civil. Su familia está dividida políticamente. Él, muy unido a su abuela, se declara rojo como ella pero vive bajo la autoridad de su abuelo, que apoya a los nacionales y celebra los domingos en el salón de su casa liturgias católicas. Toda la vecindad se encuentra alborotada porque se ha extendido el rumor, con ayuda de la radio, de que un fascista se ha escondido en las cercanías de su casa. El chico, protagonista-narrador, se unirá a sus amigos para intentar darle caza, pues se creen mejores conocedores que los milicianos del terreno en el cual se le supone escondido. Riánsares es el nombre de una sirvienta de su familia a la que el protagonista se siente muy unido.
         El relato resulta un buen ejemplo de cómo narrar para mantener la atención del lector. Este se bebe las páginas casi de forma inadvertida con el fin de averiguar si existe el fascista, y en su caso cómo es y qué hace allí escondido. A destacar también, como en casi todas las narraciones de García Hortelano que voy conociendo, la agilidad de los diálogos, que ocupan gran parte de la obra. Igualmente, la sencillez de la expresión. García Hortelano no parece amante de la palabra rebuscada pero sí de la comunicación fluida.
         Muy recomendable.

Juan García Hortelano, Riánsares y el fascista, Madrid, Alianza Editorial, 1994.

martes, 19 de marzo de 2019

Monsieur Pain, de Roberto Bolaño


César Vallejo en 1929. (Biblioteca Nacional del Perú)

Roberto Bolaño, Monsieur Pain, Barcelona, Debolsillo, 2017.

         Novela homenaje al movimiento surrealista francés y a la siempre necesaria figura de César Vallejo. Especialistas como Abraham Prudencio Sánchez realizaron en su día el análisis de la obra. A ellos remito al interesado en profundizar en el texto.
         Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003) fue un gran descubrimiento para mí. Lo conocí tarde, cuando sus novelas eran ya de lectura obligada para los que pretenden estar a la última en todo lo bueno que se publica. Existe una neofilia, no sé si es la palabra adecuada --impulso contrario al otro extremo, el misoneísmo--, que nos obliga a estar al día de todo lo que se está haciendo o está recién hecho y a pensar que por el simple hecho de ser nuevo ya es bueno. A poco que uno se para a pensarlo se da cuenta de lo absurdo de este planteamiento. Esta reflexión ha permitido que durante largos periodos de mi vida haya estado completamente desconectado de las novedades editoriales. Hubo épocas, lo reconozco, en que seguía con pasión a ciertos autores y leía todo lo que publicaban. García Márquez, Muñoz Molina, José Saramago y Juan Goytisolo fueron algunos de ellos. De eso hace unos treinta años. Pues desde entonces, ya ven si ha pasado tiempo, no había vuelto a sentir la misma atracción por ningún autor. Lo primero que leí de Bolaño fue Los detectives salvajes (1998). De todo lo suyo que he leído hasta ahora es la obra con la que más he disfrutado y la que logró que me enamorara de su estilo —muy sencillo pero perfectamente exacto en la elección de las palabras— de por vida. Disfruté con ella, entre otras razones, por recordarme mis años universitarios y las movidas alrededor de aquellas revistas literarias de tan pobre presentación y tanta autenticidad en los contenidos. Luego he leído otros de manera desordenada y compulsiva, como los he ido encontrando en las librerías, por casualidad: Llamadas telefónicas (1997) —son cuentos—,  La pista de hielo (1993), El Tercer Reich (2010), La novela Nazi en América (1996) y 2666 (2004). Como verán por las fechas, algunas de sus obras parecen póstumas y debieron salir sin las correcciones que Bolaño hubiera hecho en ellas de seguir con vida. Todas son admirables productos de unas extraordinarias capacidades de fabulación y de producción, de una fertilidad textual fuera de lo común. Vamos, que Bolaño vivió y escribió con una intensidad y una pasión al alcance de muy pocas personas.
Monsieur Pain (1999) fue publicada por primera vez en 1984 con el título de La senda de los elefantes y, según creo —así lo afirma Bolaño en su «Nota preliminar»—, la obra de 1999 es una simple reedición de aquella de 1984. Conociendo su amor por la escritura cuesta trabajo creer que Bolaño no hiciera cambios pero ya no podemos preguntarle. Su acción transcurre en París durante la segunda semana de abril de 1938 y describe los intentos que realiza Pierre Pain, acupuntor y seguidor del mesmerismo, de cumplir la voluntad de una mujer. Esta le ruega que intente salvar la vida de un paciente pobre y poeta llamado Vallejo. Vallejo sigue muriendo, como en el poema Masa —lo destaca Abraham Prodencio Sánchez—, durante toda la novela:

«Al fin de la batalla, 
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!".
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo».

