jueves, 30 de julio de 2015

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (16)




(Imagen tomada de fernandovera.es)



Y llegamos a 1820. El 1 de enero, mientras la gran mayoría de los ursaonenses veía la nieve por vez primera —recuerde el lector el contenido de la entrega número doce—, un general de treinta y cinco años llamado Rafael de Riego y Núñez, totalmente desconocido hasta ese momento, situado ese día en un lugar visible por los soldados a su mando, que estaban formados y tiritando de frío en las Cabezas de San Juan, leía el texto siguiente: “Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo, yo no podía consentir como jefe vuestro que se os alejase de vuestra patria, en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al Nuevo Mundo; ni que se os compeliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y opresión. Vosotros debéis a aquéllos la vida, y, por tanto, es de vuestra obligación y agradecimiento el prolongársela, sosteniéndolos en la ancianidad; y aun también, si fuese necesario, el sacrificar las vuestras, para romperles las cadenas que los tienen oprimidos desde el año 14. Un rey absoluto, a su antojo y albedrío, les impone contribuciones y gabelas que no pueden soportar; los veja, los oprime, y por último, como colmo de sus desgracias, os arrebata a vosotros, sus caros hijos, para sacrificaros a su orgullo y ambición. Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno, para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra que podría fácilmente terminarse con sólo reintegrar en sus derechos a la Nación española. La Constitución, sí, la Constitución, basta para apaciguar a nuestros hermanos de América. […] El Rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución, […] pacto entre el Monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda Nación moderna. [...]. Sí, soldados, […] ¡Viva la Constitución! ”. (Alberto Gil Novales, Rafael de Riego. La Revolución de 1820, día a día, páginas 34 y 35). Las “cadenas” mencionadas en el texto del pronunciamiento serán utilizadas por los partidarios de la otra España cuando, para defender al Fernando VII más autoritario y retrógrado, griten “¡Vivan las cadenas!”. La división de nuestro país en dos partidos opuestos e irreconciliables, incapaces de llegar a un entendimiento en bien de todos, estaba servida. De aquellos lodos, los polvos actuales.
Aún está por estudiar en profundidad, y por poner en valor en una supuesta “Ruta Liberal” que se podría crear para el año 2020, el papel que jugó Osuna en el alzamiento del 1 de enero pues, como ya adelantamos en la entrega mencionada más arriba, era una de los tres pilares de este golpe militar de inspiración liberal. Según Miguel Artola en su obra mencionada en la dicha entrega, en el plan de operaciones figuraba que “las tropas de artillería concentradas en Osuna servirían de centro de reunión a las unidades vecinas y marcharían luego sobre Cádiz, que, para entonces, se calculaba estaría ya en manos de los sublevados”. Aunque muy mermadas en número por las deserciones y la dispersión provocada por la rapidez de la marcha, dichas tropas llegaron a las inmediaciones de Cádiz sobre el 7 de enero. Estaban al mando del general Miguel López-Baños Monsalve, que sería Ministro de Guerra entre el 10 de julio de 1822 y el 29 de abril de 1823. En cuanto a la ciudad de Cádiz, no se rendiría totalmente a la causa constitucional hasta finales de marzo y Riego no entró en la ciudad hasta el 2 de abril.
Fernando, obligado por las circunstancias, había jurado la Constitución de Cádiz el 7 de marzo. En relación a este juramento, García Blanco, en las páginas 52 y 53 de su Resumen de un siglo, da la explicación siguiente: “tanto le intimidaron las turbas madrileñas que, capitaneadas por un negrazo [sic], á machete desnudo, entraron en palacio gritando: ¡Viva la Constitución! ¡Que la jure! ¡Que la jure!”. Por su parte, el marqués de Miraflores, en la página 36 de su biografía de Anglona ya mencionada, escribe sobre este motín madrileño: “En él apareció Anglona ocupando el puesto de los leales; yo le vi, y á mi lado desenvainó su espada para contener las demasías de la plebe sublevada que ocupaba las escaleras de Palacio, y que los esfuerzos hechos por pocos, y entre ellos los de Anglona, logramos [sic] contener, evitando fuesen ocupadas las regias habitaciones por gente amotinada.” Por encima de su condición de liberal, aunque siempre moderado, Anglona no dejaba de ser un militar y una persona responsable que no podía permitir que una multitud entrara en el Palacio real y cometiera los desmanes y destrozos habituales en estos casos.
En cualquier caso, ya hemos entrado de lleno en el Trienio Liberal, una época afortunada en la vida de nuestro protagonista. Ahora le llueven reconocimientos, nombramientos y honores: Coronel del Primer Regimiento de Reales Guardias de Infantería (22 de marzo), Grandeza de España de 2ª clase (12 de abril), Grandeza de España de 1ª clase (21 de abril), Consejero de Estado (1 de mayo) y otros, como director del Museo del Prado, de los que hablaremos en próximas entregas.
(Continuará).

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