Mis pies andaban felices
por en medio del sendero;
los montes me regalaban
con su aroma y su silencio.
La tarde, mansa, caía
en el otoño del cielo;
el sol pintaba tranquilo
mil y un colores de fuego.
Al pasar junto a una encina
mis pasos se detuvieron,
mis ojos quedaron fijos,
mis manos con desconsuelo:
tirada junto al camino,
ya metida en un barbecho,
un aguililla yacía
con un disparo en el pecho.
¿Qué daño hacía este ave,
a quién hería su vuelo,
su vuelo ágil y altivo,
su vuelo alto y sereno?
La noche llegaba lenta
al negro invierno del cielo;
las estrellas no salían:
estaban todas de duelo.
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