domingo, 15 de enero de 2017

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (41)


Aunque no disponemos de pruebas documentales que nos ayuden a establecer la fecha exacta de la vuelta de Anglona a España, sí podemos afirmar que esta se llevó a cabo entre abril de 1843 y diciembre de 1845, fechas, respectivamente, de su testamento, otorgado en París, y de la sesión del Senado celebrada en Madrid el 11 de diciembre del último año mencionado. Podemos suponer que su vuelta fue alrededor de abril de 1844, mes en el que regresa del exilio María Cristina, la Reina Madre, miembro de la familia real muy querida y respetada por los Téllez Girón contemporáneos suyos y por el resto de la alta nobleza española, que se sentiría arropada en su cercanía. Al respecto, llama la atención la numerosa correspondencia mantenida por Mariano (XII duque de Osuna) y el matrimonio formado por María Cristina y su segundo esposo, Fernando Muñoz. Son alrededor de 110 cartas conservadas en el Archivo Histórico Nacional y remitidas entre 1844 y 1877 desde lugares tan variados como Aranjuez, Baden Baden, Beauraing (Bélgica), Bruselas, Cannes, París, Londres, Madrid, Moscú, Roma, San Petersburgo, Wiesbaden, etc. que nos indican el tren de vida tan extraordinario que llevaban las clases privilegiadas de la época. Esas cartas, por cierto, serán objeto más delante de nuestra atención, pues son una muestra de la red de contactos que existía entre sus miembros. En ellas, como veremos, existen evidentes pruebas de cómo Muñoz se sirvió de Mariano en ciertos negocios suyos de ferrocarriles. El duque de Osuna, en su ingenuidad y sus deseos de “servir a la patria”, fue un simple instrumento del avispado Muñoz, que ya podemos imaginar a qué patria servía.
            Por otro lado, 1844 es un año fundamental en la historia de la casa de Osuna. En su transcurso tiene lugar el fallecimiento del XI Duque, Pedro de Alcántara Téllez Girón y Beaufort, hecho crucial que condicionará de forma negativa el futuro de los Téllez Girón. De dicho fallecimiento, al que nos hemos referido en distintas ocasiones, especialmente en la entrega décimo tercera, quedaron numerosos testimonios en la prensa de la época. A continuación les copio íntegro uno de ellos, el firmado por el crítico de arte Pedro de Madrazo en el número de “El Laberinto” correspondiente al 1 de noviembre de 1844, en concreto en su página 8. Es de suponer que el príncipe de Anglona se encontrara entre los asistentes a las solemnes exequias de su sobrino.  

Fotografía de pantalla de la web de la BNE

“El martes 29 de octubre, desde las 8 de la mañana hasta después del mediodía, se vieron pasar continuamente por todas las calles que conducen al suntuoso templo de Santo Tomás, personas de las clases más distinguidas de la sociedad, todas en atavío de ceremonia; –cubiertas la unas con ricos uniformes, revestidas las más de triste luto;– muchas en elegantes carruajes, cuyas libreas anunciaban a los mas ilustres títulos de la grandeza y la nobleza españolas; familias esclarecidas; altos funcionarios y dignidades; diplomáticos extranjeros.– Iban todas a tributar un último homenaje a la memoria del malogrado duque de Osuna, grata a todo corazón bien nacido, y a unir con las sagradas plegarias del ritual católico que pronuncia la Iglesia como la última en separarse de los difuntos, un voto postrero, una plegaria muda é íntima por la paz de aquella ánima tan noble y egregia en su paso por el  mundo.
            El magnífico aunque lúgubre aparato del interior del templo, la suntuosa capelardente que alzándose en medio del crucero llenaba todo su espacio y le inundaba de vapor luminoso,  los fúnebres paños que pendientes de la gran bóveda hacían reverberar sus franjas de oro con siniestro brillo, aquella multitud de voces y de instrumentos que desde lo alto del coro enviaban con sentidos acentos, oleadas y ráfagas de armonía, que bajando en nubes llegaban al corazón en lágrimas; aquel inmenso gentío entre el cual apenas se distinguía una sola fisonomía plebeya, aquella inmensa reunión de cuanto encierra la corte de mas selecto en ambos sexos, en capacidad y en alcurnia, todo aquel conjunto en fin de pomposa y funeral solemnidad, indicaba que el objeto de aquel piadoso sufragio era un personaje, tan importante que debió a su cuna un puesto en la escala social inmediatamente después del trono y de los príncipes. Y sin embargo, al recordar que ese ilustre difunto era ayer el mancebo más gallardo, elegante y apuesto de la corte; al pensar en él como no ha mucho le contemplaba la capital, luciendo con todo el fasto noble y natural de quien es grande y poderoso desde que vio la luz, lleno de vida y lozanía, ya entregado a los inocentes ocios de la juventud y caballero en su yegua alazana triunfando en la carrera, ya presidiendo a [sic] un instituto literario al cual hizo generosos donativos (el Liceo de Madrid), ya amparando a multitud de seres desgraciados, y siendo la Providencia de las familias indigentes que hoy sin tregua le lloran; al reflexionar que aquel joven personaje parecía destinado a ser uno de los más robustos sostenes del trono, uno de los mas generosos campeones de la libertad racional, un Villena para las letras, un Médicis para las artes, y que toda esa esperanza, ya floreciente, quedó deshecha y muerta bajo una losa en el mezquino espacio de una huesa de pocos pies, no podíamos persuadirnos de que fuesen las exequias del duque de Osuna las que estábamos contemplando, ni acabábamos de creer que a la salida del templo fuese imposible volver a verle aun, a la luz del día, entre el gentío del paseo, atravesando en un rápido carruaje las calles y el salón del Prado por donde andábamos.
            Creemos, poniendo nuestra confianza en la Providencia, que todos los hombres mueren oportunamente; pero el sentimiento se resiste a considerar como oportuna la muerte de un personaje notable, cuando es arrebatado en la más florida época de la vida.
Dignas fueron en verdad aquellas suntuosas exequias del mortal por quien se hacían; no porque lo requiriese la vanidad mundana en nombre de ese malogrado mancebo que hoy es sólo un puñado de ceniza, sino porque es justo que a la gran pérdida corresponda grande duelo. Le ofreció nuestra consoladora madre la Iglesia sus poderosas preces: lágrimas la amistad: votos el inmenso gentío: y un tributo acomodado al espíritu del cristianismo el genio del arte en el elegante catafalco ideado por D. Valentín Carderera.



