Griffen, lugar de nacimiento de Handke
(Fotografía de Johann Jaritz)
Peter Handke, Desgracia impeorable, Madrid, Alianza, 2018. Traducción de
Eustaquio Barjau con la colaboración de María Parés. [Wunschloses Unglück. Erzählung,
1972].
El contenido de esta novela breve de Peter Handke (Austria, 1942) resulta una exposición
solapada de los motivos que podemos tener para vivir o quitarnos la vida, así
como una atenta y amorosa descripción del proceso de deterioro mental que llevó
al suicidio a la madre del autor. El tono del relato, y algunas acciones de la
protagonista, recuerdan los de otra novela de Handke de la misma época,
algo usual en escritores que luchan por expresar lo que realmente quieren, y
escriben y escriben para conseguirlo. Handke, escritor muy prolífico, parece un
claro ejemplo de ello, en su caso motivado por la necesidad de asimilar la enfermedad psíquica de su madre, mujer
gravemente afectada por su experiencia durante la ocupación alemana de Austria,
la Segunda Guerra Mundial y el Berlín de la posguerra. Muchos escritores hablan
de lo ideal que sería para ellos poder llegar a dejar de escribir, pero muy
pocos lo consiguen, y mueren con la pluma en la mano. Es como si sintieran una
gran insatisfacción vital y artística y la única manera de neutralizarla fuera
escribiendo. Hay, por supuesto, escritores muy satisfechos y equilibrados, pero
sus textos suelen carecen de interés, al menos de garra.
En
este caso la escritura era una necesidad absoluta. El autor, poseedor ya de
oficio y un nombre a pesar de sus treinta años, recibe a finales de 1971 la
noticia del suicidio de su madre. Viaja a su localidad natal. En el entierro
sabe --siente-- que necesita escribir sobre el suicidio de su madre y, después de
unas cuantas semanas, se pone a hacerlo. Según cuenta, el texto fue escrito
durante los meses de enero y febrero de 1972, y su escritura, además del efecto
terapéutico que se le supone a este tipo de textos —curativos en sí mismos de
manera independiente a su posible calidad literaria o al hecho de ser
publicados—, supuso para él un alivio de su inquietud desde el momento que puso
manos a la obra y, al mismo tiempo, una especie de prisión por la necesidad que
tenía de atenerse a hechos reales. Casi al final del relato, el suicidio de su
madre ya consumado —el lector, por cierto, tiene noticia de él en la primera
página—, el autor declara con creíble honestidad: «Pero a veces, trabajando en
esta historia, me he hartado de tanta franqueza y de tanta honradez y he
deseado ardientemente escribir algo en lo que pudiera mentir un poco y en lo
que pudiera disfrazarme, por ejemplo, una obra de teatro» (pág. 96).
Un
relato desgarrador, esta Desgracia
impeorable, en el que asistimos a la degradación mental de una persona y a
la necesidad de contarla por parte de su hijo, abrumado por la impeorable noticia
del suicidio. El uso del adjetivo impeorable está perfectamente explicado por
el traductor en una nota al final del libro, un adjetivo, por cierto, de raíz
machadiana. El relato termina con párrafos desligados narrativamente unos de
otros, algunos de una sola línea, como simples notas, en los que Handke parece
intentar todavía encontrar una explicación a lo ocurrido: «De niña era
sonámbula» o «Era buena».
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