         Monsieur Pain resulta un homenaje literario al surrealismo por las mismas situaciones y visiones que vive y sufre el protagonista, a menudo víctima de pesadillas o circunstancias reales que parecen soñadas. También contiene alusiones a la Guerra Civil española, en aquellos tiempos ya definitivamente decantada hacia el bando vencedor, y a la larga noche de inhumanidad que se cernía sobre toda Europa, presente en muchas novelas de Bolaño.
Muy recomendable.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Intruso en el polvo, de William Faulkner


Foto de outsetnetwork.com

William Faulkner, Intruso en el polvo, Barcelona, Planeta, 2000. [Intruder in the dust, 1948]. Traducción de J. M. Álvarez Flores y Ángela J. Pérez.

         Una vez leída esta novela de Faulkner he procedido a realizar una consulta de otras páginas, de la obra de otros comentaristas, anotadores, reseñadores, autores de recensiones, críticos o cómo quiera llamárseles, lo hago a menudo, y he sido consciente de la bochornosa diferencia que existe entre lo que algunos han escrito sobre ella y lo que yo pueda escribir. Me refiero en particular al texto de Javier Avilés incluido en el «El lamento de Portnoy». Todos los lectores que queden insatisfechos con estas mis pobres palabras deben dirigirse a él.
         Intruso en el polvo es una de las novelas de Faulkner inspiradas por el amor que sentía hacia la humanidad en general, y en particular hacia los negros que convivían con los blancos en los estados sureños de los Estados Unidos. Como demuestra en la dedicatoria de Desciende, Moisés, Faulkner estuvo desde la infancia en estrecho contacto con ellos y los quiso —era consciente del amor y la protección que les debía, sobre todo a las mujeres—, de manera que estas novelas suyas en las que los defiende son, a mi entender, una forma de devolverles ese amor. Además son necesarias por simple humanidad.
         Lo que más admiro de la obra de Faulkner es la ligazón que une a la mayoría de sus novelas. En ellas narra los avatares de varias familias durante dos o tres generaciones, familias en las que las sangre blanca y negra —en realidad siempre es roja, todos los sabemos— se ha ido mezclando. Fruto de esa mezcla es Lucas Beauchamp, el personaje desencadenador de los hechos que se relatan, que no voy a contarles para no fastidiarles la lectura. Lucas es cabezota, generoso y señorial. Posee el atractivo de las personas que se sienten orgullosas de sus raíces. La novela está contada desde el punto de vista de un muchacho de dieciséis años. La acción trascurre durante una semana de finales de los años cuarenta en Jefferson, condado de Yoknapatawa, esa territorio ficticio creado por Faulkner.
         En cuanto al estilo, la lectura resulta a veces complicada, en algunos pasajes mucho, por la enrevesada sintaxis faulkneriana. Solo es apta para valientes.

