Tanizaki en 1951
Junichiro Tanizaki, Elogio de la sombra, Madrid, Alianza, 2018. Traducción de Emilio
Masiá López.
Ensayo
de apenas sesenta páginas publicado originariamente en 1933. Se trata de una
cerrada, inteligente y sensible defensa de la estética japonesa, que Tanizaki
(1886-1965) veía amenazada por modas, inventos y tendencias occidentales. Ya en
aquellos años era perfectamente consciente de lo que se avecinaba y advertía
las primeras señales de la empobrecedora uniformidad planetaria. Basta mirar con atención las fotografías y los grabados antiguos para entender de qué se trata: los localismos se han perdido.
Tanizaki se ocupa
principalmente de la penumbra y su hermana mayor la oscuridad, ambos espacios o
apariencias que han sido desterrados de la vida moderna. La electrificación de
las ciudades y las casas ha conllevado una iluminación excesiva, lo que acarrea
la sobreexplotación de los recursos naturales por un mayor consumo de energía y
la pérdida del misterio de la noche y de
los interiores oscuros. Es ahí, precisamente, donde su obra resulta más
valiosa. Centradas en la forma tradicional de construcción y decoración de las
casas japonesas, algunas de sus páginas son reveladoras. Para los
occidentales que siempre hemos mirado con admiración, y un punto de
incomprensión en cuanto a su grado de confortabilidad, sus interiores
domésticos, la lectura de esta obra supondrá un antes y un después en esa percepción.
Entenderá, por ejemplo, el porqué de los shōji,
esos paneles traslúcidos y móviles que limitan sus espacios. Dejándose llevar
por su admirable sentido de lo sensual, Tanikazi invita al lector a abandonarse
al encanto de los espacios poco iluminados, capaces de resucitar sensaciones
visuales perdidas desde la llegada de la luz eléctrica. Frente al intento, ya
manifiesto entonces en las principales capitales europeas y norteamericanas, de
iluminarlo todo, realizando una analogía entre iluminado y limpio, el autor, en
unas páginas que a los occidentales pueden resultar pintorescas, describe y
defiende los retretes tradicionales nipones, construidos en madera y sumidos en
la penumbra. Hace también un estudio comparativo del tipo de blanco y la
textura del papel occidental frente al papel japonés hōsho, o la del papel blanco de China: «La textura del papel
oriental resulta mullida como una capa de nieve recién caída, y absorbe la luz
como si la acogiese, en cambio el papel occidental parece que la repeliese»
(pág. 22).
Más adelante, y quizá como
resumen, escribe: «La luz ya no tiene como finalidad iluminar para poder
escribir, leer o coser, sino para expulsar las sombras a los rincones más
apartados, esto es diametralmente opuesto al concepto estético y genuino de
vivienda de estilo japonés» (pág. 60). Desde mi punto de vista, el de un amante
de reconstruir escenas del pasado en la imaginación, afirmaciones como esta son
fundamentales y aplicables por supuesto también a occidente. También escribe: «Estimamos
las tonalidades y brillos que nos retrotraigan al pasado. Cuando uno vive en
uno de esos viejos caserones rodeado de objetos antiguos se experimenta una paz
y un sosiego difíciles de explicar» (pág. 25). El autor se declara defensor de
la pátina, incluso de la suciedad si acabar con ella supone la pérdida del
aspecto antiguo, la aparición de brillos e iluminaciones no deseados. El texto
entero es una defensa de lo difuso, lo tenue y delicado.
No conozco obras equivalentes
escritas en Europa pero el proceso vivido fue el mismo. Perdimos la
contemplación del cielo estrellado, la percepción de la acariciante y azulada
luz de la luna y, sobre todo, y dentro de las casas, la magia del misterio. Elogio de la sombra, traducido al inglés
y al francés en 1977, tuvo que jugar un papel importante en ciertas modas
culinarias, teatrales y decorativas niponas irradiadas desde los principales
centros de cultura occidentales. Una lectura realmente estimulante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario