FAULKNER,
William, Desciende, Moisés, Madrid, Alianza,
2017; 422 páginas. [Go Down, Moses,
1942]. Traducción de María Coy.
Conjunto de relatos muy unidos por
la temática, la presencia de personajes comunes, el escenario y la época, tan unidos que algunos consideran el libro una novela. En realidad, y como demuestra la
publicación de sus siete partes por separado con anterioridad a 1942, parece tratarse más bien de lo primero; (sobre esta cuestión pueden verse las págs. 657 y ss. de W. Faulkner, Relatos, Barcelona, Anagrama, 2012; edición de Joseph Blotner, traducción de Jesús
Zulaika Goicoechea). De todas formas, este es un problema arduo al que han
dedicado años de su vida sesudos y muy respetables críticos, así que no voy a
ser yo el que le enmiende la plana a ninguno de ellos.
El libro cuenta las peripecias
vitales de los miembros de una familia en la que las sangres negra y blanca se
confunden desde generaciones atrás. Dado que hoy día sigue habiendo terrorismo
racial en los Estados Unidos, no viene mal recordar que las uniones amorosas
son la única manera de acabar con las diferencias raciales y de clase, de
manera que desde aquí nos permitimos aconsejar al señor Donald Trump que, si alguna vez llega a divociarse, se case con una mujer negra —le va a costar
trabajo encontrar alguna que quiera, dicho sea de paso—, a ver si así se le
oscurece un poco la piel y se le endulza el alma.
Desciende,
Moisés comienza con esta dedicatoria:
«A Mami
Caroline Barr
Mississippi
1840-1940
que nació en la esclavitud y
que dio a mi familia una fidelidad
sin límite ni cálculo de recompensa
y a mi niñez inconmensurables
devoción y amor».
Esa, precisamente, va a ser la tónica
general del libro, una visión de los esclavos y empleados negros que intenta ser humana e igualitaria. El punto de vista de Faulkner es el de un blanco del sur de clase
acomodada, en su caso venida a menos, pero, por una especial fortuna, provisto
de una buena dosis de empatía. Además, Faulkner nos regala pasajes
inolvidables sobre la transformación de la naturaleza de la mano del hombre,
que talaba bosques vírgenes para dejar paso al ferrocarril; esto último
principalmente en Otoño en el Delta,
la parte sexta. En cualquier caso, y perdonen mi desorden, es necesario empezar
diciendo que Desciende, Moisés cuenta
los avatares sufridos por los miembros de la familia McCaslin desde principios
del siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX. Los McCaslin tienen una plantación cerca de la ficticia población de Jefferson, estado de Misisipi. El árbol genealógico de la
familia, bastante enrevesado, para alegría del lector se sirve ya hecho (pág.
10), de manera que no hay que partirse la cabeza intentando recordar quién era
quién en la familia. De todas formas, hay momentos de la lectura en los que la
prosa de Faulkner se vuelve tan deliciosa o tan ininteligible, por la longitud
de los periodos sintácticos, que uno no sabe realmente, ni le importa, de qué McCaslin está
hablando.
Desciende,
Moisés, como ya he dicho, está dividido en siete partes. Las siete pueden
leerse de forma autónoma de manera inteligible pero solo leyéndolas todas se
puede entender la grandeza y la miseria de los personajes. El «tío Ike», Isaac
McCaslin (1867-ca. 1947), protagoniza
muchas de ellas. No puedo asegurarlo, pero es muy posible que Jim Harrison, el
autor de Leyendas de pasión, novela
muy conocida en su adaptación cinematográfica, tomara gran parte de su
argumento de la quinta parte de Desciende,
Moisés, titulada «El oso», a su vez una fusión y recreación de los relatos «Lion»
(1935) y «El Oso» (1942), aparecidos respectivamente en las revistas semanales Harper’s y The Saturday Evening Post. En «El Oso» Ike acaba de cumplir diez años y por fin consigue
que se le admita en las salidas de caza de los mayores, formando parte dicha
acción de uno de los principales ritos de iniciación a la edad adulta,
prueba de virilidad, que ha existido desde siempre en las poblaciones rurales. Sus
conocimientos cinegéticos han sido adquiridos junto a Sam Fathers, un medio
indio medio negro, que le pone en el rastro de «Old Ben», un viejo oso al que
le falta una de las uñas y deja una huella muy peculiar. La lucha final con el
oso acarreará desgracias humanas que no voy a seguir contándoles, pero las
similitudes con el guión de la famosa película son claras. La historia del oso
y los aprendizajes de Ike se inician en la parte cuarta, «Los viejos del lugar», y terminan en la sexta, «Otoño en el Delta», cuando Ike tiene ya ochenta años.
En general, el libro no está indicado para personas excesivamente urbanas. La
comprensión y el disfrute de algunos pasajes requieren el recuerdo de la caza
como una actividad nutritiva y, por lo tanto, necesaria.
La primera de
las partes, «Fue», sobre
la defensa de la soltería de dos hermanos ya maduritos, es muy divertida, en la
línea de algunos relatos descacharrantes de Faulkner, como «Caballos pintados»
o «La tarde de una vaca».
Para casi acabar —podría estar escribiendo un rato más pero no quiero
cansar a nadie—, recordarles que «Go Down, Moses» es una especie de himno eucarístico
con evidentes connotaciones abolicionistas basado en la salida de los
israelitas de Egipto. La repetición de algunas de sus estrofas vertebra «Desciende,
Moisés», la última de las partes, un precioso relato sobre la humanidad de unos
blancos que ayudan a una abuela negra a enterrar a su nieto con honores que no
recibiría mucha gente. Y por último, destacar el relato «”Pantaloon” de
negro», basado en la nobleza de un negro gigantesco al que todos temen y nadie
es capaz de comprender, tema que, a su vez, asoma en otras novelas y películas.
En este relato, o parte a secas, destaca el cambio de punto de vista narrativo
de las páginas finales, muy efectivo.
Hasta pronto. A seguir leyendo.
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