sábado, 21 de enero de 2017

"El crimen de lord Arthur Savile y otros relatos", de Óscar Wilde



WILDE, Óscar, El crimen de Lord Arthur Savile y otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995; 80 págs. No se menciona al traductor. [Lord Arthur Savile's Crime. The Happy Prince. The Devoted Friend].

            Libro compuesto por tres narraciones, las tres muy distintas. Ahora iremos con ellas.
           Antes de eso quiero llamar la atención sobre el hecho de que no aparezca el nombre del traductor por ningún lado. ¿Por qué? ¿Es que los traductores no tienen derecho a la memoria de su trabajo? En el mundo editorial, a menudo de una mezquindad y una crueldad insospechada, ese negocio, puro negocio donde es corriente aprovecharse del talento y la falta de apetitos materiales de muchos escritores no pagándoles nada, o muy poco, parece que el traductor no tiene derecho a la vida. Ni siquiera se le nombra. Dicen que representantes como Carmen Balcells (q.e.p.d.) mejoraron mucho la situación de sus representados. Puede ser, ojalá, pero ese negocio sigue pareciendo la jungla. Y ahora, con internet, no les digo nada: piratería y robo de ideas y sudor intelectual ajeno de la forma más descarada. Buscando por ahí, precisamente en esta página, he encontrado datos para suponer que los traductores de algunos de los tres relatos, si no de todos, fueron Julio Gómez de la Serna y E. P. Garduño, pero no puedo asegurarlo. En fin, lector: cuando compre usted un libro acuérdese de la persona que lo escribió o lo tradujo, porque es muy posible que muriera en la más absoluta indigencia y ahora hasta se le niegue el derecho a la memoria. Por otra parte, el título del libro resulta engañoso porque no consiste en la traducción del original inglés de 1891, Lord Arthur Savile's Crime and Others Stories, sino en la traducción de tres narraciones publicadas originariamente en dos libros distintos, el mencionado y uno anterior, de 1888, escrito para niños: The Happy Prince and Other Stories. Si ha llegado leyendo hasta aquí quizá se preguntará por qué he comprado y leído un libro con tantas carencias. La respuesta, como casi siempre, y para casi todo, está en las relaciones humanas. Unos conocidos cerraban su librería y liquidaban las existencias y yo, por ayudarles, como un amigo fiel, pero en este caso de verdad, acudí para echarles una mano. El autor además me ha atraído siempre.
A pesar de todo, y ahora que me he desahogado, debo decirles que el balance de la lectura ha sido positivo. No saben lo que me he reído con el primero de los relatos, el más extenso, escrito con el mismo humor que algunas obras de teatro suyas que leí hace años, sobre todo La importancia de llamarse Ernesto. Degusten la descripción que hace en El crimen de lord Arthur Savile del carácter de lady Windermere, un personaje recurrente en su obra:

“Desde muy joven descubrió en la vida la importante verdad de que nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento; y, por medio de una serie de aventuras despreocupadas, inocentes por completo en su mayoría, logró todos los privilegios de una personalidad. Había cambiado varias veces de marido. En el Debrett o Guía nobiliaria, aparecía con tres matrimonios en su haber; pero nunca cambió de amante y el mundo había dejado de chismorrear a cuenta suya desde hacía tiempo. En la actualidad contaba cuarenta años, no tenía hijos y poseía esa pasión desordenada por el placer que constituye el secreto de la eterna juventud”. (Págs. 8 y 9).


            En el contenido de la cita llama la atención la alusión a una de las obsesiones recurrentes del autor, la eterna juventud, motor importante de la acción en El retrato de Dorian Gray.
            Del último relato, El amigo fiel, poco tengo que decir: una fábula sobre los falsos amigos y la necesidad de esa necesaria dosis de sano egoísmo que todos necesitamos para sobrevivir a las trampas que, a veces, se nos tienden.
            El príncipe feliz es una delicia. Reencontrármelo después de varias décadas de haberlo leído, allá en mi infancia, ha sido muy emocionante. Es un relato inspirado por los mejores sentimientos que pueden albergar las personas. Contiene una fuerte crítica social, y es muy aconsejable para despertar esa conciencia en los niños, que no crezcan como personas prepotentes e insolidarias. Durante su lectura, además, me he contemplado con muchísimos años menos, y eso siempre es un placer. Posee una estética modernista, de gusto orientalizante, evocadora tanto de poemas de Rubén Darío como de cuadros de Gustav Klimt.
            En fin: un libro de contenido muy especial en una edición muy poco aconsejable.


El autor fotografiado durante su viaje a Nueva 
York (Napoleón Sarony, 1882)

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