sábado, 26 de noviembre de 2016

"La campesina", de Alberto Moravia




MORAVIA, Alberto, La campesina, Barcelona, Seix Barral, 1983; 284 págs. Traducción  de Domingo Pruna [La ciociara, 1957].

            Poco a poco, con el paso de los años, uno se da cuenta de que un lector de novelas como este que les habla, que cuando lee una obra perteneciente a otro género literario lo hace casi por obligación, es esencialmente un amante de los relatos, de los cuentos, de las historias más o menos inventadas, y se enamora de las mejores. Y a ellas se entrega con pasión. Por eso, cuando acaba una novela como La campesina, con la que se ha emocionado, con la que ha sufrido y ha disfrutado durante varios días, se queda vacío y anhelante porque sabe que la va a echar de menos. Hacía tiempo que no sentía una sensación como esta después de terminar una novela, como de abandono y fatiga emocional a un tiempo. La intensidad de los días durante los cuales me he dejado conducir de la mano de Cesira por el paisaje asolado, física y moralmente, de la Italia de las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, un país y una población civil depauperados y perseguidos por civiles codiciosos y militares inhumanos, ha sido tal que, ahora, finalizada la novela, me encuentro entristecido, como abandonado por una amante inconstante, como si todo el placer que he estado sintiendo a su lado durante el tiempo de lectura me haya sido robado de pronto, como si alguien, una fuerza poderosísima y sobrehumana, me hubiera privado de él. ¿Saben qué? Cuando empecé a leer la novela, y durante toda la lectura, no tenía ninguna información sobre su argumento salvo los conocimientos generales que uno pueda tener sobre la fase final de la ocupación fascista de la mitad sur de Italia. Y ese desconocimiento me ha venido muy bien para el disfrute de la lectura. Durante ella, como decía, no tenía ni idea de su argumento, de ahí que si usted, lector, aún no ha leído La campesina, creo que debe dejar de leer estas líneas. Busque la novela, consígala donde sea —no es fácil hallar una edición en papel— y léala. Luego ya hablaremos.
            De Alberto Moravia, teniendo idea ya de su apertura mental y de sus tendencias humanísticas y humanizadoras —según Ana María Moix en su prólogo a Los indiferentes, para Arnaldo Mussolini, hermano del Duce, el novelista era la “reencarnación de Satanás”—, desde luego podía esperarse una novela así, antibelicista, salpicada de profundas reflexiones sobre la inhumanidad de la guerra. Todo ello, por supuesto, canalizado en el punto de vista de la protagonista, que a su vez es la narradora única y principal de la novela, contada en una primera persona realmente limitada, real. Esto es: cuando Cesira no ha presenciado algo, porque ese algo ha ocurrido fuera de su alcance, no nos lo cuenta. La novela es bastante tradicional en cuanto a su técnica narrativa, un narrador en primera persona, muy efectivo por su condición de testigo y sufridor, y un tratamiento del tiempo perfectamente lineal. Copio a continuación algunas de esas reflexiones sobre la inhumanidad de la guerra, sobre el poder que tiene sobre el comportamiento de las personas, pues a todas las transforma. Están elaboradas según el punto de vista de Cesira, la narradora, una campesina apasionada y de corazón muy bondadoso, enamorada de la forma de ser y pensar de un joven intelectual de nombre Michele, personaje creado por Moravia para poner en su boca pensamientos más elaborados, poco verosímiles en una persona sin instrucción, como Cesira:

“Aquellos aviadores que arrojaban bombas no sabían nada de nosotros ni de nuestros monumentos; la ignorancia les hacía actuar tranquilos y sin piedad; y la ignorancia, añadió Michele, era quizá la causa de todas nuestras desdichas y de las ajenas, porque la maldad no es más que una forma de ignorancia y aquel que sabe no puede hacer daño”. (Pág. 154).

            Esta reflexión esta generada por el poder que las personas de ideología avanzada siempre han otorgado a la educación, a la cultura, aunque en este caso Michele, representante de ese planteamiento utópico que siempre ha hecho avanzar a la sociedad, parezca pecar de ingenuo y desprevenido.

“El abogado hablaba de la pobre Lena [una joven madre trastornada por la guerra] como de una cosa cualquiera. Y, en cambio, yo había sacado de ella una impresión profunda que jamás se borrará de mi memoria. Como si aquel pecho desnudo que ofrecía a cualquiera que fuese en la carretera general, hubiese sido el indicio más claro de las condiciones en que nos hallábamos los italianos aquel invierno de 1944: carentes de todo, como los animales, que sólo tienen la leche que dan a sus crías”. (Pág. 163).
  
“En realidad, nuestras desdichas nos volvían indiferentes a las desdichas ajenas. Y, más tarde, he pensado que éste es, seguramente, uno de los peores efectos de la guerra: nos hace insensibles, endurece el corazón, mata la piedad”. (Pág. 226).

“Y yo, muchas veces, he pensado que tratar a un hombre como un hombre y no como un animal quiere decir tenerle limpio, en una casa limpia, demostrar simpatía y consideración por él y, sobre todo, darle esperanzas para el futuro. Si esto no se hace, el hombre, que es capaz de todo, poco tarda en volverse un animal y, entonces, se comporta como un animal y es inútil pedirle que se comporte como un hombre, desde el momento en que se ha querido que fuese animal y no hombre”. (Pág. 231).

“Pensaba que aquello era la guerra, como decía Concetta, y en la guerra caen los mejores porque son los más valientes, los más altruistas, los más honrados y unos son asesinados como X y otras quedan estropeadas para toda la vida como Y. En cambio, los peores, los que no tienen valor, los que no tienen fe, lo que no tienen religión, los que no tienen orgullo, los que roban y matan y piensan en sí mismos y van a lo suyo, ésos se salvan y prosperan y se vuelven más sinvergüenzas y delincuentes de lo que eran antes”. (Pág. 270)

            En esta última cita he sustituido por letras mayúsculas ciertos nombres con idea de no desvelar demasiadas cosas a los lectores imprudentes que han seguido leyendo a pesar de mi advertencia anterior.


