martes, 26 de abril de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (33)

         En el periodo histórico en el que se encuentra nuestro relato, el comienzo del reinado de Isabel II, resulta obligado seguir dedicando espacio a familiares directos de Anglona que también desempeñaron un importante papel en la historia de España. Los lectores de esta serie de artículos recordarán una hermana de Anglona de nombre Joaquina –mencionada en los ns. 3, 10, 21 y 23–, la marquesa de Santa Cruz, de la cual publicamos dos retratos: un célebre lienzo de Goya fechado en 1805, en el que aparece de cuerpo entero, tendida sobre su costado derecho y sosteniendo con la mano izquierda un curioso instrumento musical, mezcla de guitarra y lira; 



y una miniatura de 1820, de autoría indeterminada pero espléndida, más formal y carente de las alusiones mitológicas del anterior. 




El hecho de haber sido, de las tres hermanas, la que más atención ha recibido en esta serie de artículos ha obedecido hasta ahora al protagonismo que han tenido dos personas de su entorno más directo: su marido y su hija Inés.
En 1801, en la capilla de la casa de campo de la Alameda de Osuna, Joaquina había contraído matrimonio con el marqués del Viso, José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein. Marqués de Santa Cruz desde 1816, José Gabriel ocupó cargos culturales y políticos de primer orden: director del Museo del Prado, director perpetuo de la Real Academia Española, Mayordomo Mayor de Fernando VII y, como diplomático, embajador en Francia e Inglaterra. Fruto de la unión nacieron un niño, fallecido de forma accidental en 1823, y tres niñas. Una de ellas, Inés de Silva Téllez-Girón, casada con el marqués de Alcañices, fue aquella muchacha de gran belleza por la que su primo hermano el XI duque de Osuna perdió la cabeza e incluso la vida como ya saben los lectores por la conocida obra de Marichalar. También hemos publicado su retrato, una miniatura de Garrois en la que se ve a una muchacha de menos de veinte años, cabello rizado y grandes ojos almendrados. 

                                                                 


            En este caso, sin embargo, la mención de la marquesa de Santa Cruz viene al caso por méritos propios. El 2 de diciembre de 1834 pasa a ocupar importantes cargos palaciegos: preceptora de la reina niña y de su hermana, y Camarera Mayor de Palacio, puestos privilegiados que le permitirán estar en contacto directo con la reina niña y el círculo que la rodeaba. Exceptuado el periodo comprendido entre el 1 de agosto de 1841 y el mismo mes y día de 1843, tiempo en el que deja el cargo por razones políticas, seguirá en él hasta 1847, año en el que obtiene la jubilación del empleo. (Joaquín Ezquerra del Bayo, Retratos de la familia Téllez-Girón, novenos duques de Osuna; Madrid, 1934, pp. 46-47). Morirá en 1851, el mismo año que Anglona. Los dos hermanos debían estar muy unidos como demuestra la manda a su favor que nuestro protagonista incluirá en su testamento. Según Francisco Javier Gutiérrez Núñez, en el documento que recoge sus últimas voluntades Anglona no se olvidará 
“de otorgarle un legado a su hermana Doña Joaquina Téllez Girón, marquesa de Santa Cruz. Pedía que de uno de sus objetos “de cualquier clase”, su hermana tomara el que quisiera y agradara, “en memoria del tierno cariño que siempre le he profesado”. (Extraído de “D. Pedro de Alcántara Téllez Girón y Alfonso Pimentel. Teniente General, Príncipe de Anglona y Marqués de Jabalquinto (1786-1851): Vencedor desde el Estrecho al Pirineo”. Fue leído en las XII Jornadas Nacionales de Historia Militar. Las Guerras en el primer tercio del s. XIX en España y América, celebradas en Sevilla del 8 al 12 de noviembre de 2004).
            La labor de Joaquina como preceptora de la joven reina, declarada mayor de edad con 13 años, huérfana de padre, poco atendida por su madre y, para colmo, casada contra su voluntad con un hombre que no le atraía lo más mínimo, no tuvo que ser nada fácil. De ideología conservadora, se le cita —siempre como la marquesa de Santa Cruz— en todos los manuales de historia de la época isabelina por las palabras que dijo a la joven reina después de que firmara en noviembre de 1843 un decreto de disolución de las Cortes contrario a sus intereses: 
“Vuestra Majestad ha firmado la sentencia de muerte de la Monarquía”. (José María Jover, La era isabelina y el sexenio democrático, Madrid, 2005, p. 564).

(Continuará). 

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