(Museo del Romanticismo, Madrid)


Sobre un basamento octágono [sic] de gran diámetro, y de unos seis pies de altura, se elevaba un cuerpo de arquitectura de veinte faces, formando un mausoleo o panteón de exquisito gusto gótico de principios del décimo quinto siglo. Cada una de estas veinte faces ó lados tenía su pórtico de arcos ojivales, sostenido por sendas columnas de alabastro, esbeltas y coronadas de lindos capiteles de relieve. A excepción de las tres arcadas que miraban a la puerta del templo, y las otras tres correspondientes al altar mayor, todas las demás estaban cerradas con grandes lápidas de jaspe negro; y en estas se leían con grandes letras de oro cubitales y de forma borgoñona los principales títulos que poseía el ilustre difunto: Osuna, Benavente, Béjar, Gandía, Arcos, Belalcázar, Infantado, Lerma, Pastrana, Medina de Rioseco, Tábara, Ureña, Peñafiel y Lombai; sobre cada uno de estos títulos había una corona ducal dorada que guarnecía graciosamente los adornos que decoraban los tímpanos de todos estos arcos ojivales. Las tres arcadas abiertas de los dos frentes daban entrada a una espaciosa cámara sepulcral de regular elevación. Las paredes de esta estaban subdivididas en espacios imitando pórticos del mismo carácter que su arquitectura exterior, y en ellos lucían con augusta sencillez estas inscripciones, figurando letras de bronce sobre lápidas de mármol:
Al lado derecho: DON PEDRO ALCÁNTARA TÉLLEZ GIRÓN / DESCENDIENTE DE SAN FRANCISCO DE BORJA / Y DEL GRAN DUQUE DE OSUNA / DE ALMA TIERNA Y CORAZÓN RECTO
            Y en el lado opuesto: SIEMPRE LEAL a SU REINA Y a SU PATRIA / BENÉFICO CON LOS POBRES / NACIÓ EN CADIZ / MURIÓ EN MADRID
            En el centro de este recinto se hallaba el arca sepulcral de alabastro, con adornos góticos de purísimo gusto que encerraban los blasones del difunto: estaba sostenida por cuatro hermosos leones de bronce tristemente tendidos sobre sus zarpas, y cubierta en parte con un amplio manto de Santiago, sobre el cual brillaba la corona ducal. Daban a esta cámara sepulcral un aspecto sagrado y venerando su escasa luz, la riqueza severa de su ornamento, y el incierto brillo de los cuatro trofeos de completa armadura que ocupaban sus cuatro ángulos, y que se representaban a la imaginación como cuatro celosos vigilantes de aquel sepulcro, ó como cuatro antiguos héroes de la casa de Osuna, velando el eterno sueño de su caro descendiente.
            Sobre este primer cuerpo se elevaba otro de igual número de arcadas, de menor dimensión, formando frontones angulares, separados por esbeltas columnas pareadas de muy agradable efecto. En sus centros se veían los escudos de armas de todas las ilustres familias cuyos títulos heredó el duque de Osuna; los Mendoza, los La Cerdas [sic], los Ponces de León, los Silvas, los Toledos, los Borjas, los Zúñigas, etc. El tercer cuerpo se elevaba majestuosamente en forma de pináculo piramidal de veinte lados, cuyas aristas estaban guarnecidas de crestería de relieve, correspondiente a la que ornaba los arcos del primero y segundo cuerpo. Y por último, sobre una peana octágona de alabastro, coronaba toda esta rica capelardente la estatua  de la Religión.
            Por la ligera descripción que acabamos de hacer podrán nuestros lectores formarse una idea aproximada de la forma del monumento; pero sólo habiéndole visto iluminado es posible apreciar el grande efecto ideado por el señor Carderera al tomar por modelos los elegantes cenotafios de la cristiandad erigidos en los siglos XIV y XV. La forma gótica de esos tiempos, es la que en realidad cuadra mejor al carácter de un monumento arquitectónico erigido a la memoria de un esclarecido mancebo, en quienes las dotes de la naturaleza rivalizaban con los favores de la fortuna; porque es preciso que la obra del artista revele el espíritu que preside a su ejecución. Cenotafios ofrece la historia del arte en otros siglos de carácter más severo y robusto, que sin embargo no dejan de ser bellos en su forma; pero en esbeltez, en riqueza, en elegancia, no hay construcciones funerarias comparables a las que nos dejaron los arquitectos alemanes de la escuelas de Colonia y Estrasburgo, en las cuales va siempre unida a la delicada y fantástica ligereza del conjunto, el pensamiento profundamente cristiano de espiritualizar y aniquilar en cierto modo la materia para levantarla como en ofrenda hacia la morada del Criador. Además, como hemos indicado, siendo destinado el cenotafio al difunto duque, era más filosófico darle las cualidades de esbelto, rico y elegante, que las de severo y robusto; así como fue filosófico hacer lo contrario con el monumento erigido en la catedral de Delft a Guillermo el Taciturno.
            Producía la iluminación en el catafalco un cuadro verdaderamente mágico. En los ocho ángulos del basamento había unos grandes candelabros en forma de obeliscos, que sostenían considerable número de hachas formando como un cerco de cipreses inflamados; las cresterías del primero y segundo cuerpo, llenas también de hachas de menor llama, producían el efecto de dos coronas, la una mas grande que la otra, de luz tranquila, y como suspensas en aquel vaporoso ambiente que sin pertenecer a la tierra ni al cielo parece mas bien emanado de la memoria triste pero transitoria adonde van nuestros sufragios. En la parte superior la luz era todavía más quieta y escasa, y el ambiente aparecía sereno, ligeramente teñido por el vapor que ascendía, y por la claridad crepuscular que bajaba de la alta cúpula del templo interceptada por el negro pabellón. Contrastaban singularmente la dos zonas extremas; en la inferior, convertida en un bosque incendiado, descollaba sobre cada uno de los cuatro lados oblicuos del basamento un heraldo de armas, apoyado en su lanza con marcial continente, como velando el reposo de su señor cercado en su tienda por los peligros y los fuegos del combate (que tal es la vida!); en la superior, se destacaba en un tibio crepúsculo la Religión consoladora, que recibió en su seno el último suspiro del que yacía en aquella tumba!
            En la obra de que hemos hablado son muy dignas de elogio, además de la idea debida exclusivamente al señor Carderera, la ejecución y la ornamentación. La ejecución ha sido dirigida en gran parte por el arquitecto D. Martín López Aguado: en cuanto a la ornamentación, constituyen su parte principal las bellas estatuas de los cuatro heraldos de armas ejecutadas por el distinguido escultor D. José Tomás”.

