sábado, 4 de mayo de 2013

Hasta siempre, Antonio


Antonio Díaz Moreno se nos ha ido. Se nos fue hace ya unos meses. Desde su muerte he estado pensando en cómo enfocar este artículo, pues para mí no es fácil. Creo que lo más sencillo, y, quizá, lo más adecuado, va a ser que cuente las cosas como yo las viví, simplemente eso.

Mi afición por la música y por la guitarra viene de cuando era muy pequeñito, no sabría decir desde cuándo. En el mes de mayo, con la Feria de Osuna, me dedicaba a ir por las casetas que tenían orquesta buscando la que más me gustaba. Cuando la encontraba me ponía a darle la lata al portero para que me dejara entrar y, cuando lo conseguía, me sentaba junto a los músicos, a escuchar y a observarlos. Así conocí a Los Bombines, Los Lentos y a otras grandes orquestas de animación de los últimos años de la sesenta y principios de los setenta. Algunos años después se formarían en Osuna orquestas similares y también aceptables, como, sobre todo, Abraxas, de la que hemos perdido también a uno de sus músicos, el batería, Manolo Gracia, hace ya unos años. A principios de los setenta, sin embargo, todavía no existía ese grupo ursaonés con ese nombre y ese cometido —interpretar música en los bailes y fiestas—, aunque algunos de sus integrantes tocaban la música que les gustaba en locales de ensayo que algún alma samaritana les prestaba. Recuerdo, como si lo estuviera viviendo ahora mismo, la primera vez que entré en la Casa de la Juventud, en la calle Sevilla, atraído por el sonido de timbales, platillos y amplificadores que salía de allí. Poco después conseguí mi guitarra, que aún conservo, y empecé a aprender mis primeros acordes, que hoy, aunque los recuerdo visualmente, no puedo poner ya por tener la mano izquierda inutilizada para ciertos menesteres. Aprendí medio a tocar Sevillanas, Fandangos de Huelva y las canciones modernas que entonces rulaban de mano en mano entre los músicos jóvenes ursaonenses: “La casa del sol naciente”, de Animals; “Angie” y “Jumpin’ Jack Flash”, de los Rolling; “Noches de blanco satén”, de los Moody Blues, etc. Y a mediados de la década de los setenta llegó LA CANCIÓN, así, con mayúsculas. Según Luis Clemente, en su Historia del rock sevillano (Sevilla, 1996; pág. 91), “es el momento culmen del flamenco-rock: violines y guitarras flamenca y eléctrica sucediéndose en los tres minutos treinta y tres segundos mejor aprovechados de este rock con raíces en la década de los 70”. El tema se titula “Tarantos para Jimi Hendrix”, y fue grabada por Gualberto García Pérez y otros músicos, entre ellos Antonio Díaz Moreno al bajo, para el LP A la vida / Al dolor (1975). A continuación les ofrezco sus acordes tal y como me los escribió Antonio Cuevas, el “Nene”, hace ya unos años:


FA#M 
SOL 
LA 
FA#M 
RE
DO
FA         RE          SOL
FA#M
SIm
MI
SIm       SOL         LA
SOL
DO#m             RE
DO#m   /    RE   /    MI
FA#   /    SOL    /    LA
Sim
SOL                 LA
SIm
SOL                 LA
SIm
SOL              LA


etc… En este tema, en la rueda de acordes del final, en el solo de guitarra eléctrica, Gualberto, arropado por batería, bajo, palmas, violín y guitarra flamenca —interpretada por él mismo—, sube de repente a una serie de notas agudas que tiene el don de emocionar a todo el que la oye, incluido este que les escribe. Quien no la conozca puede oírla en el siguiente enlace http://www.youtube.com/watch?v=0D4TmXjQCKw . Entre los vídeos de esta página, hay uno, en http://www.youtube.com/watch?v=Hio5_iSfDAQ , subido por Gualberto, que recoge el solo en cuestión pero con variaciones por ser en directo, y a mí, personalmente, me gusta menos; tiene la virtud, eso sí, de contener imágenes de Antonio de la época en la que se grabó el disco, con una barba muy cerrada y muy delgado. Se le ve pendiente del batería, conscientes los dos de la importancia que tiene una base rítmica regular y constante. Resulta a veces frustrante la poca importancia que suele darse a esos músicos, lo que crean la base rítmica, por lo general alejados de los primeros planos y con letra muy pequeña en los carteles, cuando son fundamentales para la construcción de una canción: sin su trabajo el tema no se sostendría, y sin embargo muy poca gente los conoce o habla de ellos.

