GARCÍA
HORTELANO, Juan, El gran momento de Mary
Tribune, Barcelona, Debolsillo, 2016; 848 páginas.
Novela publicada en 1972 y redactada durante los ocho años
anteriores. Está dividida en dos partes, la primera de más de seiscientas
páginas, y sólo en esas dos partes, de manera que no existe subdivisión alguna:
todo es un inagotable continuo de prosa muy elaborada en la que brillan los ágiles
diálogos de García Hortelano, destacables en todas sus novelas. La primera parte
transcurre en Madrid durante un verano y la segunda en la sierra de Madrid durante
un fin de semana del invierno siguiente. El narrador, innominado, es el
protagonista. Sólo existe su punto de vista, que se respeta de manera
escrupulosa. Se trata de un funcionario de un negociado de la administración estatal
con inquietudes culturales y gran afición a las mujeres, el trago y la noche,
encarnando con ello el típico macho hispánico salido e insaciable pero visto,
incluso desde su punto de vista, como alguien grotesco y moralmente deleznable.
Tanto él como sus amigos, todos coprotagonistas y pertenecientes a la alta
burguesía, forman un grupo desde la adolescencia y en el momento de la acción
deben tener sobre treinta y cinco años. En la novela no ocurre nada reseñable, extraordinario
—un asesinato, un robo, el hallazgo de un tesoro—, a la manera de la novela
comercial. Consiste en la narración de las alteraciones que produce en las
relaciones de los integrantes del grupo la irrupción en él de Mary Tribune, una
persona que viene de fuera, tiene otros puntos de vista, y posee independencia
económica y una gran generosidad vital.
Los días y las noches de los integrantes del grupo, vistos
siempre desde los ojos del protagonista, se suceden iguales unos a otros,
vacíos. Las sensaciones fuertes del protagonista son tantas y van tan seguidas
que su sensibilidad acaba embotada. Él, totalmente alcoholizado, se convierte
en una especie de buscador continuo del placer por el placer en sí mismo,
ignorando, o despreciando, las víctimas sentimentales que va dejando por el
camino. Una de sus hazañas erótico-festivas tendrá consecuencias dramáticas y
le hará replantearse su vida. De todas formas, el final de la novelas es completamente
abierto.
A destacar el sentido del humor de la novela, del que estoy
seguro beben autores actuales como Eduardo Mendoza. He aquí un pasaje ejemplar
del estilo y el espíritu de la primera parte de la novela. Se trata del inicio
de una de las primeras jornadas del protagonista después de haber sido «retirado»
del trabajo por Mary.
«Mientras emergía de las lúcidas evidencias del sueño a las soleadas incertidumbres, oía las recomendaciones que ambas se dirigían de no perturbar mi reposo. Les di una llamada y acudieron que sólo les faltaba el velo en la cara. Me trajeron en bandeja un desayuno-almuerzo-merienda-cena, cigarrillos, los diarios matinales, una flor sostenida en una tanagra, un número de Life, la afeitadora, un espejo de aumento, un frasco de colonia, analgésicos efervescentes y los prospectos del último correo. Olvidaron un astrolabio. No obstante, la cama crujía bajo el peso de la suntuosidad». (Pág. 412).
El autor dedicó tanto tiempo a
reescribir y corregir el manuscrito que, insatisfecho con el resultado, redacta
frases como «Su hieratismo, recalcado hasta los límites del desprecio, me
ofrecía ella», (página 555), en la que, en un intento de lograr mayor
expresividad, transgrede reglas y leyes, actitud antiacadémica y, a veces, muy
de agradecer, propia de un verdadero creador amante de la poesía.
Por último, destacar los homenajes
que García Hortelano realiza a sus autores favoritos, ya sea en el cuerpo
principal de la narración (Neruda, pág. 188; Sánchez Ferlosio, pág. 195, en
especial a El Jarama; Joyce, pág. 470),
ya sea a través de las decenas de citas de obras que aparecen intercaladas en
el texto (Céline, Lezama Lima, Proust, Martí, Terencio, Cicerón, Sade,
Francisco Delicado, Sartre, Benet, Cortázar y un largo etcétera).
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