martes, 15 de noviembre de 2016

"Historias de cronopios y de famas", de Julio Cortázar





CORTÁZAR, Julio, Historias de cronopios y de famas, Madrid, Alfaguara, 2014; 140 páginas.

Les confieso que me encuentro bastante cómodo escribiendo sobre un libro sobre el que ya se ha escrito tanto, pues mi visión no va a significar nada ni va a aportar nada nuevo. Eso me tranquiliza. Todo el que busque algo original, innovador, fresco, busque en otro lado (o cómprese una colonia).
            El librito, publicado en 1962 y de apenas cien páginas, lleva el título de la última de sus secciones, pero muchos de sus ¿relatos? ¿microrelatos? ¿textos independientes sin más? ¿piezas? más conocidos están en algunas de las secciones anteriores. Tal es el caso de sus Instrucciones para subir una escalera (págs. 23-24), texto comprendido en la sección “Manual de instrucciones”:

“Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso”.


El autor a finales de los cincuenta 
(elperiodico.com)

            La clave del libro —este canto a lo inservible, este elogio de lo inútil, este delicioso librito, tan festivo y profundo a un tiempo—, está en unas pocas palabras que se encuentran en la página treinta y ocho:

“Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles…”.

En este caso concreto, Cortázar, su narrador —en la sección “Ocupaciones raras” en primera persona (el miembro de una familia bonaerense muy peculiar)—, se refiere a una de las aficiones que posee el mayor de sus primos, pero en ellas, en esas palabras, radica el espíritu de toda la obra, tan influenciada por las vanguardias artísticas, amigas del juego y la ruptura con todo lo anterior, representaciones de mundos y actitudes considerados caducos. Ese espíritu de ruptura con lo pasado, tan propio de la juventud, que se siente fuerte, poderosa y mejor dotada que sus mayores, anima toda la obra. Gracias a él, por ello, produce algo fabuloso. Llama también la atención la falta de interés material del autor. En medio de tantísimo libro escrito para buscar lectores y vender ejemplares como escobas, el encuentro de una obra como esta, tan libre, es un hallazgo extraordinario.
            En cuanto a los cronopios, resultan unos seres adorables, inofensivos, sanadores, espíritus libres, inadaptados, resultado, parece, de los clochards, los voluntarios sintecho que tanto peso tienen en la lírica de las grandes ciudades, capaces de ver el sol el día más nublado (aunque a veces resulten zafios, descorazonadores o temibles). Esa es mi interpretación particular, sin valor alguno. La del señor Cortázar está recogida en una entrevista que se mueve por la red, aunque mucho menos de lo que merece. La realizó en 1977 aquel genial periodista llamado Joaquín Soler Serrano en A fondo, programa de televisión legendario, inimaginable hoy día, por su calidad, en una televisión española. Después de un intermedio, que se interpreta de manera inequívoca como la censura de alguna frase de Cortázar —así, desde luego, cortada, aparece la versión de la entrevista “completa” colgada en youtube—, justo en el minuto setenta y tres, Joaquín Soler presenta el libro y le pregunta a Julio qué es el cronopio. Transcribo a partir de ese momento:

            “—Sí, bueno. El problema conmigo, ya te has dado cuenta, es que cuando me piden explicaciones es a pura pérdida, porque a mí me cuesta mucho explicar cosas que no me las explico yo mismo. Lo que te puedo decir es cómo nacieron los cronopios. Yo estaba en París en 1952, creo, y fui a un concierto en el teatro de Champs Elysées, donde había un gran homenaje a Igor Stravinsky, uno de los músicos que también me ha marcado a lo largo de mi vida, y yo estaba muy conmovido viendo por primera vez a Stravinsky, que dirigía la orquesta, y estaba Jean Cocteau, otra gran presencia en mi juventud, que era el recitante en una de las obras. Y vino el entreacto y todo el mundo salió a tomar café. Yo estaba solo, y no tuve ganas de salir, y me quedé solo ahí en una de esas localidades, las más baratas [dice eso señalando hacia arriba]. Me quedé completamente solo en ese inmenso teatro. Y entonces, de golpe, me acuerdo muy bien de eso, de golpe, tuve un poco como la sensación de que había en el aire, así, personajes indefinibles, unas especies de globos, que yo los veía un poco de color verde, muy cómicos, muy muy divertidos, y muy amigos, que andaban por ahí, circulaban… Y su nombre era “cronopios”, se llamaban “cronopios”, venían así. Más tarde los críticos han buscado las explicaciones críticas, es decir: cronos, el tiempo… Pero tú que conoces el libro sabes que no es defendible porque el tiempo… bueno, ellos tienen su tiempo como todo el mundo, un tiempo un poco especial pero no es un detalle esencial en su manera de ser. Vino así, el nombre y la imagen. Y por eso es que al principio, cuando se los define, se busca la definición. En el mismo libro. Yo empecé a escribir sin saber cómo eran y luego, luego ya tomaron un aspecto humano, relativamente humano porque nunca son completamente seres humanos, con esas conductas especiales de los cronopios que son un poco la conducta del poeta, la conducta del asocial, del hombre que vive un poco al margen de las cosas, frente a los cuales se plantan los famas, que son los grandes gerentes de los bancos y los presidentes de las repúblicas, la gente formal que defiende un orden, etcétera. Bueno, ese es el nacimiento de la cosa… y…

—Cronopios, famas y esperanzas.

—Bueno, las esperanzas son personajes intermedios, que están un poco a mitad de camino, y que están un poco sometidas a las influencias de los famas o de los cronopios según las circunstancias. Entonces todas esas aventuras que les suceden dependen de la sicología de cada uno de ellos”.



            Si les gusta Cortázar y no tienen nada mejor que hacer, que lo dudo, ahí arriba les he dejado el enlace para oír la entrevista entera. No tiene precio.

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