Muriel Barbery
Muriel Barbery, La elegancia del erizo, Barcelona, Seix Barral, 2016. Traducción de
Isabel González-Gallarza. [L'élégance du
hérisson, 2006]
Mi
amigo E. R. ha sido un lector voraz desde su infancia y, a pesar de haber
recibido una educación muy tradicional y estar a punto de cumplir noventa años
—o quizá por esto último—, tiene una de las mentes más abiertas que conozco. Abierta
y activa. E. R. me recomienda novelas y no falla nunca, parece que conozca mis
gustos mejor que yo incluso. Hace unos meses me sorprendió con la fascinante Balada de Caín de Manuel Vicent, y ahora
ha vuelto a hacerlo con esta enternecedora novela de Muriel Barbery.
La
elegancia del erizo cuenta el día a día de la vida de dos mujeres
que viven en el mismo edificio de viviendas parisino. El inmueble está situado
en el distrito VII, muy cerca de Saint Germain des Prés, los Jardines de
Luxemburgo y la catedral de Notre Dame, una de las zonas más caras de la ciudad. Una de las mujeres se llama Renée. Renée es viuda, no tiene hijos y ya ha cumplido cincuenta y cuatro años. Vive con
un gato. Es la portera del edificio y su casa es la portería, una vivienda
pequeña y de atmósfera maloliente debido al mal estado de los conductos de desagüe. La otra se llama Paloma y tiene unos doce años. Paloma vive con sus padres y
su hermana mayor en un piso de más de doscientos metros. La familia goza de una
muy buena situación económica, al igual que el resto de inquilinos del
edificio. Ambas mujeres se sienten profundamente solas e infelices y confían
sus sentimientos a sendos diarios, los cuales constituyen la novela. Los
relatos de ambas, siempre en primera persona como es habitual en este tipo de
textos, se van alternando y se distinguen visualmente por la tipografía. Su
contenido refleja a veces el relato del mismo hecho desde dos puntos de vista
distintos, configurando de esta forma una visión más completa, o dos visiones
complementarias, de la misma cosa. Las dos mujeres sufren situaciones
personales incómodas y de resolución aparentemente imposible para ambas. El
lector, si es mínimamente empático, pronto se solidariza con ellas.
Renée representa el mundo de
las personas que nutren el colectivo de los servidores domésticos de los ricos,
a menudo mujeres que sienten, y padecen, las miradas de superioridad y de desdén
de sus patronos o de los hijos de estos. El caso de una portera, además, suele verse agravado por no existir verdadera familiaridad con ninguno de
ellos. Renée vive aislada en su casita, donde, en vez de hacer cierto
el tópico de la portera cotilla, dedica su tiempo libre a la lectura. Lee de
todo. A veces recibe las visitas de su amiga Manuela, una portuguesa de maneras
aristocráticas que trabaja como limpiadora en alguno de los pisos del edificio.
Gracias a las conversaciones entre ambas el lector puede penetrar mentalmente
en algunas de aquellas viviendas. Esta característica de la novela, la
contemplación y cierto análisis de las vidas de distintos inquilinos del mismo
edificio, la asemeja a otros relatos ya conocidos tanto en la literatura como
en el cine, incluso en el mundo del cómic. El personaje de Renée, además,
representa el mundo de las personas autodidactas que conservan en su interior
un sorprendente repertorio de conocimientos culturales y una brillante
capacidad para relacionarlos. Dichos atributos le confieren un atractivo
especial. Su personaje, y el de Manuela,
están en la línea de algunos artísticamente refinados de la gran novela de
Proust. El espíritu de À la Recherche du
temps perdu sobrevuela algunas de las mejores páginas de La elegancia del erizo, dignificando, a
mi entender, el personaje de Renée y, por extensión, a todos los servidores domésticos.
Paloma es muy sensible e
inteligente. Poseedora de esa especial penetración para el análisis de las
relaciones familiares que poseen las chicas preadolescentes —aun intocadas por
los tics y las servidumbres de los adultos—, vierte su crítica mirada sobre el
resto de miembros de la familia y sobre la mayoría de los adultos. Al comienzo
de la novela su mente está situada en un estado de renuncia a la vida, en ese
«paren el mundo que yo me bajo» tan habitual, y tan lógico, en esa edad.
Como ya supondrá el lector, otra
cosa no va a encontrar en estas líneas —me niego a desvelar los detalles de la
trama, realmente absorbente—, ambas personas van a sufrir a lo largo del relato
una evolución de sus sentimientos y sus creencias, algunos de los cuales sufren
una verdadera subversión. El final, triste y esperanzado a un tiempo, llega
después de algunas de las páginas más emotivas que he leído últimamente, de
esas que te reconcilian con el género humano y te ayudan a comprobar que tu
capacidad de conmoverte aún está viva. Un regalo para el alma. Gracias, E. R.
---o---
Olvidé reseñar una pecualiridad técnica de La elegancia del erizo que puede resultar de interés para todos aquellos que nos dedicamos a escribir novelas. Los capítulos, supuestos trozos de los diarios de ambas personas, son de una extensión mínima, a veces de una sola página, lo que facilita la lectura a las personas que viven en grandes ciudades --la inmensa mayoría--, tienen poco tiempo para leer y aprovechan para ello los trayectos en metro o en autobús. Son unidades argumentales relativamente independientes y suficientes en sí mismas. El mismo fenómeno se observa en otras novelas de éxito de los últimos años, como Patria, de Fernando Aramburu. Parece que la forma de las novelas intente adecuarse al ritmo de vida de sus lectores.
Supongo que no he descubierto nada, es solo una observación más.
---o---
Olvidé reseñar una pecualiridad técnica de La elegancia del erizo que puede resultar de interés para todos aquellos que nos dedicamos a escribir novelas. Los capítulos, supuestos trozos de los diarios de ambas personas, son de una extensión mínima, a veces de una sola página, lo que facilita la lectura a las personas que viven en grandes ciudades --la inmensa mayoría--, tienen poco tiempo para leer y aprovechan para ello los trayectos en metro o en autobús. Son unidades argumentales relativamente independientes y suficientes en sí mismas. El mismo fenómeno se observa en otras novelas de éxito de los últimos años, como Patria, de Fernando Aramburu. Parece que la forma de las novelas intente adecuarse al ritmo de vida de sus lectores.
Supongo que no he descubierto nada, es solo una observación más.
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