jueves, 2 de abril de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (2)



En la entrega anterior dejamos a Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso Pimentel (1786-1851), príncipe de Anglona, en medio de la Batalla de Bailén, hecho de armas en el cual tuvo una actuación decisiva el Regimiento de Pavía, que estaba bajo su mando. Además, acabada la batalla, Anglona recibió la orden del general Castaños de escoltar al general Dupont, jefe del ejército derrotado, una responsabilidad que no se le da a cualquiera, hecho que debe ayudar a formarnos una idea de la reputación de nuestro protagonista. En cuanto a la célebre batalla, y aunque este no sea el lugar ni hacerlo sea mi cometido, quiero llamar la atención sobre la gran desventaja que supuso para el ejército francés la avaricia de sus soldados, incapaces de moverse en el campo de batalla con la agilidad y la rapidez necesarias, estorbados a causa del peso extra que llevaban tras el saqueo de la ciudad de Córdoba. Los pesados y valiosos objetos robados en las principales casas cordobesas, y de los cuales no querían separarse, embarazaban sus movimientos. Miserias de la guerra.
Esta victoria española cambia temporalmente el curso de la Guerra de la Independencia: el rey José —al cual había jurado fidelidad el duque de Osuna apenas un mes antes y del que ahora reniega— tiene que retroceder hasta la línea del Ebro, lo que supone una gran humillación para el orgulloso Imperio Napoleónico. Sin embargo, cuatro meses después de la Batalla de Bailén, en noviembre de 1808, las tropas francesas, que han vuelto a la carga con fuerzas renovadas, se encuentran en el puerto de Somosierra, muy cerca de Madrid. Exceptuado nuestro protagonista, que debe cumplir con sus obligaciones militares, toda la familia del duque de Osuna, Duque incluido —que había escapado de su confinamiento en el sur de Francia vestido de clérigo—, abandona la Alameda, cerca de la madrileña localidad de Barajas, y viaja hasta Sevilla. La estancia de la familia en la ciudad hispalense acabará tras la victoria francesa en Ocaña, a finales de 1809, hecho de armas que abre las puertas de Andalucía a las tropas napoleónicas. No obstante, ese año escaso de residencia en Sevilla permite a los Téllez-Girón y Alonso Pimentel visitar algunos de sus dominios. La madre, condesa-duquesa de Benavente pero también duquesa de Arcos, viaja a Marchena en el mes de junio, mientras el hermano mayor de Anglona, Francisco de Borja, duque de Osuna desde enero de 1807, hace lo propio a Osuna en tres ocasiones (en abril, junio y octubre), todas en 1809, se entiende. Según el historiador ursaonense Francisco Luís Díaz Torrejón, en una de las visitas el canónigo secretario de la Colegiata le impidió acceder a cierta dependencia del templo, donde el Duque pretendía celebrar algo. Menciono este hecho, que no deja en muy buen lugar al X duque de Osuna, para volver a insistir sobre su ineptitud y su falta de carácter pues, como ya habrá advertido el lector, Francisco de Borja era lo que hoy llamaríamos un “sin sustancia”, una persona débil e incapaz de mantener una decisión, inapropiada, por tanto, para ocupar un puesto de tanta responsabilidad como era en aquella época el gobierno de la Casa de Osuna; realmente, fue la madre, ayudada por su apoderado general, Manuel Azcargorta, la persona que se ocupó de la dirección del vasto patrimonio que poseía la familia. En cambio, el segundogénito, nuestro protagonista, demostró toda su vida la fuerza de carácter y la valentía que le faltaron a su hermano. En el caso de Pedro de Alcántara y Mariano, los hijos de Francisco de Borja, el reparto de cualidades fue al contrario: el primogénito, XI duque de Osuna, no era precisamente arrojado, aunque, eso sí, poseía la mesura y el talento que le faltaron al XII duque de Osuna, su incalificable hermano Mariano, el cual, sin duda, heredó lo peor de la personalidad de su padre y aun de su abuela paterna, la condesa-duquesa de Benavente, que, según Antonio de Marichalar, no era perfecta o, mejor dicho —y visto con ojos del Antiguo Régimen—, se adecuaba a lo esperable en la representante de una de las mayores casas nobiliarias españolas, mayores en títulos y patrimonio, cuando, por ejemplo, y para dejar bien alto el nombre de su casa, hacía una antorcha efímera y valiosísima de un fajo de billetes para que un compañero de ecarté pudiera encontrar una moneda de ocho reales que se le había caído al suelo.
Pero volvamos al segundo hijo del IX duque de Osuna, príncipe de Anglona desde niño, por cesión de su madre, y marqués de Javalquinto tras el fallecimiento de la misma (1834). Decidido a formar una familia, en 1810 contrae matrimonio con María del Rosario Fernández de Santillán y Valdivia, de quince años de edad e hija del marqués de la Motilla. Lo hace en Cádiz, donde estaba refugiada gran parte de la nobleza española, incluida su familia. Poco antes, en enero de ese mismo año, habían entrado en Osuna los soldados franceses, que permanecerán en la localidad sevillana hasta que tropas al mando del príncipe de Anglona la recuperen en julio de 1812, lo que hace suponer el paso de Anglona por la bella población sevillana, cabeza del Ducado y cuna de sus antepasados. Un mes después, y de nuevo en Cádiz, nacerá Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Fernández de Santillán, su primer hijo, que llegará a ser XIII duque de Osuna a la muerte sin descendencia de su primo Mariano. Sin embargo, la felicidad de la pareja durará poco: la vuelta del absolutista Fernando VII, de ideario radicalmente opuesto al de Anglona, está ya próxima.                    
(Continuará). 

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