SCHWOB,
Marcel, Vidas imaginarias. La cruzada de
los niños, Madrid, Valdemar, 2012 (2ª ed.; la 1ª es de 2003); 203 págs. (Vies Imaginaires, 1896. La Croisade des Enfants, 1895;
traducción de Mauro Armiño).
Libro de enriquecedora
lectura, suficiente en sí misma. Su autor, Marcel Schwob (1867-1905), está considerado por muchos
críticos como esencial para entender ciertas facetas de la obra de autores ya
clásicos, como Borges. También hablan de Roberto Bolaño, no sé si refiriéndose
a su La literatura nazi en América.
No voy a entrar en esas cuestiones, dignas de más tiempo y conocimientos, pero
sí voy a decirles que leyendo algunas de las páginas de Vidas imaginarias me ha parecido estar leyendo a Borges. Algo habrá
de verdad, pues, en todo esto.
Schwob debió ser una persona muy erudita,
devoradora de clásicos grecolatinos y manuales de lenguas muertas. Al mismo tiempo
poseía en su manera de escribir, sobre todo cuando parece distendido, en los
prólogos, una vena humorística que recuerda a cualquiera de los autores
realmente rompedores que han existido, como Cortázar, Cervantes o Sterne. La
erudición a la que me he referido se refleja en el uso, en algunos pasajes, de
tecnicismos hoy desconocidos por el lector medio, que tendrá que echar mano,
como yo he tenido que hacer, del diccionario de vez en cuando. A pesar de eso
la lectura no se hace tediosa en ningún momento.
Vidas
imaginarias consiste en una colección de biografías de personajes reales escritas
con absoluta libertad creadora. Esto le permite al autor fantasear sobre la vida
del biografiado, inventar partes ignoradas o transformar las que desee. En total
son unas veinte biografías ordenadas cronológicamente y por áreas geográficas,
de manera que iniciamos el viaje en la Sicilia de Empédocles y la acabamos en
el Edimburgo de Burke y Hare, ya en el siglo XIX, después de haber pasado por el
norte de África, Italia, Francia y el Caribe y la América Inglesa. La mayoría
de las biografías corresponden a pensadores o poetas, aunque también son muchas
las dedicadas a personas poco ensalzables según la mentalidad «bien pensante»,
como asesinos y piratas. Las que más me han llamado la atención son las
dedicadas a Paolo Uccello, repleta de poesía, a «Katherine la Encajera», un
personaje quizá ficticio, escrito con una mirada llena de ternura hacia el
mundo de las prostitutas pobres, un relato muy triste, y el titulado «El mayor
Stede Bonnet», un hombre cuya locura parece directamente inspirada en don
Quijote. He disfrutado de la lectura porque me he olvidado de estar leyendo
biografías de personas reales y no he estado atento a comprobar si eran ciertos
los hechos que se contaban. Parece una obra pensada para los que leen por
el mero gusto de leer, que tienen la lectura como un fin en sí mismo, no como
un medio para llegar a algo. Esa es mi impresión.
La segunda de las obras es una
recreación de un hecho que debe ser legendario. La formación de un ejército
indefenso formado por siete mil niños que en plena Edad Media intentó llegar a Tierra Santa
sin ayuda de personas mayores. El relato, escrito con bondad hacia la infancia
y ánimo de denuncia de la crueldad de la gente mayor, acaba con una serie de quejas
al mar Mediterráneo que no puede estar más de actualidad en estos años que nos
han tocado vivir. Este relato, que se lee en unos minutos, es una pequeña joya narrativa,
escrita con un juego de puntos de vista que anuncia la obra de novelistas
posteriores considerados muy innovadores, tipo Faulkner.
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