Alice Munro, La vida de las mujeres, Barcelona, DeBolsillo, 2011. (Lives of Girls and Women, 1971;
traducción de Aurora Ehevarría).
Delicioso
libro, de fácil lectura y profundo mensaje. Trata de los primeros años de vida
de una mujer nacida y criada en una zona rural cercana a los grandes lagos en
terreno canadiense. De hecho, es una recreación de la infancia y la primera
juventud de la vida de Munro. Aunque algunos la consideran una novela, sus ocho
capítulos, ordenados de manera cronológica y con títulos propios, pueden ser
leídos también de forma independiente o desordenados, aunque no creo que sea
aconsejable si se quiere alcanzar una buena compresión de los hechos. Los dos
primeros capítulos están centrados en personajes masculinos que dejan en ella
una profunda huella, uno por su bondad, rara entre los personajes masculinos de
Alice Munro, hay que decirlo, y otro por haber despertado en la niña la
vocación por la escritura descriptiva de la población donde vive, hecho del que
no es consciente hasta que ya es mayor. Y es en ese despertar de la vocación
por contar la propia historia, desarrollado en el último capítulo, donde aparece
verdaderamente manifiesta la influencia de Thomas Wolfe y su brillante e
inabarcable El ángel que nos mira,
que la narradora-protagonista nombra como una de sus lecturas preferidas. Munro
no esconde sus influencias, presume de ellas.
Los
capítulos centrales del libro son los más valiosos desde el punto de vista
humano. Uno, el tercero, el último de ellos dedicados de manera casi integral a
personas distintas a ella, está centrado en la figura de su madre, una mujer
culta y de carácter independiente. Y a partir de este capítulo, como si ya
hubiese llegado a sentir la necesidad de hablar de ella misma, la narradora se
centra en cuatro aspectos fundamentales de su biografía: la experiencia religiosa, a
la que, curiosamente, acude como una
forma de afianzar la independencia frente a la madre; la educación y el centro
educativo donde se forma; el despertar al sexo cuando tiene unos trece años y
los abusos que sufre por parte de un hombre que tiene toda la confianza de la
madre —algo desgraciadamente muy común en cualquier país y que debemos hacernos
mirar—; y el hallazgo, por fin, de su primera amistad intelectual y de su
primer amor físico digamos adulto. Hay escenas, emociones y sensaciones
narradas y descritas de manera francamente magistral, de esas que cuando uno las
encuentra piensa en la suerte que tiene de poseer esta divina adicción a la
lectura de novelas. En cuanto a esa defensa cerrada de posturas feministas tan habitual en
las obras de Munro, puede que su explicación esté precisamente en su propia
experiencia, una infancia y una adolescencia vividas en una población donde la
mayoría de los hombres eran sayones, primarios, abusadores y malhumorados. Es
su madre, en las páginas finales del capítulo que da nombre al libro, quien mejor
verbaliza la necesidad de emancipación de la mujer:
«Creo que va a haber un cambio en la vida de las niñas y las mujeres. Sí. Pero depende de nosotras que se produzca. Todo lo que las mujeres han tenido hasta ahora ha sido su relación con los hombres. Eso es todo. No hemos tenido más vida propia, en realidad, que un animal doméstico».
Quizá
la lectura de libros como este contribuya a un mejor entendimiento entre
mujeres y hombres, hoy día no solo necesario, ya imprescindible.
La fotografía de Alice Munro ha sido tomada de The Canadian Encyclopedia y es obra de
Jerry Baker.
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