César Aira, Cómo
me hice monja, Barcelona, Mondadori, 1998.
Divertido relato en primera
persona de un niño de seis años que vive en Rosario (Argentina). Olvídense de
encontrar en él nada relacionado con monjas o iglesias: la ficción es una broma
desde el comienzo hasta el final. Este último, además, es perfecto en sí mismo, el
cierre de un círculo comenzado en la primera página. La novela, corta —como los
libros que gusta escribir César Aira (Coronel Pringels, 1949), de apenas 20.000
palabras)—, cuenta un año de vida de un niño llamado César que a veces aparece,
se ve o se sueña él, como niña. Es un niño introvertido y maquiavélico,
calculador, capaz de hacer sufrir a sus padres, a los que ve objetivamente como
personas responsables de su hijo pero a los que gusta marear con
comportamientos desesperantes. No deseo contar a nadie cuáles son las ideítas
que tiene el protagonista-narrador, pero adelanto que son realmente
imprevisibles. A la vista del aire general de la ficción, parece que el autor
ha recibido, y ha escrito bajo, interesantísimas influencias del arte
vanguardista, tomando de este el gusto por el juego y, a veces, el amor por el
absurdo. El final del relato es tan perfecto gracias a una licencia narrativa
muy poco habitual, aquella que permite narrar a quien por definición no puede
hacerlo. Y no digo más, que luego todo se sabe. Muy recomendable.
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