viernes, 26 de octubre de 2018

El camino de Santiago, de Alejo Carpentier



El autor en su madurez

Alejo Carpentier, El camino de Santiago, relato incluido en Cuentos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1979, págs. 7 a 39.

         Alejo Carpentier (1904-1980) fue uno de los autores que despertó en mí el gusto por el español de América. Su prosa es realmente luminosa, olorosa, sonora. Cualquiera de sus frases deja un poso cálido y dulce en el alma del lector, un temblor de la otra orilla. Carpentier es amante de la historia y a menudo la usa como armazón de sus narraciones. Su ambientación, fruto de una rigurosa documentación fraguada a lo largo de incontables lecturas, está muy trabajada. En El camino de Santiago, primero de los siete relatos que componen el libro, cuenta las andanzas de Juan, uno de los muchos españoles jóvenes que a lo largo de los siglos XVI y XVII abandonaron su pueblo para unirse a los Tercios de Flandes o probar suerte en las Indias. La acción arranca en Amberes, pasa por ciudades francesas, españolas y americanas y termina en Sevilla. Por ciertas referencias parece que transcurra durante el reinado de Felipe II: el Elogio de la locura ya es considerada una obra impía, el duque de Alba amedranta a los flamencos y los calvinistas son perseguidos por la Inquisición. San Cristóbal de La Habana es apenas una aldea de casas de madera y calles enfangadas donde hozan puercos oscuros. Sus habitantes, supervivientes de accidentadas travesías y exóticas enfermedades, viven enfrentados por la envidia y la maledicencia.  
         El verdadero interés de este relato radica en un giro que, ya casi al final, da la trama, convirtiéndose en cíclica. Usando una brillante licencia argumental, Carpentier desdobla a Juan, el protagonista, y da sentido completo al relato. Juan es él mismo, el muchacho aficionado a la música que salió de su pueblo atraído por la vida militar, pero también es el indiano que ha vuelto desencantado y engaña a los jóvenes inexpertos como Juan, todos embarcados en la inercia de conquista y supuesto enriquecimiento que desangró gran parte de la juventud de aquella impetuosa España, dominada por el impulso de frontera y la cultura del enriquecimiento súbito.
         En cuanto al ejemplar del libro donde he leído el relato, casi novela corta por su extensión —el tipo de letra parece un ocho y el interlineado sencillo—, lo encontré en un comercio valenciano de libros usados. Es una edición barata, de economía se subsistencia. De pastas de simple cartón, está mal encuadernado, demasiada goma para pegar el cartón a los cuadernillos. Sus hojas huelen a húmedo y sus páginas son ya amarillentas. Por una nota escrita a bolígrafo se sabe que uno de sus anteriores dueños, Mercedes, lo compró en Budapest en el verano de 1981. Posee un alma especial.

domingo, 21 de octubre de 2018

«El yermo de las almas. Una tertulia de antaño», de Ramón María del Valle-Inclán


Valle en su juventud (c. 1894)
 Imagen de luisantoniodevillena.es

Ramón María del Valle-Inclán, El yermo de las almas. Una tertulia de antaño, Madrid, Alianza Editorial, 1970.

