jueves, 23 de junio de 2016

Pedro Téllez-Girón, príncipe de Anglona (35)

Boulevard du Temple (París), L. Daguerre, 1838.
 (Necesitó más de 10 minutos de exposición).


La actividad parlamentaria de Anglona, a la que aludimos capítulos atrás, tiene lugar en dos etapas separadas por un lapso de tiempo que corresponde a los de gobierno progresista. La primera, iniciada en 1834, cesa con la disolución de la cámara al final de la tercera legislatura, que tiene lugar el 23 de mayo de 1836. Pocos días antes, el martes 3 de mayo, interviene en distintos momentos de la discusión sobre uno de los artículos del proyecto de Ley de Responsabilidad Ministerial. Creo conveniente transcribir los fragmentos más representativos de sus intervenciones durante esta discusión, cuyo contenido puede leerse íntegramente en el Diario de Sesiones de Córtes, pues son una buena muestra de la mentalidad de Anglona, defensor del débil, y de cómo el debate sobre la pena de muerte, vigente aún en muchos países, había nacido mucho antes:
“Yo no puedo de ningún modo acceder á lo dicho por el Sr. Marqués de San Felices en cuanto que se borre aquí la pena de muerte; porque si bien estoy de acuerdo con S. E. en cuanto á que esta pena, prodigada en muchos Códigos como reliquia de tiempos bárbaros, deberá irse borrando de aquéllos; como no ha llegado este caso entre nosotros, y aunque yo no sería de los últimos en poner mi firma si para conseguirlo se hiciese una petición al efecto, me opongo ahora á que se haga una excepción particular en favor de delincuentes de tan alta categoría, cuando existe la pena para todos los demás, y cuando se ve llevar al suplicio sólo por haber robado 100 rs. Así que sería reprobable el que nosotros introdujéramos esta novedad tratándose de unos sujetos que con sus delitos ó extravíos pueden causar la ruina del Estado. Por lo demás, yo insisto en que estoy muy conforme con la idea de su abolición, y más tratándose de aplicarla á delitos políticos.” (Diario de las Sesiones de Córtes, nº 14, p. 153).

Resultan muy gráficas las palabras "delincuentes de tan alta categoría": de ellas se desprenden, por un lado, su intención de no exculpar al poderoso que se hubiese aprovechado de su cargo y, por otro, un rechazo a practicar el corporativismo social, al menos cuando este resultase éticamente censurable. La segunda de sus intervenciones de aquel día va en el mismo sentido:
  
“Sin duda el Sr. Gallery no me oyó cuando tuve el honor de hablar anteriormente; pero creo que sí el Estamento, porque precisamente tan lejos de convenir yo con lo propuesto por el Sr. Marqués de San Felices, manifesté que no debía borrarse y suprimirse de este artículo la pena de muerte, por la precisa razón de existir este pena en nuestros Códigos, y porque aún en el día (en especial en la Corte) por el robo de una pequeña cantidad se lleva a una persona al patíbulo. Sería dar una preferencia chocante á los Secretarios del Despacho, que pueden cometer delitos de mucha mayor trascendencia y gravedad que los particulares. Por lo demás, lo que yo he dicho, en cuanto á delitos políticos, es que si se tratase de desterrar la pena de muerte, abogaré por ello especialmente en esta clase de delitos, que hoy son juzgados crímenes y mañana pueden ser tenidos por hechos heroicos.” (Diario de las Sesiones de Córtes, nº 14, p. 154 y 155).

Aquel verano de 1836 trae consigo importantes cambios políticos y con ellos, y por enésima vez, la salida hacia el extranjero de aquellos que no se sentían muy seguros en la nueva situación. Anglona era uno de ellos. Hemos documentado su estancia en París durante varios años, aquellos que medían entre su salida de España y su llegada a La Habana a principios de 1840, donde desempeñará el cargo de Capitán General, denominación que recibía la máxima autoridad de la entonces colonia española. En la capital francesa tiene lugar el 6 de enero de 1838 el matrimonio de su hijo Tirso María Téllez Girón y Fernández Santillán con Bernardina Fernández de Velasco, hija de los duques de Frías y de Uceda, enlace que proporcionará a Anglona el primero de sus nietos, Francisco de Borja Téllez Girón y Fernández de Velasco, bautizado en Madrid en octubre del año siguiente. Pero no todos los acontecimientos fueron de este signo. Su hijo Manuel, impedido y enfermo desde su nacimiento, no mejoraba en la capital francesa, y Anglona, preocupado por la salud del pequeño, escribe el 30 de agosto desde París a María Cristina, la Reina Gobernadora:

“Señora
             Confiado en la bondad de V. M. y animado de ella me atrebo á distraer su Rl atencion solo con el objeto de renovar á L. R. P. de V. M. mis sentimientos de amor y respeto á su Rl persona.
            Á mi salida de Madrid y al tomar las ordenes de V. M. túbe la honra de suplicarla se dignase en cualquiera circunstancia que lo creyese util á su Rl servicio prevenirme regresase á España para cumplir inmediatamente su Rl voluntad, y respeto de que no desempeñaba en aquella epoca cargo alguno. Nobstante de esto, prolongandose mi ausencia sin la satisfacción de ver mejorada la salud de mi hijo y deseoso siempre á arreglar mi conducta al agrado de V. M. he creido mui conforme á mi deber expresar de nuebo á V. M. no solo cuanto debo emplearme en su servicio, conforme fuera su intencion disponerlo, mas tambien que si de alguna manera pudiera desagradar á V. M. mi permanencia fuera de España se sirva hacerme la indicacion pa sujetarme á ella.
            Pido á V. M. se digne disimular haya crispado algunos momentos su Rl animo y que me cuente entre sus mas decididos y fieles servidores.
                                               Señora
                                   A L. R. P. de V. M.
                                               El Principe de Anglona Marques
                                                           de Javalquinto
 Paris 30 de Agosto
            1838”
 (AHN, sign: Diversos, Títulos-Familias, 3364, Leg. 35, Exp. 9, Doc. 79).
           
            Que la Reina Gobernadora lo contaba entre sus “mas decididos y leales servidores” parece obvio a la vista de algunos documentos, como la copia de la comunicación de su nombramiento, mediando una Real Orden, como Gentil-Hombre de Cámara con ejercicio por parte de la madre de Isabel, documento fechado el 10 de octubre de 1836. Según se lee en el texto, el nombramiento se debía a “su constante adhesión al trono de su augusta hija la Reina Isabel II” (AGP, Sec. Personal, Caja 95, Exp. 9).
No sabemos cuál sería la causa, quizá una falta de respuesta a la carta fechada el 30 de agosto, pero dos meses después volvía a escribir desde la capital francesa sobre el mismo asunto, esta vez al duque de Híjar, Sumiller de Corps. Como resultado de la gestión de Híjar, Anglona obtendrá un permiso especial, fechado en Palacio el 5 de noviembre de 1838, para ampliar por seis meses su estancia en la capital francesa. (AGP, Sec. Personal, Caja 95, Exp. 9). Sólo dos meses después, el 7 de enero de 1839, François Arago iba a presentar en la Academia de Ciencias de París un invento de consecuencias aún hoy impredecibles. Anglona, y sobre todo su hijo Pedro, en aquel momento un muchacho curioso e inclinado a las artes, iban a tomar buena nota de él: el daguerrotipo.
(Continuará).  

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