jueves, 12 de abril de 2018

«El zafarrancho aquel de via Merulana», de Carlo Emilio Gadda





Carlo Emilio Gadda, El zafarrancho aquel de via Merulana, Barcelona, Seix Barral, 2004, 366 páginas. [Quer pasticciaccio brutto de via Merulana, 1957; traducción de Juan Román Masoliver].

            Si la labor del traductor resulta imprescindible para adentrarnos en novelas escritas en idiomas que no conocemos, o no dominamos, en este caso habría incluso que rotular con su nombre alguna calle importante si es que aún no existe. Juan Ramón Masoliver realizó con Gadda una labor pareja a la de Pedro Salinas con Proust, José María Valverde con Joyce o Javier Marías con Sterne. Colosal. Y no exagero.
            No sé qué tienen los ingenieros que escriben novelas de tanta complicación formal. Imposible no recordar a Juan Benet al leer a Gadda. Tiene que haber muchos ejemplos más pero a mí se me escapan. El caso es que El zafarrancho aquel de via Merualana está redactado con el lenguaje más enrevesado que pueda imaginarse. Gadda recoge el habla de la calle, de los romanos más humildes, de los desfavorecidos. Truhanes, busconas, vendedores ambulantes, curanderas, todos hablan como saben, solo usan un registro, y el escritor, que sí domina otros, y aún otros idiomas, entrevera con aquéllos pasajes escritos en un lenguaje barroco repleto de bellos cultismos latinos, a veces de sintaxis de periodos generosos, tan abundantes en la subordinación que podrían haber sido escritos por el Sánchez Ferlosio de El testimonio de Yarfoz.
            La lectura de Gadda no es cómoda por las exigencias léxicas. Uno, ignorante, puede suponer que posee vocabulario hasta que lee esta novela. De ahí que la labor del traductor sea realmente admirable.
            El zafarrancho aquel de via Merulana relata la pesquisa llevada a cabo para aclarar unos delitos cometidos en un domicilio romano. Son los últimos días del invierno de 1927. De la mano del autor, el lector se sumerge en las bulliciosas calles de la Roma fascista —intenten imaginar cómo eran—, en sus mercados, en sus tabernas del extrarradio, lugares frecuentados por hombres facinerosos y mujeres de carácter a las que la vida trató mal desde el principio y en la que ellas intentan desenvolverse con el menor daño posible. Como otros muchos intelectuales, Gadda parece sentirse atraído por los bajos fondos, por los delincuentes, por los fuera de la ley, cumpliéndose con ello una constante muy llamativa. 
          En definitiva, una novela para lectores exigentes amantes del conocimiento de la historia italiana del siglo XX.

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