viernes, 8 de marzo de 2019

Interpretación de una inscripción de Osuna maltratada por el tiempo


Fotografía de Isabel Dugo Cobacho

El paseante curioso intenta descifrar las inscripciones antiguas que encuentra en los muros de los edificios. Algunas fueron escritas en muy buena piedra y no han recibido a lo largo de la historia agresiones en épocas tumultuarias. Son las afortunadas: su contenido puede ser entendido. Existen otras, sin embargo, que han corrido peor suerte y han llegado a nuestros días gravemente deterioradas. Este último es el caso de la inscripción más antigua de las dos situadas en la fachada principal del edificio de la Audiencia de Osuna. Me refiero a esa bella construcción que mira desde hace más de doscientos años a la calle de la Cilla desde la Carrera. Fue levantada según traza de Pedro Manuel Godoy. Las obras, dirigidas por el maestro alarife Antonio Martín, concluyeron en 1779.
Como puede apreciarse en la fotografía de Isabel Dugo Cobacho que acompaña este texto, la inscripción se encuentra en un estado que hace muy difícil su lectura. Aun así, y gracias a la conservación de la fecha, resulta posible rellenar sin excesivos problemas algunos de los huecos, los situados en las líneas superiores; el contenido de las líneas inferiores parece irrecuperable, sobre todo el del ángulo inferior izquierdo. Le estaré muy agradecido a cualquier lector que me haga llegar su hipótesis de lectura, a ver si entre todos conseguimos reconstruirla en su totalidad. La finalidad de esta inscripción es recordatoria, como suele ser la de un gran porcentaje de ellas. Sirven para dejar constancia de las personas que ocupaban los principales cargos públicos en el momento de la construcción del edificio. A pesar de ser una muestra más de la vanidad humana, resultan de gran utilidad para la datación de edificios antiguos.
Este es el texto visible:  

OSSVNA
GOVERNANDOLANAVEÐLAYGLESIA
N.M.---PIO VI----------------PAÑAN.C.MONARCHA
ELS.D.---ARLOS----------SENDODUQUEÐESTEES
TADOELEXMSR.D.-------------TELLESGRONSECON
C---------------------------------------EXMSR.D.MANVEL
DE--------------------------------DEGRACIAYIVSTICIA
------------------------GENERALDELOSÐLREYNO.
AÑO 1779


            Y este el comentario:

Línea 1ª: Como sabrán los lectores, la reduplicación de la letra S en posición intervocálica fue muy común en la lengua castellana durante varios siglos. La forma OSSUNA era la más habitual para designar a esta localidad sevillana. En cuanto a la aparición de la grafía V en lugar de la U, era algo muy común en los textos epigráficos de tradición latina.

Línea 2ª: En esta línea encontramos muestras de la confusión de las grafías B y V y de Y e I, fenómenos muy comunes en textos de la época. En cuanto al significado de la expresión gobernar la nave de la iglesia, alude a la primera ocupación de San Pedro, pescador a bordo de una barca. De esta forma, gobernar vale por dirigir, guiar —‘gobernalle’ es sinónimo de timón— y nave por el conjunto de los seguidores del catolicismo.

Línea 3ª: El nombre pontificio de Pío VI corresponde a Giovanni Angelico Braschi, miembro de la nobleza de Emilia-Romaña nacido en 1717 en Cesena, población de la provincia de Forlí situada a unos veinte kilómetros de la capital en el camino que lleva a Rímini. Elegido Papa en 1775, vivió la época del primer exilio de los miembros de la Compañía de Jesús —precisamente en Cesena vivieron durante ese exilio los jesuitas ursaonenses—, la Revolución Francesa y la invasión de Italia por las tropas napoleónicas, las cuales se anexionaron los Estados Pontificios en 1797 y Roma en 1798. Murió al año siguiente en Valence, población situada al sur de Lyon, adonde había sido conducido por las tropas francesas. A su muerte le sucedió Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti, Pío VII, nacido también en Cesena y miembro de la misma familia.
El segundo de los huecos de esta línea parece estar ocupado por las palabras REYNANDO EN y la primera sílaba de la palabra España. Las iniciales N.C. deben corresponder a las palabras Nuestro Católico. En relación a la introducción de una H entre la letra C y la vocal siguiente, era corriente hasta cierto punto en la época, sobre todo cuando la C iba seguida de O o A y representaba un sonido velar.

