jueves, 16 de febrero de 2017

"La práctica del relato", de Ángel Zapata





ZAPATA, Ángel, La práctica del relato: manual de estilo literario para narradores, Madrid, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 2008 (5ª ed.; la 1ª es de 1997); 200 páginas.

            Interesante, práctico y ameno, este libro contiene todo lo que una persona necesita saber para escribir textos narrativos con soltura, algo que sólo se logra con mucha voluntad y mucha, muchísima, paciencia. Por supuesto, existen una serie de técnicas, como en cualquier expresión artística, que conviene conocer. Si siempre han existido talleres, o facultades, donde se enseña a pintar, o a esculpir, y conservatorios donde se aprende música, por qué no van a existir talleres literarios o manuales como este, encaminados a intentar que el narrador consiga mejores resultados. Para todos los aprendices de novelista, este libro, y otros similares, suponen una ayuda que hay que aprovechar. Uno tiene muchas ideas equivocadas en la cabeza, muchos vicios de aprendizaje, y, mientras antes consiga corregirlos, sus esfuerzos, las horas que pase en su escritorio, serán más fructíferos.
            El libro contiene algunas observaciones muy acertadas. A mí, personalmente, me ha llamado la atención todo lo relacionado con el afán perfeccionista, esa voluntad de intentar ser como Tolstói, o como García Márquez, una especie de genio, en vez de trabajar de verdad con los materiales disponibles: uno mismo, sus capacidades y sus experiencias.
“En el caso de un buen escritor o una buena escritora (y digo ‹‹buenos››, no geniales), yo creo que la meta es convertirse en el mejor escritor o escritora que ellos puedan ser. Y no, desde luego, en Cervantes o en Shakespeare”. (Pág. 141).

            O, en la misma línea, cuando nos habla de la “excesiva veneración” hacia las obras de esos grandes genios:
“[…]; resulta complicado dar con lo propio (nuestros temas, nuestras palabras, nuestros personajes y nuestras emociones) sin antes desprendernos de esa excesiva veneración hacia la ‹‹Gran Literatura››, cuyo único efecto es paralizar al escritor y la escritora principiantes”. (Pág. 142).

            Y, más adelante,
“Uno escribe por el puro placer de escribir, para expresar su mundo propio y explorar la riqueza de su imaginación. Hacerlo por otro tipo de motivos —deseos de fama, fantaseos de gloria, etc.— suele convertirse en un obstáculo terrible (insalvable a menudo), para el establecimiento de un auténtico espacio de juego, sólidamente protegido de los apremios de la realidad”. (Pág. 190).

            El espacio de juego a que se refiere el autor nos lleva a otros de sus temas preferidos: cómo debe ser el lugar de trabajo y cuál es la mejor forma de trabajar. En síntesis, una síntesis torpe —quien esté interesado por la escritura de ficción debe leer el libro sí o sí—, Zapata ve la actividad de escribir narraciones como una labor que debe realizarse en un espacio físico propio muy cercano al cuarto de juegos de la infancia, una habitación donde estaban guardados los juguetes y donde el niño podía dar rienda a su imaginación y a sus juegos sin interferir en la vida del resto de integrantes de la familia, algo que, bien pensado, era un absurdo, porque el niño siempre está jugando e imaginando, esté donde esté. Zapata ve el lugar de trabajo del escritor como un lugar donde debe reunir todos los objetos que le sean más gratos y estimulantes, quizá, por qué no, un muñequito del Capitán Trueno que tiene desde hace cuarenta años, o la cometa que volaba cuando niño y está deseando que llegue el buen tiempo para volverla a volar. Escribir debe ser un trabajo constante y formal pero ayudado de estímulos “informales”, una actividad relacionada con el juego y con la parte más creativa que tenemos. De ahí que cuando entremos en nuestro lugar de trabajo debamos dejar fuera toda nuestra cotidianidad de personas adultas, nuestras obligaciones, lo más aburrido y gris de la existencia, y recobrar todo lo que podamos de aquel niño que aún vive en nuestro interior.
            Centrado ya en la tarea puramente artística, Zapata habla de dos tipos de sesiones de trabajo: las sesiones de escritura y las sesiones de corrección. En las primeras predominaría el pensamiento fantaseador, basado en asociaciones libres de ideas e imágenes, y en las segundas el pensamiento dirigido, mucho más consciente, relacionado más con la posible recepción del texto —su grado de inteligibilidad— que con la creación misma.
            El libro está dividido en cuatro grandes apartados: Naturalidad (centrado en el lenguaje, el uso de un lenguaje accesible, nada artificioso); Visibilidad (dedicado a la necesidad de mostrar, al uso de sustantivos concretos y, en general, recursos que ayuden a “ver” personajes y acciones, no abstracciones); Continuidad (sobre las técnicas que consiguen captar y mantener la atención del lector, basadas principalmente en la repetición); y, por último, la más interesante de todas, Personalidad (donde se habla de cómo llegar a conseguir precisamente lo que buscamos, contar ficciones realmente propias y originales, nuestras).

            En fin: un libro lleno de buenos y saludables consejos sobre la apasionante actividad de escribir narraciones de ficción. Habrá que tenerlo a mano.

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