miércoles, 20 de febrero de 2019

La vida de las mujeres, de Alice Munro





Alice Munro, La vida de las mujeres, Barcelona, DeBolsillo, 2011. (Lives of Girls and Women, 1971; traducción de Aurora Ehevarría).

         Delicioso libro, de fácil lectura y profundo mensaje. Trata de los primeros años de vida de una mujer nacida y criada en una zona rural cercana a los grandes lagos en terreno canadiense. De hecho, es una recreación de la infancia y la primera juventud de la vida de Munro. Aunque algunos la consideran una novela, sus ocho capítulos, ordenados de manera cronológica y con títulos propios, pueden ser leídos también de forma independiente o desordenados, aunque no creo que sea aconsejable si se quiere alcanzar una buena compresión de los hechos. Los dos primeros capítulos están centrados en personajes masculinos que dejan en ella una profunda huella, uno por su bondad, rara entre los personajes masculinos de Alice Munro, hay que decirlo, y otro por haber despertado en la niña la vocación por la escritura descriptiva de la población donde vive, hecho del que no es consciente hasta que ya es mayor. Y es en ese despertar de la vocación por contar la propia historia, desarrollado en el último capítulo, donde aparece verdaderamente manifiesta la influencia de Thomas Wolfe y su brillante e inabarcable El ángel que nos mira, que la narradora-protagonista nombra como una de sus lecturas preferidas. Munro no esconde sus influencias, presume de ellas.
         Los capítulos centrales del libro son los más valiosos desde el punto de vista humano. Uno, el tercero, el último de ellos dedicados de manera casi integral a personas distintas a ella, está centrado en la figura de su madre, una mujer culta y de carácter independiente. Y a partir de este capítulo, como si ya hubiese llegado a sentir la necesidad de hablar de ella misma, la narradora se centra en cuatro aspectos fundamentales de su biografía: la experiencia religiosa, a la que, curiosamente,  acude como una forma de afianzar la independencia frente a la madre; la educación y el centro educativo donde se forma; el despertar al sexo cuando tiene unos trece años y los abusos que sufre por parte de un hombre que tiene toda la confianza de la madre —algo desgraciadamente muy común en cualquier país y que debemos hacernos mirar—; y el hallazgo, por fin, de su primera amistad intelectual y de su primer amor físico digamos adulto. Hay escenas, emociones y sensaciones narradas y descritas de manera francamente magistral, de esas que cuando uno las encuentra piensa en la suerte que tiene de poseer esta divina adicción a la lectura de novelas. En cuanto a esa defensa cerrada de posturas feministas tan habitual en las obras de Munro, puede que su explicación esté precisamente en su propia experiencia, una infancia y una adolescencia vividas en una población donde la mayoría de los hombres eran sayones, primarios, abusadores y malhumorados. Es su madre, en las páginas finales del capítulo que da nombre al libro, quien mejor verbaliza la necesidad de emancipación de la mujer:
  
«Creo que va a haber un cambio en la vida de las niñas y las mujeres. Sí. Pero depende de nosotras que se produzca. Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico».

         Quizá la lectura de libros como este contribuya a un mejor entendimiento entre mujeres y hombres, hoy día no solo necesario, ya imprescindible.  

La fotografía de Alice Munro ha sido tomada de The Canadian Encyclopedia y es obra de Jerry Baker.

martes, 12 de febrero de 2019

Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov


El autor en 1928

Mijaíl Bulgákov, Corazón de perro, Madrid, Alfaguara, 1989. Traducción de Helena S. Kriúkova y Vicente Cazcarra.

         Las notas de lectura de esta novela del autor kievita Mijaíl Bulgákov (1891-1940) me van a servir para reivindicar una vez más la figura del traductor y recordar la importancia de mirar bien qué traducción leemos. No lean, háganme caso, la versión de la obra publicada por la editorial norteamericana Plaza Editorial Inc. en 2013. Es realmente infumable. Además, el nombre del traductor no aparece por ningún sitio en el librito, lo que nos hace sospechar que tal desaguisado lingüístico fue perpetrado por alguien sin oficio alguno o, también, tan avergonzado del resultado de su trabajo que se negó a firmarlo. Afortunadamente existe la versión de Kriúkova y Cazcarra, con la que el lector podrá disfrutar de esta joyita de la literatura de resistencia antirrevolucionaria escrita en Moscú en los meses iniciales de 1925. El relato, una novela corta, circuló por la Unión Soviética en copias ilegales desde los mismos años veinte pero no fue publicada hasta 1987, ya en tiempos de Mijaíl Gorbachov. Al inglés había sido traducida en 1968. 
         Corazón de perro cuenta hechos acaecidos en las pocas semanas que median entre la adopción de un perro callejero por parte de un célebre médico, practicante de cirugías conducentes al rejuvenecimiento de las personas, y el logro de la pacífica convivencia entre ambos. Como en casi todas las obras que he leído de Bulgákov y he comentado aquí —véase Lecturas—, en esta el sentido del humor es fundamental, el humorismo como vía de escape de la dramática situación personal que vivía el autor. Bulgákov es conocido por la oposición intelectual que presentó a Joseph Stalin, dictador que le permitió seguir con vida, y en una relativa desahogada posición económica, pero le impidió salir del país o publicar sus obras, muchas de las cuales han visto la luz de forma póstuma. La obra es un claro ejemplo de la maestría de Bulgákov en el uso de la ironía y, como en El maestro y Margarita, de su arrojo a la hora de denunciar los abusos de los mandos intermedios y de la vida de privilegios de los mandos superiores del establishment soviético.
         Corazón de perro puede ser considerada muestra del mismo subgénero de terror al que pertenece Frankenstein (1818), de Mary Shelley (1797-1851). Serían obras caracterizadas por dar un lugar importante a los conocimientos científicos y despertar en el lector reflexiones de índole moral relativas a la atribución al hombre de poderes divinos, un tema de gran actualidad en nuestros días debido a la ingeniería genética.
Lectura muy recomendable.    