Vallecorsa
(altricolori.it)


            La novela demuestra un conocimiento de la geografía y las vivencias de los personajes, muchas de ellas de gran crudeza, muy llamativo. Fondi y sus naranjales, Vallecorsa y sus montañas, el paisaje abierto y deslumbrador que se domina desde las macere, construidas en unas laderas con forma de medio cono invertido, son perfectamente reales, al igual que las vivencias que se relatan, dicho sea con amargura. Este conocimiento tan directo se debe al carácter autobiográfico de la novela, pues Moravia y Elsa Morante estuvieron refugiados durante la guerra en Saint’Agata, una aldea de las montañas situadas al este de Fondi, aldea de la que Saint’Eufemia, donde se refugian Cesira y su hija, es un mero trasunto literario.
            Una vez más, y siempre de manera ineludible, la literatura es hija de la vida.

            En cuanto a una posible relación clara de esta novela con otras obras suyas que ya haya leído, resulta indiscutible la existente con “Acercarse al pueblo”, un cuento comprendido en Relatos 2 que habla de justicia social, escrito en 1944, contemporáneo, por tanto, de los hechos que se narran en La campesina. Por último, y como prueba del éxito que la novela tuvo en Italia y de la vigencia que sigue teniendo —y tendrá en todas partes porque es un clásico del antibelicismo, como Sin novedad en el frente, de Remarque, o Trampa-22, de Heller—, decir que existen de ella una célebre versión cinematográfica, protagonizada por Sofía Loren, y una ópera, Two Women, interpretada por primera vez de forma íntegra en 2015. Ninguna como la novela.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Pedro Téllez-Girón, principe de Anglona (40)


En este artículo vamos a dejar al príncipe de Anglona en París, a punto ya de volver a España —donde pasará los últimos años de su vida coincidiendo con la “Década Moderada”—, y vamos a acercarnos al inicio de la relación de Osuna con uno de los mayores avances técnicos del siglo XIX: el ferrocarril.


La estación de Osuna a finales del siglo XIX 
el día de llegada de un personaje importante. 
(Colecc. de D. Francisco Muñoz).


            A día de hoy[1], la bibliografía disponible sobre el tema es muy escasa. Joaquín García Raya, en su artículo “Cronología básica del ferrocarril español de vía ancha”[2], menciona Osuna en tres ocasiones: octubre de 1868, (apertura del tramo Morón-Marchena de la línea de Utrera a Osuna); abril de 1875, (entrada en servicio del tramo Marchena-Osuna, fruto de una sociedad formada por Joaquín de la Gándara y el incansable Jorge Loring Oyarzábal[3]); y febrero de 1878, (apertura a la circulación de la línea Osuna-La Roda). Por su parte, José Manuel Ramírez Olid, en su obra magna sobre Osuna[4], recoge en 1875 quejas de algunos vecinos que no podían sacar el ganado al campo a causa del trazado del ferrocarril. Para ellos más que un avance del progreso suponía un obstáculo en el desarrollo de sus labores cotidianas.
Sin embargo, las primeras muestras de interés por comunicar Osuna mediante un “camino de hierro”, expresión usada hasta que fue reemplazada por “ferro-carril”, son muy anteriores. Así lo demuestra un suelto publicado en la Gaceta de Madrid en 1846[5]. El texto de la nota es el siguiente:

Sevilla 30 de abril. Dicen de Osuna que ya está aprobada la contrata para la construcción de un camino de hierro desde allí a esta capital, y por lo tanto se han pedido a Londres las maquinas y demás necesario para ello. Será para nosotros una gran satisfacción que en este rincón de Andalucía sea el punto donde se establezca primero este importante medio de comunicación. (D. de S.)”.

El periodista, muy optimista sin duda, pensaba en la posibilidad de que esta llegara a ser la primera línea inaugurada en nuestro país, pues en aquel momento aún no había entrado en servicio ninguna: como ya saben, las primeras fueron Barcelona-Mataró (1848) y Madrid-Aranjuez (1851), sin olvidar que desde 1838 circulaba un tren que unía La Habana y Güines (Cuba), línea considerada la más antigua de Hispanoamérica y obra, entre otros, de Miguel Biada, el mismo promotor de la línea Barcelona-Mataró. De haberse llevado a cabo en esas fechas, la línea Sevilla-Osuna hubiera sido de las primeras de España. La noticia podía haber sido un simple rumor, más o menos consistente, pero sólo eso. Sin embargo, hemos localizado documentación oficial sobre ella.
            Una vez consultada la Colección legislativa de España [6], hemos comprobado que la concesión había sido otorgada el 22 de marzo de 1846 a “D. Emilio de l’Isle de Sales, vecino de París”, representante de una compañía que no se menciona. Obviamente, el proyecto no llegó a realizarse, aunque sí lo hicieron las líneas Sevilla-Jerez-Cádiz y Utrera-Morón-Osuna, siendo Utrera el lugar de enlace entre las dos. A continuación, y para satisfacer la curiosidad del lector, copio el texto completo de la concesión. Contiene pasajes realmente sabrosos, muy ilustrativos para entender cómo debían ser los viajes de la época en tren, entre ellos aquellos relativos a la comodidad y a la velocidad de los trenes. La concesión está redactada en términos muy similares a todas las de la época. Eran los prolegómenos de los grandes cambios que iban a sufrir las vidas de los españoles y el paisaje de campos y ciudades durante los siglos XIX y XX. Llegaba “el progreso”.

