GARCÍA
CANO, Antonio, Tierra de rastrojos, Dos
Hermanas, Imprenta Sevillana , S. A., 1976 (2ª ed.; la 1ª es de 1975); 303
páginas. Prólogo de Antonio Burgos. Ilustraciones y portada de Francisco
Cuadrado.
Novela de realismo social, en este
caso centrada en la vida de una familia de colonos pobres, arrendatarios de pequeñas parcelas, durante el periodo comprendido aproximadamente entre los últimos años
de la dictadura de Primo de Rivera y los años finales de la década de los
cuarenta. El lugar, sin definir con exactitud, puede situarse en el territorio comprendido entre las poblaciones sevillanas de Osuna, Lantejuela, Marchena y la
Puebla de Cazalla. El protagonista, un hombre joven y saludable que sólo posee
sus manos y el deseo de sacar adelante su familia, verá como todos sus
esfuerzos de progreso resultan inútiles ante las barreras levantadas por un
sistema injusto. En esta línea, la novela recuerda obras inspiradas por el mismo
espíritu de lucha y reivindicación, como Las
uvas de la ira, de Steinbeck, pero con la peculiaridad de estar escrita por
alguien que conoció la explotación laboral y la injusticia desde la misma infancia
y en carne propia.
Muchos de los libros que uno lee
acaban con el nombre del lugar donde fueron escritos y el periodo de tiempo que
llevó redactarlos. Así, es muy corriente encontrar finales como «Toledo, primavera - verano de 2009» o, por decir algo, «Vilanova i la Geltrú, 2000 - 2001». Esos
finales son normales y no impresionan demasiado. Lo que ya no es tan normal es
encontrarse un final como el de Tierra de
rastrojos:
«Jaén, Prisión Provincial.
Segunda Galería, celda 21.
Años 1.970 - 1971».
Y uno se pregunta qué pudo llevar a
la cárcel al autor e investiga su biografía. La tienen ahí, en internet, en
muchos lugares.
García Cano es un autor muy admirado por las personas que
sienten la Andalucía señorial, que conocen su historia. El primero en admirar
su obra es el prologuista, que da la bienvenida a la novela como la “primera novela
estrictamente campesina del Sur” (pág. 10), esto es: la primera novela sobre el
campesino andaluz, sobre la vida en las gañanías de los cortijos, en los tajos
de siega a mano, en las chozas de los colonos, incluso en las tabernas, las
iglesias y los casinos de los pueblos escrita por un trabajador, por una
persona que en su infancia cuidaba cabras y cerdos, que apenas fue a la
escuela, pero era poseedor de una gran inteligencia natural. De hecho, este
servidor, que conoce la zona donde transcurre la novela y los hechos que
relata, no puede dejar de admirar la manera que tiene de contar todo sin
señalar a nadie directamente y de disfrazar los lugares de manera que sólo
resulten identificables por algunos y de manera indirecta. En las biografías de
García Cano se cuenta que perteneció al PCE, que vivió la infancia en
Lantejuela, que trabajó de dependiente en El Saucejo, de camarero en Osuna, que
hizo la mili en Sevilla y otras circunstancias vitales más que le dieron un
bagaje cultural tremendo, pues la sabiduría de García Cano no era de la que se
aprende en la Universidad. Era sabiduría práctica. De todas formas, y a la
vista del estilo que posee escribiendo, estoy seguro de que en algún momento de
su vida alguien con medios supo ver en él unas capacidades que debían fomentarse
y le abrió su biblioteca. Ahí tuvo que conocer la gran literatura. García Cano
escribe bien, sin abusar de adjetivos ni de cultismos, y además realiza un homenaje,
con su uso, al habla de la zona, pues no es normal encontrar en las novelas que
uno lee palabras como chiquichanca (persona, normalmente un niño, que está para
los trabajos más humildes) o sardinel, que en la zona de Osuna pronunciamos
sardiné.
La Andalucía de los grandes latifundios ha evolucionado mucho
desde que se escribió esta novela. La vida en general ha mejorado de manera notable
en estos pueblos. Por mi edad aún puedo reconocer muchas de las situaciones que
se describen en la novela, pero estoy seguro de que los más jóvenes, sobre todo
si viven en ciudades, ya no podrán hacerlo. Afortunadamente para ellos. No han
conocido el gran éxodo de los sesenta y los setenta, que se llevó gran parte de
la sangre más joven y emprendedora a Cataluña o el País Vasco, ni tampoco, por
suerte para ellos, las tabernas en las que todavía en mi infancia había
carteles en las paredes donde se leía “Prohibido escupir en las paredes”. Esto
ha mejorado, sí. Pero ahora se muere. Se muere porque las administraciones hacen
caso omiso a las voces que se alzan pidiendo nuevas conexiones ferroviarias —parece
que quiere dejar enterrados más de 200 millones de euros ya invertidos en la
plataforma del AVE— o el apoyo a empresas que creen puestos de trabajo y puedan
radicarse aquí. Mientras todo siga más o menos como estaba, la sociedad será
subvencionada y languidecerá entre bellas fachadas de casas señoriales. Pueblos
como Osuna, por no tener no tienen un teatro ni un auditorio dignos, ni una
instalación deportiva tan saludable como una piscina cubierta. Cualquier
persona de la zona que viaje a comarcas de economía más dinámica quedará admirada
de los equipamientos de otras poblaciones. La zona que describe García Cano en
esta novela de manera magistral necesita el empuje de las administraciones. Lo
está pidiendo a voces.
Cencerro, en el centro, sentado,
rodeado de parte de sus hombres.
Aunque su territorio eran las sierras del sur de Jaén,
García Cano lo nombra en la página 235. Era la Guerrilla. Años 40.
En cuanto a técnicas narrativas, Tierra de rastrojos está narrada en tercera persona omnisciente
clásica. El lector actual poco acostumbrado a las novelas del XIX echará en falta
durante la lectura mayor ilación de la trama y una acción más dinámica. Hay
capítulos lentos, de espíritu que podríamos llamar documentalista, en los que el autor
quiere dejar constancia de ceremonias o formas de vida cuya vida presumía
corta. Le asombraría saber hasta qué punto se perpetúan.
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