sábado, 9 de febrero de 2019

Cómo me hice monja, de César Aira




César Aira, Cómo me hice monja, Barcelona, Mondadori, 1998.

Divertido relato en primera persona de un niño de seis años que vive en Rosario (Argentina). Olvídense de encontrar en él nada relacionado con monjas o iglesias: la ficción es una broma desde el comienzo hasta el final. Este último, además, es perfecto en sí mismo, el cierre de un círculo comenzado en la primera página. La novela, corta —como los libros que gusta escribir César Aira (Coronel Pringels, 1949), de apenas 20.000 palabras)—, cuenta un año de vida de un niño llamado César que a veces aparece, se ve o se sueña él, como niña. Es un niño introvertido y maquiavélico, calculador, capaz de hacer sufrir a sus padres, a los que ve objetivamente como personas responsables de su hijo pero a los que gusta marear con comportamientos desesperantes. No deseo contar a nadie cuáles son las ideítas que tiene el protagonista-narrador, pero adelanto que son realmente imprevisibles. A la vista del aire general de la ficción, parece que el autor ha recibido, y ha escrito bajo, interesantísimas influencias del arte vanguardista, tomando de este el gusto por el juego y, a veces, el amor por el absurdo. El final del relato es tan perfecto gracias a una licencia narrativa muy poco habitual, aquella que permite narrar a quien por definición no puede hacerlo. Y no digo más, que luego todo se sabe. Muy recomendable.

lunes, 4 de febrero de 2019

Misterios de las noches y los días, de Juan Eduardo Zúñiga


Estatua del general O'Higgins en Buenos Aires

Juan Eduardo Zúñiga, Misterios de las noches y los días, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2013.

         Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) dejó en este libro, publicado en 1992, una colección de relatos para la anhelante posteridad. Todos los que leen, afortunadamente muchos más de los que a menudo pensamos, están deseando encontrar libros que ayuden a mantener vivo en su interior el fuego que se encendió la primera vez que disfrutaron con una ficción. Leyendo los relatos de Misterios de las noches y los días ese fuego se reaviva y vuelve a iluminar el imaginario de aquellos cuentos. Aunque no aparece escrito al principio de estos relatos de Zúñiga, el «érase una vez» de nuestra infancia resuena en ellos y nos alegra el espíritu.
         Misterios de las noches y los días es una colección de cuarenta relatos cuya acción transcurre en lugares y tiempos no especificados, aunque muchos de ellos, por alusiones al nivel de desarrollo técnico o a actividades como los duelos de honor, pueden situarse en el siglo XIX. En un número considerable tienen un peso importante las diferencias sociales y en todos está muy presente el amor. El amor a la mujer, al hombre, al hermano, a los hijos, a los padres. En muchos el amor consigue triunfar sobre la muerte, gracias siempre a la portentosa imaginación de Zúñiga, que huye de la realidad en todos los relatos a partir de un giro hacia la fantasía y, en ocasiones, el terror. Creo que están muy patentes en estos relatos las influencias del imaginario romántico, quizá a través de los autores modernistas (palacios, estatuas, princesas, joyas), y de los cuentos de Poe, muy claro, en mi opinión, en el titulado El reloj. Las estatuas tienen un protagonismo especial en varios relatos, las estatuas, esos seres inanimados que pueblan parques y jardines y muy pocos imaginan en movimiento y con sentimientos. Otra de las constantes en algunos de los cuentos es la venganza. Otra la insatisfacción sexual de la mujer en el matrimonio, la casada insatisfecha, dejando este tema relatos de fino erotismo, como El quiosco y La camisa. Otro relato que destaca sobre los demás es La madre, una ficción centrada en la manera en que una mujer de condición humilde se venga del ejército, que se ha llevado a la guerra a su único hijo. Algunos son de un romanticismo enternecedor, como El secreto o La prisionera y todos, absolutamente todos, producto de una desbordante y delicada imaginación.
         En cuanto a la forma, los relatos son cortos, de apenas unas páginas, de títulos muy simples, ajenos, como el lenguaje en el que están escritos, muy sencillo, a la retórica mal entendida, a la ampulosidad, que tanto daño hacen a la comunicación fluida. La prosa es muy rítmica, agradable al oído.
Desde esta humilde página, y aunque sé que la posibilidad de que lea este artículo es una entre un billón, felicito al señor Zúñiga por su cumpleaños número cien y le deseo que cumpla muchos más. Gracias por sus obras.