                                                292
                                                 GOBERNACIÓN.

Real orden, concediendo autorización para construir un camino de hierro desde Sevilla a Osuna.

Ilmo. Sr.: En vista de una proposición presentada por D. Emilio de l'lsle de Sales, vecino de Paris, por sí y en nombre de la compañía que representa, para ejecutar por cuenta de la misma un camino de hierro desde Sevilla a Osuna, S. M. la Reina (Q. D. G.) se ha servido concederle la autorización necesaria bajo las condiciones particulares adjuntas además de las generales aprobadas por Real orden de 31 de Diciembre de 1844.
De Real orden lo comunico a V. I. para su inteligencia y efectos consiguientes. Dios guarde a V. I. muchos años. Madrid 22 de Marzo de 1846. = Burgos.= Sr. Director general de Caminos.

 PLIEGO de condiciones particulares, bajo las cuales se ha autorizado a la compañía que representa D. Emilio l’Isle de Sales, vecino de Paris, para ejecutar un camino de hierro desde Sevilla a Osuna.

Artículo 1º. La compañía que representa D. Emilio l'Isle de Sales se obliga en virtud de la concesión que se le hace por Real orden de esta fecha, a depositar dentro de diez y ocho meses, contados desde la misma, en el Banco Español de San Fernando o en el de Isabel II, el 10 por ciento en efectivo de las acciones que exigen la Real orden y condiciones generales de 31 de Diciembre de 1844, y a llenar las demás formalidades prescritas en las mismas, para que esta clase de concesiones sean efectivas en todas sus partes.

Art. 2º. En garantía de que la compañía ha de llenar por su parte las condiciones expresadas en el anterior artículo, se obliga también a depositar en el término de sesenta días siguientes al de esta fecha, en uno de los Bancos ya citados, seiscientos mil reales que quedarán a beneficio del Estado con aplicación a las carreteras generales de España, si espirado el término que señala dicho primer artículo, no se hubiesen cumplimentado las obligaciones que en el mismo se han estipulado. El Gobierno podrá, sin embargo, devolver en parte o en totalidad dicha suma, si estima que son justas las causas con que se solicitase su devolución.
Se considerará caducada la presente concesión en todas sus partes si espirasen los sesenta días referidos sin hacer efectivo este primer depósito. 

Art. 3º. Cubiertas las formalidades expresadas en los precedentes artículos, se expedirá a favor de la compañía que representa D. Emilio l'Isle de Sales la Real cédula de privilegio para que construya y ejecute por su cuenta el ferrocarril mencionado, con la obligación de dar principio a los trabajos a los tres meses siguientes, y de concluirlo en el término que se estipula con vista de los proyectos.

Art. 4º. La presente concesión tiene por objeto un ferrocarril que desde Sevilla se dirija a Osuna; pero sin que el trazado de la misma línea obste ni perjudique a las que con anterioridad se han otorgado u ofrecido por el Gobierno.

Art. 5º. Se fija en noventa y nueve años el tiempo que en el artículo 27 de las condiciones generales se conceden a las compañías para indemnizarse de sus gastos; 15 por ciento para las utilidades líquidas a que se refiere el artículo 33 y el párrafo 3º del 34 de las propias condiciones; cuarenta años para la época en que según el artículo 33 ya citado se ha de verificar la primera revisión de la tarifa; y cuarenta años para la [época] en que, según el párrafo 1º del mencionado artículo 34, podrá el Gobierno adquirir la propiedad del camino de hierro.

 Art. 6º. Los artículos del pliego de condiciones generales que no quedan determinados por los de este, se arreglarán haciéndose respecto de ellos las aclaraciones necesarias antes que la compañía proceda a la ejecución de las obras.

Art. 7º. La velocidad efectiva de los convoyes de viajeros en el ferrocarril mencionado, será por lo menos de cuatro leguas por hora[7] y de tres para los de mercaderías. La velocidad de los convoyes especiales del correo la determinará el Gobierno por un reglamento particular.
La compañía tendrá la facultad de poner carruajes especiales, cuya tarifa será determinada por el Gobierno a propuesta de la compañía; pero en ningún caso podrá pasar el número de asientos de estos carruajes de la quinta parte del número total de asientos del convoy.
Todo convoy de viajeros tendrá el número suficiente de carruajes de todas clases para las personas que se presenten en las oficinas de la compañía.
Las máquinas locomotoras consumirán el humo [sic] estarán arregladas a los mejores modelos.
Las diligencias de viajeros serán de tres clases, y todas estarán suspendidas sobre resortes y tendrán asientos. Las de primera clase estarán guarnecidas y cerradas con cristales; las de segunda tendrán los asientos rellenos y estarán cerradas con cristales, y las de tercera estarán cerradas con cortinas.

Miembros de una familia acomodada pasean por el 
andén de la estación de Osuna. Finales del siglo 
XIX. Con la llegada del ferrocarril a las 
poblaciones españolas, el paseo a la estación 
se convirtió en una más de las  diversiones posibles. 
(Fototeca Municipal) 

Art. 8º. La compañía subrogará al Gobierno en los derechos y preeminencias que por las leyes y disposiciones vigentes le corresponden para poder abrir canteras, disfrutar del aprovechamiento de pastos y leñas y gozar de la franquicia de derechos por los consumos que se hagan en las obras del camino de hierro con todas sus dependencias.

Art. 9º. El Gobierno entregará gratuitamente a la compañía todos los terrenos necesarios para el establecimiento del camino de hierro de doble vía con sus dependencias, estaciones o apartaderos, paradas, sitio para carga y descarga, talleres, almacenes y demás necesario, como también los terrenos para restablecer las comunicaciones y caminos que sufrieren mudanza o alteración por el ferrocarril y los precisos para las aguas que hubiesen de variar su curso actual, siempre que los terrenos sean correspondientes a bienes de la nación o de los llamados baldíos, realengos, mostrencos, comunales, despoblados, de dueños desconocidos o cualesquier otros de que pudiese disponer el Gobierno sin el concurso o con el concurso de las Cortes.

