VÁZQUEZ
MONTALBÁN, Manuel, El pianista, (ed.
de José Colmeiro); Madrid, Cátedra, 2017; 467 págs.
La novela El pianista consiste en el relato de tres
momentos de la vida del músico Albert Rosell: el 3 de junio de 1984, una tarde de abril de 1946 y los
días anteriores al 18 de julio de 1936. La acción de los dos primeros
transcurre en Barcelona y la correspondiente al tercero principalmente en París.
La narración, como ya habrán supuesto, se produce de forma inversa, empezando
por el final. La figura de Rosell, en principio muy desdibujada, va cobrando
fuerza y acaba llenándolo todo. Se nos hace amable, muy querible, ese hombre
tan humilde y bien intencionado, entregado a su arte pero también a las
personas que ama.
Las tres partes de la novela tienen
en común a tres personajes: Teresa, una persona de espíritu inquieto y gran
generosidad; Luis Doria, un individuo egocéntrico y arribista, vendedor de sí
mismo, que se nos hace antipático desde el primer momento y acaba mostrándose
moralmente deleznable; y nuestro amigo Albert, un gorrión perfecto, de los que
no hablan por no molestar, un personaje que parece inspirado en ciertos rasgos
de las biografías de los padres de Vázquez Montalbán y del autor mismo .
En toda la novela los diálogos
tienen gran importancia y brillantez, casi tanto como en García Hortelano. Son
ágiles, casi sin acotaciones.
Los personajes de la primera parte son habitantes de Barcelona que
salen de copas una noche de verano. La acción comienza en un apartamento en el
que una mujer intenta cuidar de las dolencias de su pareja y acaba unas horas
más tarde en otro apartamento y en una situación similar aunque con
personajes distintos y dolencias más graves. En las horas transcurridas los personajes han acudido a distintos locales
nocturnos en la zona más o menos baja de las Ramblas, lugares de moda para la
intelectualidad de aquellos años. Entre las personas con las que se relacionan
aparecen algunas perfectamente reales.
La acción de la segunda parte, la de
la Posguerra, debe ser la más autobiográfica de todas. En ella aparece un niño de la edad aproximada de Vázquez Montalbán (1939-2003) en 1946. Todo
sucede en terrados de las casas de la zona de la plaza del Pedró (barrio del
Raval), exactamente el lugar donde nació y pasó su infancia el autor. Es la que
más me ha gustado, la más festiva a pesar de la situación por la que pasaba
todo el vecindario, de personas represaliadas. Quizá por eso, por ser
conscientes de estar viviendo en un país hambriento y falto de libertad, todos
hacían esfuerzos para que los motivos de alegría no faltaran nunca. La
excursión que realiza aquel grupo tan vital a la búsqueda de un piano por los
terrados de las casas vecinas es realmente antológica, y también lo es su final.
Y llegamos a la última. La acción,
como ya he dicho, transcurre en París, el París frentepopulista del 36, aquel
en el que la música de los compositores españoles estaba tan de moda, con
aquella inolvidable y siempre viva —aún viva— Sala Gaveau, y donde
personajes como Picasso y Erik Satie, autor de las descacharrantes Memorias de un amnésico, se habían unido
para trabajar en un ballet. Las páginas de esta última parte resultan valiosas para los interesados en conocer algo del mundo cultural del París de
entreguerras, esa ciudad que todos hubiésemos querido conocer en esos años. Por
desgracia, la sucesión de guerras iniciada en 1936 borraría del mapa u obligaría a exiliarse a muchos de los protagonistas de esa edad de oro,
quedando algunos países europeos convertidos en eriales culturales habitados por personas traumatizadas. Los
que hoy día tenemos menos de sesenta años no tenemos ni idea de lo que fue
aquello. Y aún nos quejamos de cómo vivimos hoy.
En resumen: una excelente novela, aunque, para mi gusto, un poco recargada de reflexiones políticas. Muchas de sus claves se encuentran en la biografía del autor, de lectura también muy recomendable. Uno escribe para sacar lo que tiene dentro.
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