         Dos textos muy breves, ambos publicados por primera vez en 1908.
        El yermo de las almas es una obra de teatro dividida en tres actos —«episodios»— y de aire melodramático. Cuenta las desgracias vividas por los integrantes de una pareja cuya relación es fruto del amor, no de un matrimonio impuesto o de cualquier otra voluntad exterior. Ella, Octavia, una jovencita, fue casada con un hombre ya en las puertas de la vejez. Él, Pedro, es un hombre soltero. La relación resulta escandalosa para la madre de Octavia y el resto de representantes de la parte represora de la sociedad, señaladamente un sacerdote jesuita. Este y la madre de Octavia aparecen como personas desalmadas, preocupadas solo por la «salvación» de Octavia. La muchacha, toda sentimientos, se ve abandonada por las personas que más debían acompañarla y a quienes más quería. La fuerza dramática de las escenas impide cerrar el libro, el lector deseoso de saber qué va a pasar con la pareja de enamorados. A destacar la belleza de las acotaciones teatrales, obras de arte en sí mismas.
         Una tertulia de antaño relata las situaciones vividas en los salones de una casa de la nobleza española, un día de visita justo en los instantes finales de la I República. Las menciones a hechos y personas reales son continuas. Destacan la habilidad que tenía Valle-Inclán para la formación de caracteres con muy pocas líneas, así como la agilidad de los diálogos. En la tertulia aparecen representadas tres generaciones. La primera de ella lo está por el marqués de Bradomín, esa creación inmortal de Valle, personaje conservador, enamorado y de refinadas maneras. Bradomín suspira por la España más tradicionalista —se declara servidor de la reina Margarita de Borbón— y por la existencia de causas patrióticas dignas de perder la vida por ellas. Las otras generaciones están representadas por personas más inexpertas pero de sangre fogosa, a las cuales Bradomín no deja de apoyar si está en su mano. En la tertulia se oyen críticas a la situación política de 1874 perfectamente aplicables a la época actual, casi ciento cincuenta años después. Resulta curiosa, y literariamente estimulante, la presencia en la tertulia del escritor Juan Valera.
         Dos textos muy breves pero repletos de frases inspiradoras y retazos líricamente tratados de la historia de España.  

jueves, 18 de octubre de 2018

«El párroco de Vejlby», de Steen Steensen Blicher


El autor
(arkivet.thorvaldsensmuseum.dk)


Steen Steensen Blicher, El párroco de Vejlby, Madrid, Editorial Ardicia, 2018. Traducción de Blanca Ortiz Ostalé

Escrita en 1829 y en Dinamarca, El párroco de Vejlby nos puede parecer de entrada una antigualla aburrida y lejana, quizá fría y cerebral. Pero nada más lejos de la realidad. La modernidad de esta novela corta, inspirada en los mismos hechos reales que llevaron a Mark Twain a escribir Tom Sawyer, detective, resulta cautivadora. Durante la lectura, se acaba en una tarde —apenas tiene ochenta páginas—, uno cree estar ante un texto de un narrador actual por la economía expresiva, las elipsis y el uso de distintos narradores y puntos de vista, elementos que podemos pensar exclusivos de la novela escrita a partir de las primeras décadas del siglo XX. Quizá el problema que tengamos, ese es mi caso al menos, sea más bien la falta de traducciones al español de obras escritas en lenguas no dominantes, pues todos aquellos avances técnicos de novelistas europeos y norteamericanos no surgieron de la nada. Hubo precedentes inspiradores. La obra de Blicher no fue traducida al inglés hasta 1928, pero había visto la luz en alemán muy poco después del original danés. Para la traducción española han hecho falta dos siglos.
El párraco de Vejlby cuenta las tribulaciones padecidas por las personas afectadas directamente por un hecho homicida. Uno de los protagonistas, y narradores, es el juez Erik Sørensen. Poseedor de una clara rectitud moral, el personaje parece inspirado en modelos éticos puritanos. Sus conocimientos sobre asuntos legales sirven para recrear escenas judiciales cuyo gusto pensamos descubierto por el cine norteamericano, productor de un verdadero subgénero judicial. Esas películas, exceptuadas las genialidades, a menudo pecan de estáticas y llenas de tecnicismos, aburridas, demasiado limitadas a espacios cerrados donde se suceden largos parlamentos forenses. Más de cien años antes, Steen Steensen Blicher (1782-1848), un pastor protestante danés, escribió un relato con parecidos ingredientes pero ágil y subyugante. La felicidad del juez, perfectamente despejada y brillante en las primeras páginas, se va nublando poco a poco y acaba oprimida y medrosa bajo negros nubarrones de tormenta, todo ello en un lento proceso sabiamente dosificado. La narración gana en atracción tras cada página y desemboca en un final funesto, inopinado y redondo, de iconografía puramente romántica. Estimulante sorpresa.

domingo, 14 de octubre de 2018

«Lamentos políticos de un pobrecito holgazán», de Sebastián Miñano


Imagen de todocoleccion.net

Sebastián Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena, Madrid, Editorial Ciencia Nueva, 1968.