Art. 10. En el caso de que en el tiempo que la compañía explote o administre el camino de hierro aparecieren los dueños de los terrenos que se hubieren tomado como de dueños desconocidos, la compañía abonará a aquellos el valor de sus propiedades con arreglo a lo que previene la ley de 17 de Julio de 1836.

Art. 11. Será permitido a la compañía el aprovechamiento de la madera de los montes del Estado que fuese necesaria para las obras del camino de hierro y sus dependencias con sujeción a las Ordenanzas del ramo y a la intervención de los inspectores o agentes del Gobierno.

Art. 12. Las primeras materias, objetos fabricados, utensilios, materiales, máquinas y demás que sea necesario para la construcción y explotación del camino de hierro, y que no se produzca o no se fabrique en España, podrá la compañía traerlo del extranjero libre de todo derecho, sea cual fuere su denominación.
Tendrá la misma libertad de derechos para la introducción de las máquinas y demás útiles necesarios al camino de hierro que se fabriquen o se construyan en España, siempre que estas máquinas y demás útiles cuesten en la nación 8 por ciento más que en el extranjero, y también en el caso de que las construcciones en el reino sean de calidad inferior bajo cualquier concepto a las que se fabriquen en el extranjero.
Esta facultad de introducción de materiales solo durará diez años, contados desde que se de principio a las obras del camino; pasado que sea dicho término quedará sujeta la introducción a los derechos de arancel.
Durante los diez años de que habla el párrafo anterior, y a medida que la compañía vaya necesitando los efectos que quiera introducir del extranjero, elevará al Gobierno, por conducto y con el informe de los ingenieros nombrados al efecto, las cuentas detalladas y exactas de dichos efectos, los cuales nunca podrán introducirse sin la aprobación del Gobierno.

Art. 13. Los terrenos que ocupe el camino de hierro, sus almacenes, fábricas, edificios, paradas, estaciones y demás dependencias estarán exentos de toda contribución, subsidio, gabela o tributo ordinario y extraordinario, y gozarán de la misma exención el camino con los edificios y fábricas que les pertenezcan y sean sus dependencias. Disfrutarán de igual exención los capitales que emplee la compañía en la construcción y explotación del camino de hierro, y los beneficios que este le produzca.

Art. 14. El Gobierno hará a favor del camino de hierro de Sevilla a Osuna la declaración de utilidad pública que exige la ley de 17 de Julio de 1836 para la expropiación de los terrenos necesarios, y propondrá a las Cortes la aprobación de las demás gracias y concesiones que no puedan otorgarse sin una ley especial.
Madrid 22 de Marzo de 1846.= Está rubricado.”


Empleados del ferrocarril junto a una antigua máquina de 
vapor. Estación de Osuna. Finales del siglo XIX. 
(Fototeca Municipal).



Como todos sabemos, aquello fue sólo un proyecto, quizá, además, un proyecto loco, ilusorio, como muchas de las actitudes de la época, pues la importancia económica o demográfica de Osuna en aquellas fechas no justificaba la construcción de la línea. La economía ursaonense de mediados del XIX se basaba casi exclusivamente en la agricultura, una agricultura latifundista que sólo producía trabajo unos cuantos días al año, en época de cosecha sobre todo, y generaba salarios de miseria para una masa obrera empobrecida. Los clientes potenciales de la línea, pues, eran muy pocos. Cabe la posibilidad de que la línea se contemplase como parte de la red que en el futuro uniría las principales capitales, como de hecho así ha acabado siendo, pues el lugar que ocupa la población ursaonense es clave, por su centralidad, para conectar las diversas provincias de Andalucía.   




[1] Febrero de 2008.
[2] Actas del IV Congreso de Historia Ferroviaria, Málaga, 2006.
[3] Entre los logros de este empresario malagueño destaca la construcción de la línea Málaga-Córdoba que, salvando gargantas y perforando montañas —toda la zona de El Chorro—, logró reducir el tiempo del trayecto entre las dos ciudades de dos días —en diligencia— a siete horas. La obra duró cinco años (1859-1964). Fue necesaria la construcción de trece túneles y de once viaductos. En ella llegaron a trabajar 4.300 personas, de las cuales fallecieron 20, ese impuesto en vidas, en apariencia ineludible, que se han cobrado siempre las grandes obras.
[4] Osuna durante la Restauración. 1875-1931, Osuna, 1999.
[5] Gaceta de Madrid núm. 4251, de 05/05/1846, página 2.
[6] Colección legislativa de España. (Continuación de la colección de decretos). Primer trimestre de 1846, Madrid, Imprenta Nacional, 1848; págs. 512 a 515.
[7] 22 km/h aproximadamente.

viernes, 18 de noviembre de 2016

"La educación del estoico", de Fernando Pessoa




PESSOA, Fernando, La educación del estoico. (Único manuscrito del Barón de Teive), Sevilla, Ediciones de la Isla de Sistolá, 2016; 97 páginas. Traducción de Manuel Moya. Prólogo de Julio Moya.