            Como ya supondrá el lector, Antonio comenzó su andadura como músico años antes de la grabación de ese LP. Fue con el Grupo 68, una formación de Osuna que estaba formada por Francisco Jiménez (batería), su hermano Antonio (bajo), Pedro Santana (guitarra rítmica), José Ángel Sánchez Fajardo (guitarra solista) y, como vocalistas, Paco —un chaval de Sevilla que sólo estuvo al principio—, Javier Caro y Antonio Díaz. José Ángel era el que más conocimientos musicales tenía, y el que, de alguna manera, imprimió un sello personal al grupo, descartando los temas que le parecían demasiado ambiciosos y no pudieran salir redondos. En esta foto faltan algunos, pero está Antonio,




muy serio, con cara de circunstancias y un refresco en la mano. Aparece también Pepe Perona, el técnico de sonido. Sobre este grupo ya escribí un artículo en la revista de Feria de Osuna (Excmo. Ayuntamiento de Osuna, 2007), por lo cual invito a los interesados a buscarla allí para no repetirme en exceso.

El Grupo 68 duró sólo dos años pero, tras su disolución, Antonio tenía ya el gusanillo del rock metido en el cuerpo. Rafael, su hermano mayor, había conocido en Sevilla a Gualberto y gracias a Rafael muchos ursaonenses entraron en contacto con él y Gualberto entró en contacto con Osuna, enamorándose muy pronto del pueblo, de sus rincones y de su ambiente flamenco. Gualberto, y esto es historia conocida —puede encontrarse en muchas páginas de Internet—, viaja a finales de los 60 a EE UU, donde pasa unos años durante los cuales amplía sus conocimientos musicales, asiste a macroconciertos como el celebrado en las cercanías de Woodstock y conoce muchos y excelentes músicos, algunos de los cuales le acompañan cuando vuelve a España: el violinista (Arthur Wohl), fallecido en accidente de tráfico en 1989, y un cantante (Todd Purcell), también guitarrista. Con ellos y con otros de esta tierra, Enrique Morente y nuestro paisano Antonio Díaz entre otros, graba el LP ya mencionado y el que vendría después, Vericuetos (1976), compuesto parcialmente en Osuna, en la mismísima Rehoya. En este ya no aparece Enrique Morente, que había colaborado en A la vida / Al dolor como músico de estudio, ni el batería, Willie Rodríguez de Trujillo, muerto de manera prematura; en su lugar toma los palillos un valenciano, Tico Balanza, y al grupo se añade nada más y nada menos que Marcos Mantero, el teclista que años más tarde nos deslumbraría a todos con el grupo Imán y su LP Imán califato independiente (1978). La siguiente fotografía, tomada por Rafael Díaz, parece sacada durante las sesiones de grabación de ese segundo LP. Antonio aparece de pie, sonriente, el pelo




largo, apoyado en el pilar, detrás de Gualberto. En una entrevista realizada a este último por Mariano Zamora, y publicada en El Paleto 2ª Ëpoca (Osuna, mayo de 1983), el célebre intérprete de “sitar flamenco” declaraba: «Estoy ligado a Osuna desde antes de hacer la mili. Yo vine con Rafael Díaz Moreno con 19 años. Rafael estaba en Sevilla estudiando en la academia IFAR y yo andaba siempre por el barrio de Santa Cruz tocando la guitarra. Él era un aficionado a la música —Elvis, Beatles, Rolling…— y nos hicimos amigos. Luego he conocido a Ricardo [Cordón], al hermano de Rafael, Antonio (que ha tocado conmigo en los dos primeros discos que hice), y después Osuna entera: el “Nene”, el “Caracolé”, el Frasquito, el Redondo… me conozco toda Osuna en realidad. Y no sólo los amigos, el pueblo entero me gusta. Me acuerdo que había una foto de Osuna en la guía telefónica, y cuando la veía decía ¡Hay que ver, esos balcones salíos por fuera! Me gusta Andalucía entera, pero Osuna es lo que mejor conozco. Casi toda la música que he hecho la he hecho aquí, además de en Sevilla y en Triana. La cara A del disco clásico [Otros días, 1978] que hemos oído esta tarde, “Callejeando”, la compuse en la Rehoya, en la casa de la madre de Ricardo. Por eso me encantaría dar un concierto en Osuna de todo lo que he hecho aquí». Y más adelante: «En el disco Vericuetos hay una cosa que hice escuchando las campanas de la Colegiata, que les cogí el tono. Concretamente al principio y al final de “La noche de Rota”. Tú sabes que cuando escuchas una campana se oye una nota, pero después esta nota se abre y escuchas los sonidos armónicos, ¿no? Entonces lo que yo he intentado es coger los armónicos de esa campana, y los he puesto con el piano, la guitarra y el plato de la batería». Son palabras del músico genial con el que Antonio Díaz grabó esos dos discos, tan ligados a Osuna, como vemos.