            Una casualidad me llevó a toparme con este sugerente título. Se encontraba entre las publicaciones perniciosas, y por tanto prohibidas, incautadas en 1824 a Ramón Barreda, clérigo ecijano secularizado y de espíritu liberal. La documentación existente sobre la entrada en casa del presbítero por parte del vizconde de Banaoján, comandante del batallón de Voluntarios Realistas, y el donoso escrutinio de su biblioteca ha sido investigada por Antonia Garrido Gómez. Los interesados pueden profundizar más en este episodio de actividad policial en la obra de Garrido Gómez titulada «Represión antileberal en Écija (1824): la requisa de documentos prohibidos al presbítero Ramón Barreda», publicado en Écija en la Edad Contemporánea. Actas del V Congreso de Historia (Écija, 2000).  El Vizconde iba auxiliado ese día del capitán de Policía y del vicario de Écija, deseosos quizá de devolver al redil a aquella oveja descarriada. 
               Lectura muy apreciada por amantes de la historia y la literatura, en la actualidad Lamentos políticos de un pobrecito holgazán se encuentra, por supuesto, agotado, y he tenido que rebuscarlo en librerías de lance. Eso hoy día no necesita ni un paseo siquiera: bastan un par de clics desde cualquier artefacto conectado a la red y al poco tiempo lo tienes en tu casa. Se pierden un rato de charla y un saludable paseo y se gana en confort y frialdad.
            Sebastián Miñano (1779-1845) fue uno esos españoles que durante las primeras y apasionadas décadas del siglo XIX se negó a permanecer impasible ante lo que veía. Escritor prolífico, fue eclesiástico, preceptor de infantes, afrancesado, padre de familia, liberal y conservador al final de su vida. Vivió parte de ella en Francia, sobre todo en la zona de Bayona, ciudad que sirvió a muchos españoles librepensadores de residencia por estar muy cerca de la frontera y en el camino clásico a París desde España (Irún, Bayona, Burdeos, Angulema, Poitiers, Tours y Orleans).
            Los lamentos políticos de un pobrecito holgazán fueron publicados en Madrid en 1820. Hablo en plural porque la obra, del género epistolar, vio la luz en diez partes, las diez cartas de las que se compone. Estas se cruzan entre dos corresponsales imaginarios, el pobrecito holgazán, un hombre que vive en Madrid y ha visto arruinada su economía con la llegada del régimen liberal, y don Servando Mazculla, un abogado que vive en provincias. Ambos son enemigos de la Constitución, implantada de nuevo tras su jura por el Rey en el mes de marzo de 1820, y de todas las novedades que trajo el Trienio. A lo largo de las diez cartas, ya sea por uno o por otro de los corresponsales, aparecen vilipendiados los cambios que se experimentaron durante esos años, actitud que crea por negación un retrato de la sociedad que se añoraba y se quería recuperar. Las corporaciones municipales, donde a menudo el alcalde, los síndicos y el secretario estaban unidos por lazos de parentesco e intereses materiales, dejan de ser una fuente segura de ingresos para sus antiguos componentes, relegados por los munícipes constitucionales a simples vecinos. La Inquisición, entre otras cosas una importante agencia de colocación y un medio de obtención de bienes ajenos, deja en la calle a muchos que vivían de ella, a menudo delatores y espías. Desaparece la censura y se produce una proliferación realmente extraordinaria de publicaciones, papeles en los cuales podían aparecer denunciados los abusos y las debilidades de los poderosos, intocables durante todo el sexenio anterior. La Iglesia, corporación a la que Miñano pertenecía, aparece a ojos del lector actual como la máquina de agobiar con impuestos al pequeño propietario que era, pues con diezmos y demás sacaliñas, incluidas las limosnas a las órdenes mendicantes, dejaba casi sin dinero al que ciertamente había trabajado para ganarlo. Los que generaban riqueza veían cómo esta iba a parar a manos de los que vivían sin trabajar. Este debate, que aún se mantiene, se focalizaba entonces en los frailes, que recluidos en los conventos no aportaban realmente nada a la sociedad (salvo sus oraciones). En el colmo de la honradez, y si me apuran del cinismo, Miñano llega a elogiar por boca de sus personajes al beneficiado. Este era una especie de mayorazgo eclesiástico, perceptor de las rentas generadas por fincas, molinos u otras industrias arrendables y, como hombre de iglesia, podía tener mujer e hijos sin obligación ni posibilidad de reconocerlos legalmente. Vivía sin trabajar, muy bien alimentado y haciendo su santa voluntad. Los corresponsales elogian también la figura del teólogo, algo así como el intelectual demagogo de la época y siglos anteriores, a menudo titular de una cátedra universitaria. Los teólogos pasaban las horas en disquisiciones estériles, trufadas de abundantes latines y tecnicismos, con los que embaucaban a los necios. A menudo se confundían con los médicos, que hacían estragos por su charlatanería y su falta de preparación.
            La obra de Miñano, satírica y muy crítica, tiene el mérito de entretenernos y abrirnos los ojos a un tiempo: por sus páginas desfilan personajes perfectamente reconocibles entonces y ahora. Una sociedad de pícaros.      

