GOFFETTE,
Guy, Géronimo a mal au dos, Éditions
Gallimard, 2013; 181 páginas.
Alguien me trajo de Bélgica este
libro. La persona, muy amable, se había ofrecido a proporcionarme alguna
lectura belga y yo le había pedido algo ligero, que me hiciera reír. Claro que no
había tenido en cuenta que mi amigo no entiende francés. Así, nada más iniciada
la lectura me hallé junto a un hombre que acudía al entierro de su padre,
exactamente a la vela de su cadáver, dispuesto en un ataúd en el salón de la
casa familiar. No había risas.
Géronimo
a mal au dos me ha subyugado. Es una novela que puede adscribirse al
subgénero funerario-revanchístico, en el que los lectores situarán perfectamente la genial Cinco horas con
Mario, de Delibes. Este subgénero consistiría en un monólogo en el que
alguien muy unido al fallecido por lazos familiares aprovecha los últimos momentos visibles del cadáver para
echarle en cara lo mal que este se ha portado con él (o con ella, en el caso de
Delibes), detallando una lista de agravios. En esta ocasión se trata del
primogénito de un empleado de una cantera en la Europa central de los años
cincuenta, seguramente en la misma Bélgica. El muchacho ha crecido en un
pueblecito y en una familia donde parece haber muy poco lugar para la ternura,
sobre todo por parte del padre, un hombre frío y violento. Empeñado en que el
hijo estudie, este se revela fuerte, creativo y lleno de inquietudes artísticas
y logra forjar su propia existencia lejos del hogar paterno, en un mundo, el de
la creación artística, muy distinto del sórdido ambiente donde transcurrieron su
infancia y su adolescencia. Nada de risas; no había espacio para ellas. Por
momentos, la figura del padre nos parece poco verosímil porque cuesta
trabajo imaginar una persona con tan poca sensibilidad, pero es obvio que ha
tenido que existir gente así. Y aún existirán.
Espero que alguien con los
conocimientos y el tiempo necesarios traduzca pronto esta obra, pues creo que
no está publicada en castellano. A pesar de lo triste del argumento, la lectura
merece mucho por la pena sobre todo por los pasajes en los que se desborda el
lirismo de Guy Goffette, más poeta que novelista. Los dos capítulos dedicados al fallecimiento de su
abuela son enternecedores (págs. 117-123), así como ciertas pinceladas
descriptivas. La casa era «un petit enfer
domestique» (p. 63). La pasión por la lectura le viene al protagonista por
la necesidad de evasión, como a tanta gente: «Mon premier livre, mes premièrs ailes» (p. 63). El padre era un
hombre autoritario, callado y frío: «Mon
père comme un bloc de marbre sur sa chaise» (p. 86).
La carga autobiográfica de la obra
parece indudable. Nadie puede expresar con tanta exactitud algo que no ha
sentido.
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