Al menos dos de los artistas que cita Madrazo al final de su artículo habían trabajado para la familia real y la misma casa de Osuna. Martín López Aguado fue responsable, entre otros, de distintos trabajos en el edificio del Museo del Prado y en la construcción de la residencia principal de “El Capricho” de la Alameda de Osuna. Valentín Carderera, por su parte, y como vimos en la entrega treinta y nueve de esta serie, recibió en París, de María Cristina, el encargo de retratar a sus más fieles seguidores, entre los que se encontraban Anglona y su esposa.

(Procedencia indeterminable)

Los signos de opulencia de la casa ducal se encuentran en todo el artículo, incluso en la misma elección del tema por parte de Pedro de Madrazo. Tanto él como su hermano Federico, este último uno de los pintores mejor dotados de la época en España, necesitaban de la cercanía y la aprobación de las clases altas, las que les proporcionaban los encargos e integraban, de manera casi exclusiva, la nómina de suscriptores de las publicaciones especializadas de la época, El Laberinto, por ejemplo. De ahí ese desprecio hacia las clases bajas que se advierte en la primera parte del artículo, hoy día impensable en España, pero generalizado en el contexto de la época.


El XI duque de Osuna, (Federico de 
Madrazo, 1844). Colección del
Banco de España.



            Federico había pintado al Duque recién fallecido ese mismo año, poniendo de fondo el patio del Infantado de Guadalajara. Fecha y firma pueden apreciarse en el ángulo inferior izquierdo, junto al bastón. La pintura forma parte de la colección del Banco de España, donde quizá llegó como forma de cobro de parte de la deuda de la Casa a la muerte de Mariano. Ese extremo, como muchos otros, está por investigar.
Como ya indicamos en la entrega número treinta, los restos de este duque fueron trasladados al panteón ducal de la Colegiata de Osuna en abril de 1849.

(Continuará).


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