viernes, 4 de agosto de 2017

«Tierra de rastrojos», de Antonio García Cano





GARCÍA CANO, Antonio, Tierra de rastrojos, Dos Hermanas, Imprenta Sevillana , S. A., 1976 (2ª ed.; la 1ª es de 1975); 303 páginas. Prólogo de Antonio Burgos. Ilustraciones y portada de Francisco Cuadrado.

            Novela de realismo social, en este caso centrada en la vida de una familia de colonos pobres, arrendatarios de pequeñas parcelas, durante el periodo comprendido aproximadamente entre los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera y los años finales de la década de los cuarenta. El lugar, sin definir con exactitud, puede situarse en el territorio comprendido entre las poblaciones sevillanas de Osuna, Lantejuela, Marchena y la Puebla de Cazalla. El protagonista, un hombre joven y saludable que sólo posee sus manos y el deseo de sacar adelante su familia, verá como todos sus esfuerzos de progreso resultan inútiles ante las barreras levantadas por un sistema injusto. En esta línea, la novela recuerda obras inspiradas por el mismo espíritu de lucha y reivindicación, como Las uvas de la ira, de Steinbeck, pero con la peculiaridad de estar escrita por alguien que conoció la explotación laboral y la injusticia desde la misma infancia y en carne propia.
            Muchos de los libros que uno lee acaban con el nombre del lugar donde fueron escritos y el periodo de tiempo que llevó redactarlos. Así, es muy corriente encontrar finales como «Toledo, primavera - verano de 2009» o, por decir algo, «Vilanova i la Geltrú, 2000 - 2001». Esos finales son normales y no impresionan demasiado. Lo que ya no es tan normal es encontrarse un final como el de Tierra de rastrojos:

«Jaén, Prisión Provincial.
Segunda Galería, celda 21. 
Años 1.970 - 1971».

            Y uno se pregunta qué pudo llevar a la cárcel al autor e investiga su biografía. La tienen ahí, en internet, en muchos lugares.
García Cano es un autor muy admirado por las personas que sienten la Andalucía señorial, que conocen su historia. El primero en admirar su obra es el prologuista, que da la bienvenida a la novela como la “primera novela estrictamente campesina del Sur” (pág. 10), esto es: la primera novela sobre el campesino andaluz, sobre la vida en las gañanías de los cortijos, en los tajos de siega a mano, en las chozas de los colonos, incluso en las tabernas, las iglesias y los casinos de los pueblos escrita por un trabajador, por una persona que en su infancia cuidaba cabras y cerdos, que apenas fue a la escuela, pero era poseedor de una gran inteligencia natural. De hecho, este servidor, que conoce la zona donde transcurre la novela y los hechos que relata, no puede dejar de admirar la manera que tiene de contar todo sin señalar a nadie directamente y de disfrazar los lugares de manera que sólo resulten identificables por algunos y de manera indirecta. En las biografías de García Cano se cuenta que perteneció al PCE, que vivió la infancia en Lantejuela, que trabajó de dependiente en El Saucejo, de camarero en Osuna, que hizo la mili en Sevilla y otras circunstancias vitales más que le dieron un bagaje cultural tremendo, pues la sabiduría de García Cano no era de la que se aprende en la Universidad. Era sabiduría práctica. De todas formas, y a la vista del estilo que posee escribiendo, estoy seguro de que en algún momento de su vida alguien con medios supo ver en él unas capacidades que debían fomentarse y le abrió su biblioteca. Ahí tuvo que conocer la gran literatura. García Cano escribe bien, sin abusar de adjetivos ni de cultismos, y además realiza un homenaje, con su uso, al habla de la zona, pues no es normal encontrar en las novelas que uno lee palabras como chiquichanca (persona, normalmente un niño, que está para los trabajos más humildes) o sardinel, que en la zona de Osuna pronunciamos sardiné.
La Andalucía de los grandes latifundios ha evolucionado mucho desde que se escribió esta novela. La vida en general ha mejorado de manera notable en estos pueblos. Por mi edad aún puedo reconocer muchas de las situaciones que se describen en la novela, pero estoy seguro de que los más jóvenes, sobre todo si viven en ciudades, ya no podrán hacerlo. Afortunadamente para ellos. No han conocido el gran éxodo de los sesenta y los setenta, que se llevó gran parte de la sangre más joven y emprendedora a Cataluña o el País Vasco, ni tampoco, por suerte para ellos, las tabernas en las que todavía en mi infancia había carteles en las paredes donde se leía “Prohibido escupir en las paredes”. Esto ha mejorado, sí. Pero ahora se muere. Se muere porque las administraciones hacen caso omiso a las voces que se alzan pidiendo nuevas conexiones ferroviarias —parece que quiere dejar enterrados más de 200 millones de euros ya invertidos en la plataforma del AVE— o el apoyo a empresas que creen puestos de trabajo y puedan radicarse aquí. Mientras todo siga más o menos como estaba, la sociedad será subvencionada y languidecerá entre bellas fachadas de casas señoriales. Pueblos como Osuna, por no tener no tienen un teatro ni un auditorio dignos, ni una instalación deportiva tan saludable como una piscina cubierta. Cualquier persona de la zona que viaje a comarcas de economía más dinámica quedará admirada de los equipamientos de otras poblaciones. La zona que describe García Cano en esta novela de manera magistral necesita el empuje de las administraciones. Lo está pidiendo a voces.


Cencerro, en el centro, sentado, 
rodeado de parte de sus hombres. 
Aunque su territorio eran las sierras del sur de Jaén, 
García Cano lo nombra en la página 235. Era la Guerrilla. Años 40.


En cuanto a técnicas narrativas, Tierra de rastrojos está narrada en tercera persona omnisciente clásica. El lector actual poco acostumbrado a las novelas del XIX echará en falta durante la lectura mayor ilación de la trama y una acción más dinámica. Hay capítulos lentos, de espíritu que podríamos llamar documentalista, en los que el autor quiere dejar constancia de ceremonias o formas de vida cuya vida presumía corta. Le asombraría saber hasta qué punto se perpetúan.

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