sábado, 22 de abril de 2017

«Doña Berta y otro relato», de Leopoldo Alas Clarín




Leopoldo Enrique García-Alas Ureña, «Clarín».
(biografiasyvidas.com)

CLARÍN, Leopoldo Alas, Doña Berta y otro cuento, Madrid, Aguilar, 1995; 78 págs.


            La lectura de este librito ha venido a llenar de una manera muy agradable un par de tardes de este humilde lector, que parece tener como única meta en esta vida leer libros que le satisfagan y le endulcen el espíritu. Hablo de mí, pensará el lector, de manera engreída, como si me creyera el centro de mi mundo. Pero es que realmente lo soy. Lo demás, lo de fuera, el mundo de la imagen y las nuevas tecnologías, es feo, no me interesa. Mi mundo es chiquito: Mari Carmen, mis lecturas y mis engendros literarios, entre los cuales se encuentran los artículos que improviso cada vez que leo un libro. Y este es sólo uno de ellos.
            Los lectores conocerán a Leopoldo Alas «Clarín» (1852-1901). Es uno de los narradores españoles que todo aficionado a la novela debe leer. No es un autor cómico, ni atrevido, ni siquiera desenfadado. Leyéndolo es complicado encontrar un lugar en el que puedas reír. Sus narraciones, sobre todo los relatos cortos, son hondos, profundos, de una tristeza que se te agarra al alma desde que la narración está mediada y no te suelta hasta el final, cuando ya ha conseguido sacar de ti todo lo que puedas dar, transformar tu insensibilidad en un movimiento de preocupación por el otro, por el más débil.
            El librito está compuesto por un relato que nunca había leído, Doña Berta, y otro que leí hace ya muchos años y es uno de los más conocidos de Clarín: ¡Adiós, «Cordera»! Ambos contienen un canto sincero a la vida en el medio rural. Campo y ciudad (progreso) se contraponen, luchan, y en los dos casos sale victorioso el segundo, que se mueve por principios degenerados, perversos. Por supuesto, las simpatías del escritor, y del lector, irán siempre por el primero, un espacio idílico, donde la persona, su humanidad, su bondad intrínseca, están más protegidas. En ambos casos los personajes principales sufren pérdidas irreparables condicionadas por agentes externos, ignorantes e insensibles a su dolor.

            Doña Berta contiene algunos pasajes memorables en los que se destaca la hostilidad que presenta la ciudad para la persona acostumbrada a la existencia pausada y tranquila del campo. Los capítulos dedicados a la vida de la protagonista en Madrid, sobre todo a su paso por las calles, ella, ya setentona y sorda, que ha pasado toda la vida regalada en los prados asturianos, son realmente antológicos. Y lo mismo podría decirse en el caso de ¡Adiós, «Cordera»!, donde ese progreso malentendido, que tanto daño está haciendo a los bosques y, en general, al planeta Tierra, está simbolizado por un poste de telégrafos y el tendido de la vía férrea. En este, además, Clarín se apoya en los personajes infantiles para aumentar el dramatismo, como en el inolvidable Pipá.           
          Ambos relatos, el primero de ellos más extenso y de un marco cronológico más amplio, están ambientados en las décadas centrales del siglo XIX, en los tiempos de las Guerras Carlistas y el desarrollo del ferrocarril. 

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