sábado, 13 de octubre de 2018

Una decoración de posguerra



     


Se trata de una fotografía que recoge las fachadas principales del Ayuntamiento y del Casino de Osuna. Fue escaneada de la Revista de Feria de Osuna de 1976. En dicha publicación no aparecía acompañada de fecha alguna, pero todo apunta a que debió ser tomada poco después de acabar la Guerra Civil. Los detalles que apoyan esa afirmación son, principalmente, dos. En primero lugar, la imagen propagandística de Franco. En ella el dictador aparece aún muy joven y en una disposición que parece inspirada directamente en modelos hitlerianos. En segundo lugar, la decoración de los edificios. En ella se advierten numerosos símbolos falangistas y tradicionalistas cuyo uso decayó paulatinamente cuando empezó a vislumbrarse la derrota del Eje en la 2ª Guerra Mundial. A partir de ese momento, el régimen franquista, necesitado de reconocimiento exterior, decidió que debía abandonar la parafernalia fascista si quería ser aceptado por los vencedores de la contienda mundial.
Si analizamos de arriba a abajo los distintos símbolos que llenan la fachada del edificio del Ayuntamiento, en primer lugar —y ocultando el reloj municipal— encontramos el escudo oficial del régimen. La poca calidad de la fotografía, ya deficiente en la revista de feria, impide advertir claramente la versión del escudo, si es la fijada en 1938 o la adoptada en 1945. A su derecha, dos banderas: una que parece la nacional sin escudo y otra perteneciente al partido o facción carlista, la cruz de Borgoña, dos troncos rojos cruzados sobre fondo blanco. Las banderas colocadas a la derecha del escudo son inidentificables.
Ya en el segundo piso, y acompañados por las palabras «Arriba España» —uno de los lemas del régimen franquista—, vemos el yugo y las flechas, símbolos del reinado de los Reyes Católicos adoptados por el partido falangista. Recuerdo a la perfección la versión juvenil de Falange, la OJE (siglas de «Organización Juvenil Española»), que en Osuna tenía su sede en una casa de la calle Alpechín, donde también tuvo la suya «Radio Juventud», emisora que radió muchos años y contó con locutores de la talla de Juan María Mansera Conde, contratado después por Radio Nacional de España. Juan María era hermano del novelista Emilio Mansera, y también él novelista. Ambos fueron galardonados con importantes premios literarios. Son ursaonenses de mérito poco conocidos en su localidad. Sigo con la descripción. Junto al yugo y las flechas, el retrato de Franco ya mencionado y, junto a este, un panel o telón con su apellido en el centro de una bandera de difícil identificación.
Para acabar con la fachada del Ayuntamiento, en los pisos inferiores aparecen divisas de diversos cuerpos del ejército español. En el primer piso, y de izquierda a derecha, las de Caballería, Regulares, Infantería, una irreconocible —que puede suponerse de Ingenieros, de Artillería o del Ejército del Aire— y la Legión. Por último, ya en el bajo, la de la Armada. La posición de esta última, en el lugar más bajo, y menos visible por tanto, puede relacionarse con el poco apoyo que el bando golpista recibió de la Armada durante la guerra, contingente militar que tuvo quizá mayor proporción que otros de mandos partidarios de la República. Es sólo una hipótesis. Cabe suponer que toda la parafernalia iconográfica que aparece en la foto estaba perfectamente normalizada, y se montaría siguiendo instrucciones claras que nadie se atrevería a desobedecer. No creo que la posición de cada divisa fuera aleatoria.
