(Artículo aparecido en el Osuna Información en noviembre de 2004)
El protagonista de este artículo es el niño que, en el cuadro de Goya La familia del Duque de Osuna (1788), está
sentado en un cojín y tiene en sus manos el cordel de un cochecito de juguete.
Su nombre, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Alonso Pimentel (1786-1851). En
pie están su padre, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pacheco (1756-1807), IX duque
de Osuna, y tres de sus hermanos: junto al padre, Josefa Manuela (1783-1817),
futura marquesa de Camarasa; Joaquina (1784-1851), futura marquesa de Santa
Cruz, apoyada en el regazo de la madre; y, por último, el primogénito,
Francisco de Borja (1885-1820), que será el X duque de Osuna y que, según la condesa de Yebes, era un
hombre “corto de luces”. Tanto fue así que, a la muerte del padre, la madre, la
mujer que está sentada, tomó las riendas de la administración de la casa ducal
aunque nominalmente el gobierno lo llevara el hijo. Estamos hablando nada menos
que de María Josefa Alonso Pimentel (1753-1834), condesa-duquesa de Benavente,
que, como vemos, sobrevivió a su marido veintisiete años y catorce a su hijo.
Esta señora fue la responsable, entre otros muchos hechos dignos de memoria, de
la conversión de la finca rústica comprada al conde de Barajas en la
distinguida y cosmopolita Alameda de Osuna, elogiada por cuantos entendidos en
arte la visitaban. A la muerte de Francisco de Borja heredó el título su hijo,
y nieto de María Josefa, Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Beaufort (1810-1844)
que falleció muy joven, por lo que recayó la titularidad de la casa ducal en su
hermano Mariano, tristemente famoso por su mala cabeza.
Volvamos al niño del cojín, Pedro de Alcántara. ¿Qué podemos decir de
este crío que, como todos, parece indefenso e inocente? Para empezar, que ojalá
hubiera sido el primogénito y no el segundogénito, palabra un poco rebuscada
pero que no tiene los matices despectivos de “segundón”. En 1808, por poner
sólo un ejemplo, su hermano el Duque vivió unos meses de zozobra porque él
mismo no sabía de qué lado estaba. Hoy era partidario de José Bonaparte y
mañana de Fernando VII, hecho que motivó el enfado de las autoridades
francesas, que lo confinaron en el sur de Francia y de donde escapó en agosto
de 1808 disfrazado de clérigo. Después de eso, como muchos otros nobles
pusilánimes, se refugió en Cádiz, en su caso acompañado de su madre y sus
hermanas. Mientras, su hermano Pedro, más conocido por los historiadores como
el príncipe de Anglona, se batía con el enemigo en varias batallas memorables
como Bailén donde, una vez finalizado el combate, tuvo a su cargo la custodia
del jefe del ejército francés, el general Dupont. Además, tropas bajo su mando
participaron en la liberación de Osuna, hecho que tuvo lugar el 24 de julio de
1812.
Al acabar la guerra, nuestro príncipe de Anglona, de fuertes convicciones
liberales, se enemistó con Fernando VII y, en 1823, huyó al extranjero. A su
vuelta, ocurrida en 1831, ocupó importantes cargos en la administración del
país, entre ellos la Capitanía General
de la isla de Cuba, adonde llegó el 10 de enero de 1840. Como ya saben los
lectores, las primeras fotografías, en aquella época “daguerrotipos”, se tomaron
en España en noviembre de 1839. Fue tan grata la impresión que causó la vista
de la isla de Cuba al príncipe de Anglona y a su hijo de veinte años, Pedro de
Alcántara Téllez-Girón y Fernández de Santillán (1810-1900), XIII duque de
Osuna a la muerte de su tío Mariano, que a su llegada encargaron una cámara a París.
Según recoge El Noticioso y Lucero de La Habana del 5 de abril
de 1840, el aparato llegó a la isla en el mes de marzo y poco después el futuro duque de Osuna hizo un daguerrotipo de parte de la Plaza de Armas, hecho que
está considerado como el acto fundacional de la historia de la fotografía cubana.
La imagen se ha perdido, pero no así la historia de la amplia familia de los duques
de Osuna, que aún está por investigar y dar a conocer a los lectores amantes
del conocimiento de nuestro pasado.
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