LISPECTOR, Clarice, La
hora de la estrella, Madrid, Siruela, 2014; 96 páginas. [A hora da estrela, 1977]. Traducción de
Ana Poljak.
Nada de lo que pueda escribir aquí
contribuirá a que el lector se haga una idea exacta de la profundidad de este
librito, de apenas noventa páginas. Se trata de la última obra de una mujer que
amaba la literatura sobre todas las cosas y, mientras la escribía, veía su
muerte al lado, mirándola, fría y descarada. La autora es Clarice Lispector (1920-1977),
brasileña de origen ucraniano y vida muy infeliz. Su biografía se localiza en
Internet como casi todo, con sólo pulsar un botón. Pero, afortunadamente, no
todo es tan fácil de comprender y localizar en este mundo tan tecnificado en el
que vivimos.
La
hora de la estrella consiste en el relato de la vida de una mujer casi
invisible, insignificante por la misma inconsciencia de ella de estar viviendo.
Todas a su alrededor son personas ambiciosas, mejor preparadas para la lucha
por la existencia en la que a menudo se convierte la vida en sociedad, esa
fauna en la que nos movemos todos los días. El narrador es un hombre que tiene
interés en ella, de nombre Macabea, por su propia debilidad, porque le llama la
atención una persona tan desvalida, tan poco preparada para la supervivencia. Ese
narrador masculino se trata de un simple disfraz bajo el que se esconde
Clarice, un juego, una quimera. El lector toma pronto cariño a esa muchacha
desvalida, demasiado delgada, sin gracia para vestirse, sin encanto físico, que
sueña con tener un novio o con parecerse a Marilyn Monroe y de la que todos se
ríen por su insignificancia. Macabea, sin embargo, guarda en su interior una
estrella de mil puntas y tarde o temprano la mostrará, hermosa y deslumbrante.
Desde que uno comienza la lectura de
La hora de la estrella tiene la
impresión de hallarse ante un autor con voz propia y muy poderosa, algo
parecido a lo que ocurre al comenzar un texto de Juan Rulfo o de Isidore Ducasse.
Nos parece estar oyendo una voz real, con su timbre y sus inflexiones propias.
Con el segundo, Lispector comparte además cierto malditismo, pues parece que
también fuera víctima de su talento, poseedora de ciertas tendencias
autodestructivas y aislacionistas, que la encaminaban a romper con todo lo que
pareciera bien pensante. Pocos debieron entenderla en la sociedad brasileña de
la época.
Clarice Lispector
(Imagen de tribunafeminista.org)
Dejo aquí constancia de frases o
pasajes de la obra realmente antológicos.
Sobre su estilo:
«Está claro que como todo escritor tengo la tentación de usar
términos suculentos», (pág. 15).
«No soy un intelectual, escribo con el cuerpo», (pág. 17).
«Y la palabra no puede ser adornada y artísticamente vana,
tiene que ser solo ella», (pág. 21). Los subrayados son míos.
Sobre su necesidad de escribir:
«tengo que hablar de la norestina [Macabea], porque si no me
ahogo», (pág. 18).
«Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto
la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir,
me moriría simbólicamente todos los días», (pág. 22).
«la historia de Macabea tiene que salir porque de lo contrario estallo» (pág. 52).
Creo que estaría bien volver sobre Clarice Lispector, buscar otros textos
suyos. No todos los días se encuentra un autor tan personal y poseedor de una
lucidez como la suya. Hasta pronto.
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