(Imagen tomada de
blocdejavier.wordpress.com)
En los países de cultura anglosajona, y demás países que, acomplejados, otorgan un papel predominante a la cultura anglosajona, solo llaman Street
Art a las pinturas realizadas en suelos y paredes
que pueden contemplarse desde la calle o en la calle, a menudo, aunque no
siempre, de gran formato. Aquí las llamamos también "arte urbano". Sus defensores
las alaban por ser manifestaciones de la rebeldía y la independencia de artistas
que intentan transformar, a veces de manera vandálica, un entorno visual que no
les gusta. ¿Y qué ocurre con los artistas urbanos que no son pintores? ¿No
existen?
Quizá haríamos bien en considerar artista urbano a cualquiera
que intenta mejorar, con sus realizaciones artísticas, la vida de los
viandantes de las grises ciudades, no de las ciudades grises, que todas lo son.
Ya sean músicos, bailarines, recitadores, actores, titiriteros, mimos o
cualquier otra modalidad de artista, si practican su arte en la calle son
artistas callejeros, y el suyo arte en la calle. Han existido siempre.
Son talentosos, valientes, dispuestos, independientes,
fuertes, generosos. Por unas pocas monedas, calderilla, hacen mucho más grato
nuestro paso por la calle. No te agobian, no te acosan, no invaden tu espacio.
Permanecen quietos, en su sitio, respetuosos, abstraídos en la realización de
su obra. A algunos, grandes tímidos en realidad, apenas se les escucha, el
débil sonido de su flauta oculto por el ruido del tráfico. Frente a ellos, a
nivel del suelo, un gorro o la funda del instrumento para recoger esa dádiva
voluntaria, algo suelto, lo justo para comer cualquier cosa y dormir bajo techo, que
hasta en Sevilla hace frío, y llueve.
Son como gorriones, que alegran la
vida, entretienen y no hacen daño a nadie. Debían estar protegidos.
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