            Unos días he pasado con este librito. Unos días, digo bien, a pesar de tener menos de cien páginas, debido a su densidad, a la profundidad de las reflexiones que contiene. Se trata de la confesión que realiza, justo antes de suicidarse, Álvaro Coelho de Athayde, decimocuarto barón de Teive, un individuo hiperestésico, con graves problemas de adaptación a la vida en sociedad, el Edipo mal resuelto y una vasta cultura anglófila, muy cercano, por tanto, al mismo Fernando Pessoa (1888-1935), creador del heterónimo. La edición contiene, además, otros textos del prolífico escritor portugués considerados complementarios. La educación del estoico, como resultado de su intención y su punto de vista, está escrito en primera persona, casi el único posible, si no el único, para un texto de esta naturaleza. Si les digo que me lo he pasado bien leyéndolo les mentiría porque prefiero otro tipo de caracteres, más sanguíneos y expansivos, más vitalistas, pero es indudable que merece la pena leerlo por las reflexiones que atesora. Les dejo aquí algunas de ellas.

            “Tengo todas las condiciones para ser feliz, salvo la felicidad”. (Pág. 31).

            “El conflicto que nos quema el alma lo expuso Antero [de Quental] más que cualquier otro poeta, porque tenía la misma altura de sentimiento y de inteligencia. Es el conflicto entre la necesidad emotiva de creer y la imposibilidad intelectual de creer”. (Pág. 35).

            “Siendo el pensamiento poderoso, como lo es, nada puede contra la rebeldía de la emoción. No podemos no sentir, como podemos no andar”. (Pág. 39).

            “He podido comprobar que la avaricia y el espíritu de venganza, tal vez por ser dos formas de la mezquindad, mantienen parentesco de sangre”. (Pág.47).

            “Muchos sufren tragedias —todos, si entre ellas contamos las ocasionales. Pero lo que a cada cual le compete, como hombre, es no hablar desde su tragedia; lo que a cada cual le compete como artista, es ser hombre y silenciar la tragedia, escribiendo y contando otras cosas, o sacar de ella, con firmeza y grandeza, una lección universal”. (Pág. 55).

            “Alcancé, creo, la plenitud del uso de la razón. Y es por eso que me voy a matar”. (Pág. 58).


Fernando Pessoa
(paginasdeespuma.com)


            Para terminar, llamar la atención sobre el desprecio que los sucesivos planes de educación de los gobiernos y los centros docentes españoles, salvo raras y honrosas excepciones, parecen sentir hacia la literatura portuguesa, rica en autores y obras determinantes. Un servidor, y después de pasar por enseñanzas básicas, medias y superiores, ha tenido que descubrirlos por sí mismo, lo mismo que, me imagino, le habrá ocurrido al resto de los lectores. Ya es hora de dejar de dar la espalda a ese país hermano y apasionante. Conseguirlo está en nuestra mano.

martes, 15 de noviembre de 2016

"Historias de cronopios y de famas", de Julio Cortázar





CORTÁZAR, Julio, Historias de cronopios y de famas, Madrid, Alfaguara, 2014; 140 páginas.

Les confieso que me encuentro bastante cómodo escribiendo sobre un libro sobre el que ya se ha escrito tanto, pues mi visión no va a significar nada ni va a aportar nada nuevo. Eso me tranquiliza. Todo el que busque algo original, innovador, fresco, busque en otro lado (o cómprese una colonia).
            El librito, publicado en 1962 y de apenas cien páginas, lleva el título de la última de sus secciones, pero muchos de sus ¿relatos? ¿microrelatos? ¿textos independientes sin más? ¿piezas? más conocidos están en algunas de las secciones anteriores. Tal es el caso de sus Instrucciones para subir una escalera (págs. 23-24), texto comprendido en la sección “Manual de instrucciones”:

“Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso”.


El autor a finales de los cincuenta 
(elperiodico.com)

            La clave del libro —este canto a lo inservible, este elogio de lo inútil, este delicioso librito, tan festivo y profundo a un tiempo—, está en unas pocas palabras que se encuentran en la página treinta y ocho:

“Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles…”.

En este caso concreto, Cortázar, su narrador —en la sección “Ocupaciones raras” en primera persona (el miembro de una familia bonaerense muy peculiar)—, se refiere a una de las aficiones que posee el mayor de sus primos, pero en ellas, en esas palabras, radica el espíritu de toda la obra, tan influenciada por las vanguardias artísticas, amigas del juego y la ruptura con todo lo anterior, representaciones de mundos y actitudes considerados caducos. Ese espíritu de ruptura con lo pasado, tan propio de la juventud, que se siente fuerte, poderosa y mejor dotada que sus mayores, anima toda la obra. Gracias a él, por ello, produce algo fabuloso. Llama también la atención la falta de interés material del autor. En medio de tantísimo libro escrito para buscar lectores y vender ejemplares como escobas, el encuentro de una obra como esta, tan libre, es un hallazgo extraordinario.
            En cuanto a los cronopios, resultan unos seres adorables, inofensivos, sanadores, espíritus libres, inadaptados, resultado, parece, de los clochards, los voluntarios sintecho que tanto peso tienen en la lírica de las grandes ciudades, capaces de ver el sol el día más nublado (aunque a veces resulten zafios, descorazonadores o temibles). Esa es mi interpretación particular, sin valor alguno. La del señor Cortázar está recogida en una entrevista que se mueve por la red, aunque mucho menos de lo que merece. La realizó en 1977 aquel genial periodista llamado Joaquín Soler Serrano en A fondo, programa de televisión legendario, inimaginable hoy día, por su calidad, en una televisión española. Después de un intermedio, que se interpreta de manera inequívoca como la censura de alguna frase de Cortázar —así, desde luego, cortada, aparece la versión de la entrevista “completa” colgada en youtube—, justo en el minuto setenta y tres, Joaquín Soler presenta el libro y le pregunta a Julio qué es el cronopio. Transcribo a partir de ese momento:

            “—Sí, bueno. El problema conmigo, ya te has dado cuenta, es que cuando me piden explicaciones es a pura pérdida, porque a mí me cuesta mucho explicar cosas que no me las explico yo mismo. Lo que te puedo decir es cómo nacieron los cronopios. Yo estaba en París en 1952, creo, y fui a un concierto en el teatro de Champs Elysées, donde había un gran homenaje a Igor Stravinsky, uno de los músicos que también me ha marcado a lo largo de mi vida, y yo estaba muy conmovido viendo por primera vez a Stravinsky, que dirigía la orquesta, y estaba Jean Cocteau, otra gran presencia en mi juventud, que era el recitante en una de las obras. Y vino el entreacto y todo el mundo salió a tomar café. Yo estaba solo, y no tuve ganas de salir, y me quedé solo ahí en una de esas localidades, las más baratas [dice eso señalando hacia arriba]. Me quedé completamente solo en ese inmenso teatro. Y entonces, de golpe, me acuerdo muy bien de eso, de golpe, tuve un poco como la sensación de que había en el aire, así, personajes indefinibles, unas especies de globos, que yo los veía un poco de color verde, muy cómicos, muy muy divertidos, y muy amigos, que andaban por ahí, circulaban… Y su nombre era “cronopios”, se llamaban “cronopios”, venían así. Más tarde los críticos han buscado las explicaciones críticas, es decir: cronos, el tiempo… Pero tú que conoces el libro sabes que no es defendible porque el tiempo… bueno, ellos tienen su tiempo como todo el mundo, un tiempo un poco especial pero no es un detalle esencial en su manera de ser. Vino así, el nombre y la imagen. Y por eso es que al principio, cuando se los define, se busca la definición. En el mismo libro. Yo empecé a escribir sin saber cómo eran y luego, luego ya tomaron un aspecto humano, relativamente humano porque nunca son completamente seres humanos, con esas conductas especiales de los cronopios que son un poco la conducta del poeta, la conducta del asocial, del hombre que vive un poco al margen de las cosas, frente a los cuales se plantan los famas, que son los grandes gerentes de los bancos y los presidentes de las repúblicas, la gente formal que defiende un orden, etcétera. Bueno, ese es el nacimiento de la cosa… y…

—Cronopios, famas y esperanzas.

—Bueno, las esperanzas son personajes intermedios, que están un poco a mitad de camino, y que están un poco sometidas a las influencias de los famas o de los cronopios según las circunstancias. Entonces todas esas aventuras que les suceden dependen de la sicología de cada uno de ellos”.



            Si les gusta Cortázar y no tienen nada mejor que hacer, que lo dudo, ahí arriba les he dejado el enlace para oír la entrevista entera. No tiene precio.

sábado, 12 de noviembre de 2016

"Mientras agonizo", de William Faulkner




FAULKNER, William, Mientras agonizo, Madrid, Cátedra, 2014 (10ª ed., la 1ª es de 1989); 231 páginas (52 de la introducción). Edición de Javier Coy. [As I Lay Dying, 1930]. Traducción de Mariano Antolín Rato.

            Llegué a esta novela por el consejo de alguien que ha leído bastante y al que le interesa todo lo relacionado con las técnicas narrativas. Desde ese punto de vista, la lectura de la novela resulta, desde luego, muy aconsejable. Si hacemos otras consideraciones, sobre el contenido, por ejemplo, la lectura puede resultar muy desagradable, incluso vomitiva. Decía no sé quién, alguien supuestamente entendido, que con buenas intenciones, con ánimo de no herir la sensibilidad del lector, no se hace buena literatura pero no sé en qué se basaba para decirlo. El caso es que esta novela, como Santuario —escrita el año siguiente—, nos presenta una realidad desagradable a más no poder, que podrá ser degustada por las personas que tienen hecha su sensibilidad a la novela gótica, el realismo sucio, descarnado, y todas esas etiquetas que se han ido poniendo a las narraciones de acciones truculentas, sangrientas, horripilantes y míseras. No soy quién para opinar sobre política o sobre cómo va el gobierno pero sí para escribir sobre lo que más me apasiona en esta vida, la novela, y puedo jurarles que estoy leyendo estas novelas de Faulkner —ya comenté que otras de otras épocas suyas sí son más de mi agrado—, con un alfiler en la nariz para evitar el olor a carroña y a podredumbre. Resulta curiosa, y digna de análisis, esta predilección por historias en las que todos los personajes, sin faltar uno, son míseros, cicateros, ruines, o simplemente están desquiciados. Está claro que Faulkner creó un universo propio, con un sello muy personal, pero de ahí a que uno disfrute con la descripción de lugares y acciones tan oscuras y negativas, tan poco vitalistas y luminosas, hay mucho. Pero vamos a la técnica narrativa, lo que de verdad nos interesa.


Faulkner joven y lleno de talento (i-cult.it)


            Para poner al lector en situación, pero sin adelantarle demasiado, la novela cuenta la agonía, la muerte y el traslado del cadáver de Addie, la madre de una familia de granjeros del condado de Yoknapatawpha. Dicha familia está formada por ella, su marido (Anse Brunden) y los hijos --de mayor a menor Cash, Darl, Jewel, Dewey Dell (una chica) y Vadaman--. El atractivo de la novela está en la multitud de voces narrativas, las cuales se van turnando para ir narrando los hechos, todos relacionados con la muerte y el traslado del cadáver. Hay episodios, o ítems narrativos, inolvidables por su crudeza, como el sonido del serrucho que corta las tablas con las que se formará el féretro para la futura fallecida que, desde su lecho de muerte, y a través de la ventana, supervisa su construcción. En total he contabilizado quince voces, todas en primera persona, quince narradores, entre los cuales hay que contar, sobre todo, a los miembros de la familia. En realidad, y para entendernos —hoy día todos estamos deformados por la televisión—, la estructura es la misma de esos documentales norteamericanos, generalmente biografías, para cuya realización el periodista se ha limitado a entrevistar a personas que conocieron al biografiado y a realizar después el montaje adecuado. Dicho así parecería que la novela haya sido fácil de escribir, pero eso es un tremendo error. Para empezar porque cada intervención tiene que adecuarse a las características propias de cada narrador y, además, y sobre todo, a su punto de vista, punto de vista tanto moral como físico. Veamos un ejemplo. Un hombre contempla cómo llegan a la puerta de su casa dos personas. Él estaba esperando sólo a una de ellas y se asoma al exterior para invitar a la que la acompaña. Esta declina el ofrecimiento y se queda fuera sentada en el porche. Dentro de la casa ocurren cosas entre las dos personas, cosas que van a permanecer ignoradas para el que se queda esperando fuera, que describe cómo fue su llegada a la casa y cómo una persona salió a invitarla a entrar. Gracias a la narración del que se ha quedado fuera sabemos cómo es la casa por fuera y la apariencia de su dueño, y gracias, por fin, a la narración de la persona que ha entrado sabemos qué ha pasado en el interior de la casa entre ella y el dueño. De esta forma, las tres narraciones, en realidad distintos puntos de vista de los mismos hechos, resultan complementarios e imprescindibles para entender qué ha pasado en la casa. Todo esto viene a recordarnos la obsolescencia del narrador omnisciente, pues es imposible que nadie sepa todo sobre nada, no existe una persona capaz de estar en todos los lugares y en todas las mentes al mismo tiempo, ni siquiera de manera secuenciada. En realidad sería una especie de extensión literaria del cubismo, lenguaje artístico basado sobre todo en los puntos de vista, en las distintas perspectivas que pueden existir de la misma realidad. En total —me he tomado la molestia, que no ha sido tal, de anotarlas—, las intervenciones, cincuenta y nueve, quedan repartidas de la siguiente manera (los narradores o propietarios de las voces están mencionados por orden de aparición): DARL, diecinueve; CORA, tres; JEWEL, una; DEWEY DELL, cuatro; TULL, seis; ANSE, tres; ADDIE, una; PEABODY, dos; VARDAMAN, diez; CASH, cinco; SAMSON, una; WHITFIELD, una; ARMSTID, una; MOSELEY, una; MACGOWAN, una.  Todas ellas, salvo la de Addie (página 165), realizada post mortem —y poseedora de un carácter histórico aclarativo—, guardan un perfecto orden cronológico.
             Y aquí les dejo, que me está esperando Cortázar. A leer, que son dos días.


domingo, 6 de noviembre de 2016

"La línea de sombra", de Joseph Conrad


CONRAD, Joseph, La línea de sombra. Una confesión, Madrid, Alianza Editorial, 2016 (1ª ed. de 2004); 166 páginas. [The Shadow Line: A Confession, 1917]. Traducción de Javier Alfaya Bula y Javier Alfaya McShane.



            Volvemos a encontrarnos con uno de esos autores de vida ajetreada y aventurera cuya obra tiene una gran carga autobiográfica. En ese sentido me recuerda a Jack London, por ejemplo, con el que además guarda otras similitudes, como es el sometimiento del hombre, hormiga indefensa, a las fuerzas de la naturaleza. Joseph Conrad (1857-1924) es un novelista cuyas obras no pueden faltar en la biblioteca de alguien que quiera penetrar con cierta profundidad en el género narrativo, que ha dado los mejores libros que uno pueda echarse al coleto.
            La línea de sombra es una obra en la que se narra la afirmación de un joven en la edad adulta, siendo esa línea de sombra la que separa, precisa y nítidamente, una fase de la vida de otra. En palabras del autor:

“Uno avanza, al igual que el tiempo, hasta que más allá percibimos la línea de sombra que nos advierte que la región de la adolescencia, también, debe quedar atrás”. (Pág. 12).

            Sobre Conrad y su novela se ha escrito mucho, muchísimo, y no voy a ser yo quien vaya a ponerme ahora a pontificar sobre él después de haber leído apenas cuatro o cinco novelas suyas, pero es cierto que un lector consciente del poco tiempo que vamos a pasar en este mundo y de la necesidad que tenemos, por tanto, de seleccionar lo que leemos, no puede dejar su obra de lado. Pero no porque lo diga no sé quién, un crítico famosísimo, sino por el placer que uno va a sentir leyendo sus novelas, libros cuya lectura no puede abandonar en ningún momento, y si tiene que hacerlo porque no le quede más remedio, porque también hay que trabajar, y dormir y esas cosas, estará pensando siempre en volver a abrirlo por el lugar donde lo dejó. La línea de sombra no es una excepción. Después de un primer capítulo en el que asistimos al planteamiento del que pensamos va a ser el motor de la obra, el motivo principal del avance de la acción —el abandono, por parte del protagonista, de su puesto en la marina mercante para volver a casa—, de buenas a primeras, al final de ese primer capítulo, y después de haber ido dosificando la información de manera sabia, despertando cada vez más nuestro interés, la vida del protagonista sufre un giro que la aboca a vivir jornadas de una intensidad dramática que el lector no puede ni imaginar, razón por la cual es incapaz de soltar el libro ni para ir al cuarto de baño. Apasionante.  



            La obra está narrada en primera persona, como corresponde a una confesión, y la voz se apoya a veces en la lectura de páginas del diario del protagonista. Dichas páginas, escritas en tiempo presente, tienen la virtud de envolver aún más al lector en la acción, viéndose por momentos totalmente metido en ella, padeciendo y gozando como lo hacen los personajes. El desarrollo del tiempo es lineal. El tiempo de lectura demasiado corto.



viernes, 4 de noviembre de 2016

"33 revoluciones", de Canek Sánchez Guevara



SÁNCHEZ GUEVARA, Canek, 33 revoluciones, Barcelona, Alfaguara, 2016; 257 páginas.