            Después de la grabación de los dos discos y de la interpretación de conciertos por media España (esta imagen, de Antonio con Gualberto, pertenece a uno celebrado en una facultad universitaria sevillana),




el grupo se fue de gira por Francia y Holanda. Acabada la gira, circunstancias de la vida que las personas no podemos controlar, y que muchas veces nos llevan por donde no esperábamos, devolvieron a Antonio a Osuna, y aquí se quedó practicando el noble oficio del comercio textil. A principios de los ochenta volvió a formar parte de otro grupo musical con su hermano Juan Carlos (guitarra rítmica), José Mari Jiménez (batería), Antonio Cuevas, el “Nene”, (guitarra solista) y él con el bajo, por supuesto, amigos que, ya sin Antonio, siguen reuniéndose para echar un rato de vez en cuando y mantienen viva esa luz que se encendió en Osuna en aquella época dorada del rock andaluz.    

            Ahora volvamos al principio. Como ya dije, yo había aprendido más mal que bien a tocar la guitarra y, con el paso de los años, me acostumbré a llevarla conmigo allá donde fuera. Me hacía compañía, me daba calor y me ayudaba a expresarme. Yo había pertenecido a distintos grupitos de rock o pop, siempre tocando la guitarra rítmica. En la segunda mitad de los ochenta, aunque vivía en Sevilla, habíamos formado uno en Osuna integrado por Salvador Rodríguez (bajo), Carlos Fernández (batería), Gonzo, ese genial y desconocido músico ursaonés (guitarra solista), y este que les escribe. Ensayábamos todo lo que podíamos, sobre todo en fines de semana, canciones compuestas por Gonzo, y tocamos en varias fiestas de amigos en el campo. En una de ellas, una noche de verano, en un cortijo abarrotado de jóvenes con la hormona revuelta y la sensibilidad a flor de piel, se destacó del público un hombre mayor que nosotros que yo no conocía, y habló unas palabras con Salvador, que era, como si dijéramos, nuestro relaciones públicas. Por supuesto, yo no oí qué habían hablado. El hombre subió al escenario, cogió el micrófono, y Salvador, después de consultar con Gonzo, transmitió la orden:

            —Vámonos por “Let it be”.

            Después de los compases iniciales de la archiconocida canción de los Beatles, el vocalista espontáneo empezó a cantar, y lo hizo de una forma tan afinada, desgarradora y pasional que nos puso a todos la carne de gallina, tanto que el público, entregado, se unió formando los coros y acabó regalándonos con el mayor de los aplausos que habíamos recibido nunca. El vocalista espontáneo era, como ya habrán supuesto, Antonio Díaz.

            Cuando me di cuenta de que era el mismo que aparecía en los discos de Gualberto me hice amigo de él, aunque sólo fuera por ver si se me pegaba algo de la magia que poseían aquellos discos. Hablábamos de música sin parar, en interminables veladas nocturnas con las que cerrábamos los bares. Eran otros tiempos. En los 90 creé una revista literaria, La Fuente Nueva, y él quiso colaborar, escribiendo eruditos artículos sobre ajedrez, otra de sus grandes pasiones. Firmaba sus colaboraciones con su nombre pero leído de forma especular: “Oinotna zaid”. Pasados unos años, decidió empezar una nueva vida en Canarias. Me llegaron noticias de él, algunas de ellas relativas a su actividad musical, pues había entrado a formar parte, como bajista, de un grupo que interpretaba vallenatos, música caribeña. Y allí, en aquella tierra tan lejana, le sorprendió la muerte hace unos meses.

Espero que el recuerdo de su actividad musical, sobre todo por su colaboración en aquellos dos inolvidables discos de Gualberto, le sobreviva en el tiempo. El genial compositor lo tiene presente en su blog, www.gualbertogarcia.wordpress.com, donde lo menciona, a veces, en los comentarios que escribe a sus “tapitas musicales”. Por ejemplo, en este del 20 de marzo de este año: «Empieza la canción [se refiere a “Canción del arco iris”, de A la vida / al dolor] con cuatro notas tocadas en el bajo por mi inolvidable amigo Antonio Díaz Moreno, al que cariñosamente llamábamos “el Gaché”, hombre de alma bondadosa que no se inmutaba y tocaba sin irse ni un ápice del tempo: a pesar de todas las síncopas, contrarritmos, aceleramientos, desaceleramientos, pausas, calderones y otras cosas que se me ocurrían muy a menudo tanto a mí como a Arthur el violinista, y no digamos a Willy Trujillo, el genial batería, todos nadábamos alrededor de la isla del “Gaché”».

Con referencias como esta, Antonio, no te va a faltar trabajo allá arriba. Hasta siempre.  

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