Fue en Salta donde te encontré,
en Salta. Acá vivías.
Mi pueblo de sillar y viento,
mi pueblito dormido por los siglos,
se perdió en la distancia
mientras yo andaba el ancho mar nocturno
y la llanura de gigantes;
fueron miles de kilómetros, Pablo,
hasta encontrar tu residencia en Salta,
al pie de las montañas,
de tu altiva cordillera.
Te perdí, Pablo, amigo,
en mi adolescencia incompleta, lejos del Mar,
una tarde lluviosa del enero europeo.
Como buen nómada,
habías cambiado de residencia.
Ya no estabas en la primera;
tampoco en la segunda;
te encontré, al fin, en la tercera:
"venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños."
Fue en Salta, Pablo,
donde una plaza verde de palmeras
se puebla a diario de madres, palomas y niños,
de niños de betún y pegamento,
hijos de la montaña andina, el cóndor y la nieve.
Fue en Salta, Pablo, en Salta,
en una librería polvorienta,
cerquita de tu altiva cordillera.
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