Évora, 2015. Foto: V. Espuny
Y quedarán huellas de nuestro paso
por el mundo. Quedarán hijos si los tuvimos y nos sobrevivieron, quedarán los
libros que escribimos, los árboles que plantamos, aunque nuestro recuerdo se
pierda en dos generaciones. En una. Nadie vendrá a visitar nuestra tumba, nuestras
cenizas se perderán diluidas en los ríos. Abonarán plantas, alimentarán animales, acabarán en el organismo de los coetáneos de
nuestros descendientes si los tuvimos y nos sobrevivieron, alimentados por nosotros
mismos. Nuestros huesos, si se conservaron, servirán para construir capillas
en húmedas ciudades portuguesas. Nadie sabrá quiénes fuimos.
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