(Musées d'art et d'histoire de Genève)
José Calvo Poyato, El milagro del Prado. La polémica evacuación de sus obras maestras
durante la guerra civil española por el Gobierno de la República, Madrid,
Arzalia Ediciones, 2018.
«No sabremos nunca si la intención
de quienes tomaron aquella decisión era provocar una catástrofe de la que
culpar a la aviación franquista, o simplemente no calibraron en su verdadera
magnitud las consecuencias». Estas palabras, tomadas de las páginas finales de
este ameno ensayo, resumen su espíritu. Obra objetiva y bien intencionada, El milagro del Prado narra las
operaciones que llevó a cabo el Gobierno de la II República para sacar del
Museo del Prado sus obras principales, cientos de ellas, que siguieron desde el
otoño de 1936 el mismo camino que seguía el gobierno republicano. La decisión
fue muy polémica desde el primer momento, sobre todo entre los amantes del
arte. Contraviniendo las recomendaciones de los más altos organismos
internacionales, que aconsejaban en tiempos de guerra la conservación de las
obras de arte en los museos una vez protegidas de manera conveniente, personajes
poco o nada preparados culturalmente e impulsados únicamente por cuestiones
políticas, ordenaron, durante el gobierno de Largo Caballero, la saca del Prado
de las obras de Rubens, Tiziano, Velázquez, Goya, etc. Desde el edificio del
Museo del Prado, y en camiones pobremente acondicionados, los cuadros viajaron
hasta Valencia, luego hasta Barcelona, después hasta los castillos de Figueras
y Peralada, huyendo con el gobierno del ataque franquista. Una vez en el límite
del país, cuando ya la guerra estaba perdida, autoridades del Gobierno de la
República negociaron con un comité internacional de especialistas procedentes
de los principales museos europeos y estadounidenses la continuación del viaje de
las obras hasta Ginebra, donde debían ser depositadas en edificios controlados
por la Sociedad de Naciones. Allí se celebraría una exposición temporal con la
que se devolvería el dinero adelantado para el transporte desde la frontera por
algunos de dichos especialistas internacionales. Cuando vino a celebrarse la
exposición —cuyo cartel acompaña este texto—, el lugar del representante
técnico de la República, Timoteo Pérez Rubio, ya había sido ocupado en el
diálogo con los organismos internacionales por José María Sert y Eugenio D’Ors,
representantes del Gobierno de Burgos, a punto de ser reconocido por el
gobierno suizo. La exposición se celebró durante el verano de 1939, justo antes
de comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Fue un éxito de público. Una vez
acabada hubo el tiempo justo de organizar la vuelta de los cuadros a España.
Hicieron el viaje en un tren especial que atravesó el territorio francés de
noche y a oscuras para evitar posibles ataques de la aviación alemana. El 9 de
septiembre estaban de vuelta en Madrid.
Después de conocer esta
absurda odisea sufrida por las obras maestras del Prado, muchas de las cuales,
sobre todo las de mayor formato, sufrieron graves deterioros —alguna de Goya
llegó a quedar fragmentada en decenas de partes—, cuando volvamos al Museo del
Prado debemos recordar que estamos en una importantísima pinacoteca cuyas obras se salvaron
de milagro de los ataques a los que fue expuesta por la ignorancia y la ruindad
de oscuros comisarios políticos. No lo olvidemos: la cultura y la política no deben ir de la mano, son universos
distintos y excluyentes. No quiero dar nombres, están en el libro, pero
algunos de los responsables de aquella barbaridad son muy conocidos y se han
citado a menudo como representantes y defensores del arte.
Pero el libro de Calvo Poyato
no queda ahí. Su lectura tiene que poner roja de vergüenza la cara de las
personas que aún apoyan la gestión que se hizo de los bienes culturales en el
territorio controlado por la República, donde los ataques al patrimonio de la
Iglesia supuso la desaparición por vandalismo de obras de arte, archivos y
bibliotecas, documentos y objetos ya irrecuperables. Lo mismo podría decirse de
las colecciones del Museo Arqueológico Nacional cuyas piezas fueran de metales
valiosos, muchas de ellas sujeto de sacas y trasporte al extranjero, donde se
les perdió definitivamente la pista.
Un libro, en definitiva, para reafirmarse
en la necesidad de ser pacifista, apolítico y, sobre todas las cosas, amante
del arte. Todas las opciones políticas son responsables del deterioro del
patrimonio cultural. Todas.
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