miércoles, 1 de mayo de 2019

El libro de las ilusiones, de Paul Auster


Rodolfo Valentino y Lila Lee 
(Foto: Fondazione R. Valentino)

            Se trata de una novela escrita en primera persona, con un punto de vista escrupulosamente único. En sus páginas he localizado una referencia realmente ejemplar de lo que debe ser ese punto de vista único y estricto, tan propio de la narrativa contemporánea, en cuyas obras pueden existir puntos de vista diversos pero bien especificados e irreemplazables: «Me guste o no, sólo puedo escribir de lo que vi y oí, y de nada más. Esto no es el reconocimiento de un fracaso, sino una afirmación metodológica, una declaración de principios. Si no vi la luna, es que no había luna en el cielo», (pág. 251). Esta afirmación no impide la existencia en el libro de rasgos muy clásicos, como la presencia de un relato interpolado narrado por otra persona, Alma, aunque este nos llegue filtrado por el punto de vista principal. La acción transcurre en distintos periodos del lapso de tiempo transcurrido entre finales de los años 20 y el mes de octubre de 1999, si bien la mayor parte de ella pasa en tres años, desde 1986 a 1988. Toda la peripecia argumental transcurre en Estados Unidos.
            En El libro de la ilusiones, Paul Auster (1947) entrecruza los dramas vitales de tres personajes: el narrador-protagonista (David Zimmer), la persona en la que Zimmer centra sus investigaciones (Hector Mann) y la persona que consigue que las vidas de los dos anteriores se crucen (Alma Grund), esta última personaje arquetípico de mujer altruista y sanadora. La obra es un monumento de capacidad de fabulación y laboriosidad literarias.
            La novela es además el relato de las consecuencias que puede tener el peso del sentimiento de culpabilidad, muy complicado de llevar para muchos. Igualmente puede considerarse un homenaje a las personas que realizan una labor callada en pro de las artes y la cultura, a veces con fines para muchos inexplicables o, incluso, absurdos. También es un homenaje al cine mudo, a sus actores, aquellos seres de expresividad gestual privilegiada, capaces de transmitir emociones solo con los movimientos de su cuerpo, a veces de uno solo de los músculos de la cara. Hector Mann es un galán cómico, una curiosa síntesis de Rodolfo Valentino y Charles Chaplin. La obra es, así mismo, el relato de la bajada a los infiernos de un hombre ya maduro, David Zimmer, que ve cómo su vida se desmorona de manera accidental y en apariencia irremediable.
Contiene pasajes antológicos.

Paul Auster, El libro de las ilusiones, Barcelona, Seix Barral, 2012. Traducción de Benito Gómez Ibáñez.

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