domingo, 12 de marzo de 2017

«La muerte de los héroes», de Carlos García Gual




GARCÍA GUAL, Carlos, La muerte de los héroes, Madrid, Turner, 2016; 162 páginas.

            Ensayo no especializado, asequible para cualquiera. Su lectura servirá para refrescar nuestros conocimientos sobre mitología griega, hoy día muy oxidados debido a los impactos «culturales» que nos llegan masivamente desde los dispositivos móviles, muy alejados todos ellos de cualquier cosa que nos haga pensar y reconciliarnos con nuestras raíces culturales. Ellas son las realmente importantes, la base de nuestra humanidad. Lo otro sólo es ruido.
            Quien de niño, ya sea gracias a películas de animación o a narraciones más o menos abreviadas, no haya conocido los mitos griegos, no haya fantaseado con Teseo siguiendo el hilo de Ariadna, o con Hércules enfrentándose al león de Nemea, por citar los más conocidos, siempre está a tiempo de hacerlo. Y gracias a libros como este, de intención divulgativa, muy didáctico, lo tiene muy a su alcance. Aquí encontrará los principales protagonistas de la Ilíada y la Odisea, sabrá cómo vivieron y, sobre todo, cómo murieron, pues de muchos de ellos, exceptuados, claro está, el caso de aquellos de muerte célebre, como Aquiles, Héctor o los pérfidos pretendientes de Penélope, nunca hemos sabido cuáles fueron las causas de su desaparición. Seguramente ni nos lo habíamos preguntado. Nos sorprendería, por ejemplo, saber que Jasón, el célebre navegante que viajó a la Cólquide para recuperar el Vellocino de Oro, murió ya en su vejez y por accidente, golpeado precisamente por el carcomido mástil de su nave Argo, a la sombra de la cual dormitaba. O cómo murió el mismo Orfeo, célebre por su descenso al Hades en busca de Eurídice, despedazado por Bacantes que se sentían despreciadas, según algunas versiones, o actuantes al dictado de dioses vengativos, según otras.
            De todas las historias, la que más me ha llamado la atención por el mensaje contra el conservadurismo que contiene, es la historia de la muerte de Penteo, 

«descuartizado por un tropel de mujeres furiosas acaudilladas por su propia madre, Ágave, hija de Cadmo, en una escena de delirio báquico». (Pág. 59). 

La historia de Penteo simboliza el fracaso de las fuerzas inmovilistas, que intentan oponerse a las libertades individuales, encabezadas por el dios Dionisio y sus bacantes o ménades, representantes de un culto a la sensualidad, mal visto por las estrechas miras de la sociedad local. Su lectura puede recordar episodios de la vida de cualquier población o sociedad demasiado inmovilista. El hecho de que su misma madre colaborara en su muerte fue algo accidental pero potenciador del drama. Este relato sirve también para recordar el buen gusto que tenían los autores dramáticos griegos clásicos, pues hechos como estos, de gran violencia, no suelen ser expuestos de manera directa, sino relatados por un testigo presencial, de forma que se ahorra al espectador la visión gratuita de la sangre y las vísceras repartidas por el escenario.

«La representación dramática evita ofrecer, como suele ser normal en la tragedia griega, la visión en escena del hecho sangriento». (Pág. 76).

Es todo lo contrario de lo que ocurre en el cine actual, donde existe una corriente muy extendida amante de la exhibición de esas atrocidades. Los relatos épicos, la Ilíada especialmente, fueron por otro lado, es cierto, pero las hazañas de esos héroes, nacidos para morir en la plenitud de la vida y en defensa de su pueblo, fueron, esencialmente, violentas, luchas, enfrentamientos físicos, y sin esas descripciones el célebre poema épico perdería gran parte de la visualidad que contiene. A mí, todo hay que decirlo, siempre me ha gustado más la Odisea, de acción más variada y viajera.   

            Por último, destacar el apartado final, dedicado a Clitemnestra, Casandra y Antígona, las tres mujeres y tratadas injustamente por defender su libertad y sus iniciativas, a veces violentas, como es el caso de la primera, pero siempre justificadas. Sus historias no morirán nunca.

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