Osuna. Febrero de 2015. Fotografía: Víctor Espuny
Sobre
un espolón de una sierra sureña se alza un pueblo mágico. Sus edificios, construidos en sillar --piedra
olvidadiza--, otean la campiña, que se abre luminosa hacia sevillanos alcores. Sus empedradas calles ocultan subterráneos desconocidos. Por ellas resuenan ahora los cascos de un caballo. A un portón ha
llamado el jinete ya descabalgado. Es febrero. Sobre sus hombros lleva una gruesa capa, oscura y manchada de barro. Viene de lejos. Con una mano sostiene las riendas de
su cansado caballo, con la otra intenta limpiarse la cara. Se atusa el bigote,
ya cano. El caballero ha librado todas las batallas que le han surgido al
paso. Unas veces venció, pero muchas fue derrotado. Oye pasos que se aproximan.
Es la casa de su amada. El portón se abre despacio y aparece una muchacha, ojos negros, piel trigueña. La muchacha le sonríe, curiosa. Él pregunta «¿Leonor?»,
«Leonor es mi madre, caballero». Y él suspira. Ha estado fuera treinta años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario