Un pueblo abandonado es algo
estremecedor. En el transcurso de un viaje por el norte de
la provincia de Huesca visité uno en el que tuve una extraña experiencia: descubrí la puerta que une los mundos visible
e invisible. Tal como lo cuento. Caminaba entre sus casas solo. El silencio se había instalado en
aquellas calles de fachadas de piedra oscura y tejados de vigas olvidadas. Solo
se oía el sonido de mis pasos sobre la tierra. Como en
una Pompeya descuidada, algunas de la calles estaban intransitables debido al derrumbe
de una fachada, empujada, quizá, por la presión de los tejados de pizarra deshechos
tras el vencimiento de una viga. El silencio sobrecogía. Ni siquiera había pájaros. Entonces los vi, juro que los vi. Eran personas. A principio fue una impresión tímida, imprecisa, el paso de tres muchachos
vistos con el rabillo del ojo por una calle perpendicular. A partir de ahí el
fenómeno fue a más y ellos se instalaron en todas las calles. Estaban ahí. Eran
los habitantes del pueblo. Habían vuelto. Recorrían sus calles y salían y
entraban de sus casas como si todas estuvieran en un estado perfecto. Y yo no
estuviera allí. Me ignoraban por completo. Aquella impresión duró apenas un
minuto, pero la viví con la intensidad suficiente para que se me quedara
grabada y empezara a valorarla como una experiencia a la que sacar partido. Puse manos a la obra. Tuve que crear de la nada un argumento y unos personajes,
esforzándome como no lo había hecho antes en dar forma a un mundo totalmente
imaginado. Resultado de ello, y después de varios años de bocetos, borradores, viajes,
croquis, versiones, arrepentimientos, hallazgos, bosquejos e intentos y
trabajos varios, nació Un verano en la
montaña. En la editorial escribieron para la contraportada unas palabras a
modo de sinopsis que resumen bien el espíritu de la obra:
«Un
libro maldito. Una amistad perdida. Un bosque hermoso cargado de interrogantes
y desapariciones. El amor en su estado más puro y el sexo libre y sin tapujos.
Una investigación donde el misterio y la desconfianza están servidos en bandeja
de plata.
Un verano en la montaña es una historia
difícil de olvidar, con personajes bien perfilados, una trama imposible de
abandonar y un final sorprendente.
Una novela que permitirá
conocer a un escritor como Víctor Espuny, empeñado en narrar cada vez con más
concisión y estilo, sin dejar nada al azar, para ofrecer a sus lectores lo
mejor de su fértil imaginación».
De la génesis y el proceso de redacción del texto
solo fueron testigos mi sombra y las cuatro paredes de mi cuarto.
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