Muy buenas, querido lector. Hoy es
un día muy especial para mí. Vengo acompañado por alguien que quiero
presentarle. Como ya habrá adivinado, se trata de un libro, una novela en este
caso, que acaba de salir, que aún, incluso, está calentita, como el pan o un
bizcocho recién salidos del horno. Lleva tan poco tiempo elaborada que aún no
la he tenido en la mano, de ahí que ese calor que desprende sea sólo virtual,
de ebook, aunque no deje de desprender calor y de oler a nuevo. He aquí cómo
la presentan los hacedores de avances cinematográficos de libros, herramientas
divulgativas más conocidas como booktráilers:
Yo, la verdad, en la producción de
este vídeo no he tenido nada que ver. De ser así, hubiera cambiado algunas cosas
y hubiera suprimido y añadido otras, pero en general me gusta, por eso lo difundo
a los cuatro vientos, deseoso de que mi obra sea conocida y divulgada, el sueño
de casi cualquier creador.
Ahora, después de estos prolegómenos,
necesarios para situarle un poco, lector, vamos a hablar un poco de la novela,
que para eso estamos aquí, dirá usted.
Durante los últimos quince años he
estado dejándome pestañas y alimentando mis dioptrías y mi presbicia en hemerotecas
y archivos de media España, archivos históricos, municipales, privados y eclesiásticos,
en los que he vivido miles de horas de paz y tranquilidad absolutas mientras
buceaba en nuestra borrascosa historia. Esto me ha permitido pergeñar varios
artículos de investigación, algunos de los cuales pueden consultarse en este enlace, escribir cerca
de mil páginas de anotaciones sobre los temas más diversos y, finalmente,
llegar a la conclusión de que este país no ha evolucionado nada, en las
cuestiones esenciales, durante los últimos doscientos años. Aquí en Andalucía,
por ejemplo, desde donde le escribo, en Osuna concretamente, se discutían más o
menos los mismos asuntos. Las arcas municipales estaban más secas que el ojo de
Perico, no había ni un maravedí, y se hacían obras públicas para comprar la paz
social gracias al mantenimiento de los desposeídos, que eran legión en la época
preindustrial. Lea, si es tan amable, estas anotaciones, que tomé durante la
lectura del acta del cabildo que la Corporación Municipal ursaonense celebró el
28 de julio de 1784:
“Cabildo monográfico,
en el que José de Figueroa y Silva Laso de la Vega , realiza una exposición y la subsiguiente
propuesta. Menciona la “estirilissima cosecha de granos del presste
año”, circunstancia que venía dándose desde 1775. Ésta, unida a las también
raquíticas de uva y aceite que se esperaban para este año, y al hecho de
existir en el término “Pobres Jornaleros del Campo de que abunda en crecido
número”, hacían presumir “malas consecuencias” para los meses venideros. Dado
que resultaban necesarias varias obras públicas, para las cuales los Caudales
de Propios carecían de fondos, se acuerda pedirlos al Consejo de Castilla. La
obra que se propone realizar es allanar el cerro inmediato al Paseo público de la Alameda , [el lugar donde
un siglo y pico después se construyó la Plaza de Toros]. Se trataba de que los jornaleros
y sus familias tuvieran formas de subsistencia y de evitar “por este medio la
ociosidad que de no tenerlos ocupados en perjuicio de la causa pública y
tranquilidad del pueblo puede causarse”.
En fin, que me he aburrido, que me he cansado de dar vueltas y vueltas,
como el burro atado al palo de la noria, para sacar siempre las mismas conclusiones
y volver al mismo sitio. Y me he refugiado en la novela. En la prosa de ficción
el escritor se convierte en una especie de ser todopoderoso que puede alterar
la realidad según le plazca, que puede resucitar a los muertos y crear de la
nada lo que le apetezca y le ilusione. Y he de confesarle, paciente lector, que
me divierto mucho más que antes. Tomemos, como ejemplo, la novela que le estoy
presentando. Partí de la amistad existente entre dos hombres que se encuentran
ya en la mitad de su vida y se alían para lograr desentrañar un misterio que
los mantiene convulsos y casi inapetentes, aunque esto último en su caso sea
casi imposible porque son grandes comilones. Conseguir desentrañar ese misterio
va a mantener en tensión durante toda la novela tanto a Antonio y a Marcos, los
protagonistas, como a los lectores, que los van a acompañar en un viaje
descerebrado y casi imposible por media España.
En cuanto a mi manera de escribir,
en concreto al vocabulario que uso, debo confesarle que he realizado grandes
esfuerzos por conseguir un texto claro, inteligible. Creo que sólo he usado una
palabra un tanto rebuscada, aunque sólo en apariencia, pues no he encontrado un
equivalente que pertenezca a un registro más llano. Se trata del adjetivo “alóctono”
(pág. 85), que el Diccionario de la
Real Academia define como “Que no es originario del lugar donde se encuentra”. Se
me puede argüir que podía haber usado ‘extraño’, pero no es exactamente lo
mismo pues yo andaba buscando el antónimo de ‘autóctono’ y ese no es otro que ‘alóctono’.
En fin, que no hay excusa para no leer la novela.
Estoy seguro, me apuesto lo que
quiera, que va a pasar un rato muy entretenido leyéndola y, además, le va ayudar
a sacar ciertas conclusiones, pues para escribir cositas ligeras por el mero afán
de entretener al público siempre hay tiempo.
Que pase usted un buen día, amigo
lector. Yo sigo con mi tarea.
Ducalópolis,
25 de octubre de 2013.
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