WILDE, Óscar, El crimen de Lord Arthur Savile y
otros relatos, Madrid, Aguilar, 1995; 80 págs. No se menciona al traductor.
[Lord Arthur Savile's Crime. The Happy Prince.
The Devoted Friend].
Libro compuesto por tres
narraciones, las tres muy distintas. Ahora iremos con ellas.
Antes de eso quiero llamar la
atención sobre el hecho de que no aparezca el nombre del traductor por ningún
lado. ¿Por qué? ¿Es que los traductores no tienen derecho a la memoria de su
trabajo? En el mundo editorial, a menudo de una mezquindad y una crueldad insospechada,
ese negocio, puro negocio donde es corriente aprovecharse del talento y la
falta de apetitos materiales de muchos escritores no pagándoles nada, o muy
poco, parece que el traductor no tiene derecho a la vida. Ni siquiera se le
nombra. Dicen que representantes como Carmen Balcells (q.e.p.d.) mejoraron
mucho la situación de sus representados. Puede ser, ojalá, pero ese negocio
sigue pareciendo la jungla. Y ahora, con internet, no les digo nada: piratería
y robo de ideas y sudor intelectual ajeno de la forma más descarada. Buscando
por ahí, precisamente en esta página, he encontrado datos para suponer
que los traductores de algunos de los tres relatos, si no de todos, fueron
Julio Gómez de la Serna y E. P. Garduño, pero no puedo asegurarlo. En fin,
lector: cuando compre usted un libro acuérdese de la persona que lo escribió o
lo tradujo, porque es muy posible que muriera en la más absoluta indigencia y
ahora hasta se le niegue el derecho a la memoria. Por otra parte, el título del
libro resulta engañoso porque no consiste en la traducción del original inglés
de 1891, Lord Arthur Savile's Crime and Others
Stories, sino en la traducción de tres narraciones publicadas
originariamente en dos libros distintos, el mencionado y uno anterior, de 1888,
escrito para niños: The Happy Prince and
Other Stories. Si ha llegado leyendo hasta aquí quizá se preguntará por
qué he comprado y leído un libro con tantas carencias. La respuesta, como casi
siempre, y para casi todo, está en las relaciones humanas. Unos conocidos
cerraban su librería y liquidaban las existencias y yo, por ayudarles, como un
amigo fiel, pero en este caso de verdad, acudí para echarles una mano. El autor
además me ha atraído siempre.
A pesar de todo, y ahora que me he desahogado, debo decirles
que el balance de la lectura ha sido positivo. No saben lo que me he reído con
el primero de los relatos, el más extenso, escrito con el mismo humor que algunas
obras de teatro suyas que leí hace años, sobre todo La importancia de llamarse Ernesto. Degusten la descripción que
hace en El crimen de lord Arthur Savile
del carácter de lady Windermere, un personaje recurrente en su obra:
“Desde muy joven descubrió en la vida la importante verdad de que nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento; y, por medio de una serie de aventuras despreocupadas, inocentes por completo en su mayoría, logró todos los privilegios de una personalidad. Había cambiado varias veces de marido. En el Debrett o Guía nobiliaria, aparecía con tres matrimonios en su haber; pero nunca cambió de amante y el mundo había dejado de chismorrear a cuenta suya desde hacía tiempo. En la actualidad contaba cuarenta años, no tenía hijos y poseía esa pasión desordenada por el placer que constituye el secreto de la eterna juventud”. (Págs. 8 y 9).
En el contenido de la cita llama la
atención la alusión a una de las obsesiones recurrentes del autor, la eterna
juventud, motor importante de la acción en El
retrato de Dorian Gray.
Del último relato, El amigo fiel, poco tengo que decir: una
fábula sobre los falsos amigos y la necesidad de esa necesaria dosis de sano
egoísmo que todos necesitamos para sobrevivir a las trampas que, a veces, se
nos tienden.
El
príncipe feliz es una delicia. Reencontrármelo después de varias décadas de
haberlo leído, allá en mi infancia, ha sido muy emocionante. Es un relato
inspirado por los mejores sentimientos que pueden albergar las personas.
Contiene una fuerte crítica social, y es muy aconsejable para despertar esa
conciencia en los niños, que no crezcan como personas prepotentes e
insolidarias. Durante su lectura, además, me he contemplado con muchísimos años
menos, y eso siempre es un placer. Posee una estética modernista, de gusto
orientalizante, evocadora tanto de poemas de Rubén Darío como de cuadros de Gustav
Klimt.
En
fin: un libro de contenido muy especial en una edición muy poco aconsejable.
El autor fotografiado durante su viaje a Nueva
York (Napoleón Sarony, 1882)
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