            Acaba uno la lectura de este libro, indaga algo, si quiere, sobre la vida de Canek Sánchez Guevara (1974-2015), y se queda aturdido, dolido, perplejo, esperando que venga la escucha de un amigo para intentar poner un poco de orden en todo este batiburrillo de intereses, maldades y buenas intenciones que es la vida, un cóctel de efecto abrumador para las almas sensibles. La insensibilidad con la que es tratado el adolescente en ciertos ambientes y por parte de algunas personas, personas rancias, de miras muy estrechas, es una constante abrumadora, palpable en cualquier lugar y época. Debían existir escuelas de adultos, lugares donde se enseñara a no entorpecer, y menos torpedear —como hacen algunos—, el desarrollo de las personas. No otra cosa tuvo que sufrir Canek, nieto del Che Guevara, al llegar en 1985, con apenas once años, a Cuba, siendo como era un chaval muy inclinado a las artes. El artista necesita sentirse libre, que nadie le imponga caminos, ni líneas de conducta. A Canek, en uno de los momentos críticos del desarrollo, la llegada a Cuba y el bombardeo a que se vio sometido para que se comportara como los vigilantes del Régimen opinaban, y le insistirían machaconamente, que tenía que comportarse un nieto del Che, tuvieron que sentarle de mal para arriba, como le sientan esas severas imposiciones adultas a cualquier espíritu libre propenso al anarquismo, amante de Los cantos de Maldoror, el arte experimental y el heavy metal



            Y fruto de ese espíritu rebelde y creativo nacieron los relatos que componen este libro, que lleva el título del primero pero que agrupa nueve en total. “33 revoluciones” cuenta el monótono día a día de la vida en la isla, una vida llena de carencias materiales y espirituales. El protagonista es un funcionario tímido, aficionado a la fotografía, que sufre como puede los abusos de poder de sus superiores. Consta de treinta y tres pequeños capítulos, cada uno de ellos un recuerdo de aquello en lo que se ha convertido el régimen consolidado tras la Revolución Cubana, formando, si se quiere, una novela corta. De los nueve relatos quizá sea el menos interesante por tratar una realidad ya muy comentada por los medios independientes, aunque el texto resulte interesante desde el punto de vista narrativo por una economía de recursos que resulta ejemplar.
Yo, desde luego, he disfrutado más con algunas de las narraciones restantes. En muchas de ellas aparece retratada una juventud contestataria, muy marginal pero por eso más libre, aunque esa marginalidad, ese estar al margen de lo establecido, suponga a menudo el consumo de drogas sin medida, a veces con apariencia de ser resultado de un comportamiento claramente autodestructivo. El joven Canek, que de niño, mientras vivió en países libres como Italia y España, fue una persona feliz, tuvo que verse muy afectado por su estancia en Cuba, donde adquiriría una serie de conflictos emocionales relacionados con la figura de su abuelo y ciertas obligatoriedades impuestas por el Régimen, y a menudo tuvo que vivir circunstancias parecidas a las de los protagonistas de los relatos. Siente uno, desde muy dentro de uno mismo, agazapada tras ese muro insuperable que supone la muerte, una impotencia que no es para contarla por la dificultad de su análisis. Con esto, aunque complique un poco mi discurso, quiero decir que estas narraciones tienen un aspecto casi completo de estar inspiradas en su biografía, de ser autobiográficas, y uno se imagina a su autor quitándose la vida poco a poco con tanto tóxico, y se siente triste por él, por el dolor que debía almacenar en su interior.


Canek Sánchez Guevara (scd.es.rfi.fr)


            Uno de los valores de las narraciones del libro, aparte de otras consideraciones de índole biográfica, histórica o social, está en el lenguaje, sobre todo en el lenguaje de los diálogos. El espanglish aparece continuamente en algunos de ellos dotándolos de un atractivo especial para el lector que no habite en zonas donde sí exista esa fuerte mezcolanza de los dos idiomas. Es el caso, por ejemplo, del relato titulado “Los supervivientes”, que transcurre en algún lugar de la costa atlántica nicaragüense. En otros casos, como en “La espiral del Guacarnaco”, el texto está repleto de cubanismos, tantos que ha sido necesario incluir al final del libro un glosario con más de cien de ellos para que el lector no piense que no tiene ni idea de español, a día de hoy el idioma con más vitalidad y riqueza del planeta.
            Otro de los relatos que merece mucho la pena leer es uno sobre la vida de un caníbal cubano, el titulado “Confesiones de un artista ensangrentado (o cómo se construye un edificio roto)”. Mientras realiza una crítica de las crisis de subsistencia en la isla, Sánchez Guevara aprovecha para tributar un homenaje al conde de Lautréamont, autor que debía admirar y con quien debía tener no pocos puntos en común.
            Los relatos, por cierto, están fechados en lugares tan distintos como Sadirac (Francia), Ciudad de México, Oaxaca, Panamá, Nicaragua, Guatemala, Pachuca (México) y Marsella, testimonios de la vida itinerante que llevó el autor.
            El volumen cierra con la narración titulada “Los frikis”, el relato de los desencuentros con la autoridad de la isla que tiene un grupo de amantes de la música rock y otras corrientes musicales. El final, que no quiero desvelarles, resulta muy revelador para entender los sentimientos de cualquier adolescente con inclinaciones artísticas obligado a vivir en un régimen dictatorial. Les dejo con parte de unas palabras que le dirige su señor padre:

“Todo eso del ró es cosa de la Cía, paquelosepa. Es una campaña orquestada allá en la Cía para desestabilizar el país, para corromper a nuestra juventú y sembrar el diversionismo ideológico por todos lados”. (Pág. 244).


            Ese hombre sí que sabía. Qué portento.