Línea 4ª: Según la fecha de la inscripción, este rey no puede ser otro que Carlos III (1716-1788), rey de España desde 1759. Con anterioridad, desde 1734 hasta 1759, había reinado en Nápoles y Sicilia como Carlos VII. Heredó el trono español tras la muerte de Fernando VI, su hermanastro, circunstancia que posibilitó la vuelta a la corte de la segunda esposa de Felipe V y madre de Carlos, Isabel de Farnesio. Esta señora, muy amante del arte y las antigüedades —aficiones que inculcó a su hijo—, pertenecía a una poderosa familia italiana que había dado a la iglesia un papa, Pablo III, mecenas de artistas de la talla de Sangallo, Vignola y Miguel Ángel, y padre del primer Duque de Parma, título que también ostentaría Carlos III.   
En el hueco que hay tras el nombre del Rey debían figurar más palabras además del numeral pero su lectura es casi imposible. En cuanto a las particularidades gráficas, las letras A y R de la palabra CARLOS están aglutinadas en un solo signo, la I de la palabra S[I]ENDO aparece representada por un · colocado encima del trazo vertical de la E, y las letras T y E de ESTE también están aglutinadas en un solo signo.

Línea 5ª: Siempre de acuerdo con la fecha de la última línea de la inscripción, el miembro de la familia Téllez-Girón al que se alude debe ser Pedro Zoilo Téllez-Girón Pérez de Guzmán el Bueno, XII conde de Ureña, VIII duque de Osuna y VIII marqués de Peñafiel. Entre otros muchos importantes cargos palaciegos, fue embajador extraordinario cerca del emperador de Alemania y en las cortes de Nápoles, Parma y Turín. Nacido en 1728, heredó la titularidad del ducado de Osuna con tan solo cinco años, en 1733, fecha del fallecimiento del anterior duque, José Téllez-Girón y Benavides, aunque durante la minoría de edad vivió bajo la protección de su madre, doña Francisca Bibiana Pérez de Guzmán el Bueno. En 1753 contrajo matrimonio con doña María Vicenta Pacheco Téllez-Girón, hija del duque de Uceda. Falleció en 1787. Este duque de Osuna fue, por tanto, abuelo paterno del príncipe de Anglona, un Téllez-Girón cuya biografía, pendiente de edición, espera ver la luz algún día.
            En lo que atañe a Osuna y a su patrimonio artístico, durante el gobierno del VIII duque de Osuna fueron realizadas diversas reformas en la Colegiata. Entre otras, cabe mencionar la instalación del retablo que preside la Capilla de la Inmaculada (1771), la terminación del Retablo Mayor (1770), la instalación de los dos púlpitos de mármol rojo (1775) y la construcción el órgano (1782), ampliado y cambiado de lugar con posterioridad. Entre 1768 y 1775 se reconstruyó la iglesia de la Merced y se construyeron su torre y la casa del Cabildo Colegial de la calle de San Pedro. También datan de esta época algunas de las más bellas construcciones civiles, como la fachada del Palacio del Marqués de la Gomera. De todas formas, y abriendo una puerta a una concepción más igualitaria de la historiografía local, la gran mayoría de los ursaonenses debía contemplar todas estas lujosas construcciones con escepticismo en relación a su seguridad material, pues Osuna, como pueblo de señorío, se ha caracterizado históricamente por unas agudas diferencias sociales.
            Volviendo al contenido de la inscripción, el nombre del Duque podía aparecer con la forma PEDRO ZOYLO, así lo hace en sus capitulaciones matrimoniales, conservadas en el Archivo Histórico Nacional, o, más bien, como PEDRO SOILO, de manera semejante a como aparece en la inscripción fechada en 1753 situada en el interior del Arquillo de la Cárcel de la Puebla de Cazalla, junto al Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván. La I de la palabra G[I]RON aparece representada por un · situado encima del trazo vertical de la R. En cuanto a las dos sílabas finales de la línea, SECON, no veo qué puedan significar.

Líneas 6ª, 7ª y 8ª: Dada la dificultad de lectura de estas tres líneas, muy poco es lo que puedo decir de ellas. Si acaso mencionar la ortografía de IVSTICIA y la aglutinación de las tres letras de DEL en un solo signo.

La fecha está claramente indicada en la última línea.



Bibliografía.

Ignacio Atienza Hernández, Aristocracía, poder y riqueza en la España moderna. La Casa de Osuna, siglos XVI-XIX, Madrid, 1987.

Manuel Rodríguez-Buzón Calle, Guía artística de Osuna, Osuna, 1986.

Página web del Excelentísimo Ayuntamiento de Osuna.

Página web del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.