sábado, 17 de diciembre de 2016

"Teoría de la clase ociosa", deThorstein Veblen





VEBLEN, Thorstein, Teoría de la clase ociosa, Madrid, Alianza Editorial, 2014 (2ª ed.; la 1ª ed. es de 2004); 429 págs. [The Theory oh the Leisure Class, 1899]. Prólogo y traducción de Carlos Mellizo.

            Ensayo sociológico inspirado por el nacimiento en los Estados Unidos de la clase ociosa, fruto de la acumulación de capital propiciada por la revolución industrial y la mano de obra esclava. Veblen (1857-1929), de padres extranjeros, noruegos —de hecho el inglés fue su segunda lengua—, dispuso, además de una gran preparación libresca y de una lucidez y una capacidad de análisis extraordinarias, del distanciamiento imprescindible para observar y estudiar cualquier cosa, en este caso esa clase ociosa naciente a la que él no pertenecía. El ensayo ha tenido un gran éxito entre los interesados en la sociología. Y no es de extrañar: posee la gran virtud de proporcionar muchas de las claves para entender el absurdo del ansia de tener al menos lo que tiene tu vecino, lo que él denomina “emulación pecuniaria”. Ese gusto por presumir de lo que uno tiene, que tanto puede llamar la atención, y que inunda las redes sociales de viajes, regalos y otros gastos exclusivos, tiene su origen precisamente en el nacimiento de una clase social, o un grupo humano, que puede permitirse el lujo de vivir sin trabajar, viviendo en lo que Veblen denomina “ocio ostentoso” y haciendo un “consumo ostensible”, presumiendo del nivel adquisitivo que se posee. Este grupo social, poco numeroso, sirve de ejemplo a las otras capas sociales, de manera que los demás intentan emular sus gustos, costumbres y actitudes. De esta manera, todo se pervierte, degenera. Un objeto, una propiedad, un inmueble, pasa a resultar más apetecible, más envidiable, por el precio que tiene, no por sus cualidades reales. Precisamente, de ese prejuicio, de esa perversión de las voluntades, viven lo que llamamos ‘marcas’. Una prenda de vestir, un bolso, unas gafas de sol, un reloj, unos zapatos pasan a considerarse mejores porque son más caros, porque los integrantes de esa clase ociosa adinerada y derrochadora se pueden permitir su adquisición, naciendo de manera automática, y gracias a ese intento de emulación, fenómenos como las falsificaciones, todos esos objetos que venden en los paseos marítimos y en las calles peatonales de las grandes ciudades del sur de Europa inmigrantes sin recursos, prestos a salir corriendo en cualquier momento para que no los detengan y los expulsen del país. Esta es una de las muchísimas derivadas que se desprenden de la lectura del ensayo: esas personas necesitadas pueden sobrevivir gracias al intento de “emulación pecuniaria” definido por Veblen.


Thorstein Veblen

            La clase ociosa, en la cual se mantienen los ideales más conservadores, aparece descrita como dirigida por hombres, los cuales poseen una serie de servidores, entre los cuales se encuentran las mujeres —“la forma más antigua de propiedad” (pág. 55)— y los empleados de más categoría, que viven lo que Veblen denomina “ocio vicario”, un no hacer nada, al menos ningún trabajo mecánico, que a menudo se manifiesta en el vestuario. El amo, el jefe, viste a estas personas de maneras llamativas, ostentosas y obstaculizadoras de cualquier trabajo físico; de ahí los corsés, los zapatos de tacón, las joyas y los abrigos de pieles en las mujeres y las libreas y los guantes de un blanco impoluto de los sirvientes. Esos miembros de la clase ociosa siempre van a vestir de manera que de su indumentaria no se pueda suponer en ningún momento el ejercicio de un trabajo manual, lo cual resultaría empobrecedor, degradante para su amo. Veblen lleva a la sociedad industrial actualizados conceptos ya existentes en la vieja Europa desde antiguo, como la división entre artes mecánicas y liberales.
            Para explicar el nacimiento de esta clase ociosa, el autor recurre a conceptos del estudio de la vida salvaje. Son las personas que tienen más acentuados los rasgos de los depredadores —astucia, reflejos, fortaleza física, egoísmo, instinto de supervivencia— los que consiguen los triunfos. En estados más primitivos de la evolución social, esos miembros, siempre masculinos, que descollaban, lo hacían gracias a la realización de proezas basadas en el destreza, la habilidad y la fuerza físicas, tales como la caza o la guerra. De ahí surgían los caudillos y los señoríos, donde la población trabajaba para ese hombre triunfador, pasando él a formar parte de esa clase ociosa. En la actualidad, ese instinto de depredación lleva a esas personas "aventajadas", dicho sea con ironía, a valerse de la mayoría de los mismos rasgos para lograr acumular capital, siendo las proezas actuales lo que en España llamamos “pelotazos”. Entienda el lector que me estoy tomando ciertas libertades en la interpretación de la obra de Veblen adecuando sus ideas a la época actual. En cuanto a pervivencias de las antiguas proezas basadas en las facultades físicas, Veblen menciona actividades como la caza mayor, la práctica deportiva y la institución del duelo, hoy en desuso, actividades propias de miembros de la clase ociosa.
            Veblen lleva la aplicación de sus conceptos a todos los campos. Así, los sacerdotes serían miembros de la clase ociosa, como demuestran su dedicación a trabajos no mecánicos y el uso de un vestuario llamativo e incómodo. Su “ocio vicario” existiría gracias al dios que representan. De las antiguas prácticas devotas, llenas de ritos litúrgicos, se extraen todos los ceremoniales de las instituciones académicas, tales como el uso de togas, birretes, imposiciones de manos, etc., viéndolas como prácticas arcaizantes y obstaculizadoras del progreso. Ni que decir tiene que la vida como profesor y ensayista de Veblen no fue fácil, pues contó con la oposición de las principales universidades, dirigidas y mantenidas por miembros de su denostada clase ociosa.

Las conclusiones que se infieren de la lectura de este libro ayudan, no cabe duda, a ser más libres, a poder prescindir de la "emulación pecuniaria", uno de los mecanismos con los que la sociedad de consumo nos tiene atrapados. Como dijo alguien muy sabio, "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".
        
  
            

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