            Si fijamos nuestra atención ahora en la fachada del Casino, el edificio de la izquierda, en el piso superior vemos un cartel de “Auxilio Social”, una organización dependiente de Falange que intentaba paliar el hambre que se padecía en la época, principalmente el hambre infantil. A pesar de estas ayudas, aquellos fueron unos años durísimos para la gran mayoría de las personas, años de hambre y privaciones de todo tipo que, un tiempo después, provocarían una emigración masiva de ursaonenses a la búsqueda de unas condiciones de vida más dignas. Por el momento no dispongo de datos fiables para el año cuarenta pero, según las cifras que aparecen en la página web de la Diputación de Sevilla, Osuna pasó de tener  23.250 habitantes en 1950 a 16.047 en 1981. Uno de cada tres ursaonenses se vio obligado a abandonar su lugar de nacimiento y primera juventud, con todos los inconvenientes que esto supone. Igual fenómeno se observa en algunas de las principales poblaciones de la provincia de Sevilla. Siempre según los datos que proporciona en su página la Diputación de Sevilla —datos que extraje en junio de 2004—, y teniendo de referencia los mismo años, entre 1950 y 1981 Carmona pasó de 27.115 a 22.887 habitantes, Écija de 41.679 a 34.703 y Marchena de 20.326 a 16.159. Fenómenos parecidos, más o menos intensos, se observan en casi todos los pueblos de la provincia. El poco trabajo que había era agrícola y la mecanización del campo hacía muchos brazos prescindibles. Al mismo tiempo, el despegue económico de Cataluña y el País Vasco atraía a las personas con deseos de prosperidad. 1975 arroja datos escalofriantes. En relación al año anterior, Écija perdió el 10.11% de la población, Carmona el 11.05%, Marchena el 12.25%, Morón de la Frontera el 14.16% y Osuna el 14.49%. El efecto llamada fue muy poderoso. Esta emigración masiva constituye un drama humano que ha recibido poca atención por los historiadores, quizá por ser muy reciente. Los pueblos mencionados se vaciaron de muchos de sus individuos más jóvenes y activos. A los que se sientan alejados o ajenos a estas experiencias les recomiendo una lectura. Se trata de la novela Espuelas de papel  (Alfaguara, 2004), escrita por Olga Merino. La autora es hija de emigrantes ursaonenses a Cataluña. En esta novela queda reflejada la vida en las muchas casas de vecinos que había en Osuna y los problemas de adaptación de los emigrantes a la vida en una población como Barcelona. Osuna no aparece en la novela con su nombre sino con el nombre ficticio «Puebla del Acebuche», aunque se reconoce perfectamente la Osuna de los años treinta y cuarenta. Frutos de esa verdadera diáspora son también personajes como el cantante Antonio Orozco, el cineasta Juan Antonio Bayona y muchos otros descendientes de ursaonenses, que en lugares más dinámicos encontraron apoyo y estímulo para sus potencialidades creativas. Igualmente, resulta muy emotiva e iluminadora la visita o pertenencia a grupos de redes sociales formados por ursaonenses emigrados, los cuales se sienten muy orgullosos de sus raíces y sueñan con volver a pisar las calles de un pueblo que guardan fosilizado e idealizado en su memoria. Recuerdan comercios y personajes populares desaparecidos hace años. La emigración supuso la pérdida casi absoluta de sus hábitos sociales y la asunción más o menos afortunada de códigos ajenos.
