martes, 7 de noviembre de 2017

«La hora de la estrella», de Clarice Lispector





LISPECTOR, Clarice, La hora de la estrella, Madrid, Siruela, 2014; 96 páginas. [A hora da estrela, 1977]. Traducción de Ana Poljak.

            Nada de lo que pueda escribir aquí contribuirá a que el lector se haga una idea exacta de la profundidad de este librito, de apenas noventa páginas. Se trata de la última obra de una mujer que amaba la literatura sobre todas las cosas y, mientras la escribía, veía su muerte al lado, mirándola, fría y descarada. La autora es Clarice Lispector (1920-1977), brasileña de origen ucraniano y vida muy infeliz. Su biografía se localiza en Internet como casi todo, con sólo pulsar un botón. Pero, afortunadamente, no todo es tan fácil de comprender y localizar en este mundo tan tecnificado en el que vivimos.
            La hora de la estrella consiste en el relato de la vida de una mujer casi invisible, insignificante por la misma inconsciencia de ella de estar viviendo. Todas a su alrededor son personas ambiciosas, mejor preparadas para la lucha por la existencia en la que a menudo se convierte la vida en sociedad, esa fauna en la que nos movemos todos los días. El narrador es un hombre que tiene interés en ella, de nombre Macabea, por su propia debilidad, porque le llama la atención una persona tan desvalida, tan poco preparada para la supervivencia. Ese narrador masculino se trata de un simple disfraz bajo el que se esconde Clarice, un juego, una quimera. El lector toma pronto cariño a esa muchacha desvalida, demasiado delgada, sin gracia para vestirse, sin encanto físico, que sueña con tener un novio o con parecerse a Marilyn Monroe y de la que todos se ríen por su insignificancia. Macabea, sin embargo, guarda en su interior una estrella de mil puntas y tarde o temprano la mostrará, hermosa y deslumbrante.
            Desde que uno comienza la lectura de La hora de la estrella tiene la impresión de hallarse ante un autor con voz propia y muy poderosa, algo parecido a lo que ocurre al comenzar un texto de Juan Rulfo o de Isidore Ducasse. Nos parece estar oyendo una voz real, con su timbre y sus inflexiones propias. Con el segundo, Lispector comparte además cierto malditismo, pues parece que también fuera víctima de su talento, poseedora de ciertas tendencias autodestructivas y aislacionistas, que la encaminaban a romper con todo lo que pareciera bien pensante. Pocos debieron entenderla en la sociedad brasileña de la época.  


Clarice Lispector
(Imagen de tribunafeminista.org)


            Dejo aquí constancia de frases o pasajes de la obra realmente antológicos.


Sobre su estilo:

«Está claro que como todo escritor tengo la tentación de usar términos suculentos», (pág. 15).

«No soy un intelectual, escribo con el cuerpo», (pág. 17).

«Y la palabra no puede ser adornada y artísticamente vana, tiene que ser solo ella», (pág. 21). Los subrayados son míos.


Sobre su necesidad de escribir:

«tengo que hablar de la norestina [Macabea], porque si no me ahogo», (pág. 18).

«Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días», (pág. 22).

«la historia de Macabea tiene que salir porque de lo contrario estallo» (pág. 52).


Creo que estaría bien volver sobre Clarice Lispector, buscar otros textos suyos. No todos los días se encuentra un autor tan personal y poseedor de una lucidez como la suya. Hasta pronto.




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