martes, 9 de octubre de 2018

«La elegancia del erizo», de Muriel Barbery



Muriel Barbery

Muriel Barbery, La elegancia del erizo, Barcelona, Seix Barral, 2016. Traducción de Isabel González-Gallarza. [L'élégance du hérisson, 2006]

            Mi amigo E. R. ha sido un lector voraz desde su infancia y, a pesar de haber recibido una educación muy tradicional y estar a punto de cumplir noventa años —o quizá por esto último—, tiene una de las mentes más abiertas que conozco. Abierta y activa. E. R. me recomienda novelas y no falla nunca, parece que conozca mis gustos mejor que yo incluso. Hace unos meses me sorprendió con la fascinante Balada de Caín de Manuel Vicent, y ahora ha vuelto a hacerlo con esta enternecedora novela de Muriel Barbery.
La elegancia del erizo cuenta el día a día de la vida de dos mujeres que viven en el mismo edificio de viviendas parisino. El inmueble está situado en el distrito VII, muy cerca de Saint Germain des Prés, los Jardines de Luxemburgo y la catedral de Notre Dame, una de las zonas más caras de la ciudad. Una de las mujeres se llama Renée. Renée es viuda, no tiene hijos y ya ha cumplido cincuenta y cuatro años. Vive con un gato. Es la portera del edificio y su casa es la portería, una vivienda pequeña y de atmósfera maloliente debido al mal estado de los conductos de desagüe. La otra se llama Paloma y tiene unos doce años. Paloma vive con sus padres y su hermana mayor en un piso de más de doscientos metros. La familia goza de una muy buena situación económica, al igual que el resto de inquilinos del edificio. Ambas mujeres se sienten profundamente solas e infelices y confían sus sentimientos a sendos diarios, los cuales constituyen la novela. Los relatos de ambas, siempre en primera persona como es habitual en este tipo de textos, se van alternando y se distinguen visualmente por la tipografía. Su contenido refleja a veces el relato del mismo hecho desde dos puntos de vista distintos, configurando de esta forma una visión más completa, o dos visiones complementarias, de la misma cosa. Las dos mujeres sufren situaciones personales incómodas y de resolución aparentemente imposible para ambas. El lector, si es mínimamente empático, pronto se solidariza con ellas.
Renée representa el mundo de las personas que nutren el colectivo de los servidores domésticos de los ricos, a menudo mujeres que sienten, y padecen, las miradas de superioridad y de desdén de sus patronos o de los hijos de estos. El caso de una portera, además, suele verse agravado por no existir verdadera familiaridad con ninguno de ellos. Renée vive aislada en su casita, donde, en vez de hacer cierto el tópico de la portera cotilla, dedica su tiempo libre a la lectura. Lee de todo. A veces recibe las visitas de su amiga Manuela, una portuguesa de maneras aristocráticas que trabaja como limpiadora en alguno de los pisos del edificio. Gracias a las conversaciones entre ambas el lector puede penetrar mentalmente en algunas de aquellas viviendas. Esta característica de la novela, la contemplación y cierto análisis de las vidas de distintos inquilinos del mismo edificio, la asemeja a otros relatos ya conocidos tanto en la literatura como en el cine, incluso en el mundo del cómic. El personaje de Renée, además, representa el mundo de las personas autodidactas que conservan en su interior un sorprendente repertorio de conocimientos culturales y una brillante capacidad para relacionarlos. Dichos atributos le confieren un atractivo especial. Su personaje,  y el de Manuela, están en la línea de algunos artísticamente refinados de la gran novela de Proust. El espíritu de À la Recherche du temps perdu sobrevuela algunas de las mejores páginas de La elegancia del erizo, dignificando, a mi entender, el personaje de Renée y, por extensión, a todos los servidores domésticos.
Paloma es muy sensible e inteligente. Poseedora de esa especial penetración para el análisis de las relaciones familiares que poseen las chicas preadolescentes —aun intocadas por los tics y las servidumbres de los adultos—, vierte su crítica mirada sobre el resto de miembros de la familia y sobre la mayoría de los adultos. Al comienzo de la novela su mente está situada en un estado de renuncia a la vida, en ese «paren el mundo que yo me bajo» tan habitual, y tan lógico, en esa edad.
Como ya supondrá el lector, otra cosa no va a encontrar en estas líneas —me niego a desvelar los detalles de la trama, realmente absorbente—, ambas personas van a sufrir a lo largo del relato una evolución de sus sentimientos y sus creencias, algunos de los cuales sufren una verdadera subversión. El final, triste y esperanzado a un tiempo, llega después de algunas de las páginas más emotivas que he leído últimamente, de esas que te reconcilian con el género humano y te ayudan a comprobar que tu capacidad de conmoverte aún está viva. Un regalo para el alma. Gracias, E. R.
                                                            ---o---
            Olvidé reseñar una pecualiridad técnica de La elegancia del erizo que puede resultar de interés para todos aquellos que nos dedicamos a escribir novelas. Los capítulos, supuestos trozos de los diarios de ambas personas, son de una extensión mínima, a veces de una sola página, lo que facilita la lectura a las personas que viven en grandes ciudades --la inmensa mayoría--, tienen poco tiempo para leer y aprovechan para ello los trayectos en metro o en autobús. Son unidades argumentales relativamente independientes y suficientes en sí mismas. El mismo fenómeno se observa en otras novelas de éxito de los últimos años, como Patria, de Fernando Aramburu. Parece que la forma de las novelas intente adecuarse al ritmo de vida de sus lectores. 
             Supongo que no he descubierto nada, es solo una observación más.

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