Volviendo a la fotografía, por la fachada del Casino aparecen repartidas más banderas falangistas y tradicionalistas y, a nivel de la calle, se ve una tribuna para autoridades adornada con la bandera nacional, detalle por el que debemos deducir que ese día se había celebrado o se iba a celebrar un desfile de algún tipo, seguramente militar. Desde luego, habría que descartar que todo este despliegue decorativo se debiera a una visita de Franco pues, aunque es cierto que estuvo en Osuna en tres ocasiones y una de ellas fue a principios de los años 40, en esos años su seguridad estaba amenazada por posibles atentados, por lo que nunca se anunciaba su visita a ningún sitio con antelación suficiente como para que diera tiempo a montar toda esta decoración. Se tiene constancia de su paso por la Iglesia de la Victoria en 1943. Así lo refleja una lápida existente, aunque oculta, en la capilla de Jesús Nazareno. En ella se lee: «El día 8 de mayo de 1943, y a su paso por esta villa, oró ante la peregrina imagen de N.tro Padre Jesús Nazareno S. E. el Generalísimo Don Francisco Franco, caudillo de España y Hermano Mayor Honorario de esta cofradía». El hecho de que Franco fuera hermano mayor honorario de Jesús no debe extrañar, pues se realizaron homenajes similares al Jefe del Estado de aquella época en todo el país.  
            Un dato fundamental para datar la fotografía es el hecho de que el edificio del Ayuntamiento haya sido ya ampliado. En todas las imágenes de finales del siglo XIX y principios del XX aparece una arcada con solo cuatro arcos, no con los siete que contemplamos. No he hallado en las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Osuna la referencia exacta a la fecha de la ampliación del edificio, que fue proyectada durante la II República, exactamente a principios de 1934, siendo alcalde Manuel Rodríguez García. Puede que se conserve entre los expedientes de obras. Es muy probable que la reforma del edificio —su ampliación a costa de inmuebles vecinos— fuera llevada a cabo en plena guerra, pues en este periodo de tiempo se realizaron muchas obras públicas en Osuna, como puede leerse en las Actas Capitulares a partir del 29 de enero de 1937, fecha en la que también se realiza el acostumbrado cambio oficial de los nombres de las calles más importantes, que pasan a llamarse General Franco, General Mola, General Moscardó, Queipo de Llano, etc., etc.
A falta de una prueba definitiva puede concluirse que la fotografía, tomada en uno de los primeros años de la posguerra, corresponde a la celebración del «Día de la Victoria», el 1 de abril, fecha en el que se conmemoraba el final de la Guerra Civil, o bien del «18 de julio», aniversario de su comienzo. Desde luego, no es un día de invierno. Las personas que mejor se ven en la imagen, esos dos niños que van cogidos de la mano y quizá vivían todo esto como una fiesta, van vestidos con ropa ligera. Y los adultos del fondo se mantienen a la sombra. Podría ser julio, un 18 de julio.
            La imagen, realmente, impresiona.


martes, 9 de octubre de 2018

«La elegancia del erizo», de Muriel Barbery



Muriel Barbery

Muriel Barbery, La elegancia del erizo, Barcelona, Seix Barral, 2016. Traducción de Isabel González-Gallarza. [L'élégance du hérisson, 2006]

            Mi amigo E. R. ha sido un lector voraz desde su infancia y, a pesar de haber recibido una educación muy tradicional y estar a punto de cumplir noventa años —o quizá por esto último—, tiene una de las mentes más abiertas que conozco. Abierta y activa. E. R. me recomienda novelas y no falla nunca, parece que conozca mis gustos mejor que yo incluso. Hace unos meses me sorprendió con la fascinante Balada de Caín de Manuel Vicent, y ahora ha vuelto a hacerlo con esta enternecedora novela de Muriel Barbery.
La elegancia del erizo cuenta el día a día de la vida de dos mujeres que viven en el mismo edificio de viviendas parisino. El inmueble está situado en el distrito VII, muy cerca de Saint Germain des Prés, los Jardines de Luxemburgo y la catedral de Notre Dame, una de las zonas más caras de la ciudad. Una de las mujeres se llama Renée. Renée es viuda, no tiene hijos y ya ha cumplido cincuenta y cuatro años. Vive con un gato. Es la portera del edificio y su casa es la portería, una vivienda pequeña y de atmósfera maloliente debido al mal estado de los conductos de desagüe. La otra se llama Paloma y tiene unos doce años. Paloma vive con sus padres y su hermana mayor en un piso de más de doscientos metros. La familia goza de una muy buena situación económica, al igual que el resto de inquilinos del edificio. Ambas mujeres se sienten profundamente solas e infelices y confían sus sentimientos a sendos diarios, los cuales constituyen la novela. Los relatos de ambas, siempre en primera persona como es habitual en este tipo de textos, se van alternando y se distinguen visualmente por la tipografía. Su contenido refleja a veces el relato del mismo hecho desde dos puntos de vista distintos, configurando de esta forma una visión más completa, o dos visiones complementarias, de la misma cosa. Las dos mujeres sufren situaciones personales incómodas y de resolución aparentemente imposible para ambas. El lector, si es mínimamente empático, pronto se solidariza con ellas.
Renée representa el mundo de las personas que nutren el colectivo de los servidores domésticos de los ricos, a menudo mujeres que sienten, y padecen, las miradas de superioridad y de desdén de sus patronos o de los hijos de estos. El caso de una portera, además, suele verse agravado por no existir verdadera familiaridad con ninguno de ellos. Renée vive aislada en su casita, donde, en vez de hacer cierto el tópico de la portera cotilla, dedica su tiempo libre a la lectura. Lee de todo. A veces recibe las visitas de su amiga Manuela, una portuguesa de maneras aristocráticas que trabaja como limpiadora en alguno de los pisos del edificio. Gracias a las conversaciones entre ambas el lector puede penetrar mentalmente en algunas de aquellas viviendas. Esta característica de la novela, la contemplación y cierto análisis de las vidas de distintos inquilinos del mismo edificio, la asemeja a otros relatos ya conocidos tanto en la literatura como en el cine, incluso en el mundo del cómic. El personaje de Renée, además, representa el mundo de las personas autodidactas que conservan en su interior un sorprendente repertorio de conocimientos culturales y una brillante capacidad para relacionarlos. Dichos atributos le confieren un atractivo especial. Su personaje,  y el de Manuela, están en la línea de algunos artísticamente refinados de la gran novela de Proust. El espíritu de À la Recherche du temps perdu sobrevuela algunas de las mejores páginas de La elegancia del erizo, dignificando, a mi entender, el personaje de Renée y, por extensión, a todos los servidores domésticos.
Paloma es muy sensible e inteligente. Poseedora de esa especial penetración para el análisis de las relaciones familiares que poseen las chicas preadolescentes —aun intocadas por los tics y las servidumbres de los adultos—, vierte su crítica mirada sobre el resto de miembros de la familia y sobre la mayoría de los adultos. Al comienzo de la novela su mente está situada en un estado de renuncia a la vida, en ese «paren el mundo que yo me bajo» tan habitual, y tan lógico, en esa edad.
Como ya supondrá el lector, otra cosa no va a encontrar en estas líneas —me niego a desvelar los detalles de la trama, realmente absorbente—, ambas personas van a sufrir a lo largo del relato una evolución de sus sentimientos y sus creencias, algunos de los cuales sufren una verdadera subversión. El final, triste y esperanzado a un tiempo, llega después de algunas de las páginas más emotivas que he leído últimamente, de esas que te reconcilian con el género humano y te ayudan a comprobar que tu capacidad de conmoverte aún está viva. Un regalo para el alma. Gracias, E. R.
                                                            ---o---
            Olvidé reseñar una pecualiridad técnica de La elegancia del erizo que puede resultar de interés para todos aquellos que nos dedicamos a escribir novelas. Los capítulos, supuestos trozos de los diarios de ambas personas, son de una extensión mínima, a veces de una sola página, lo que facilita la lectura a las personas que viven en grandes ciudades --la inmensa mayoría--, tienen poco tiempo para leer y aprovechan para ello los trayectos en metro o en autobús. Son unidades argumentales relativamente independientes y suficientes en sí mismas. El mismo fenómeno se observa en otras novelas de éxito de los últimos años, como Patria, de Fernando Aramburu. Parece que la forma de las novelas intente adecuarse al ritmo de vida de sus lectores. 
             Supongo que no he descubierto nada, es solo una observación más.